A la luna

     Deidad de los amantes!
Hermosa luna, reina de la noche,
Tu suavísima luz en sus cambiantes
Alegra el valle, y tu brillante coche
Del oriente al ocaso en lento giro
Por campos de zafir triunfante pasa;
Mientras que, triste mi fortuna escasa
Me roba el bien que cautivar aspiro.

     Á tu plácida lumbre
En otros tiempos por mí mal pasados
Que recuerdo, ay de mí! con pesadumbre,
Cuántos versos de amor por ti inspirados
Solté á los vientos y escuchó mi bella,
Que á mi lado embriaga de ternura,
Se extasiaba mirando tu hermosura,
Y yo el hechizo que idolatro en ella.

     Cuando el terral ligero
Del perfume bañado de las flores,
En las noches hermosas del Enero,
Se llegaba á brindarnos sus favores,
Hermosa luna, tu plateada frente
Aumentaba su encanto al vientecillo;
Y el perfume, el terral y tu almo brillo
Fueron testigos de mi amor ardiente.

     Y dónde, oh clara luna!
Tanta delicia por mi mal se esconde?
Por qué tu faz brillante me importuna
Á que llame el placer, que no responde?
Si la suerte anubló mi amor sencillo,
Envidiosa tal vez de mi ventura,
Déjame, oh luna, con la noche oscura
Llorar las noches que gocé á tu brillo,

     Y no tus resplandores,
Astro benigno, muestres bonancibles;
Con ellos me recuerdas mis amores
Y estos recuerdos se hacen insufribles.
Vela tu faz entre las densas nieblas,
En su opaco crespón, oh luna! oh luna!
Si tu luz no presencia mi fortuna
Déjale á mi dolor, ay! las tinieblas.

Ignacio María de Acosta


La rosa

Nace fragante, delicada, hermosa,
rica en colores, tímida y galana,
entre perlas que riega la mañana
en verde tallo la encendida rosa.

El aura la acaricia voluptuosa;
en agradarla el colibrí se afana;
y la rosa gentil de la sabana
es el hechizo y la adorada diosa.

Pero si envuelto en polvoroso aliento
con torpe labio y bárbara inclemencia
besa la flor el huracán violento,

entonces mustia, sin color ni esencia
muere infeliz, cual muere en un momento
al contacto del vicio la inocencia.

Ignacio María de Acosta y Guerra



Mis Cantares

   No es el amor con su poder tirano
Quien inspira á mi canto la armonía;
—En el pecho desmiente el alma mía
Lo que en el arpa preludió la mano.

   Mi canto es ilusión, es sueño vano
Que fomenta á placer la fantasía,
Cual enfermo febril que desvaría
Con los placeres que gozaba sano.

   Mi corazón, ya muerto al sentimiento
De la llama voraz que amor enciende,
Goza tranquilo de envidiable calma;

   Y si canta su ardor, es fingimiento
Conque la lira publicar pretende
Las dulces huellas que dejó en el alma.

Ignacio María de Acosta y Guerra (Íñigo)



Nace fragante

Nace fragante, delicada, hermosa,
Rica en colores, tímida y galana,
Entre perlas que riega la mañana
En verde tallo la encendida rosa.

El aura la acaricia voluptuosa;
En agradarla el colibrí se afana;
Y la rosa gentil de la sabana
Es el hechizo y la adorada diosa.

Pero si envuelto en polvoroso aliento
Con torpe labio y bárbara inclemencia
Besa la flor el huracán violento,

Entonces mustia, sin color ni esencia
Muere infeliz, cual muere en un momento
Al contacto del vicio la inocencia.

Ignacio María de Acosta y Guerra


No luce el sol

No luce el sol en el oriente un día
sin que nazca en mi pecho una esperanza;
mas ese bien de la ilusión no alcanza
a dar consuelo a mi desgracia impía.

El prisma hermoso de la infancia mía
hízome ver la dicha en lontananza,
y soñar ese bien que no se alcanza
y con delirio el corazón ansía.

Pasaron mis risueñas mocedades:
el cabello se encuentra encanecido,
sin fuerza ni vigor mis facultades.

Despierto del letargo en que he dormido;
quiero gozar al fin las realidades,
y encuentro sólo que ilusión ha sido.

Ignacio María de Acosta


Por más que quiera la prudencia mía

Por más que quiera la prudencia mía
Reflexiva y sumisa a la cordura,
Sujetarse a la ley terrible y dura
Que le impuso a mi amor tu tiranía;

Un oculto poder, la simpatía,
A que llamas, cruel, fatal locura,
Impide el olvidarte, y su ternura
Será en mi pecho hasta la tumba fría.

Si ofreciera tranquilo obedecerte
En tan duro precepto y tan terrible,
Fuera mi vida prolongada muerte:

Fuera yo entonces como tú, insensible
Al fuego del amor, pues de otra suerte
Ofrecer olvidarte, es imposible.

Ignacio María de Acosta


Un sueño

Soñaba yo que por la senda hermosa
de la virtud la humanidad corría,
y el sol de la verdad resplandecía
llenando el orbe de su luz radiosa.

La torpe envidia, la calumnia odiosa
abaten su poder y bastardía;
y a la voz del progreso se veía
la sociedad aparecer dichosa.

Un pueblo sólo es el linaje humano,
triunfa la ilustración, y por su empeño
su templo cierra para siempre Jano...

A tan mágico cuadro y halagüeño,
al arpa de oro le tendí la mano
por cantar tanto bien... ¡mas era un sueño!...

Ignacio María de Acosta







No hay comentarios: