A veces el mar

A VECES EL MAR TIENE un extraño sosiego
que las aves imitan, una incierta conciencia
de la vida que pasa inútilmente bella,
hermosamente vana, calladamente quieta.
Es el mudo deseo de ser hoja en la brisa
lo que emulan las aves. A veces el mar tiene
una cierta tristeza que las aves imitan,
el rotundo vacío de un poniente sin ecos
de veranos antiguos. Es la blanca nostalgia
de la infancia sin prisas lo que emulan las aves.
A veces el mar tiene las ventanas abiertas
y el batir de visillos que las aves imitan,
un aroma de fruta otoñal y madura
en el cesto dormido. Es el lento destino
en espejos de agua lo que emulan las aves.
A veces el mar tiene reflejos de mis alas.

Juan José Vélez Otero


Ahogado en soledad

Ahogado en soledad, duela de olvido,
ujier del abandono, día a día
frecuento el lupanar de la poesía.
Y sueño, no descanso, lucho, pido
la luz; viene la sombra, el alarido
nielado, sin cesar la lluvia fría,
la noche viene negra, la agonía
de amar la aurora azul y estar perdido.
Enferma, la razón quiere dejarla,
mas llama a la pasión, tierna rabiza
y muero por morderla y por besarla.
Se escapa por la sangre y descuartiza
con saña el corazón, que por amarla,
la toma por hetaira y por nodriza.

Juan José Vélez Otero


Bésame la boca

Bésame la boca
con tu boca de rosas,
con tu boca de mirtos,
con tu boca de cáscara de naranja mandarina.
Bésame la boca
y ahuyenta mi tristeza de lata en la basura.
Llévame al garaje,
el día es frío y ando a tres pistones.
Bésame.
Famélico de labios me ato a la camilla
y fumo del recuerdo.
Bésame la boca,
píntate los labios de carmín oscuro
y bésame la boca
con tu boca de cáscara de naranja mandarina.

Juan José Vélez Otero


Crepúsculo en el solar

Aquí cada tarde se llevan los bancos
y nunca encienden las farolas.
Los jaramagos mueren de lepra
entre las ortigas densas
y el paisaje agoniza en la luz
quemada de los cementerios dormidos.
Es muy posible, justamente lo es,
que después de esta hora
el sol se serene
y venga de nuevo una noche madura,
desnuda por el mar,
a traer la soledad
de las lápidas blancas
y el lamento lejano
de un fado en el crepúsculo.
La sal ha secado el terreno
adonde sólo llega el bronce
multiplicado y roto de las campanas,
el gesto de arena de la melancolía,
las alas crujientes de los pájaros muertos.
Aquí nunca encienden las farolas,
y el viento seco del desamparo
aúlla como un lobo solitario
y perdido
entre el salicor y las piedras.

Juan José Vélez Otero


El álbum de la memoría

Las hojas del almanaque
son cangilones de noria
que van susurrando al agua
las voces que al viento copian:
la parra verde en el patio,
las sombras de las magnolias,
la flor del higo en la tuna,
los nidos de la parroquia...

Sobre la mesa, olvidado,
el álbum de la memoria.

Juan José Vélez Otero



La carta

        Quién me iba a decir que el destino era esto
                                                                       M. Benedetti

Llegó esta mañana
con el viento hiriente de las alas primeras,
con la luz brillante que llamaba a mis párpados,
con las olas insomnes del mar,
del desierto agitado
que lame los muelles solitarios del alba.

Llegó. Y no hizo ruido.
No sé qué brisa de ojos ciegos
la coló por debajo de mi puerta
dejándola allí desnuda
como una paloma muerta y aún caliente,
expuesta en el suelo
con las alas plegadas, desvalida y dulce,
como luna vencida
por los rayos primeros que delatan la conciencia.

Era aún tibia en mis manos
y no me costó trabajo reconocerla.

Al abrirla sentí la respuesta del humo,
el cristal de la niebla, el cuchillo del tiempo,
lo que nota una momia al romperle el vendaje.

La carta que yo mismo
escribiera hace ya tantos años,
la que depositara con manos de deseo
en el buzón oscuro del destino,
estaba allí de repente, amarilla,
herida en las aristas
por la voz desvaída de un oráculo en sueños.

Me volví hacia el solar a llorar sobre el musgo.

Juan José Vélez Otero


La huida

                 Libertad, para mí, quiere decir huida.
                                                                 Joan Margarit

Se le vio partir y atardecía
por el camino blanco y solitario
que conduce al silencio de los planetas muertos.
Un atlas bajo el brazo, y le seguía
como un perro cansado y distraído
la sombra fiel de la tristeza.

Detrás dejaba toda la ceniza,
un columbario –sueños aún calientes-
abandonado en la luz pálida de la tarde.

Se le vio partir. Hacía tiempo
que, absorto, preparaba la maleta
pero esta vez no echó recuerdos de la infancia
ni las fotos prodigiosas de una primavera,
ni los discos, ni las gafas, ni los libros,
ni el diccionario en blanco de sinónimos de la felicidad.

Estaba anunciada ya la huida.

Nunca fue allí lo que quiso.
Lo tuvo todo, pero eso
es diferente. Nunca vio el mar;
por las noches lo oía. Avaramente
hacía recuento reiterado del tiempo:
un vacío rotundo de aire en la memoria.

Se le vio partir
y perderse diluido en la niebla amarilla.

A nadie dijo adiós.
Sólo dejaba
un último verso escrito por las tapias:
Están maduras ya las uvas del pasado.

Juan José Vélez Otero



"Mi cuerpo es soledad. Deja que huya
del ascua de tus manos pasajeras,
del leve acariciar de pluma tuya...."

Juan José Vélez Otero


Siempre fuiste viajera

SIEMPRE FUISTE VIAJERA golondrina de tardes
que cruzaba mi calle con sus alas de libros,
la mirada perdida y la blusa celeste
de colegio de monjas.
Golondrina de tardes,
te miraba asomado por los vidrios de enero.
Se imantaba mi pecho en aquellas ventanas
apagadas de luces, telegramas de lluvias.

Siempre fuiste viajera y cruzabas mi calle
hacia el blanco ciruelo y las cepas podadas,
hacia un mundo de cañas y macetas azules
donde estaba la casa, nido tibio de invierno.

Vino un tiempo deleble, de siluetas lejanas
y tu casa quedó atracada al olvido
y mecida en la niebla de los muelles borrosos.

Viene el tiempo a su cauce, mariposa invisible,
y volviste volando sin la blusa celeste,
sin los libros del aire y tus alas son otras.

Pero un nuevo temblor resucita en mis labios
y aún revienta la luz en la cal de la calle
desde donde la tarde pensativa se asoma
al balcón de las olas repetidas de entonces.

Juan José Vélez Otero


Ya lo sé. No hace falta.

YA LO SÉ. NO HACE FALTA que me escribas postales,
ni me envíes esquejes de cristales oscuros.
Hace tiempo que vivo con mis libros a solas
y me invento aventuras en las islas lejanas.

Ya lo sé. Bebo mucho y redacto poemas
que se van al olvido en cajones helados
donde guardo la magia de las nubes de invierno
y una bruma arenosa de veranos difusos.

Aún conservo el espejo que en las tardes me habla
de pezones rosados y caderas fugaces.

Tengo mapas guardados de tesoros deshechos
y las llaves del frío las escondo en el alma,
como éstas que abren el caudal de los versos
y el espectro agotado de cenizas furtivas.

Te olvidaste un pañuelo y una blusa de encajes
en el cuarto de baño, y una barra de labios
me dejaste en la silla donde nadie se sienta.

Ya lo sé. No estoy solo. Tengo aún la memoria
y una voz que dispersa sus espumas al viento,
y unos versos ahogados en un mar de abandono,
y unas pálidas manos que acarician mis horas.

Ya lo sé. No hace falta que me escribas postales,
ni me envíes las fotos de los ecos de un cuerpo.
Tengo flores de sombras en jarrones sin agua
y un sabor en la boca a cadáver hermoso.

Juan José Vélez Otero








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