"(…) Aquel muchacho coronado, de dieciséis años, angulado de
barbilla, tenía los labios cortos y muy abultados, la nariz de su familia
y los ojos apagados. Era en todo claramente un niño mayor y en todo
se veía sin embargo al hombre más poderoso del mundo, como si su
figura delgada fuera enteramente la estrecha frontera inestable y débil
entre los juegos de un chiquillo y las decisiones de un monarca.
Lezuza, como cada día, no inició conversación alguna hasta que el
Rey [Felipe IV] se dirigió a él.
- Antes de empezar con lo que ayer dejamos –dijo- Nos, el Rey,
queremos que sepas que hemos pensado esta noche más que en los
números y en el álgebra, en la filosofía de los números.
- En la filosofía de los números… -repitió Lezuza, esperando mayor
explicación.
- En esas ecuaciones que hemos visto…, Lezuza, ¿qué es la equis,
exactamente? -preguntó el Rey.
- Es la incógnita, el valor desconocido que se debe determinar.
- Por ejemplo, ¿cinco?, ¿o seis?, ¿o siete?
- Sí -contestó Lezuza.
- Y si es cinco o seis o siete, Lezuza, ¿por qué no se pone el número en vez de disfrazarlo con la
equis, una letra tan aspada y simple?
- Porque equis puede ser en unos casos cinco, en otros seis, en otros cien. Equis es una variable que
cambia.
- ¿Y qué interés hay en saber lo que es equis ahora si cambia tan de continuo? Lezuza no halló modo
de dar respuesta a esa pregunta y, para cambiarle a la situación el signo, propuso:
- ¿Dejamos ahora ese asunto y volvemos a los giros de la Tierra?
Felipe Cuarto se entusiasmó con la propuesta.
- Sigue hablándome, como otras veces, de esa teoría divertida, Lezuza. Pero hazlo en voz más baja
porque, con ser el Rey, es seguro que en ocasiones escuchan lo que hablamos y, Nos, tenemos la
prudencia de guardar en secreto esta complicidad con teoría tan secreta. ¿Dices, Lezuza, que el Sol es
centro de las órbitas de todos los planetas y que es el mundo el que da vueltas?
- Eso es cosa segura que está demostrada por la observación, la geometría y las
matemáticas. Es el centro de las trayectorias circulares de los planetas. Sólo una cosa se opone a esa
evidencia.
- Los cometas —dijo el Rey, recordando lo que el maestro le había advertido otro día.
- En cosa de muy pocos meses, hace algunos años, vi tres cometas muy brillantes en el cielo,
Majestad. Su movimiento no parecía circular en dos de ellos. Pero aprecié muy claramente en el tercer
cometa, un gran cometa azul, a principios de 1619, que su trayectoria, definitivamente, no era circular. Y
un movimiento en el cielo que no sea circular rompe esta teoría.
- Muchas más cosas la rompen, según hemos oído. La Biblia sobre todas las
cosas se opone a ello. Y mucho más que las Escrituras se opone la Iglesia.
- La evidencia es matemática. (…)"

Juan Carlos Arce 
El matemático del rey, capítulo 4



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