"Al final de aquel mismo día la ciudad estaba llena de madres que gritaban avergonzadas y de hombres que parecian asustados, y el secretario del ayuntamiento y la policía se vieron abrumados con tantas peticiones de que alguien hiciera algo al respecto.
El problema parecía ser mucho más grave en el distrito que Jimmy había marcado originalmente. Se les podía encontrar en cualquier parte, pero en aquella zona no podía uno evitar el verles en grupos, los hombres con camisas de colores y las mujeres con aquel extraño peinado y adornos mucho más extraños en sus camisas, surgiendo de las paredes y deambulando con indiferencia a través de coches y hasta de la misma gente. Se detenían en cualquier parte para señalarse cosas entre ellos y se echaban a reír silenciosamente. Lo que más les divertía era que la gente se encolerizara con ellos. Se ponían a hacer gestos y burlas ante la persona enojada, hasta que casi la volvían loca de rabia... y cuanto más loca se ponía, tanto más divertido para ellos. Iban de un lado a otro, dejándose guiar por sus caprichos, a través de tiendas y bancos, de despachos y hogares, sin preocuparse lo más mínimo por los rabiosos ocupantes. Todo el mundo empezó a colocar inscripciones de ¡Fuera!; pero eso también pareció divertirles mucho."

John Wyndham
Las mirillas de Pawley



"Como la mente no tiene masa, no utiliza tiempo en desplazarse."

John Wyndham Seudónimo de John Wyndham Parkes Lucas Benyon Harris



"Cuando un día que usted sabe que es miércoles comienza sonando como si fuera domingo, hay algo muy mal en alguna parte."

John Wyndham



"La autocompasión y la idea de una gran tragedia no nos servirán de nada. Así que será mejor que las olvidemos en seguida. Tenemos que convertirnos en constructores."

John Wyndham
El día de los Trífidos

"La vida, en todas sus manifestaciones, es conflicto."

John Wyndham "Lucas Parkes" es otro seudónimo para el propio Wyndham



"Los niños interpretan a su modo las cosas horribles hasta que se les enseña cuándo deben disgustarse."

John Wyndham
El día de los Trífidos


"Los ruidos que se producían en la calle, y los que no se producían, eran de un domingo, demasiado domingo."

John Wyndham
El día de los Trífidos



"Miss Benbow, mientras escuchaba un aburrido informe acerca de la inteligencia demostrada por el perrito de Aurora Tregg, dejó que su mirada vagase en torno a la estancia, advirtiendo que debía tener unas palabritas con alguno de los asistentes en el curso de la velada. En el extremo lejano vio a Diana Brackley, sola de momento. Diana era con certeza una de las que se merecían felicitaciones, así, aprovechando una pausa en la entrega anonadante de Aurora, alabó la sagacidad del perrito, le deseó un buen futuro y se fue.
Al cruzar la habitación vio fugazmente a Diana a través de los ojos de un desconocido; ya no era una colegiala, sino una mujer joven y atractiva. Quizás la culpa la tenía el vestido. Una tela azul, azul marino, sencilla, que no destacaba entre el resto hasta que se la miraba con atención. Se compró barata, miss Benbow estaba segura que así ocurrió, sin embargo, había en ella la calidad del estilo. ¿O es que tenía estilo en realidad? No estaba segura. Diana tenía buen gusto para vestir y eso es algo más de lo que se puede comprar con tres guineas y hacer parecer que costó veinte. Un don, pensó miss Benbow de mala gana, no para despreciar. Y, siguió adelante, aun visto a través de la nueva refracción, el aspecto era también parte del don. No era bonita. Las chicas bonitas son adorables como las flores en mayo, pero es que hay muchísimas flores en mayo. Nadie que conociese el significado de las palabras podría decir que Diana era bonita…
Dieciocho años, sólo dieciocho, tenía entonces Diana. Alta, uno con setenta y ocho, poco más o menos, y esbelta y erguida. Su cabello era nogal oscuro, con un chispazo de luces multicolores. Las líneas de su frente y de su nariz no eran enteramente griegas, sin embargo, tenían una cualidad clásica. Su boca estaba sólo poco enrojecida, porque no se debe de ir a una fiesta sin arreglar, pero, en contraste con las muchísimas bocas rojas y hasta moradas que se veían a su alrededor, ella tenía precisamente la cantidad y el color adecuados para la ocasión. La boca en sí poseía una especie de apariencia formalmente decorativa que prácticamente no decía nada a nadie… sin embargo, podía sonreír con encanto en ocasiones y no hacerlo en demasía. Pero vista de cerca uno se fijaba en sus ojos grises y se daba cuenta de ellos todo el tiempo; no sólo porque fuesen ojos finos, hermosamente espaciados y situados, sino por su tranquilidad, por la calma sin embarazos con que lo miraban todo y lo consideraban todo. Con una especie de sorpresa porque ella tenía la costumbre de pensar en sí misma como un cerebro más que como una forma, miss Benbow se dio cuenta de que Diana se había convertido en lo que la juventud de la generación de sus padres hubiese considerado como «una belleza».
Este pensamiento fue seguido de inmediato por un sentido agradable de autocongratulación, porque en un colegio como St. Merryn’s High no sólo se enseñaba y se trataba de educar a una niña; sino que se dirigía una especie de guerra en la jungla en su beneficio… y la criatura de mejor aspecto, más esbelta, hablando generalmente, tenía sus posibilidades de supervivencia, porque los partisanos de la ignorancia asaltaban la ruta de uno en grandes y numerosos grupos.
Las tentaciones de trabajos sin porvenir aparecían junto a una persona, mariposas con alas de iridiscentes billetes de banco revoloteando al alcance tentador, para que te dedicases a cazarlas, la miasma de las revistas gráficas, emponzoñando el aire, las telarañas pegajosas de un matrimonio temprano puestas muy cerca del camino, las madres agallinadas saliendo de pronto de los arbustos, los padres miopes marchando inseguros e interponiéndose en el camino; ojos de mirada rectangular e inquieta, fijos hipnóticamente desde las sombras, un batir de tam-tam inquieto, un ritmo lunar y lunático y por encima los pájaros burlones, siempre gritando: «¿Qué importa mientras ella sea feliz…? ¿Qué importa…? ¿Qué importa…?»."

John Wyndham
Dificultades con los líquenes



"Nuevamente hicimos cuanto nos fue posible para levantar una barrera entre nosotros y el aparente intercambio unilateral que mi hermana dirigía excitadísima.
Avanzamos lentamente a través del bosque. La misma preocupación que sentíamos por no dejar huellas en caminos y veredas nos impedía progresar de modo ostensible. Además de llevar los arcos dispuestos para su utilización inmediata, teníamos que ir con cuidado a fin de que no fueran arrancados de nuestras las manos y agacharnos mucho para no tropezar con las ramas colgantes. Aunque el riesgo de encontrarnos alguna partida no era excesivo, sí que había posibilidades de que nos saliera al paso alguna alimaña. Por fortuna, las veces que vimos estos animales fueron siempre en huida. Quizá los amedrentara el tamaño de los caballos gigantes; pensamos que si era así, contábamos al menos con una ventaja frente a la reconocible huella que íbamos dejando.
En aquella zona no son muy largas las noches de verano. Marchábamos sin parar hasta que empezaba a amanecer, y luego buscábamos algún claro para descansar. De haber desensillado las caballerías, hubiéramos corrido un gran riesgo; para levantar las pesadísimas sillas y cuévanos hubiéramos tenido necesidad de utilizar una especie de polea colgada de una rama, lo que hubiera eliminado cualquier probabilidad de una rápida escapada. Nos limitábamos, pues, a enlazar los caballos como anteriormente.
Mientras comíamos hablé a Petra de las cosas que le había mostrado su amiga. Cuanto más me contaba, más me excitaba yo. Todo era casi idéntico a lo que yo había visto en mis sueños de pequeño. El conocimiento de que aquel sitio existía de verdad representó como una súbita inspiración, ya que eso suponía que mis sueños no habían sido simplemente sobre el Viejo Pueblo, sino que ahora eran una realidad y estaban en alguna parte del mundo. Sin embargo, como Petra estaba cansada no quise interrogarla con la intensidad que yo hubiera deseado, y dejé que ella y Rosalind se acostaran.
Acababa prácticamente de salir el sol, cuando Michael se puso en contacto de modo agitado.
—Han descubierto vuestro rastro, David. El perro de aquel hombre que mató Rosalind ha encontrado su cuerpo, y van tras las huellas de los grandes caballos. Nuestra cuadrilla se dirige ahora hacia el sudoeste para participar en la caza. Mejor será que aligeréis. ¿Dónde estáis?
Todo cuanto pude decirle fue que calculábamos estar a pocos kilómetros de Tierra Agreste.
—Entonces poneos en marcha —me aconsejó—. Cuanto más tardéis, más tiempo tendrán para adelantar una partida que os corte el paso.
Me pareció un buen consejo. Desperté a Rosalind y le expliqué la situación. Diez minutos después estábamos de nuevo en camino, con Petra todavía medio dormida. Cogimos más velocidad que cuando teníamos que ir ocultos, echamos por la primera senda que encontramos hacia el sur y urgimos a los caballos para que alcanzaran un pesado trote.
El camino serpenteaba de acuerdo con las irregularidades del terreno, pero su rumbo general era exacto. Después de continuar por él a lo largo de casi veinte kilómetros sin tropezarnos con ningún obstáculo, al doblar una curva nos dimos de cara con un jinete que se hallaba a unos cincuenta metros de nosotros."

John Wyndham
Las crisálidas



"¡Que sensibilidad tan fina en un mundo destruido!"

John Wyndham
El día de los Trífidos


"Sospecho que alguna vez oyó decir a alguien que la verdad nunca es simple y de ello dedujo que todo aquello que no es simple tiene que ser vedad a la fuerza."

John Wyndham




"Tan misteriosamente distinto que llegaba a ser perturbador."

John Wyndham
El día de los Trífidos


"Te recordaré, abuelo. Te recordaré. Nunca se me olvidará lo que me dijiste. Es sólo el miedo lo que es diabólico…"

John Wyndham



"Y bailamos, en la orilla de un ignorado futuro, con el eco de un desvanecido pasado."

John Wyndham
El día de los Trífidos









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