A un río

Tú, cuyas aguas bajan sonorosas
en crecido raudal de la montaña
y dilatas tu curso en la montaña
coronado de selvas espaciosas.

Deja que en tus orillas venturosas
mi pena explaye. El llanto que me baña,
mezclado a tus corrientes te acompaña,
hasta el salado mar donde reposas.

Por entre riscos y asperezas veo
que llegas a tu término prescrito,
después de describir ancho rodeo;

sólo mi padecer es infinito
pues vagando sin tino mi deseo
el bien no llego a ver que solicito.

José Joaquín Pesado Pérez


"Apartemos los ojos de esta dolorosa escena, imputándola no a la religión cristiana, que es toda de caridad y mansedumbre, sino a las ideas y bárbara jurisprudencia que reinaban en aquella época, y trasladémonos por un breve rato a la morada de don Domingo. Este hombre, a pesar de su natural dureza, había experimentado en el interrogatorio de Sara una compasión que no le era común, la cual procuró sofocar cuanto pudo.
Y no imputemos este afecto a alguna pasión bastarda, porque si bien la hermosura de la doncella era grande y su aflicción excesiva, siendo ambas causas, cuando están unidas, bastante poderosas para encender en el pecho más helado el dulce fuego de una compasión amorosa, las emociones que entonces experimentó el rígido anciano procedían de una causa más elevada. Un sentimiento puro y delicado habló en su corazón a favor de la afligida doncella y, aun al pronunciar después contra ella la última sentencia, tuvo que vencerse a sí mismo para firmarla.
Avergonzado de esta flaqueza, se vio en la necesidad de revelarla a un hombre docto con quien solía consultar los asuntos más arduos. Fue éste de parecer
que no había en todo aquello más que una asechanza del Diablo para doblegar su constancia; y le aconsejó se armase de nuevo valor, a fin de burlar las insidiosas maquinaciones del enemigo común. Con esto reanimó su espíritu y sofocó en su origen un afecto que, si hubiera tenido lugar de desenvolverse, habría producido felices resultados.
Dispuesto todo para el auto solemnísimo de fe, anunciado al público con extraordinaria pompa, se retiró el anciano la víspera en la noche a su gabinete, donde se puso a repasar algunas decretales, que eran su estudio favorito al cual destinaba las horas que podía robar a sus quehaceres. Cuando estaba más enfrascado en su lectura, siente pasos en la estancia y, desde el enorme sillón que ocupaba, divisa un bulto que se le acerca. Arrugando las cejas y poniendo una mano sobre ellas para hacerse sombra y aguzar la vista, advierte que un desconocido, embozado en una pomposa capa, llega cerca de él y le saluda mesurado, añadiéndole que tiene que hablar un asunto reservado. Dale entonces asiento, con lo que pudo reconocerlo más de cerca, notando en él una fisonomía grave y triste, con ciertos asomos de fiereza. La edad de aquel hombre rayaba en los sesenta años: su complexión era vigorosa, y su aspecto y ademanes indicaban que era reservado, meditabundo, tenaz en sus propósitos y capaz de llevar al cabo la resolución que una vez hubiese formado."

José Joaquín Pesado
El inquisidor de México



El molino

Tibia en invierno, en el verano fría,
brota y corre la fuente; en su camino
el puente pasa, toca la arquería
y mueve con sus aguas el molino.

Espumosa desciende y se desvía
después, en curso claro y cristalino,
copiando a trechos la enramada umbría
y el cedro añoso y el gallardo pino.

Mírase aquí selvosa la montaña;
allí, el ganado ledo que sestea
parte en la cuesta y parte en la campaña.

Y en la tarde, al morir la luz febea,
convida a descansar en la cabaña
la campana sonora de la aldea.

José Joaquín Pesado





La cascada de Barrio Nuevo

Crecida, hinchada, turbia la corriente
troncos y penas con furor arrumba,
y bate los cimientos y trastumba
la falda, al monte de enriscada frente.

A mayores abismos impaciente
el raudal espumoso se derrumba;
la tierra gime: el eco que retumba
se extiende por los campos lentamente.

Apoyado en un pino el viejo río,
alzando entrambas sienes, coronadas
de ruda encina y de arrayán bravío;

entre el iris y nieblas levantadas,
ansioso de llegar al mar umbrío,
a las ondas increpa amotinadas.

José Joaquín Pesado


La fuente de Ojozarco

Sonora, limpia, transparente, ondosa,
naces de antiguo bosque, ¡oh sacra fuente!
En tus orillas canta dulcemente
el ave enamorada y querellosa.

Ora en el lirio azul, ora en la rosa
que ciñen el raudal de tu corriente,
se asientan y se mecen blandamente
la abeja y la galana mariposa.

Bien te conoce Amor por tus señales,
gloria de las pintadas praderías,
hechizo de pastoras y zagales.

Mas ¿qué son para mí tus alegrías?
¿Qué tus claros y tersos manantiales,
si sólo has de llevar lágrimas mías?

José Joaquín Pesado





Una tempestad, de noche, en Orizaba

El carro del Señor, arrebatado
de noche, en tempestad que ruge y crece,
los cielos de los cielos estremece,
entre los torbellinos y el nublado.

De súbito, el relámpago inflamado
rompe la oscuridad y resplandece;
y bañado de luces aparece
sobre los montes el volcán nevado.

Arde el bosque, de viva llama herido;
y semeja de fuego la corriente
del río, por los campos extendido.

Al terrible fragor del rayo ardiente,
lanza del pecho triste y abatido,
clamor de angustia la aterrada gente.

José Joaquín Pesado












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