La dialéctica erística es el arte de discutir, pero discutir
de tal manera que se tenga razón tanto lícita como ilícitamente —por fas y por
nefas. Puede tenerse ciertamente razón objetiva en un asunto y, sin embargo, a
ojos de los presentes y algunas veces también a los de uno mismo, parecer falto
de ella. A saber, cuando el adversario refuta mi prueba y esto sirve como
refutación misma de mi afirmación, la cual hubiese podido ser defendida de otro
modo. En este caso, como es natural, para él la relación es inversa, pues le
asiste la razón en lo que objetivamente no la tiene. En efecto, la verdad
objetiva de una tesis y su validez en la aprobación de los contrincantes y los
oyentes son dos cosas distintas. (Hacia lo último se dirige la dialéctica.)
¿Cuál es el origen de esto? La maldad natural del género humano. Si no fuese
así, si fuésemos honestos por naturaleza, intentaríamos simplemente que la
verdad saliese a la luz en todo debate, sin preocuparnos en absoluto de si ésta
se adapta a la opinión que previamente mantuvimos, o a la del otro; eso sería
indiferente o, en cualquier caso, algo muy secundario. Pero ahora es lo
principal. La vanidad innata, que tan susceptible se muestra en lo que respecta
a nuestra capacidad intelectual, no se resigna a aceptar que aquello que
primero formulamos resulte ser falso, y verdadero lo del adversario. Tras esto,
cada cual no tendría otra cosa que hacer más que esforzase por juzgar
rectamente, para lo que primero tendría que pensar y luego hablar. Pero junto a
la vanidad natural también se hermanan, en la mayor parte de los seres humanos,
la charlatanería y la innata improbidad. Hablan antes de haber pensado y aun
cuando en su fuero interno se dan cuenta de que su afirmación es falsa y que no
tienen razón, debe parecer, sin embargo, como si fuese lo contrario. El interés
por la verdad, que por lo general muy bien pudo ser el único motivo al formular
la supuesta tesis verdadera, se inclina ahora del todo al interés de la
vanidad: lo verdadero debe parecer falso y lo falso verdadero.
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 1
Quien queda como vencedor de una discusión tiene que
agradecérselo por lo general, no tanto a la certeza de su juicio al formular su
tesis como a la astucia y habilidad con que la defendió.
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 4
La lógica se ocupa de la mera forma de las proposiciones, la
dialéctica de su contenido o materia, de su valor intrínseco; de ahí que
debiera preceder la consideración de la forma, en cuanto lo universal, a la del
contenido o de lo particular.
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 4
Para definir concisamente qué es la dialéctica habrá de
considerársela despreocupándose definitivamente de la verdad objetiva (que es
asunto de la lógica), como el arte de tener razón, lo que ha de ser tanto más
fácil cuando efectivamente se lleve razón en el asunto del que se trata. La
dialéctica como tal debe enseñar únicamente cómo podemos defendernos contra
ataques de cualquier tipo, especialmente contra los desleales y, evidentemente,
cómo podemos atacar lo que el otro expone sin contradecirnos y, lo más
importante, sin que seamos refutados. Hay que distinguir claramente la búsqueda
de la verdad objetiva del arte de hacer que lo que se ha enunciado pase por
verdadero; aquélla es asunto de una [disciplina] bien distinta, es la obra de
la capacidad de juzgar, del discurrir, de la experiencia, y para ella no existe
artificio alguno; la segunda es el objeto de la dialéctica. Se la ha definido
como la lógica de la apariencia: falso; pues de ser así, se utilizaría para
defender sólo enunciados falsos; pero incluso cuando alguien tiene la razón de
su parte necesita la dialéctica para defenderla; además deben conocerse los
golpes desleales para poder encajarlos y, a veces, cuando sea necesario,
utilizarlos también para agredir al oponente con las mismas armas. Por eso, en
la dialéctica hay que dejar a un lado la verdad objetiva, o considerarla como
algo accidental; y, simplemente, no ocuparse más que de cómo defender las
afirmaciones propias y cómo invalidar las del otro. En lo que a estas reglas se
refiere, es permisible no tener en cuenta la verdad objetiva porque en la
mayoría de los casos se desconoce su paradero. Con frecuencia, uno mismo no
sabe si tiene razón o no, a veces cree tenerla y se equivoca, otras lo creen
ambas partes, puesto que veritas est in puteo [La verdad está en lo profundo],
Demócrito. Cuando comienza la discusión, por regla general, cada una de las
partes está convencida de tener la razón de su lado; durante su transcurso
ambas llegarán a dudarlo; el final debe ser, evidentemente, cuando se estipule,
cuando se demuestre la verdad. En lo que a ésta respecta, ahí ya no se mezcla
la dialéctica, pues su función es idéntica a la del maestro de esgrima, que no
repara en quien tenga efectivamente la razón en la riña que condujo al duelo.
Atacar y parar es lo único que cuenta, como en la dialéctica, que es una esgrima
intelectual. Sólo así entendida puede establecerse como una disciplina con
entidad propia, ya que, si nuestro propósito fuese la búsqueda de la verdad,
tendríamos que remitirnos a la simple lógica; y, en cambio, si nuestro objeto
es mostrar la validez de proposiciones falsas, no tendremos más que pura y
simple sofistica. En ambas se daría por supuesto que ya sabríamos que fuera
objetivamente lo falso o lo verdadero, algo que raramente se sabe de antemano.
La verdadera definición de dialéctica es, por consiguiente, la que hemos
formulado: esgrima intelectual para tener razón en las discusiones. Si el
nombre de Erística le fuera bien, mucho más apropiado es el de Dialéctica
erística. Siendo de gran utilidad, en los últimos tiempos se la ha descuidado
injustamente.
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 8
Desde nuestro punto de vista, la tarea principal de la
dialéctica científica es la de formular y analizar las estratagemas desleales
utilizadas en la discusión, con el fin de que en los debates verdaderos se las
reconozca de inmediato y se las destruya. De ahí que, en su planteamiento, ésta
deba asumir que su propósito final va dirigido al hecho de tener razón, y no al
esclarecimiento de la verdad objetiva.
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 9
… en toda discusión o argumentación en general hay que estar
de acuerdo sobre algo desde lo cual, a modo de principio, podamos juzgar el
asunto en cuestión: Contra negantem principia non est disputandum [Con quien
niega los principios no puede discutirse).
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 9
En todos los ejemplos mostrados es verdadero lo que aduce el
adversario, pero no está realmente en contradicción con la tesis, la
contradicción es sólo aparente; así, quien es atacado deberá negar la
consecutividad de la conclusión del adversario, es decir, que de la verdad de
su tesis se desprenda la falsedad de la nuestra. Es, pues, refutación directa
de su refutación por negationem consecuentiae [negación de la consecutividad].
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 17
Estratagema 4
Cuando se quiere llegar a una conclusión, no hay que dejar
que ésta se prevea, sino procurar que el adversario admita las premisas una a
una y dispersas sin que se dé cuenta durante el transcurso del diálogo; de lo
contrario, lo impedirá con todos los medios a su alcance. O, cuando es dudoso
que el adversario vaya a aceptarlas, se formulan primeramente las premisas de
esas premisas; se hacen prosilogismos; entonces se deja que admita unas cuantas
premisas desordenadas de tales prosilogismos enmascarando así la jugada hasta
que haya admitido todo lo que queríamos. Luego se procede recapitulando el
asunto desde atrás. Esta regla la da Aristóteles, Tópicos VIII,1,
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 9
Se encubre una petitio principi [petición de principio]
postulando aquello que se debe demostrar, 1) usando otro nombre, por ejemplo,
en vez de "honor", "buen nombre", en vez de
"virginidad", "virtud" etc.; o también, utilizando
conceptos intercambiables: animales de sangre roja, en vez de animales
vertebrados…
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 18
Preguntar mucho de una vez y sobre muchas cosas para ocultar
lo que en realidad queremos que admita el adversario y, además, extraer
rápidamente de lo admitido la propia argumentación, pues quienes son lentos en
comprender no pueden seguirla con precisión y pasarán por alto los fallos o
lagunas en las deducciones de las pruebas.
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 19
Estratagema 8
Provocar la irritación del adversario y hacerle montar en
cólera, pues obcecado por ella, no estará en condiciones apropiadas de juzgar rectamente
ni de aprovechar las propias ventajas. Se le encoleriza tratándole injustamente
sin miramiento alguno, incomodándole y, en general, comportándose con
insolencia.
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 19
Un orador traiciona previamente su intención por medio del
nombre que da a las cosas. - Uno dice "la espiritualidad"; otro,
"los curas". Entre todas las estratagemas ésta es instintivamente la
que más se usa. Fervor religioso - fanatismo; desliz o galantería -
infidelidad; equívoco - indecencia; contratiempo - bancarrota; "por medio
de influencia y relaciones" - "mediante corrupción y nepotismo";
"sincero reconocimiento" - "buena retribución".
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 20
Estratagema 14
Una jugada descarada es la siguiente: cuando el adversario
ha respondido a varias preguntas sin favorecer la conclusión que teníamos pensada,
se enuncia y se exclama ésta triunfalmente como si ya estuviera demostrada, aun
sabiendo que no se sigue de las respuestas dadas por el adversario. si éste es
tímido o tonto, y nosotros poseemos el suficiente descaro y una buena voz,
puede salir bien la jugada. Esta estratagema pertenece a la falacia non causae
ut causae [engaño producido al tomar lo no fundamentado por el fundamento].
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 21
Estratagema 15
Si hemos expuesto una tesis paradójica, pero nos encontramos
en dificultades para demostrarla, presentamos al adversario otra tesis
correcta, aunque no del todo evidente, para que la acepte o la refute como si
de ello quisiéramos obtener la prueba; si sospechando alguna treta la rechaza,
entonces lo reducimos ad absurdum [al absurdo] y triunfamos; pero si la acepta,
habremos dicho entretanto algo razonable, y ya veremos cómo sigue adelante el
asunto. O utilizamos aquí la estrategia precedente y aseguramos que con eso ha
quedado demostrada nuestra paradoja. Para esto hace falta una insolencia
extrema que, si bien la proporciona la experiencia, también hay gente que la
pone en práctica instintivamente.
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 22
Estratagema 16
Argumenta ad hominem o ex concessis. Con respecto a una
afirmación del adversario, tenemos que buscar si de alguna manera no estará en
contradicción -en caso necesario, por lo menos en apariencia- con alguna otra
cosa que él haya dicho o admitido previamente, o con los principios de una
escuela o secta que él haya alabado o aprobado; también con hechos de quienes
pertenecen a tal secta, o con los de miembros falsos o supuestos, o con su
propia conducta. Si, por ejemplo, él defiende el suicidio, se le espeta: "
¿Por qué no te ahorcas tú?". O si afirma que la permanencia en Berlín no
le es grata, se le increpa inesperadamente: "¿Por qué no te marchas de
aquí en el primer correo?". De una forma u otra podrá encontrarse algún
tipo de incómodo.
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 22
Estratagema 18
Si notamos que el adversario comienza una argumentación con
la que va a derrotarnos, no tenemos que consentirle que siga adelante con ella;
hay que impedirle a toda costa que la concluya, interrumpiendo o desviando a
tiempo la trayectoria de la discusión al encaminarla hacia otras cuestiones.
Brevemente, le salimos al paso con una mutatio controversiae (cambio del tema
de la discusión.)
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 22
Estratagema 26
Un golpe brillante es lo que se conoce como retorsio
argumenti [dar la vuelta al argumento]: es decir, cuando el argumento que el
adversario quiere utilizar para su defensa puede ser utilizado mejor en su
contra. Por ejemplo, él dice: "No es más que un niño, déjalo en paz, no se
lo tengas en cuenta,”; retorsio: "Precisamente porque es un niño se le
debe tener en cuenta y corregirle, para que no se arraiguen sus malas
costumbres".
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 25
Estratagema 27
Si inesperadamente el adversario se muestra irritado ante un
argumento, debe utilizarse tal argumento con insistencia; no sólo porque sea el
más indicado para irritarle, sino porque es de suponer que se ha tocado la
parte más débil de su razonamiento y porque si se sigue por ahí, habrá de
obtenerse mucho más de lo que se muestra a simple vista.
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 27
Estratagema 28
Esta estratagema está especialmente indicada para cuando
discuten personas doctas ante un público que no lo es. si no se tiene ningún
argumentum ad rem y ni siquiera uno ad hominem, se intenta uno ad auditores [al
auditorio], esto es, se arguye una observación inválida, cuya invalidez sólo
reconoce el experto. si bien el adversario lo es, no así el auditorio: a sus
ojos, nuestro adversario pasará por ser el derrotado, y aún más rotundamente,
si la observación que se hizo pone en ridículo de algún modo su afirmación. La
gente está en seguida dispuesta a la risa; y se obtiene el apoyo de los que
ríen. Para mostrar la nulidad del comentario, el adversario tendría que debatir
largamente y remitirse a los principios de la ciencia o a otra cosa por el
estilo, con lo que no obtendría fácilmente atención.
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 26
También puede ser considerado un locus el argumento con el
que Sócrates en El banquete demuestra a Agatón, que había atribuido al amor
todas las cualidades excelentes, belleza, bondad, etc., lo opuesto: "lo
que se busca, no se posee; si el amor busca lo bel o y lo bueno, es que no los
posee".
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 57
Estratagema 29
Si se advierte que vamos a ser vencidos, hacemos una
diversión; es decir, comenzamos repentinamente a hablar de otra cosa totalmente
distinta como si tuviese que ver con el asunto en cuestión y constituyese un
nuevo argumento en contra del adversario. Esto ocurre con cierto disimulo si, a
pesar de toda la diversión está relacionada, aunque sólo sea de forma general,
con el thema quaestionis [el tema en cuestión]; o descaradamente, cuando sólo
se usa para huir del adversario y no tiene en absoluto nada que ver con el
tema.
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 27
… no existe opinión alguna, por absurda que sea, que los
hombres no acepten como propia, si llegada la hora de convencerles se arguye
que tal opinión es aceptada universalmente. El ejemplo obra tanto en su
pensamiento como en sus actos. Son como ovejas que siguen al carnero a donde
quiera que vaya: les es más fácil morir que pensar. Es curioso que la universalidad
de una opinión tenga en ellos tanto peso, puesto que pueden observar en sí
mismos con qué facilidad se aceptan opiniones sin juicio previo por la sola
fuerza del ejemplo. Pero no se dan cuenta, pues les falta cualquier tipo de
reflexión. sólo los elegidos pueden decir con Platón: [la multitud tiene
opiniones variadas; República IX, 576c] lo que quiere decir que el vulgus tiene
muchas patrañas en la cabeza y si uno quiere desentenderse de ellas tendría un
inmenso trabajo.
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 27
Estratagema 30
El argumentum ad verecundiam [argumento al respeto]. En vez
de razones se usan autoridades elegidas a la medida de los conocimientos del
adversario. Unusquisque rnavult credere quam judicare [cualquiera prefiere
creer a discurrir], dice Séneca [ De Vita beata 1, 4]; se tiene un juego fácil
si tenemos de nuestra parte una autoridad que el adversario respeta. Podrán
utilizarse muchas más autoridades cuanto más restringidos sean sus
conocimientos y capacidades. si éstas fueran de primer orden, entonces habría
muy pocas o ninguna. Como mucho, aceptará aquéllas a las que se atenga alguien
versado en una ciencia, arte u oficio de los que él apenas posea conocimiento
alguno, aunque con pesar. La gente común, en cambio, siente gran respeto por
los especialistas de cualquier clase. No saben que quien hace profesión de una
cosa ama más el beneficio que de ella obtiene que dicha profesión; además, el
que enseña una materia raramente la conoce en profundidad, pues, precisamente,
a aquél que la estudia profusamente le sobra poco tiempo para la enseñanza.
Para el vulgus [plebe] existen muchísimas autoridades que respeta; si no se
tiene alguna autoridad adecuada al caso, se sustituye por otra que lo sea sólo
aparentemente, y se la adapta a aquello que fue dicho en un sentido distinto o
bajo otra circunstancia. Las autoridades que el adversario no comprende en
absoluto son las que frecuentemente producen mayor efecto. Las personas no
cultivadas sienten un particular respeto por las florituras griegas y latinas.
En casos de apuro no sólo puede tergiversarse la autoridad, sino también
falsificarse o incluso esgrimir alguna de invención propia, pues la mayoría de
las veces el adversario no tiene el libro a mano o no sabe cómo consultarlo. El
más bonito ejemplo de esto lo proporciona el francés Curé, quien para no tener
que pavimentar el trozo de cal e frente a su casa, como era de obligación para
todos los demás ciudadanos, se amparó en una sentencia bíblica: paveant illi,
ego non pavebo [quieran los otros temblar, yo no tiemblo], [lo que fue
interpretado por los espectadores que entendían algo de latín como si paveant
viniese del francés paver = pavimentar. Esto convenció a los delegados de la
comunidad. También se utilizan los prejuicios comunes como autoridad, pues la
mayoría opina con Aristóteles: [decimos que es correcto lo que así le parece a
la mayoría; Ética a Nicómaco X, 2, 1172h 36]; efectivamente, no existe opinión
alguna, por absurda que sea, que los hombres no acepten como propia, si llegada
la hora de convencerles se arguye que tal opinión es aceptada universalmente.
El ejemplo obra tanto en su pensamiento como en sus actos. Son como ovejas que
siguen al carnero a donde quiera que vaya: les es más fácil morir que pensar.
Es curioso que la universalidad de una opinión tenga en ellos tanto peso,
puesto que pueden observar en sí mismos con qué facilidad se aceptan opiniones
sin juicio previo por la sola fuerza del ejemplo. Pero no se dan cuenta, pues
les falta cualquier tipo de reflexión. sólo los elegidos pueden decir con Platón:
[la multitud tiene opiniones variadas; República IX, 576c] lo que quiere decir
que el vulgus tiene muchas patrañas en la cabeza y si uno quiere desentenderse
de ellas tendría un inmenso trabajo. La universalidad de una opinión, hablando
seriamente, ni constituye una prueba, ni un motivo de la posibilidad de su
verdad.
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 29-30
Estratagema 31
Cuando no se tiene nada que oponer a las razones expuestas
por el adversario, uno se declara fina e irónicamente incompetente: "Lo
que usted dice supera mi pobre capacidad de comprensión; probablemente será muy
justo, más yo no acierto a comprenderlo, por lo tanto, renuncio a cualquier
juicio". Con esto se insinúa al auditorio, al que se ha tenido en cuenta
en todo momento, que lo que se ha dicho es absurdo. Así, muchos profesores de
la vieja escuela ecléctica declararon al aparecer la Crítica de la razón pura,
o mejor, cuando ésta empezó a suscitar interés, "nosotros no la
comprendemos"; con eso creyeron haber resuelto el asunto. Pero cuando
algunos adeptos de la nueva escuela les demostraron que realmente tuvieron
razón al afirmar que no la habían comprendido, se pusieron de muy mal humor.
Esta estratagema debe utilizarse únicamente allí en donde se está seguro de ser
más estimado por el auditorio que el adversario: por ejemplo, un profesor
contra un alumno. En realidad, pertenece a la estratagema precedente, ya que es
una manera especialmente maligna de hacer valer la propia autoridad en vez de
atenerse a razones. La jugada contraria es la siguiente: "Permítame...,
con su gran capacidad de penetración, debe ser para usted algo muy sencillo de
comprender, por lo que únicamente mi mala exposición tiene la culpa", y
así darle en las narices, que tenga que entenderla nolens volens [quiera o no
quiera], con lo que quedará claro que efectivamente no la había entendido. Así
se trocó el argumento: él quiso insinuar "absurdo", nosotros le
demostramos "incomprensión". Ambas cosas con la más exquisita
cortesía.
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 32
Estratagema 34
Si el adversario no da una respuesta precisa a una pregunta
o a un argumento, o no toma posición concreta alguna al respecto, sino que se
evade respondiendo con otra pregunta o con una respuesta esquiva o con algo que
carece de relación alguna con el asunto en discusión, pretendiendo desviar el
tema hacia otra parte, es signo evidente de que hemos tocado (a veces sin
saberlo) uno de sus puntos débiles; se trataría por su parte de un
enmudecimiento relativo. Urge, pues, mantenernos en el punto que hemos tocado
sin soltarlo y más aún cuando no veamos en qué consiste la flaqueza con la que
dimos.
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 33
… casi siempre tiene más peso una pizca de voluntad que un
quintal de juicio y de persuasión.
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 34
Estratagema 36
Desconcertar y aturdir al adversario con absurda y excesiva
locuacidad. Esto tiene que ver con que Frecuentemente cree los hombres, al
escuchar palabras huecas, que se trata de graves pensamientos. Si el adversario
es consciente de su propia debilidad y lo oculta, si está acostumbrado a
escuchar cusas que no entiende haciendo como si las hubiese entendido, entonces
puede impresionársele si con aire de seriedad y haciendo que parezcan verdades
profundas, se le espetan los mayores absurdos como si fueran la prueba palpable
de lo que se desea defender. Frente a ellos perderá el nido, la vista y el
pensamiento.
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 35
Estratagema 37
(Que debería ser una de las primeras) Cuando el adversario,
llevando de hecho razón, ha tenido la mala suerte de elegir para su defensa una
prueba inadecuada que podemos invalidar fácilmente, damos con eso todo el
asunto refutado. En el fondo, lo que hacemos es sustituir un argumentum ad
hominen por uno ad rem. En caso de que el o los presentes no aporten una prueba
mejor, habremos vencido.
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 37
Estratagema final
Cuando se advierte que el adversario es superior y se tienen
las de perder, se procede ofensiva, grosera y ultrajantemente; es decir, se
pasa del objeto de la discusión (puesto que ahí se ha perdido la partida) a la
persona del adversario, a la que se ataca de cualquier manera. Puede
denominarse a este procedimiento argumentum ad personam, distinguiéndolo así del
argumentum ad hominem, que consiste en alejarse del objeto de la discusión
atacando alguna cosa secundaria que ha dicho o admitido el adversario. Ad
personam, en cambio, se procede abandonando por completo el objeto en discusión
y atacando a la persona del adversario; así, uno se torna insolente y burlón,
ofensivo y grosero. Se trata de pasar de la apelación de la fuerza del espíritu
a la tuerza del cuerpo, o a la bestialidad. Esta regla es muy popular; como
todo el mundo está capacitado para ponerla en práctica, se utiliza muy a
menudo.
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 38
… nada importa más a los hombres que la satisfacción de su
vanidad, siendo la herida más dolorosa aquél a que la afecta.
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 39
La única contrarregla segura es, por tanto, aquélla que ya
Aristóteles indica en el último capítulo de los Tópicos l. VIII. (164h-8,16)]:
no discutir con el primero que salga al paso, sino sólo con aquéllos a quienes
conocemos y de los cuales sabemos que poseen la inteligencia suficiente corvo
para no comportarse absurdamente, y que se avergonzarían si así lo hiciesen;
que discuten con razones y no con demostraciones de fuerza, y que atienden a
razones y son consecuentes con el as; y en definitiva, con quienes sean capaces
de valorar la verdad, de escuchar con agrado los buenos argumentos incluso de
labios del adversario y que posean la suficiente ecuanimidad como para admitir
que no tienen razón cuando la otra parte la tiene. De esto se deduce que de
entre cien apenas si hay uno con el que merezca la pena discutir. A los demás
se les deja que digan lo que quieran, pues desipere est juris gentium [todo el
mundo tiene derecho a desbarrar], piénsese, además, en lo que dice Voltaire: La
paix vaut encore mieux que la vérité [se valora más la paz que la verdad]; y un
dicho árabe: "Los frutos de la paz penden del árbol del silencio". A
menudo la discusión -ya que se trata de una "colisión de cabezas"- es
de mucha utilidad para ambas partes, pues sirve para la rectificación de las
propias ideas y, además, para proporcionar nuevos puntos de vista, si bien,
ambos contrincantes deben estar igualados en cuanto a cultura e inteligencia.
si a uno de ellos le falta la primera, no entenderá todo, no estará au niveau
[a la misma altura). Si le falta la segunda, el rencor que sentirá por el o le
instigará a actuar deslealmente, con astucia o grosería. Entre la discusión en
colloquio privato sive familiari [coloquio privado o familiar] y la disputatio
solemnis publica, pro gradu, etc. [discusión solemne y pública, de categoría]
no hay una diferencia esencial. sólo que en esta última se requiere que el
respondens siempre deba obtener la razón contra el opponens y, por eso, que, en
caso necesario, el praeses le socorra; -y también que en esta última se
argumenta más formalmente, se complace en vestir sus argumentos con rigurosidad
silogística.
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 39
II
Es una lástima que "dialéctica" y
"lógica" hayan sido utilizadas desde la antigüedad como sinónimos, y
que por eso no me sea posible distinguir libremente su significado como yo
hubiese querido y definir "lógica" (de logixestai, reflexionar,
calcular, de lógos, palabra y razón, que son inseparables) como "la
ciencia de las leyes del pensamiento, es decir, del modo de proceder de la
razón" y " dialéctica" (de dialegestai, conversar; mas toda
conversación transmite o hechos u opiniones, es decir, es, o histórica, o
deliberativa) como "el arte de disputar" (entendiendo esta palabra en
sentido moderno). Evidentemente, la lógica tiene un objeto que es a priori, es
decir, no determinado por la experiencia, esto es: las leyes del pensamiento,
el proceder que sigue la razón (el lógos) dejada a su arbitrio sin cosa alguna
que la turbe, en el pensar autárquico de un ser racional, al cual conduce sin
error alguno. La dialéctica, en cambio, tendría que ver con la comunicación de
dos seres racionales que piensan consecuentemente, lo que da ocasión a que en
cuanto éstos no coincidan como si de dos relojes sincronizados se tratara,
surja tina discusión, es decir, una contienda intelectual. En tanto que razón
pura, los dos individuos deberían concordar. Sus divergencias surgen de las
diferencias que constituyen a toda individualidad; son, pues, un elemento
empírico. La lógica, ciencia del pensamiento, esto es, la ciencia del proceder
de la razón pura, sería así determinable únicamente a priori; la dialéctica, en
buena medida, sólo a posteriori; es decir, del conocimiento que se adquiere
empíricamente con ocasión de las afecciones del pensamiento puro cuando dos
seres racionales piensan a la vez, como resultado tanto de la diversidad de sus
respectivas individualidades como del conocimiento de los medios que ambos
utilizaron con objeto de hacer que el pensamiento propio de uno prevaleciese
como puro y objetivo sobre el del otro. Pertenece a la naturaleza humana que al
pensar en común, dialegestai, es decir, al comunicar opiniones (exceptuando los
discursos de tipo histórico), cuando A advierte que sobre un mismo asunto los
pensamientos de B divergen de los suyos, en vez de revisar en primer lugar los
propios para ver si en ellos se observa algún fallo, presuponga que esto está en
el pensamiento del otro; es decir, el ser humano es prepotente por naturaleza;
lo que se sigue de tal propiedad enseña la disciplina que yo quisiera denominar
como dialéctica, pero que, sin embargo, denominaré dialéctica erística para
evitar equívocos. La dialéctica sería el saber que se ocupa de la técnica de la
prepotencia natural y la obstinación innata de los seres humanos.
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 41
Así, pues, la segunda regla es que no se debe discutir con
personas de inteligencia limitada.
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 44
Se dice fácilmente que en la discusión no existe otro fin
más que el de sacar a relucir la verdad; el hecho es que no se sabe dónde
reside, ya que tanto quiere desviársela mediante los argumentos del adversario
como mediante los propios. Por lo demás, re intellecta, in verbis simus faciles
["cuando se ha comprendido una cosa, es fácil ponerle palabras"].
Como, en general, es frecuente utilizar el nombre de dialéctica como
equivalente al de lógica, deseamos denominar a nuestra disciplina dialéctica
erística.
Arthur Schopenhauer
Dialéctica erística o el arte de tener razón, página 55
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