"¡Ay, el vivir es respirar aroma,
cuando el vivir es contemplar tus ojos!...
... Vales tú más que el temple de mi acero,
vale más tu suspiro que la palma,
que el lirio del jardín, más que el lucero..."

Jacinto de Salas y Quiroga


Himno de amor

En torno del albergue de mis padres
rueda la noche en curso tenebroso,
y ni la brisa gime, ni del cielo
llueve un rayo de luz sobre mis ojos;
sólo si escucho el eco prolongado
de la triste campana me repite
que el tiempo de mi vida está contado.

¡Hora de paz!... Bastante el sol del día
bañó de fuego el alma... ¡Ah! Ya me pesa
inspiración y ardor... Melancolía,
dame llorar, que la pasión me abrasa.

¡Llorar, llorar!,Dios santo,
Yo te bendigo en tu más bello día,
A ti que diste el llanto
al mísero poeta,
y no la pena fría
que hiere con denuedo,
sin dar un solo instante
al corazón amante
para temblar de miedo.

¿Y qué fuera de mí si no llorara?
¿Si a los pies de mi amor firme y entera
el alma se quedara,
y en lágrimas deshecha no saliera?

¡O virgen de mis sueños! Yo te adoro:
sí, virgen hechicera,
con tu cabello de oro,
con tu cuello de cera,
con tu tierna mirada, más hermosa
que el clavel o la rosa
cogida en primavera,
¡Yo te adoro!...

Un desierto contigo, la aspereza
de la encrespada roca
que el firmamento toca
con su informe cabeza,
el Sahara sin agua ni descanso,
el Andes con su hielo
contigo, virgen mía,
fuera para mí un cielo.
El aire que tú aspiras,
las horas que tú cuentas,
los seres que tú admiras,
los pechos que atormentas
y te alaban en coro,
las veces que suspiras...
¡Yo también las adoro!

Si te miro... Te miro cual quien ama;
si miro más, en lloro
se convierte la llama,
que por la vez primera
el alma mía inflama.
Si miras hacia mí,
en lágrimas deshecho
salirse quiere el pecho
para elevarse a ti...

¡Oh virgen de mis sueños! Yo te adoro:
sí, virgen hechicera,
con tu cabello de oro,
con tu cuello de cera,
con tu tierna mirada, más hermosa
que el clavel o la rosa
cogida en primavera,
¡Yo te adoro!...

Y el sol que te calienta
un rayo ha desprendido,
y como la tormenta
de Bóreas al bramido
mi pecho ha respondido:
amor, ¿quién te alimenta?
¿Quién? La sola mirada,
una sonrisa solo
do se pinta sin dolo
el pecho de mi amada.

Amor, ya te venero:
Padre amor, ¡ah!, perdona
si he luchado primero
de ornar con tu corona
la virgen por quien muero.
Ya adoro eternamente,
y tal como el guerrero
que muere en la pelea
por vivir en la historia,
repito tiernamente:
es mía la victoria.

La vi, quedé pasmado,
y dije: «¿Por qué el cielo
tal ser habrá formado?
¿O es un ángel tan solo
que para mi consuelo
el Señor me ha mandado?
¡Ah! Para solo un día
es lástima haber hecho
tan generoso pecho...»
Y cuando esto decía,
del amor que me inflama
la inextinguible llama
en el alma ya ardía.

¡Oh si tú me quisieras cual te adoro!
Ámame, virgen pura;
el corazón te jura
amor, y amor eterno,
y trágueme el averno
si mi alma es perjura.
O virgen de mis sueños, yo te adoro:
sí, virgen hechicera,
con tu cabello de oro,
con tu cuello de cera,
con tu tierna mirada, más hermosa
que el clavel o la rosa
cogida en primavera,
¡Yo te adoro!...

¡Oh! ¡Que me halague el sueño de ventura
no más que una mañana!
Y al escuchar el lúgubre gemido
de la triste campana
que convide al banquete de mi muerte,
alabe yo mi suerte,
y diga, recordando nuestra historia:
«Sólo existí los días que te he visto,
sólo existí mientras que tú me amaste,
y el tiempo de mi gloria
fue el tiempo en que por mí tú suspiraste».

Jacinto de Salas y Quiroga


La luna

No me interrumpas, que contemplo ansioso
el astro bello que en el cielo brilla,
no cual le he visto, triste y nebuloso,
del Támesi a la orilla.
Hoy hace un año el astro así vagaba,
y sobre el césped húmedo sentado,
cual hoy le contemplaba,
el rostro mío en lágrimas bañado.
Envuelto estaba en mi pesado manto,
y mi vista a lo lejos descubría,
para placer y encanto,
nieve más bella que la luz del día.
No así la luna, con su faz hermosa,
Las canas plateaba del anciano,
ni del rostro lozano
yo distinguía la color de rosa.
La luna de Albión, entre vapores,
no alumbra, cual alumbra la de Iberia,
que la nuestra es de amores,
la suya de miseria.
Hoy mismo hace dos años que en los mares
guiaba mi bajel el astro mismo;
al verlo yo olvidaba mis pesares,
al verlo no temblaba ante el abismo.
Hoy, astro de inocencia y de consuelo,
te miro de mi patria y sin anhelo,
suspirando tal vez... ¡Si soy poeta!
Pero tal vez dichoso
si recuerdo aquel tiempo tenebroso
en que cantara a Pirra la coqueta.
Allá arriba otros ojos en la luna
se encontrarán acaso con los míos...
-«Su luz te es importuna.»-
-«Los años son tardíos.»-
No, déjame mirar, ya que no pueda
ver lo que quiero si la vista inclino;
¡Qué consuelo me queda
si no sueño más próspero destino!
Mira, ¿no puedes descubrir conmigo
sus ojos retratados
en el astro testigo
de sus amores lánguidos pasados?
Bajo la vista, que me brota el llanto,
y harto lloré en mi vida;
cúbrete, oh luna, con tu triste manto,
que tu belleza al lloro me convida.

Jacinto de Salas y Quiroga




La tempestad

Así bramaba el trueno de venganza,
y asimismo la brisa tempestuosa
silbaba entre las vergas del navío;
ya el marino, burlado en su esperanza,
da un recuerdo a su patria y a su esposa,
y a la vista del puerto pierde el brío.

Y la mar inclemente crece y crece,
y crece sin cesar y se levanta;
un hombre entre las olas desparece,
y el que le ve ni tiembla ni se espanta.

Que el pavor también tiene su barrera,
y si la copa es llena de amargura,
el mortal sin temblar la considera,
la agarra sin temor y así la apura.

Lo mismo que sin gozo apuraría
la copa del placer o de la gloria.
¡Ah! ¿Por qué muere el héroe en solo un día
sin legar ni una página a la historia?

¿Y por qué el genio altivo del poeta
remonta, cual el águila, en su vuelo,
y al escuchar la voz que le interpreta
rueda, cubierto en polvo, desde el cielo?

¡Ah! Yo lo sé; mi mente que altanera
gloria soñó, soberbia lo adivina.
¡Si el mortal sus deseos conociera!
Caprichoso querer, ¿quién te domina?

La divisa del hombre es la inconstancia;
del hombre que desea y más desea,
y sueña y sueña aún con arrogancia,
y contra su querer jamás pelea.

Y si una vez al gusto da alimento,
de nuevo ve brotar, en mies eterna,
con empeño fatal, querer violento
que le humilla altanero y le gobierna.

¡Mortales! ¿qué querer no os avasalla
lo mismo que la rama de la encina
al son de tempestad, que gime, estalla,
temblando su cabeza al suelo inclina?

Yo también, en mi vago pensamiento,
soñé que la tormenta pasaría,
y cuando el mar bramaba, yo contento,
«valor, oh marineros», repetía.

Y mi voz que luchaba con el trueno
el espanto llevaba a cada parte.
«A la muerte, marino, te condeno,
si no tienes valor para salvarte».

Fue escuchada mi voz, que ya se agita
el brazo ennegrecido, y forcejea
con el mar que se eleva y precipita
cual un brazo de hierro en la pelea.

Y al ver esas montañas agitadas
que amenazan despecho y luego muerte,
el tronar, -y las velas ya rasgadas,
nadie dice: «yo soy bastante fuerte».

¡Qué obscuridad oculta el precipicio!
Si el relámpago horrendo no estallara,
no vieras el altar del sacrificio,
y perdón tu voz trémula implorara.

No implores, no, no implores; ¿tienes miedo?
Llora un momento, llora por tu esposa,
y luego está tranquilo, si no ledo,
y no temas el peso de la losa.

Que tendrás por sepulcro, marinero,
el indómito mar en que has vivido,
y al exhalar tu pecho el ay postrero
ni tu cuerpo ya más será oprimido.

Mas por entre las nubes de vapores
que circundan la nave destrozada
se oye una voz que acalla los clamores,
y repite a la turba desolada:

"Moriréis, marineros inocentes,
que el soplo del culpable va a aterraros;
yo castigo uno solo entre mil gentes,
y más es castigarle que salvaros."

Y entonces un ruido mal formado
de cadenas, de voces y de trueno
se eleva hasta los cielos. -Ya ha cesado,
y el mar vuelve a bogar con duro freno.

Jacinto de Salas y Quiroga


"¡Libertad sacrosanta! ¡Amor sublime!
Yo vuestro amparo celestial invoco...
Mi cántico es de amor y libertad..."

Jacinto de Salas y Quiroga


Sueño de amor

¡Oh! ¡Cómo es grato a veces entre sueños
ver pasar la fantasma misteriosa,
en que descubre el alma apasionada
el rostro del objeto a quien adora;
y recordar entonces la mirada,
llena de languidez y de dulzura,
que dice: «Yo te adoro, ángel del Cielo»,
y ver correr el llanto de ternura,
y poderse decir: «Logré un suspiro,
yo soy sólo consuelo
de la dulce beldad por quien respiro!»

Yo no, no soy el ser afortunado
a quien guardó la suerte tal ventura.
Jamás un corazón apasionado
latió cerca del mío de ternura;
jamás amé, jamás he sido amado;
y bajaré al sepulcro encanecido
sin que la voz de amor de mis angustias
haya tal vez el curso suspendido.
Sí, ¡feliz el que goza bajo el cielo
ese intenso placer de ver su mano
bañada por el llanto de una hermosa,
que la besa mil veces y la allega
al alma candorosa!

¡Ah! Sentir, palpitar un pecho tierno,
y palpitar de amor... Y ver clavados
unos hermosos ojos en los nuestros,
no recordar ni en suelo los cuidados,
menospreciar del orbe las grandezas,
ser feliz aspirando el aire mismo
que aspira la beldad encantadora,
ángel del suelo mío, ¿hay otra dicha
para quien en la tierra solo mora?

Yo no, no amé jamás... Y ¡cuánto temo
que el juvenil ardor que me devora
en amor se convierta! ¿Habrá quien pueda
concebir el amor cual le concibo?
No es apurar la copa del deleite,
yo es el goce y no más de los sentidos,
esto no, no es amor para el poeta:
amor es para mí sólo ternura,
una sola mirada de inocencia
que deseche del alma la amargura;
un suspiro tal vez, una sonrisa,
un enternecimiento repentino,
una sola palabra de consuelo,
y un dulce no sé qué que no defino.

Este es todo el amor para mi alma:
amor sin inocencia le detesto.
Cuando desaparezcan de la tierra
ese dulce candor que tanto quiero,
estatuas amaré, que me es más grato
el mármol, que el amor prostituido
de una mujer que apenas tiene tiempo
para cerrar un broche,
entre el amante crédulo del día
y el hombre de la noche.

Soñé una vez, pero una vez tan solo,
que ardía yo de amor, y aun lo recuerdo;
una mano más blanca que la nieve,
más suave al tocar que el terciopelo,
mis lágrimas secaba... Y la belleza,
como yo enternecida, me decía:
«A ti no más consagro el alma mía».
... Pero fue sólo sueno, y... ¡Desgraciado
de aquel que sólo en sueños es amado!

Jacinto de Salas y Quiroga



"¡Triste, triste es vivir cuando es eterno
el dolor y amargura de la vida!"

Jacinto de Salas y Quiroga



"Yo moriré, y al punto sepultado
quedará para siempre en el olvido
un nombre que no fuera hoy ignorado,
si el destino me hubiese protegido."

Jacinto de Salas y Quiroga









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