—El sabor es bueno —admitió—. Pero no parece que corra. Nunca deberías beber agua que no corre, Lennie —agregó sin esperanzas—. Pero tú beberías de un desagüe, si tuvieras sed.

John Steinbeck
De ratones y hombres, página 4


Era un mulero, el primero del rancho, capaz de conducir diez, dieciséis, incluso veinte mulas con una sola rienda hasta el canal de agua. Era capaz de matar una mosca posada en el anca de la mula de varas sin tocarle la piel. Había una gravedad en sus maneras y una calma tan profunda que toda charla se interrumpía cuando él hablaba. Tan grande era su autoridad, que se aceptaba como definitiva su opinión sobre cualquier tema, fuera de política o de amor. Éste era Slim, el mulero. Su cara enjuta no tenía edad. Podría contar treinta y cinco o cincuenta años. Su oído escuchaba más de lo que se le decía, y su palabra tarda tenía tonos ocultos, no de pensamiento sino de una comprensión más allá del pensamiento. Sus manos, grandes y delgadas, eran de movimientos tan delicados como los de una danzarina de templo.

John Steinbeck
De ratones y hombres, página 34


George se puso de pie. —Lo haremos –afirmó—. Arreglaremos todo e iremos a vivir allí. Volvió a sentarse. Todos quedaron quietos, todos subyugados por la belleza del plan, ocupada cada mente en imaginar ese futuro en que su sueño se haría realidad.

John Steinbeck
De ratones y hombres, página 61


Muchas veces ha hecho cosas malas, pero nunca por maldad.

John Steinbeck
De ratones y hombres, página 4

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