La amada indefinible
No podría encontrar la verdadera
palabra que trazara tu figura.
Y a veces le pregunto a mi amargura:
¿Cómo era, Dios mío, cómo era?
¿Era un ángel que vino en primavera
en forma de azucena que perdura?
¿Un poco de candor entre la impura
materia terrenal, perecedera?
Mas por mucho que quiero, no defino
su encanto inmaterial, ese secreto
que encierra su mirar esmeraldino:
Y la llamo Azucena, Estrella, Rosa,
sin que en ningún vocablo halle completo
el perfume de su alma misteriosa.
Jorge Montoya Toro
Soneto a Cristo
Aquí estoy, mi señor. Soy la paveza
que queda del incendio de la llama...
soy el adolorido, por que ama.
El que busca tu aliento de tibiesa.
Por tí mi soledad muere, y empieza
la plenitud de tu bondad derrama.
Dame la paz que el corazón reclama.
Entrégame tu nombre de pureza.
Si prendas pides de verdad, te entrego
mi corazón, de amor crucificado
en el crisol divino de tu fuego.
Soy paveza, lo se. Rescoldo helado.
Me abrumaba tu luz y anduve ciego.
¡Me rescató el raudal de tu costado!
Jorge Montoya Toro
Soneto para un sencillo amor
Me gustas porque sí. Sencillamente
mi corazón te quiere. No hallaría
la palabra de íntima alegría
que te expresara lo que mi alma siente.
Y yo te quiero así. Tan simplemente
como el agua al paisaje, como el día
a la rosa que alza su ufana
frente a la primavera floreciente.
Te amo con sencilla transparencia,
con un amor apenas insinuado
que se vuelve silencio en tu presencia.
Con un tan dulce corazón herido
que si no te dijera que te he amado
lo sabrías oyendo su latido.
Jorge Montoya Toro
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