Pero ¿por qué una visión utópica y de estilo egipcio para París? ¿Por qué pirámides y paisajes seudoegipcios? ¿De dónde procedían aquellas ideas tan extrañas y quién las promocionaba?
Semejantes obsesiones por el simbolismo, la arquitectura y, sobre todo, la geometría sugiere, una vez más, la influencia de la francmasonería, a pesar de que la opinión de los expertos está dividida al respec­to. Muchos historiadores sostienen que no cabe duda de que la franc­masonería desempeñó un papel importantísimo en la Revolución fran­cesa, mientras que, por otra parte, muchos otros sostienen que no tuvo nada o casi nada que ver…
La verdad es que ningún historiador, por meticulosa que sea su inves­tigación, puede saber realmente qué fuerzas, ya sea visibles u ocultas, impulsaron al pueblo francés a estallar en una revolución total contra la monarquía y la Iglesia en 1789. Por definición, resulta imposible medir tales fuerzas, que en ocasiones pueden no ser visibles ni estar docu­mentadas en absoluto. Lo mismo ocurre al intentar catalogar las fuer­zas que impulsaron las Cruzadas, en la Edad Media, o el Holocausto, en la Alemania nazi, o incluso las fuerzas que lanzaron a Estados Uni­dos en su guerra contra el terrorismo, a comienzos del siglo XXI. No hay una sola fuerza, oculta o no, que se pueda considerar única responsable de ninguno de estos acontecimientos, sino que, más bien, en todos los casos ha entrado en juego una combinación de fuerzas.

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 26-27

… esperamos que haya quedado bien claro que, por motivos que todavía no son demasiado evidentes, las ceremonias, las fiestas y los monumentos municipales relacionados con dos revoluciones «hermanas», como la estadounidense y la francesa, muestran ideas y símbolos masónicos y, lo que tal vez resulte más curioso, están muy cargados de connotaciones y símbolos egipcios.

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 41



LOS «PERFECTOS» y LOS «CREYENTES»

Los misioneros cátaros eran todos «perfectos» (el nivel máximo de ini­ciación del catarismo) y tenían por costumbre, al igual que muchos mor­mones o testigos de Jehová modernos, viajar y evangelizar por parejas. Los «perfectos» llevaban túnicas negras, como los monjes católicos, pero, salvo por su aspecto externo, en realidad no había ninguna similitud entre ellos. Los «perfectos» se distinguían por llevar una vida ejemplar de cas­tidad, humildad, extrema pobreza y sencillez, mientras que la Iglesia católica de los siglos XI y XII se había vuelto decadente y tenía mala fama, además de ser ampliamente despreciada por el desenfrenado libertinaje sexual de tantos ministros suyos, su inmensa riqueza, su corrupción, su glotonería y su ostentación innecesaria. En su doble condición de señores feudales, la mayoría de los obispos católicos llevaban una vida de lujuria disoluta y escandalosa.
En la búsqueda de su noble objetivo, los «perfectos» renunciaban a todos los bienes materiales y personales, salvo la ropa que llevaban puesta, y estaban dispuestos a aceptar muchas austeridades más que se les exigían. No obstante, no faltaban candidatos al grado de «perfecto» de los cátaros, que, en realidad, era muy difícil de alcanzar. Los que aspiraban a ser «perfectos» pasaban por un período de entrenamiento y de exposición directa a todos los rigores de la vida que tendrían que llevar después de su iniciación. Aunque muchas veces eran llamados «sacerdotes», en realidad los «perfectos» estaban mucho más cerca, por su austeridad, su comportamiento personal y su función dentro de la fe, de los «maestros ascetas orientales, los bonzos y los faquires de China o de India, los adeptos a los misterios órficos o los maestros del gnosti­cismo» (estos últimos eran una forma primitiva de cristianismo que se practicaba sobre todo en Egipto). Parece que los informes de la épo­ca describían a los «perfectos» en estado de trance o de meditación y un testigo presencial habla de la «visión extraordinaria» de un «perfec­to» cátaro sentado en una silla «inmóvil como el tronco de un árbol, insensible a lo que lo rodeaba». Sin embargo, las autoridades cátaras sabían muy bien que una vida de meditación, absoluta castidad, austeridad y retiro del mundo material no estaba al alcance del mortal medio. Además, su sociedad no estaba formada -de hecho, habría sido imposible- exclusivamente por «perfectos» y candidatos a serlo, cuyo celibato les habría privado de sucesores. Había que recurrir a un grupo mucho más amplio, constituido por un segundo grado o rango mucho más numeroso que los «perfectos»: los llamados «creyentes» (credentes). Estos «creyentes», de los que había decenas de miles, constituían la inmensa mayoría de la población cátara y en gran medida aportaban la energía social y económica, además del músculo militar, que convirtió esta religión en una amenaza tan grande para la Iglesia de Roma.
Los «creyentes» creían lo siguiente: en los principios fundamentales de la fe dualista con respecto a la existencia de los dos dioses, la natu­raleza malvada de la materia y el aprisionamiento del alma en la carne. Hasta podían aspirar a convertirse en «perfectos», aunque en la prácti­ca la mayoría de los «creyentes» no aceptaba nunca el desafío. Por el contrario, en todos los lugares en los que estaba establecido el catarismo, los «creyentes» llevaban una vida corriente, sin hacer demasiados sacrificios. Se casaban, producían hijos, tenían propiedades, comían bien y en general disfrutaban de los placeres del mundo. Sin embargo, la mayoría de los «creyentes», tanto los nobles como los campesinos, solía pos­tergar hasta su lecho de muerte el momento de llamar a un «perfecto» para que les administrara el bautismo dualista o consolamentum, un acto de una importancia trascendental, que llenaba de Espíritu Santo a quien lo recibía y, para algunos, podía abrir la puerta al reino de los cielos. Aunque aparentemente no era más que un breve ritual, acompaña­do de unas plegarias y una imposición de manos al moribundo, el con­solamentum se consideraba tan poderoso que bastaba, por sí mismo (incluso sin pasar años de austeridad itinerante), para elevar al «cre­yente» moribundo al rango de «perfecto» y, a partir de aquel momen­to, sólo podía consumir pan y agua y debía evitar cualquier otra conta­minación del mundo malvado de la materia. La esperanza para aque­llos que eran consolados de tal manera y que se encontraban en un estado de pureza ritual no habría sido que la muerte los liberase enton­ces por fin de su ciclo de renacimiento en forma humana, sino que, como mínimo, los hiciera «progresar en la cadena del ser hacia él».

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 46-47


… el objetivo fundamental de Talismán consiste en centrarse en la supervivencia a largo plazo de una religión secreta.

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 51

En Alejandría, uno de los primeros centros de los gnósticos, estos vivían en estrecho contacto con los últimos vestigios de la religión del antiguo Egipto y también coexistían con el judaísmo y con el cristianismo primitivo; honraban a Cristo y, exactamente lo mismo que los cátaros mucho después, no creían que se hubiera encarnado, sino que eran partidarios de la teoría de la aparición o del «fantasma». Los testimonios procedentes de Alejandría sugieren que las comunidades gnósticas que hubo allí durante los tres primeros siglos después de Cristo también honraban a Osiris, el antiguo dios egipcio del renacimiento, «que se alza ante la oscuridad como guardián de la luz». Este no era un culto compartido con ninguno de los demás grupos dualistas poscristianos. Por otra parte, también al igual que los cátaros, los gnósticos consideraban a Jehová, el Dios del Antiguo Testamento de los judíos y los cristianos, una fuerza oscura y, de hecho, uno de los «señores mundanos de la oscuridad»; era para ellos el «demiurgo» malvado (una palabra griega, algo despectiva, que literalmente significa «creador»). En otras palabras, era una divinidad inferior, de clase baja, que había creado la tierra como su feudo personal, había colocado sobre ella a la raza humana para adorarlo y había engañado a las pobres criaturas haciéndoles creer que él era el único Dios que existía. Por consiguiente, su única finalidad era mantener a los seres humanos encadenados en la ignorancia espiritual y la oscuridad por toda la eternidad y enredarlos en actos malos que los hicieran suyos para siempre. Por tal motivo, la versión que aparece en los textos de Nag Hammadi sobre la «tentación» de Adán y Eva en el Jardín del Edén no representa a la serpiente como la villana de la obra, como hace el Libro del Génesis del Antiguo Testamento, sino como el héroe y el auténtico benefactor de la humanidad:

- ¿Qué te ha dicho Dios? -preguntó la serpiente a Eva-. ¿Fue «No comas del árbol de la sabiduría [gnosis]»?
Ella respondió:
-Dijo: «No sólo no comas de él, sino que ni siquiera lo toques, si no quie­ res morir».
La serpiente la tranquilizó, diciéndole:
-No temas. Con la muerte no moriréis, porque él os lo dijo por celos. En realidad, se os abrirán los ojos y seréis como dioses y distinguiréis el bien del ma1.

Después de que Adán y Eva comieran del árbol de la sabiduría, enseñan los gnósticos que experimentaron una iluminación, despertaron a su propia naturaleza luminosa y pudieron distinguir el bien del mal, como la serpiente les había prometido. Al ver su transformación intelectual y espiritual, el demiurgo se puso celoso y provocó a sus compañeros demoníacos:

¡Mirad a Adán! Se ha convertido en uno de nosotros, de modo que cono­ ce la diferencia entre la luz y la oscuridad. Ahora tal vez venga al árbol de la vida y coma de él para volverse inmortal. Expulsémoslo del Paraíso y que vuelva a descender a la tierra de la que ha salido, para que en adelante no pueda reconocer nada mejor. De modo que expulsaron a Adán del Paraíso, junto con su mujer.

Lo que destaca en esta historia del Génesis gnóstico es la forma en que Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso para que volvieran a descender a la tierra, donde a partir de entonces van a vivir sin conocer su verdadero potencial. El concepto subyacente del descenso de un paraíso espiritual a un mundo material y camal es sumamente similar a la noción cátara de los ángeles que caen del cielo a la tierra para habitar en cuerpos humanos. En los dos casos, el alma se encuentra en el mismo aprieto: está atrapada en la materia, olvida su verdadera naturaleza, hace caso omiso de su potencial divino, es engañada por las artimañas de un Dios malvado y se mueve dentro de un armazón (el cuerpo) que está sujeto a todos los caprichos de aquel monstruo sobrenatural.

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 64-65-66


Curiosamente, el gnosticismo y, posteriormente, la religión de los cátaros, comparten una característica notable con el cristianismo establecido: que todas son fes «salvacionistas», es decir, que todas proporcionan un sistema y prometen que, si se sigue, «salvará» las almas de sus partidarios. Sin embargo, si nos fijamos mejor, veremos que los cátaros y los gnósticos están juntos a un lado de una línea, mientras que los guardianes del cristianismo establecido están del otro. Esto se debe a que la doctrina del catolicismo y la de la Iglesia ortodoxa oriental se podrían sintetizar como «la salvación sólo a través de la fe», que lo único que requiere es una fe ciega. Por el contrario, lo que ofrecían todos los herejes era la salvación a través del conocimiento -el conocimiento revelado, el conocimiento inspirado, el conocimiento salvador-, experimentado directamente por el iniciado. Puede que fuera una falsa ilusión o puede que no, pero a causa de este conocimiento personal de lo que les esperaba después de la muerte (y nada más) los herejes gnósticos y los cátaros soportaron las llamas con una certeza tan tranquila.

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 68


Tim Freke y Peter Gandy señalan que a Platón también le gustaba citar una frase común de las religiones mistéricas paganas de su época: Soma Serna, es decir, «el cuerpo es una tumba»:

Los iniciados gnósticos también comprendían que los que se identificaban con el yo físico encamado estaban muertos espiritualmente y tenían que rena­cer a la vida eterna [ ...]

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 80


Los sabeanos veneraban al dios de la luna, Sin, y se sabe que les interesaban mucho las estrellas y la astrología. Selim Hassan, un egiptólogo que trabajó en las pirámides de Gizeh, en Egipto, en la década de 1930, ha propuesto una teoría interesante sobre el origen de su nombre. Según Hassan, el nombre de «sabeanos», que en árabe es «saba'ia», podría venir de la antigua palabra egipcia saba'a, que significa «estrella». Aparentemente, los sabeanos de Harran habían realizado peregrinaciones anuales a las pirámides de Gizeh desde tiempo inmemorial hasta, por lo menos, el siglo XI d. de C. Se sabe que en las pirámides llevaban a cabo observaciones astronómicas y rituales que tal vez fueran restos de la vieja religión astral del antiguo Egipto. Hassan creía que para los sabeanos las pirámides de Gizeh eran monumentos dedicados a las estrellas, lo cual probablemente los inspiró para adoptar el nombre de saba'ia, es decir, «estrelleros».
Sin embargo, existe otra explicación posible. Cuando la secta hermética y la gnóstica eran perseguidas en Egipto por la Iglesia católica, es posible que algunos de sus iniciados huyeran a Harran, llevando con­ sigo copias de los escritos herméticos y los gnósticos. Harran, con su culto de adoración a la luna, habría sido el lugar evidente para los herméticos y los gnósticos que buscaban refugio y protección de las persecuciones romanas y cristianas. En todo caso, sea cual fuere el verdadero origen de los sabeanos, parece evidente que su magia astral y talismánica se transmitió a los estudiosos árabes en España y en Occitania y que buena parte de ella sobrevivió en libros como el Picatrix. No entra dentro del ámbito de la presente investigación revisar todo el conteni­do del Picatrix, pero baste decir que sirvió como una especie de manual práctico para la magia talismánica o, para ser más específicos, que proporcionó una explicación progresiva sobre la manera de hacer talismanes, introduciendo en ellos el poder del mundo espiritual y astral.

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 101-102


Echemos un vistazo a los pasajes pertinentes de prosa vertiginosa del Asclepio, en los que Hermes Trismegisto se lamenta y profetiza a su discípulo favorito, Asclepio, la inminente e inevitable destrucción de Egipto y su religión antigua y más reverenciada:

¿No sabes, Asclepio, que Egipto es una imagen del cielo o, para ser más precisos, que todo lo que se gobierna y se mueve en el cielo ha bajado a Egipto y ha sido transferido allí? A decir verdad, nuestra tierra es el templo del mundo entero. Sin embargo, puesto que corresponde al sabio conocer todas las cosas por anticipado, no debes ignorar lo siguiente: habrá un tiempo en el que parecerá que los egipcios han respetado la divinidad con la mente fiel y meticulosa veneración... para nada. Todo su culto sagrado se defraudará y perecerá sin ningún resultado, porque la divinidad regresará de la tierra al cielo y Egipto será abandonado. La tierra que fue la sede de la veneración quedará viuda de sus poderes y despojada de su presencia. Cuando los extranjeros ocu­ pen la tierra y el territorio, no sólo se descuidará la veneración, sino que, peor aún, se impondrá una prohibición (con un castigo establecido por ley, así se dirá) contra la veneración, la fidelidad y el culto divino. Entonces toda esta tierra santísima, sede de santuarios y de templos, se llenará de tumbas y cadáveres.
¡Oh, Egipto, Egipto, de tus logros venerados sólo se conservarán historias que tus hijos hallarán increíbles! Sólo las palabras labradas en piedra sobrevivirán para contar tus obras fieles y los escitas o los indios u otros vecinos bárbaros como ellos morarán en Egipto, porque la divinidad regresa al cielo y toda la gente morirá, abandonada, porque Egipto quedará viudo y abandona­ do por dioses y humanos. Yo te invoco, oh, río santísimo, y te anuncio tu futuro: un torrente de sangre te llenará de orilla a orilla y tú te desbordarás; la sangre no sólo contaminará tus aguas divinas, sino que también las hará salir por todas partes y la cifra de sepultados será muy superior a la de los vivos. Quien
sobreviva sólo será reconocido como egipcio por su lengua, porque por sus actos parecerá extranjero.
¿Por qué lloras, Asclepio? Caerán sobre Egipto hechos mucho más per­ versos que estos y el país se sumirá en males mucho peores. Una tierra que en otro tiempo fue sagrada, amantísima de la divinidad, y que fue, por tal reverencia, la única tierra del planeta en la que se establecieron los dioses, la que enseñó santidad y fidelidad, será un ejemplo de total descreimiento. Hastiada, entonces la gente no encontrará en el mundo nada que la maraville, ni nada
que adorar. Todo esto (algo bueno que nada ha superado, supera ni superará)
peligrará. A la gente le resultará opresivo y lo despreciará. No apreciarán todo este mundo, una obra divina sin parangón, una construcción gloriosa, un regalo formado por imágenes de múltiple variedad, un mecanismo de la voluntad divina que apoya su obra desinteresadamente, una unidad de todo lo que pue­ den honrar, ensalzar y finalmente amar aquellos que lo contemplan, una forma múltiple tomada como una sola cosa. Preferirán la sombra a la luz y la muerte les resultará más apropiada que la vida. Nadie alzará la mirada al cielo. Se tildará de demente al religioso y de sabio al ateo; considerarán valiente al loco y honesto al sinvergüenza. El alma y las enseñanzas sobre ella (que comenzó siendo inmortal o al menos esperaba conseguir la inmortalidad) que os he revelado no sólo se tendrán por ridículas, sino hasta por ilusorias. Sin embargo, créeme, quienquiera que se dedique a reverenciar la mente se enfrentará a la pena capital. Se establecerán nuevas leyes, una nueva justicia. Nada que sea sagrado, ni religioso ni digno del cielo o de criaturas celestiales se escuchará ni se creerá con la mente. ¡Qué triste será cuando los dioses se alejen de la humanidad! Sólo los ángeles siniestros seguirán mezclándose con los seres humanos, apoderándose de los desdichados y conduciéndolos a los delitos más
atroces: la guerra, el pillaje, las artimañas y todo lo que va en contra del alma
(…)
Cuando ocurra todo esto, Asclepio, el señor y padre, el dios del poder fundamental y gobernador del máximo bien, considerará esta conducta [...] y en un acto voluntario (que es la benevolencia divina) se opondrá a los vicios y la perversión que hay en todas partes, corregirá los errores y arrasará con la maldad[...] y a continuación devolverá al mundo su belleza de antaño, para que vuelva a ser adorable y admirable y para que, con  constantes bendiciones y proclamaciones de alabanza, los hombres de entonces honren al dios que crea y que restaura una obra tan magnífica. Y tal será la génesis del mundo: una reforma de todo lo bueno y una restitución santísima y reverentísima de la propia naturaleza (...)
(…)
Los dioses que dominaron la tierra serán restaurados algún día y serán colocados en una ciudad en los confines de Egipto, una ciudad que se fundará hacia el sol poniente y adonde se apresurará a acudir, por tierra y por mar, toda la raza humana mortal...

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 104-106


Aparentemente, la cuarta parte del Picatrix entra en detalles sobre este tema. Allí se presenta a Hermes Trismegisto como el fundador de una ciudad solar mágica que, según nos cuentan, fue diseñada en base a ideas astrológicas y contenía estatuas talismánicas fantásticas y demás mara­ villas similares. El conocimiento secreto de esta ciudad mágica de Hermes, sostiene el autor anónimo del Picatrix, fue transmitido a lo largo de los siglos por los magos caldeos, que eran expertos en la ciencia de la magia talismánica:

Existen entre los caldeos maestros muy perfectos en este arte; ellos afirman que Hermes fue el primero que construyó imágenes con las cuales sabía regular el Nilo en función de los movimientos de la luna. Aquel hombre erigió también un templo al Sol y sabía esconderse de todos, de modo que nadie pudiera verlo, aunque estuviera en su interior. También fue él el que construyó al este de Egipto una ciudad de veinte kilómetros de largo, dentro de la cual edificó un castillo que tenía cuatro puertas en cada una de sus cuatro partes. En la puerta oriental colocó la forma de un águila [¿Horus?]; en la occidental, la forma de un buey [¿Apis?]; en la meridional, la forma de un león [¿la Esfinge?] y en la septentrional levantó la forma de un perro [¿Anubis?]. En aquellas imágenes introdujo espíritus que hablaban con voces y nadie podía atravesar las puertas de la ciudad sin permiso. Plantó allí árboles, en medio de los cuales había un gran árbol que daba los frutos de toda la generación [¿la inmortalidad?]. En lo alto del castillo, hizo levantar una torre de catorce metros de altura, sobre la cual ordenó colocar un faro, cuyos colores cambiaban todos los días, hasta que, al séptimo día, recuperaba el color inicial y la ciudad se iluminaba con aquellos colores. Cerca de la ciudad abundaban las aguas en las que vivían peces de muchas clases. En tomo al perímetro de la ciudad, situó imágenes grabadas y las dispuso de tal manera que, por su virtud, los habitantes se volvían virtuosos y se abstenían de toda maldad y perjuicio. Aquella ciudad se llamaba Adocentyn...

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 108-109


En la década de 1960, la Dama del Imperio Británico Frances Yates (cuyas obras citamos con frecuencia en Talismán) provocó, prácticamente ella sola, una renovación del interés académico por la hermética. Al «convertir a Hermes en una figura fundamental en los preliminares de la revolución científica» y un catalizador esencial del Renacimiento, ha logrado que los escritos herméticos vuelvan a ser «de lectura obligatoria para muchos
estudiantes de los orígenes del pensamiento y las letras modemas».

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 112


El objetivo fundamental de Talismán es seguir el rastro de lo que sospechamos que puede ser una conspiración, o algo semejante, basada en las ideas herméticas y gnósticas y formulada originalmente hace unos dos mil años. Contradiciendo por completo el consenso académico, nosotros proponemos que los textos herméticos guardan una relación estrecha con la religión del antiguo Egipto, que es mucho más antigua. Es posible que hayan sido diseñados deliberadamente para preservar su esencia, al tiempo que prescindían de su sustancia. Haciendo una metáfora con las enseñanzas gnósticas y herméticas sobre la reencarnación, es posible que la intención fuera transferir el «alma» del sistema egipcio, en el momento en que moría bajo el imperio romano, a un «cuerpo» total­ mente nuevo y diferente, más adaptado a la época.

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 113-114


LA CRIATURA DIVIDIDA

Los estudiosos no cuestionan la existencia de un fuerte vínculo genético entre las creencias gnósticas y las herméticas, sino que lo aceptaban del todo. Sin embargo, como ya hemos visto, rechazan por completo la noción de un vínculo igualmente estrecho entre la religión hermética y la del antiguo Egipto. Esto nos hace reflexionar, por consiguiente, en que los tres sistemas parecen estar totalmente de acuerdo en su análisis del dilema fundamental del ser humano como una criatura ambigua o «dual», compuesta tanto de materia como de espíritu.
La doctrina de los gnósticos y los cátaros sobre este tema se ha investigado exhaustivamente en el capítulo 2. El lector recordará la imagen vívida que pintaban sus enseñanzas y sus mitos de las almas de los ángeles caídos atrapadas en el mundo material «ajeno», dentro de los groseros cuerpos físicos de hombres y mujeres. La imagen que surge de la condición humana es, sin duda, la de una criatura hecha de barro y corrupción que, paradójicamente, está iluminada por una chispa divina e inmortal, una criatura en gran parte de la tierra, pero que también contiene un fragmento del cielo.
Este estado permanente de dualidad, ¿podría ser lo que insinuaban los autores del Libro de los Muertos del antiguo Egipto con una fórmula enigmática que aparece en el capítulo 156 y que reza: «Uno de sus brazos apunta hacia el cielo y el otro, hacia la tierra» No cabe duda de que es lo que pensaban los sabios herméticos en el Pimander cuando escribieron lo siguiente:

A diferencia de todas las demás criaturas vivas que hay sobre la tierra, el hombre tiene dos aspectos. Es mortal por su cuerpo y es inmortal porque tiene sustancia eterna. [...] Se eleva por encima de la estructura de los cielos [...] y sin embargo lo dominan el deseo camal y el olvido.

En el texto hermético que lleva su nombre, el discípulo Asclepio pregunta a Hermes lo evidente con respecto a esta disposición:

Pero ¿qué necesidad había, Trismegisto, de poner al hombre en el mundo material? ¿Por qué no podíamos haber vivido en la región en la que está Dios y haber disfrutado allí de la felicidad perfecta?

En su respuesta, Hermes explica que Dios creó primero al hombre como un «ser eterno e incorpóreo», haciendo referencia al hombre espiritual, el alma inmortal, la «chispa divina». A continuación, sin embargo:

[...] al darse cuenta de que el hombre que había creado no podría ocuparse de las cosas terrenales a menos que le pusiera una envoltura material, Dios le proporcionó el refugio de un cuerpo para que viviera en él y ordenó que todos los hombres estuvieran hechos de la misma forma.

Si bien reconocemos que el texto hermético en este punto se aparta mucho del texto gnóstico/cátaro (en el cual el alma del hombre es creada por el Dios del bien y su cuerpo, por el Dios del mal), el panorama general de unas almas incorpóreas inmersas en la materia sigue siendo casi idéntica en las dos religiones, a pesar de lo cual hemos de reconocer una diferencia profunda con respecto a su actitud frente a la materia, porque, mientras que los gnósticos y los cátaros deducían de sus creencias que había que despreciar la materia, los herméticos llegaban a una conclusión mucho más positiva sobre la creación y sobre el lugar del hombre en el orden del universo:

Por consiguiente, él [Dios] formó al hombre de la sustancia de la mente y la sustancia del cuerpo (de lo que es eterno y lo que es mortal), armonizando y mezclando partes de las dos sustancias en la medida adecuada, a fin de que la criatura así formada pudiera satisfacer las demandas de las dos fuentes de su ser, es decir, venerar y adorar las cosas celestiales y, al mismo tiempo, ocuparse de las terrenales y administrarlas.

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 118-119


En el caso de la religión gnóstica, (…) dijimos que no se podía alcanzar el regreso al reino celestial sólo con la fe ciega, sino que había que esforzarse por conseguirlo mediante la gnosis: «el conocimiento revelado de la realidad de las cosas». En el caso de la religión hermética, vemos el mismo énfasis en el conocimiento, combinado ahora también con el «don de la razón».

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 120


En el centro de toda esta imaginería, ya sea del antiguo Egipto, gnóstica o hermética, está la idea de una ruptura radical entre materia y espíritu, cielo y tierra… Las tres religiones enseñaban la necesidad de algún tipo de conocimiento especial, la gnosis, corno una forma de escapar para las almas atrapadas «abajo». En el caso de los cátaros, el conocimiento salvador se adquiría mediante el ascetismo, el estudio y el ritual de iniciación conocido corno consolamentum. En el caso de los herméticos y los antiguos egipcios había un curioso interés por las ciudades, que tenían que ser, en la medida de lo posible, «a imagen y semejanza del cielo». Al reproducir o «copiar» sobre la tierra la perfección celestial, la implicación evidente de los textos herméticos es que esas ciudades depararían a sus habitantes beneficios incalculables, que los obligarían a «ser virtuosos» y los mantendrían «sanos y sabios».

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 122-123


En 1623, durante el reinado de Luis XIII y once años antes de que Tommaso Campanella llegara a la corte francesa, una organización subversiva dio a conocer su presencia en París. A hurtadillas, por la noche, se colgaron unos carteles llamativos en las paredes de los edificios públicos y en todas las calles principales de la ciudad, con el siguiente anuncio:

Nosotros, los representantes del principal Colegio de los Hermanos de la Rosacruz, estamos haciendo una estancia visible e invisible en esta ciudad mediante la Gracia del Altísimo, hacia el cual se vuelven los corazones de los Justos. Mostramos y enseñamos sin libros ni marcas a hablar todas las lenguas de los países en los que queremos estar y a sacar a los hombres del error y lla muerte.

Otro cartel contenía una variante del mensaje con matices religiosos más específicos:

Nosotros, los representantes del Colegio de la Rosacruz, anunciamos a todos los que quieran entrar en nuestra Sociedad y Congregación que les enseñaremos el conocimiento más perfecto del Altísimo, en cuyo nombre celebramos hoy una asamblea, y los convertiremos de visibles en invisibles y de invisibles en visibles.

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 211-212


Los Manifiestos Rosacruces

Si una sociedad secreta cumple sus objetivos (lo cual implica, por definición, que cueste detectarla en su propia época), cabe suponer que no es probable que los historiadores de una época posterior le puedan seguir el rastro fácilmente. Por consiguiente, si creemos que los rosacruces son una sociedad secreta, se deduce que en realidad no se puede decir a ciencia cierta durante cuánto tiempo habrán existido sin ser detectados, antes de que se manifestaran. Lo único que sabemos es que las primeras referencias directas y definidas que tenemos de ellos se hicieron en Alemania durante los veinte años previos a la campaña de carteles de París en 1623. De aquella primera actividad procede casi todo lo que sabemos o creemos saber acerca del «colegio invisible» de la Rosa Cruz.
El nombre «Rosacruz» deriva de Christian Rosenkreuz, Rosacruz o Rosa Cruz, el héroe de dos libritos profundos y con un contenido de lo más insólito, publicados por primera vez en Kassel (Alemania) en 1614 y 1615. El título completo del primero es Fama Fraternitas o Descubrimiento de la fraternidad de la nobilísima orden de la Rosacruz, o simplemente «el Fama», para los estudiosos. El título completo del segundo, publicado en 1615 y conocido como «el Confessio», es Confessio
Fraternitatis o Confesión de la meritoria fraternidad de la honorabilísima orden de la Rosa Cruz, dirigida a todos los doctos de Europa. Estos
dos textos, cuya traducción al inglés abarca menos de veinticinco páginas, se conocen en su conjunto como «los Manifiestos Rosacruces».

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 213


Los orígenes de la francmasonería moderna quedan ocultos por tal cantidad de leyendas y documentos seudohistóricos que el tema se ha convertido en una verdadera pesadilla incluso para los investigadores más entregados a su trabajo. El problema es que en la actualidad los francmasones se definen a sí mismos como una «sociedad con secretos», mientras que en otra época -nadie sabe en realidad durante cuánto tiempo- fueron una sociedad secreta que hacía todo lo posible por ser invisible. Ya hemos mencionado que, por definición, resulta muy difícil seguir el rastro de una sociedad secreta eficaz en el registro histórico.

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 250


La rebelión abierta del Parlamento se produjo finalmente en 1642. Después de un intento fallido de arrestar a cinco parlamentarios, Car­los I y sus partidarios monárquicos salieron de Londres y establecieron la corte en el exilio en Oxford, centro tradicional de intelectuales y estudiosos de élite. Allí, en los años que siguieron, comenzó a reunirse una extraña fraternidad de intelectuales, que se daban a sí mismos el nombre evocador de «Colegio Invisible». La primera referencia escrita que se conserva de aquel misterioso Colegio Invisible procede del famoso físico Robert Boyle, en una carta que escribió a su tutor en Francia en 1646. En aquella carta Boyle dice que se está dedicando con diligencia a la «filosofía natural», basada en los principios de «nuestro nuevo colegio filosófico», y le pide determinados libros que harían que su tutor fuese «muy bien recibido en nuestro Colegio Invisible».52 Pocos meses después, en 1647, Boyle vuelve a mencionar el Colegio Invisible en una carta a un amigo, en la que dice lo siguiente:

Las piedras angulares del Colegio Invisible o (como se llaman ellos mismos) Filosófico me honran de vez en cuando con su compañía. [...] [Son] hombres con un espíritu tan amplio e inquisitivo que la filosofía académica no es más que el ámbito más humilde de su conocimiento. [...] [Son] personas que se esfuerzan por hacer desaparecer la intolerancia mediante la práctica de una cari·· dad tan extensiva que llega a todo lo que se pueda llamar hombre y no se con­ forma con nada menos que la buena voluntad universal. En realidad, están tan preocupados por la falta de buenos empleos que se ocupan de todo el cuerpo de la humanidad.

La expresión «Colegio Invisible», así como también la descripción de sus actividades y preocupaciones que acabamos de ofrecer, de inmediato nos hacen pensar, por supuesto, en el Colegio Invisible de la hermandad de los rosacruces. Además, las nobles cualidades intelectuales y humanas de los hermanos del Colegio, a las que Boyle hace alusión, son, como hemos visto en el capítulo anterior, exactamente las mismas que se atribuían a los hermanos rosacruces, en particular en los carteles que aparecieron de forma impresionante por todo París en 1623.
Resulta que Boyle había vivido algún tiempo en París cuando era joven, durante una gira de instrucción por Francia y Ginebra, y no es imposible que hubiese oído hablar del Colegio Invisible de los rosacruces a sus tutores o a otros conocidos suyos. Frances Yates observa que existe, aparentemente, una similitud sorprendente entre la terminología que utilizaba Boyle en las cartas a su tutor y la terminología que utilizaba Francis Bacon en su Nueva Atlántida. Los dos escritores hablan de una hermandad culta y de élite que es invisible y cuyo objetivo es la mejora de toda la humanidad, que los dos esperan conseguir mediante una ampliación del conocimiento y haciendo buenas obras.
Muchos investigadores coinciden en que es probable que Theodore Haak y John Wtlkins fueran los fundadores del Colegio Invisible de Boyle.56 Theodore Haak era un inmigrante alemán que se había establecido en Inglaterra en la década de 1620 y John Wilkins era un párroco que lle­ gó a ser obispo de Chester. Al principio no parece que los dos tengan nada en común, hasta que nos damos cuenta de que Haak era un refugiado del Palatinado y John Wilkins había sido capellán del príncipe Car­ los Luis, el hijo mayor de Federico V del Palatinado e Isabel Estuardo. También es posible que estuviesen relacionados con el Colegio Invisible de Boyle el arquitecto Christopher Wren y el alquimista Elias Ashmole. Al principio, en 1645, el Colegio Invisible se reunía en Londres, pero después se trasladó a Oxford en 1648. Vamos a examinar más de cerca sus actividades y a sus miembros y lo que intentaba conseguir.


Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 253-254


La creencia de que los principios divinos, las emanaciones o los arquetipos se puedan manifestar en un «templo» o «casa» de Dios (tanto en el sentido material como en el espiritual) se encuentra en la esencia misma del concepto del árbol de la vida, aunque mucho antes los antiguos egipcios también diseñaban sus templos exactamente con la misma intención. Pensemos, por ejemplo, en el gran recinto sagrado de Amón en Karnak-Luxor.

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 301


La francmasonería regular, es decir, el tipo de francmasonería que está regulado por las Grandes Logias Unidas y sus diversas órdenes en todo el mundo, ofrece tres niveles de iniciación a los nuevos miembros. Estos niveles suelen recibir el nombre de grados «simbólicos» o «azules» y son, respectivamente, el de aprendiz, compañero y maestro masón.
La mayoría de los francmasones completan su educación masónica cuando obtienen el grado de maestro masón. Sin embargo, algunos quieren continuar su iniciación y continúan con los que se suelen llamar «grados adicionales» o «grados superiores»; se supone que estos grados proceden de la francmasonería regular y sólo pueden acceder a ellos los que han acabado el grado tercero o «azul» de maestro masón. En Gran Bretaña, el único grado adicional que está regulado por la Gran Logia Unida es el llamado Arco Real. La Gran Logia Unida presenta el Arco Real de la siguiente forma:

Bajo la Constitución inglesa, la francmasonería básica se divide en dos partes, la regular y la del Arco Real. Para los francmasones que realmente quieren investigar el tema con mayor profundidad, hay gran cantidad de ceremonias más, que, por motivos históricos, no son administradas por la Gran Logia Unida de Inglaterra. Todos los francmasones ingleses pasan por las tres ceremonias básicas, a menos que abandonen enseguida la francmasonería. Estas tres ceremonias (o grados, como los llamamos nosotros) analizan las relaciones entre las personas, la igualdad natural del hombre y su dependencia de los demás, la importancia de la educación y las recompensas del trabajo, la fidelidad a una promesa, la contemplación de la muerte inevitable y las obligaciones que tenemos para con los demás. Una cuarta ceremonia, el Arco Real, destaca la dependencia del hombre de Dios.

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 329-330


Aparentemente, durante su juicio en París, en mayo de 1786, el juez había preguntado a Cagliostro sin rodeos: «¿Quién es usted?», a lo que este respondió: «Soy un noble viajero».

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 360


Los grupos antimasónicos sostienen a menudo que la insignia de los Illuminati era el «ojo en la pirámide» y que los documentos que lo demuestran fueron confiscados por el elector de Baviera y que en la actualidad (por motivos que no tienen por qué entretenemos ahora) se encuentran bajo llave en el Museo Británico. Sin embargo, el mismo símbolo era muy conocido mucho antes de que los Illuminati lo encontraran; lo usaban mucho, por ejemplo, los herméticos y los cabalistas de los siglos XVI al XVIII.
(…)
En julio de 1776, el mismo año en que Weishaupt fundó los Illuminati de Baviera (se supone que por una casualidad curiosa de la historia), el mismo símbolo del ojo en la pirámide o el ojo en el triángulo fue propuesto para el Gran Sello de los recién creados Estados Unidos de América. Fue diseñado por Pierre-Eugene Simitiere, un artista nacido en Suiza que había emigrado a las colonias en 1766 y se había establecido en Filadelfia. Benjamin Franklin y Thomas Jefferson, ambos firmantes de la Declaración de Independencia, eran miembros del comité que se creó para supervisar el diseño y en un dibujo del sello hecho por este último en 1776 (que se conserva en los archivos de la Biblioteca del Congreso) aparece con toda claridad el ojo en el triángulo. Veremos más adelante que, en aquel julio de 1776 tan lleno de incidentes, Franklin se marchó de Estados Unidos para ir a Francia, como parte de una delegación del Congreso que se estableció en París, donde fue aclamado como héroe de la Guerra de la Independencia estadounidense en los salones elegantes y en las logias masónicas.

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 362-363


La Logia de las Nueve Hermanas fue fundada por Lalande y L'Abbe Cordier de Saint-Fermin, el padrino de Voltaire, en 1776, el mismo año en que se firmó la Declaración de Independencia de Estados Unidos. Al año siguiente, en 1777, Benjamín Franklin, el firmante de más edad de la Declaración, fue nombrado Gran Maestro de la Logia de las Nueve Hermanas de París… sigamos la evolución del Ser supremo en aquel día templado que fue el 8 de junio de 1794.
Robespierre, con el cabello empolvado de blanco y todo el cuerpo envuelto en un manto azul violáceo, pronunció una plegaria para las multitudes desde un altar elevado: «¡Aquí está reunido todo el Universo!
¡Oh, Naturaleza, qué sublime y delicioso es tu poder!». A continuación, evocó la figura del Ser supremo y pidió a la congregación que le rindiera homenaje. Sin embargo, al final de aquel sermón tan largo, en lugar de pro­ meter el final de las matanzas o de ofrecer nuevas esperanzas para poner freno a los excesos de la Revolución, Robespierre lanzó una advertencia escalofriante a sus adversarios políticos: «Mañana, cuando volvamos al trabajo, ¡seguiremos luchando contra el vicio y contra los tiranos!» A continuación, el gran coro de la Ópera Nacional entonó un himno compuesto por Gossec, titulado «Padre del Universo, Inteligencia Suprema». Por último, Robespierre se acercó a la efigie velada que representaba el Ateísmo y le prendió fuego. Jacques-Louis David la había diseñado de tal manera que, al arder el velo, dejara al descubierto una estatua de piedra de la Sabiduría que había debajo, hecha según el modelo de la diosa antigua Sofía, que se suponía que surgía «como un fénix de entre las llamas».
Muy usada como símbolo en la francmasonería, Sofía se asocia a menudo con Isis. Según el poeta Gérard de Nerval, la estatua que Robespierre descubrió aquel día era, con toda probabilidad, una efigie de Isis. En su libro Les Illuminés, publicado en 1852, Nerval habla de la ceremonia representada por Robespierre y la compara con «una remembranza de las prácticas de los "iluminados"», señalando que la naturaleza velada que se utilizó para la ceremonia del 8 de junio de 1794 era
«una estatua cubierta con un velo que [Robespierre] prendió y que representaba a la Naturaleza o a Isis».
Al final, cuando la efigie se reveló al pueblo y cesaron los cánticos, Robespierre encabezó un cortejo llevando las riendas de un carro inmenso que conducía a la diosa y tirado por ocho bueyes, con los cuernos pintados de dorado. El cortejo pasó por la plaza de la Revolución (la actual plaza de la Concordia), Les Invalides y finalmente se detuvo en el Campo de Marte, donde tuvieron lugar más celebraciones, discursos y cánticos.

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 381-382


No existen documentos de primera mano que demuestren que Napoleón fuera francmasón, aunque tampoco existe ninguno que demuestre lo contrario. Sin embargo, ha habido mucha especulación erudita en ambos sentidos y algunos especialistas han sostenido con vehemencia que había
sido iniciado como masón, mientras que otros sostienen que no, con la misma vehemencia.

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 401


Sabemos que, desde los tiempos más remotos de su civilización, los antiguos egipcios realizaban un ritual estelar (una forma de magia astral) durante la ceremonia de colocación de la piedra angular de sus pirámides y sus templos. En aquel ritual se hacía referencia a las estrellas circumpolares en el cielo boreal y, en el cielo austral, a las estrellas de Orión y, más concretamente, a la estrella Sirio. Ovason opinaba que «la promesa de inmutabilidad estelar fue lo primero que impulsó a los sacerdotes del antiguo Egipto y a sus discípulos, los arquitectos griegos, a orientar sus templos hacia las estrellas». Precisamente aquella promesa, dice Ovason, induce a los arquitectos masónicos a asegurarse de que sus edificios y los planos de sus ciudades también «estén trazados con una geometría que refleje la sabiduría de las estrellas».

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 434


Estamos enterados, desde luego, de las numerosas teorías descabelladas sobre conspiraciones que surgieron después de los ataques del 11 de septiembre del 2001 y no queremos echar más leña al fuego, aunque también resulta evidente que la política exterior de Roosevelt y la de Truman contribuyeron en gran medida a la creación del Estado de Israel en la segunda mitad de la década de 1940 y esto hizo que nos preguntásemos por la afiliación de ambos al Rito Escocés.
Además, se da la extraña coincidencia de que Roosevelt era masón del Grado 32 del Rito Escocés y también fue el trigésimo segundo presidente de Estados Unidos, mientras que Truman (que había sido vice presidente con Roosevelt) era masón del Grado 33 del Rito Escocés y fue el trigésimo tercer presidente de Estados Unidos. En la francmasonería del Rito Escocés, los últimos cuatro grados (del trigésimo al trigésimo tercero) constituyen la etapa de iniciación, durante la cual se supone que el candidato alcanza el objetivo sublime de la iluminación masónica (algunos dicen que la experimenta), que, alegóricamente, es la «reconstrucción del templo de Salomón en Jerusalén».
Ya hemos visto que el cuadro de logia que aparece en los rituales del Grado 30 del Rito Escocés utiliza el árbol sefirótico de la vida, que se puede considerar la representación espiritual del templo de Salomón. Como ya hemos destacado, se supone que todos estos rituales son mera­ mente alegóricos y los masones nos aseguran que su sentido es, simple­ mente, que el candidato ha alcanzado un nivel de perfección espiritual en sí mismo como «templo» humano y, por consiguiente, se compara, en cierto sentido, con la perfección del «templo» de Salomón.
Sin embargo, no podemos evitar formulamos una pregunta obvia:
¿es posible que el gobierno de Roosevelt y el de Truman llevaran el experimento masónico hasta sus últimas consecuencias y realmente reconstruyeran el estado salomónico judío en Palestina? Por exagera­ do e increíble que parezca, hay algo más en el fondo que justifica una pregunta tan extravagante: el grado con el que se asociaban estos dos presidentes.
  
DEL GRADO 30 AL GRADO 33

Hace varios años, cuando Robert Bauval fue a visitar a un amigo que tiene en Egipto, le mostraron un certificado masónico del Rito Escocés, expedido por una logia de El Cairo en 1918, por el Consejo Supremo del Grado 33. El certificado había sido del abuelo materno de su amigo. En la actualidad, la francmasonería casi no se conoce en Egipto, después de que Gamal Abdel Nasser la declarara ilegal en 1964, pero duran­ te la primera parte del siglo xx era sumamente popular y muchos altos funcionarios del gobierno e incluso miembros de la familia real egipcia eran francmasones.
El certificado estaba impreso en francés y en árabe. Bauval, que se desenvuelve en los dos idiomas, observó no sólo que se indicaba que el Consejo Supremo tenía su sede en El Cairo, sino también que se mencionaba la latitud exacta: «Bajo la bóveda celeste a un cenit de 30" 2' 4". [...]», que establecería el lugar en alguna parte del centro de El Cairo, cerca del palacio Abdeen.
Este es un dato curioso. El moderno Estado de Israel se extiende des­ de los 30" hasta los 33º de latitud Norte. Cuando se traslada al oeste a Egipto, la primera latitud pasa casi por la Gran Pirámide de Gizeh.
Esto nos recuerda la declaración histórica que Harry Truman envió al gobierno provisional de Israel en mayo de 1948, que decía simple­ mente lo siguiente:

Se ha informado a este gobierno que se ha proclamado un Estado de Israel en Palestina, cuyo gobierno (provisional) solicita nuestro reconocimiento. Esta­ dos Unidos reconoce al gobierno provisional como autoridad de facto del nuevo Estado de Israel.
Presidente Harry Truman aprobado el 14 de mayo de 1948

Dos décadas después, en junio de 1967, las fuerzas israelíes irrumpieron en Jerusalén y recuperaron la ciudad de manos de los árabes, después de ocho siglos de ocupación musulmana. Finalmente se había vuelto a levantar la estrella de David. Se había colocado la piedra angular de la Nueva Jerusalén y, por extensión, del nuevo templo.
Como ha ocurrido varias veces durante los años que hemos estado investigando para escribir este libro, sentimos que un velo fantasmal se alzaba y nos rozaba el rostro.

Robert Bauval y Graham Hancock
Talismán, ciudades sagradas, una fe secreta, página 485-486-487



















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