Bella es mi Ninfa, si los lazos de oro...

Bella es mi Ninfa, si los lazos de oro
al apacible viento desordena;
bella, si de sus ojos enajena
el altivo desdén, que siempre lloro.

Bella, si con la luz que sola adoro
la tempestad del viento y mar serena;
bella, si a la dureza de mi pena
vuelue las gracias del celeste coro.

Bella si mansa, bella si terrible;
bella si cruda, bella esquiva, y bella
si vuelue grave aquella luz del cielo,

cuya beldad humana y apacible
ni si puede saber lo que es sin vella,
ni vista entenderá lo que es el suelo.

Francisco de la Torre


Este Real de amor desbaratado

Este Real de amor desbaratado,
de rotas armas y despojos lleno,
aguda roca y mal seguro seno
de mi doliente espíritu cansado,

al enemigo vencedor amado
rendido francamente como bueno,
de mí le siento eternamente ajeno,
por verse de contrarios ocupado.

Y el tirano cruel de mi contento,
burladas mis antiguas confianzas,
los vencedores escuadrones sigue.

¿Quién podrá remediar mi perdimiento,
si faltan del amor las esperanzas,
y si quien amó tanto me persigue?

Francisco de la Torre


Noche, que en tu amoroso y dulce olvido


¡Noche, que en tu amoroso y dulce olvido
escondes y entretienes los cuidados
del enemigo día y los pasados
trabajos recompensas al sentido!

Tú, que de mi dolor me has conducido
a contemplarte, y contemplar mis hados
-enemigos ahora conjurados
contra un hombre del cielo perseguido-

así las claras lámparas del cielo
siempre te alumbren, y tu amiga frente
de beleño y ciprés tengas ceñida,

que no vierta su luz en este suelo
el claro sol mientras me quejo ausente;
¡De mi pasión bien sabes tú y mi vida!

Francisco de la Torre


Oda

Claras lumbres del cielo y ojos claros
del espantoso rostro de la noche,
corona clara y clara Casiopea,
Andrómeda y Perseo,

vos, con quien la divina Virgen, hija
del Rector del Olimpo inmenso, pasa
los espaciosos ratos de la vela
nocturna que le cabe,

escuchad vos mis quejas, que mi llanto
no es indicio de no rabiosa pena;
no vayan tan perdidas como siempre
tan bien perdidas lágrimas.

¡Cuántes veces me vistes y me vido
llorando Cintia, en mi cuidado el tibio
celo con que adoraba su belleza
un su pastor dormido!

¡Cuántas veces me halló la clara Aurora
espíritu doliente, que anda errando
por solitarios y desiertos valles,
llorando mi ventura!

¡Cuántas veces mirándome tan triste
la piedad de mi dolor la hizo
verter amargas y piadosas lágrimas
con que adornó las flores!

Vos, estrellas, también me vistes solo,
fiel compañero del silencio vuestro,
andar por la callada noche, lleno
de sospechosos males.

Vi la Circe cruel que me persigue,
de las hojas y flor de mi esperanza,
antes de tiempo y sin razón cortadas,
hacer encantos duros.

Cruda visión, donde la gloria, un tiempo
adorada por firme, cayó, y donde
peligró la esperanza de una vida
de fortuna invidiada.

¡Ay, déjenme los cielos, que la gloria,
que por fortuna y por su mano viene,
no será deseada eternamente
de mi afligido espiritu!

Francisco de la Torre



Sigo silencio

Sigo, silencio, tu estrellado manto,
de transparentes lumbres guarnecido,
enemiga del sol esclarecido,
ave noturna de agorero canto.

El falso mago Amor, con el encanto
de palabras quebradas por olvido,
convirtió mi razón y mi sentido,
mi cuerpo no, por deshacelle en llanto.

Tú, que sabes mi mal, y tú, que fuiste
la ocasión principal de mi tormento,
por quien fui venturoso y desdichado,

oye tú solo mi dolor, que al triste
a quien persigue cielo violento
no le está bien que sepa su cuidado.

Francisco de la Torre


Soneto II

La fatal influencia que recibo
del mouimiento de las dos estrellas
al cielo más diuinas, y más bellas
al mundo que de Febo el rayo viuo;

la escura nube del desdén altiuo
impide que resulte agora dellas
bien a mi mal, aliuio a mis querellas,
fin al dolor y fin al llanto esquiuo,

Suspiro de contino y, suspirando,
apenas desminuyo la cerrada
niebla que esconde mi diuina lumbre.

Venus, si agrauios mueuen tu hijo blando,
assegura tu Reyno y de passada
haz que pierdan altiuos gloria y cu[m]bre.

Francisco de la Torre



Soneto XX

¡Cuántas veces te me has engalanado,
clara y amiga Noche! ¡Cuántas, llena
de oscuridad y espanto, la serena
mansedumbre del cielo me has turbado!

Estrellas hay que saben mi cuidado,
y que se han regalado con mi pena;
que entre tanta beldad, la más ajena
de amor, tiene su pecho enamorado.

Ellas saben amar, y saben ellas
que he contado su mal llorando el mío,
envuelto en los dobleces de tu manto.

Tú, con mil ojos, Noche, mis querellas
oye, y esconde; pues mi amargo llanto
es fruto inútil que al amor envío.

Francisco de la Torre









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