De algún modo, había logrado reaccionar en centésimas de
segundo a una situación que, de haberme parado a evaluarla racionalmente,
habría encontrado imposible de analizar por su extremada complejidad. Y, sin
embargo… había logrado resolverla, con el resultado de que los dos logramos
llegar a tierra sanos y salvos. Era como si mi cerebro, enfrentado a una
situación que requería una capacidad de respuesta superior a la habitual,
hubiera multiplicado por un momento su potencia. ¿Cómo lo había hecho? A lo largo
de los más de veinte años que he trabajado en el ámbito de la neurocirugía
académica —estudiando el cerebro, observando cómo funciona y trabajando con él—
he tenido la oportunidad de meditar a fondo sobre esta pregunta. Y finalmente
he llegado a la conclusión de que el cerebro es un órgano realmente
extraordinario, mucho más de lo que alcanzamos a imaginar.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 6
Usar las herramientas de la medicina moderna para ayudar y
curar a la gente y aprender cada día más sobre el funcionamiento del cerebro y
el cuerpo humano era el objetivo de mi vida, mi vocación. Y me sentía
inconmensurablemente afortunado por haberla encontrado.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 8
Cuando tu cerebro se ausenta, tú también lo haces. Como
neurocirujano, durante años había oído numerosos relatos sobre gente que había
tenido experiencias extrañas (por lo general, después de sufrir algún episodio
de infarto cardíaco), en las que viajaban a lugares misteriosos y
extraordinarios, hablaban con parientes muertos e incluso con el mismísimo
Dios. Cosas maravillosas, sin duda. Pero todas ellas, en mi opinión, producto
de la fantasía. ¿Qué provocaba este tipo de experiencias ultraterrenas que la
gente relataba con tanta frecuencia? No tenía la pretensión de saberlo, pero lo
que sí sabía era que el responsable de crearlas era el cerebro. Como todo lo
que tiene que ver con la conciencia. Si no tienes un cerebro funcional, no
puedes tener conciencia. Esto se debe a que, para empezar, el cerebro es la
máquina que produce la conciencia. Cuando esta máquina se avería, la conciencia
se para. A pesar de la inmensa complejidad y el misterio de los procesos
cerebrales, en esencia la cuestión es tan sencilla como ésta. Si desenchufas la
televisión, se apaga. El programa se termina, por mucho que lo estuvieras
disfrutando. O, al menos, es lo que yo creía antes de que mi cerebro dejara de
funcionar.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 9
Podría decirse que la mía fue la experiencia cercana a la
muerte perfecta. Como neurocirujano con varias décadas de experiencia tanto en
investigación como en cirugía, estaba en una posición privilegiada para juzgar,
no sólo la veracidad de lo que me estaba sucediendo, sino también todas sus
implicaciones. Eran unas implicaciones de una magnitud indescriptible. Lo que
me reveló mi experiencia es que la muerte del cuerpo y del cerebro no supone el
fin de la conciencia, que la experiencia humana continúa más allá de la muerte.
Y lo que es más importante, lo hace bajo la mirada de un Dios que nos ama a
todos y hacia el que acaban confluyendo el universo y todos los seres que lo
pueblan. El lugar al que fui era real. Real hasta tal punto que, a su lado, la
vida que llevamos en este mundo y en este tiempo parece un simple sueño. Pero
esto no quiere decir que no valore la vida que llevo en la actualidad. De
hecho, ahora la valoro más que antes, porque la veo en su auténtico contexto.
La vida no carece de sentido. Pero éste es un hecho que no podemos ver desde
donde estamos, al menos por lo general. Lo que me sucedió mientras estaba en
coma es, sin ninguna duda, la historia más extraordinaria que jamás podré
contar. Pero es una historia complicada de relatar, porque es completamente
ajena al racionalismo convencional. No es algo que pueda dedicarme a airear a
los cuatro vientos. Pero al mismo tiempo, mis conclusiones se basan en el
análisis médico de mi propia experiencia y en mi profundo conocimiento de los
conceptos más avanzados de las ciencias cerebrales y de los estudios más
modernos sobre la conciencia. Una vez que me di cuenta de que mi viaje había
sido real, supe que tenía que relatarlo. Y hacerlo de una manera adecuada se ha
convertido en el principal objetivo de mi vida.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 10
Lo que tengo que contaros es lo más importante que podréis
oír nunca y además de ello, es verdad.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 11
¿Cuánto tiempo pasé en ese mundo? No tengo ni la menor idea.
Cuando vas a un sitio en el que no percibes el tiempo como lo experimentamos en
el mundo normal, describir su transcurrir es prácticamente imposible. Mientras
todo sucedía, mientras estaba allí, me sentía como si yo (lo que quiera que
fuese ese «yo») hubiese estado en aquel lugar desde siempre y fuera a seguir
allí eternamente.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 29
Ignoraba por completo las leyes que gobernaban el mundo en
el que me encontraba, pero tampoco tenía la menor prisa por descubrirlas. A fin
de cuentas, ¿para qué?
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 29
Yo soy una de esas personas que aprenden mediante la acción.
Si hay algo que no puedo tocar o sentir, me cuesta interesarme por ello. Fue
ese deseo de alargar las manos hacia el objeto de mi interés, unido al anhelo
de ser como mi padre, lo que me llevó hasta la neurocirugía.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 33
Algo había aparecido en medio de la oscuridad. Giraba
lentamente e irradiaba unos delicados filamentos de luz blanca y dorada que
comenzaron a agrietar y disolver la oscuridad que me rodeaba. Entonces oí algo
nuevo: un sonido viviente, como la pieza musical con más matices, más compleja
y más hermosa que hayas escuchado nunca. Fue cobrando mayor fuerza a medida que
descendía una luz pura y blanca, y su llegada aniquiló aquel monótono pálpito
mecánico que hasta entonces, y aparentemente durante eones, había sido mi única
compañía. La luz se fue acercando más y más, girando y girando, con unos
filamentos de luz blanca y pura que, pude ver en aquel momento, estaba teñida
aquí y allá de matices dorados. Entonces, en el centro mismo de la luz apareció
algo. Enfoqué mi percepción sobre ella, tratando de adivinar lo que era. Una
puerta. Ya no estaba mirando la luz giratoria, sino a través de ella. En cuanto
lo comprendí, comencé a ascender. Rápidamente. Hubo un ruido similar a una
racha de viento y, con un destello repentino, atravesé la puerta y me encontré
en un mundo totalmente nuevo. El más extraño y hermoso que jamás hubiera
contemplado. Brillante, extático, asombroso… Podría utilizar un montón de
adjetivos para describir el aspecto y las sensaciones que transmitían aquel
mundo, pero me quedaría corto. Me sentí como si estuviera naciendo. No
renaciendo ni volviendo a nacer. Sólo… naciendo.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 35
Era algo que iba más allá de todo ello… más allá de todas
las tipologías del amor que conocemos aquí en la Tierra.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 38
El mensaje estaba dividido en tres partes y si hubiera
tenido que traducirlo a una lengua de la Tierra, habría sonado más o menos así:
«Os aman y aprecian, profunda y eternamente». «No tenéis nada que temer». «Nada
de lo que hagáis puede ser malo».
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 38
«Aquí te mostraremos muchas cosas —anunció la chica, de
nuevo sin utilizar estas palabras exactas, sino transmitiéndome directamente su
esencia conceptual—, pero al final regresarás».
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 38
Por extraño que pueda parecer, mi situación era similar a la
de un feto en el vientre de su madre. El feto flota en el útero sin otra
compañía que la de la silenciosa placenta, que lo nutre y media en su relación
con la omnipresente, pero al mismo tiempo invisible madre. Pero en mi caso, la
«madre» era Dios, el Creador, la Fuente responsable de generar el universo y todo
lo que contiene.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 43
De un modo que no era capaz de comprender del todo, pero del
que estaba seguro: el orbe era una especie de «intérprete» entre aquella
presencia extraordinaria que me rodeaba y yo mismo.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 44
Más tarde, ya de vuelta aquí en el mundo, me encontré con
una cita del poeta cristiano del siglo XVII, Henry Vaughan, que se acerca a
describir aquel lugar, aquel Núcleo vasto y negro como la tinta china, que era
la morada de la mismísima Divinidad: «Hay, dicen algunos, en Dios una profunda
pero deslumbrante oscuridad…».
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 44
A través del orbe, Om me reveló que no hay un solo universo
sino muchos —más, de hecho, de los que yo podría llegar a concebir—, pero que
el amor reside en el centro de todos ellos. El mal también está presente, pero
únicamente en cantidades diminutas. El mal es necesario porque sin él el libre
albedrío sería imposible y sin libre albedrío no podía haber crecimiento, ni
avance, ni posibilidad alguna de que nos convirtiésemos en aquello que Dios
quiere que lleguemos a ser. Por muy terrible y poderoso que pueda parecer a
veces el mal en un mundo como el nuestro, en conjunto el amor es
abrumadoramente dominante y al final acabará triunfando.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 45
Vi que existen innúmeras dimensiones superiores, pero que el
único modo de conocerlas es entrar en ellas y experimentarlas directamente. No
se pueden captar ni comprender desde el espacio dimensional inferior. En esos
reinos superiores existen la causa y el efecto, pero no como los concibe la
mente humana, sino de un modo mayor. El mundo del tiempo y el espacio en el que
vivimos en este reino terreno está profunda y complejamente entrelazado con
esos mundos superiores. En otras palabras, que no están totalmente separados de
nosotros, porque todos los mundos forman parte de una misma realidad divina,
que lo abarca todo. Desde aquellos mundos superiores se podría acceder a
cualquier tiempo y lugar del nuestro.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 45
Vi que existen innúmeras dimensiones superiores, pero que el
único modo de conocerlas es entrar en ellas y experimentarlas directamente. No
se pueden captar ni comprender desde el espacio dimensional inferior. En esos
reinos superiores existen la causa y el efecto, pero no como los concibe la
mente humana, sino de un modo mayor. El mundo del tiempo y el espacio en el que
vivimos en este reino terreno está profunda y complejamente entrelazado con
esos mundos superiores. En otras palabras, que no están totalmente separados de
nosotros, porque todos los mundos forman parte de una misma realidad divina,
que lo abarca todo. Desde aquellos mundos superiores se podría acceder a
cualquier tiempo y lugar del nuestro.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 63
En los mundos superiores, comenzaba a descubrir, lo único
que se necesita para acercarse a algo es conocerlo y poder pensar en ello.
Pensar en la Melodía giratoria equivalía a hacerla aparecer y anhelar los
mundos superiores significaba volver allí. Cuanto más me familiarizaba con el
mundo superior, más fácil me resultaba volver. Durante el tiempo que pasé fuera
de mi cuerpo, realicé incontables veces este tránsito pendular entre las
tinieblas fangosas del Reino de la perspectiva del gusano, la verde brillantez
del Portal y la negra, pero sagrada oscuridad del Núcleo. No sé cuántas
exactamente, pues como ya he dicho, el tiempo como existía allí no se
corresponde con el concepto que tenemos de él aquí, en la Tierra. Pero cada vez
que regresaba al Núcleo profundizaba más que antes y aprendía más cosas, de la
manera tácita y superior a lo verbal en el que se comunican todas las cosas en
los mundos que hay por encima de éste. Esto no quiere decir, ni de lejos, que
llegara a ver el universo entero, ni en mi viaje original entre el Reino de la
perspectiva del gusano y el Núcleo ni en ningún otro de los que vinieron después.
De hecho, una de las verdades que descubrí en el Núcleo cada vez que volvía
allí era que no se puede comprender todo lo que existe en el universo, tanto en
su aspecto físico y visible como en el (mucho, mucho más grande) aspecto
espiritual e invisible, por no hablar de los incontables universos más que
existen o han existido. Pero nada de eso importaba, porque ya había aprendido
la cosa —la única— que, al fin y a la postre, importa realmente. Y eso era lo
que me había enseñado mi maravillosa acompañante, durante el vuelo sobre el ala
de mariposa la primera vez que atravesé el Portal. El mensaje tenía tres partes
y si tuviera que expresarlo con palabras (porque, como es natural, yo lo recibí
sin ellas) habría sido algo como esto: «Os aman y aprecian, profunda y
eternamente». «No tenéis nada que temer». «Nada de lo que hagáis puede ser
malo». Y si tuviese que reducirlo a una sola frase, sería ésta: «Os aman». Y si
quisiera destilarlo todavía más, transmitirlo por medio de una sola palabra,
ésta sería (por supuesto): «Amor».
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 64
El principal problema con el que se encuentran las personas
que han experimentado una ECM no es tener que habituarse de nuevo a las
limitaciones del mundo terrenal —aunque éste, ciertamente, puede ser un reto
complicado —, sino cómo transmitir lo que les hizo sentir el amor que
experimentaron allí. En el fondo de nosotros mismos, ya lo sabemos. Al igual
que Dorothy, en El mago de Oz, tenía desde el principio la capacidad de volver
a casa, nosotros poseemos la de recuperar nuestra conexión con aquel reino
idílico. Simplemente lo hemos olvidado, porque durante la parte física,
cerebral, de nuestra existencia, nuestra mente bloquea o al menos vela el trasfondo
cósmico superior, del mismo modo que la luz del sol impide que veamos la luz de
las estrellas al amanecer.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 66
La sensación de amor y aceptación incondicionales que
experimenté durante mi viaje es el descubrimiento más importante que he hecho
(y que nunca haré) y aunque comprendo que va a ser complicado separarlo de las
demás lecciones que aprendí allí, también sé, en el fondo de mi corazón, que
compartir este mensaje básico —un mensaje tan sencillo que la mayoría de los
niños lo acepta sin dudarlo— es la tarea más importante que se me ha
encomendado.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 67
Cuando miras a alguien dormido, te das cuenta de que hay un
individuo dentro del cuerpo. Hay una presencia. Pero la mayoría de los médicos
te dirán que con las personas en coma la cosa es distinta (aunque no sepan
exactamente por qué). El cuerpo está ahí, pero al mirarlo te embarga una
sensación extraña, casi física, de que la persona está ausente. De que su
esencia, por alguna razón inexplicable, está en otra parte.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 68
Durante todo mi periplo por aquellos mundos fui un alma sin
nada que perder. Sin lugares que echar de menos y sin gente que recordar. No
procedía de ninguna parte y no tenía historia alguna, así que aceptaba todas
mis circunstancias —incluso la turbidez y el caos inicial que había conocido en
el Reino de la perspectiva del gusano— con total ecuanimidad.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 70
Ahora sospecho que era así. Aun a riesgo de incurrir en una
simplificación, diré que se me permitió morir más y llegar más lejos que casi
todas las personas que han tenido una ECM antes que yo.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 71
Del mismo modo que la vida normal contiene demasiada
información como para absorberla toda a la vez sin quedar paralizados, un
exceso de conciencia sobre los mundos que hay más allá de éste sería aún más
difícil de asimilar. Si supiésemos más de lo que sabemos sobre los reinos
espirituales, la vida que tenemos que llevar en la Tierra se tornaría un reto
aún más grande de lo que ya es (y con esto no pretendo decir que no debamos ser
conscientes de los mundos que hay más allá, sólo que una percepción excesiva de
su grandeza e inmensidad nos impediría actuar aquí en la Tierra). Si hablamos
sobre el propósito (y ahora creo que no hay nada en el universo que no lo
tenga), el hecho de tomar las decisiones correctas frente al mal y la
injusticia en la Tierra sería menos significativo si recordáramos toda la
belleza y la luz de lo que nos espera cuando salgamos de aquí.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 73
El lado físico del universo es como una mota de polvo en
comparación con su lado invisible y espiritual.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 74
Es el «pensamiento-anterior-al-pensamiento» responsable de
todas las decisiones que tomamos en el mundo. Un pensamiento que no es lineal,
deductivo, sino que se mueve veloz como el rayo y puede realizar y combinar
conexiones a distintos niveles. Comparado con esta inteligencia libre e interior,
nuestro raciocinio ordinario es irremisiblemente torpe y lento. El superior es
el pensamiento que remata la jugada, el que crea la idea científica inspirada o
la hermosa canción. El pensamiento subliminal que está siempre ahí, cuando
realmente lo necesitamos, pero en el que, por desgracia, hemos perdido la
capacidad de creer y acceder.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 76
Uno de los mayores errores que comete la gente al pensar en
Dios es concebirlo como un ser impersonal. Sí, Dios excede toda medida, es la
perfección del universo que la ciencia intenta a duras penas medir y
comprender.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 77
En la experiencia de Susan, una de las cualidades que
distinguen a los pacientes de coma es su receptividad a la comunicación
telepática. Tenía confianza en que cuando entrase en estado de meditación, no
tardaría en establecer contacto. —Comunicarse con un paciente en coma —me diría
más adelante— es algo así como sondear un pozo con una cuerda. La profundidad
que debe alcanzar la cuerda depende de la del estado comatoso. Cuando traté de
ponerme en contacto contigo, lo primero que me sorprendió fue lo abajo que
llegaba la cuerda. Cuanto más bajaba, más me asustaba. Porque sabía que si te
habías alejado tanto que no podía alcanzarse, ya no querrías regresar.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 78
Hay pocas experiencias más frustrantes que ver a un ser
querido en estado comatoso. Quieres ayudarlo, pero no puedes. Muchas veces, los
familiares de los pacientes comatosos llegan a abrirles los ojos a sus seres
queridos. Es un intento de forzar las cosas, de ordenar al paciente que
despierte. Lógicamente no sirve de nada y es más, puede llegar a agravar su
situación de desesperación. Los pacientes sumidos en un coma profundo pierden
la coordinación de ojos y pupilas. Si levantas el párpado de uno de ellos, lo
más probable es que te encuentres con que un ojo apunta en una dirección y el
otro en otra.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 80
Mi conciencia se había expandido.
(…)
Era un ciudadano de un universo asombroso por su inmensidad
y complejidad y gobernado totalmente por el amor. De un modo casi increíble,
todo lo que estaba descubriendo más allá de mi cuerpo se correspondía a la
perfección con las lecciones que había aprendido apenas un año antes, al
reanudar el contacto con mi familia biológica. En última instancia, ninguno de
nosotros es huérfano. Todos estamos en la posición en la que estaba yo, en el
sentido de que tenemos otra familia: seres que nos protegen y se preocupan por
nosotros, seres a los que hemos olvidado momentáneamente, pero que están
esperando para ayudarnos en nuestro tránsito por la Tierra si nos abrimos a
ellos. No hay nadie que no sea objeto de amor en todo momento. A todos nos
conoce y nos ama profundamente un Creador cuya capacidad de protección y cariño
supera nuestra capacidad de comprensión. Y ésta es una verdad que no debe
seguir en secreto.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 84
Aquellas plegarias me llenaron de energía.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 90
Aquellos seres sabían que yo estaba experimentando una
transición y estaban rezando y cantando para que no me desanimara. Me había
adentrado en lo desconocido, pero a esas alturas tenía una fe y una confianza
totales en que cuidarían de mí, tal como me habían prometido mi acompañante
sobre el ala de la mariposa y la Deidad infinitamente amorosa: allá donde
fuese, el Cielo vendría conmigo. Lo haría en la forma del Creador, de Om, y
también en la del ángel —mi ángel—, la chica del ala de la mariposa. Había
emprendido el camino de regreso, pero no estaba solo… y sabía que nunca
volvería a sentirme solo.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 90
—Todo va bien —dije, con una actitud que irradiaba dicha con
tanta eficacia como las palabras que había pronunciado. Los miré a todos, uno a
uno, solazándome en el divino milagro de nuestra existencia—. No os preocupéis…
Todo va bien —repetí para acallar cualquier duda.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 97
Si quieres que lo que te sucedió tenga algún valor
científico, debes registrarlo con toda la claridad y precisión posibles antes
de empezar a compararlo con las experiencias de los demás.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 108
Cuanto más recobraba la visión científica, más comprendía de
qué manera entraba en conflicto todo lo que había aprendido durante décadas de
formación y práctica de la medicina con lo que había experimentado, y más me
daba cuenta de que la mente y la personalidad (o, como algunos las llaman, el
alma o el espíritu) siguen existiendo más allá del cuerpo. Tenía que compartir
mi historia con el mundo.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 108
… mientras estaba en coma, no es que mi cerebro estuviese
funcionando de manera incorrecta. Es que no funcionaba en absoluto. La parte de
mi mente que, según me habían llevado a creer años de formación médica, era la
responsable de recibir el mundo en el que vivía y me movía, captarlo a través
de los sentidos y darle forma convirtiéndolo en un universo dotado de sentido,
esa parte estaba dormida, desactivada. A pesar de lo cual, yo había estado vivo
y despierto, plenamente despierto, en un universo caracterizado por encima de
todo por el amor, la conciencia y la realidad (de nuevo esa palabra).
Sencillamente, para mí ésta era una verdad indiscutible. Tan perfectamente
constatada que me dolía. Lo que había vivido era más real que la casa en la que
habitaba, más real que los troncos que ahora ardían en la chimenea. Pero en la
visión científica del mundo que me había proporcionado mi formación médica
durante años no había espacio para esa realidad.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 109
Las ECM no son todas idénticas. Cada una tiene sus
peculiaridades, pero ciertos elementos se repiten una vez tras otra y algunos
de ellos también estaban presentes en mi propia experiencia. Los relatos sobre
tránsitos por túneles o valles oscuros que desembocan en un paisaje brillante y
vívido —ultrarreal— son tan antiguos como la Grecia o el Egipto de la
Antigüedad. Los seres angélicos —a veces con alas, a veces no— comienzan a aparecer,
como mínimo, en la tradición antigua de Oriente Medio, junto a la creencia en
que tales seres son los guardianes de las actividades de la gente en la Tierra
y acuden a recibir a quienes dejan este mundo atrás. La sensación de poseer la
capacidad de ver en todas direcciones a la vez; la de estar más allá del tiempo
lineal; la de estar por encima de todas las cosas que, en esencia, yo había
creído siempre rasgos distintivos de la experiencia humana; la presencia de una
música que recordaba a los himnos y que entraba directamente en el interior de
uno en lugar de hacerlo a través de sus oídos; la asimilación directa e
instantánea, sin el menor esfuerzo, de conceptos que en otras condiciones
habrían requerido ingentes cantidades de tiempo y esfuerzo… La percepción de la
intensidad de un amor incondicional.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 110
Simplemente, jamás me había abierto a la posibilidad de que
hubiese algo auténtico en la idea de que una parte de nosotros sobrevive a la
muerte. Era el típico médico que responde a estas cosas con una combinación de
sonriente indulgencia y escepticismo. Y como tal, puedo decirte que la mayoría
de los escépticos no lo son en realidad. Para ser verdaderamente escéptico, uno
debe examinar algo y tomárselo en serio. Y yo, como la mayoría de mis colegas
de profesión, jamás había hecho el esfuerzo de estudiar el tema de las ECM.
Simplemente, había «sabido» que no podían ser ciertas.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 111
En seguida comencé a darme cuenta de que la mía era una
experiencia cercana a la muerte casi impecable, posiblemente uno de los casos
más convincentes de la historia moderna. Lo que en realidad importaba de mi
caso no era que me hubiese sucedido a mí, sino que desde el punto de vista de
la medicina era imposible que fuese un mero producto de la fantasía.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 115
Describir la naturaleza de una ECM es, en el mejor de los
casos, complicado, pero hacerlo frente a una clase médica que se niega a creer
en la posibilidad de que exista resulta aún más difícil.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 115
Siempre he creído que en casos de enfermedad potencialmente
fatal es aceptable endulzar un poco la verdad. Impedir que un paciente terminal
intente aferrarse a una pequeña fantasía para poder sobrellevar la idea de la
muerte es como negarle los analgésicos a uno que padece graves dolores.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 116
El mensaje que conllevan las ECM puede cambiarle la vida a
la gente.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 119
En los mundos que se extienden por encima de éste, el tiempo
no se comporta como aquí. Allí las cosas no se suceden necesariamente de manera
secuencial. Un momento puede parecer una vida entera y una o más vidas pueden
parecer un simple momento.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 121+
Desde el punto de vista médico, mi completa recuperación era
algo imposible, un milagro. Pero el verdadero interés de la historia residía en
el sitio donde había estado y era mi deber, no sólo como investigador que
siente un profundo respeto por el método científico, sino también como sanador,
contar mi historia. Una historia —una historia verdadera— puede curar tanto
como la medicina.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 123
… cuando dejé atrás mi cuerpo físico, los experimenté
directamente. De hecho, puedo decir con toda tranquilidad que, aunque en aquel
momento no conocía este término, mientras me encontraba en el Portal y en el
Núcleo, estaba realmente «practicando la ciencia». Una ciencia que se basaba en
la más auténtica y sofisticada herramienta de investigación que poseemos: la
propia conciencia.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 127
… hemos perdido el contacto con el profundo misterio que
reside en el centro de la existencia, nuestra conciencia.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 128
Quienes afirman que no existen evidencias que apoyen la
existencia de la conciencia extendida, a pesar de las abrumadoras pruebas en
sentido contrario, exhiben una ignorancia premeditada. Creen conocer la verdad
sin necesidad de examinar los hechos.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 130
Mi periplo por las profundas regiones del coma, más allá del
tosco reino de lo físico, me llevó hasta la esplendorosa morada del Creador
todopoderoso y me reveló el abismo indescriptiblemente dilatado que separa
nuestro humano conocimiento del asombroso reino de Dios.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 130
Cualquiera de nosotros está más familiarizado con la
conciencia que con cualquier otra cosa y, sin embargo, sabemos más sobre el
resto del universo que sobre los mecanismos que rigen su funcionamiento. Está
tan cerca de nosotros que se encuentra casi fuera de nuestro alcance. No hay
nada en los fundamentos físicos del mundo material (quarks, electrones,
fotones, átomos, etc.), y más concretamente, en la intrincada estructura del
cerebro, que nos aporte la menor pista sobre el funcionamiento de la
conciencia. De hecho, el indicio más sólido que existe sobre la realidad del
reino espiritual es el profundo misterio de nuestra existencia consciente. Es
una revelación mucho más misteriosa que todas las que nos han mostrado los
físicos o los expertos en neurociencias, cuyo fracaso ha dejado sumida en la
oscuridad la íntima relación que existe entre la conciencia y la mecánica
cuántica, y a través de ella, la realidad física. Para estudiar de verdad el
universo a un nivel profundo, debemos reconocer el papel fundamental que
desempeña la conciencia a la hora de retratar la verdad. Los descubrimientos de
la mecánica cuántica asombraron a los brillantes pioneros de este campo, muchos
de los cuales (Werner Heisenberg, Wolfgang Pauli, Niels Bohr, Erwin Schrödinger
o sir James Jeans, por nombrar sólo unos pocos) acabaron recurriendo a visiones
místicas del mundo en busca de respuestas. Comprendieron que era imposible
separar a quien realiza el experimento del propio experimento y explicar la
realidad prescindiendo de la conciencia. Lo que yo descubrí en el más allá es
la indescriptible inmensidad y complejidad del universo, así como el hecho de
que la conciencia es la base de todo cuanto existe. Estaba tan completamente
conectado a ella que muchas veces no existía diferencia entre el «yo» y el
mundo por el que me desplazaba. Si tuviese que resumir todo esto, diría una
serie de cosas. En primer lugar: que el universo es mucho más grande de lo que
puede parecer si nos limitamos a examinar sus partes más visibles de manera
inmediata (una afirmación nada revolucionaria, en realidad, dado que ya la
ciencia convencional reconoce que el 96 por ciento del universo está compuesto
de «materia y energía oscuras». ¿Qué son estas entidades? Nadie lo sabe. Pero
lo que transformó mi experiencia en algo inusual fue la pasmosa inmediatez con
la que experimenté el papel esencial de la conciencia, del espíritu. Cuando lo
descubrí allí arriba, no fue en forma de teoría, sino como un hecho, tan
abrumador e inmediato como una bocanada de aire glacial en la cara). En segundo
lugar: que todos —cada uno de nosotros— estamos íntima e inextricablemente
conectados a ese universo mayor. Ése es nuestro verdadero hogar y creer que lo
único que importa es el mundo físico es como encerrarse en un pequeño armario e
imaginar que no existe nada más allá. Y, en tercer lugar: que el poder de la fe
tiene una importancia crucial para facilitar el triunfo de la mente sobre la
materia. Cuando era estudiante de Medicina, solía divertirme el sorprendente
poder del efecto placebo, el hecho de que en todos los estudios hubiese que
superar el 30 por ciento de eficacia atribuible a la fe del paciente en la medicina
que se le estaba administrando, aunque fuese una sustancia inocua. Pero en
lugar de aceptar el subyacente poder de la fe y su capacidad de influir en
nuestro estado de salud, la ciencia médica prefería ver el vaso «medio vacío» y
tomar el efecto placebo como un obstáculo para la demostración de la eficacia
de un tratamiento. En el corazón mismo del enigma de la mecánica cuántica
reside la falsedad de nuestra idea de ubicación en el espacio y en el tiempo.
En realidad, el resto del universo —es decir, su inmensa mayoría— no está
separado de nosotros en el espacio. Sí, el espacio parece físico, pero ésta es
una visión limitada. Toda la altura y la longitud del universo físico no
significan nada en el reino espiritual del que ha brotado éste, el reino de la
conciencia (que algunos podrían definir como «la fuerza vital»). Este otro
universo, mucho mayor, no está «lejos», en modo alguno. De hecho, está aquí,
aquí mismo, donde yo escribo esta frase y allí mismo, donde tú la lees. No está
lejos desde el punto de vista físico. Simplemente, existe en una frecuencia
distinta. Está aquí mismo y ahora mismo, pero no somos conscientes de ello
porque estamos casi cerrados a las frecuencias en las que se manifiesta.
Vivimos en las dimensiones familiares del espacio y el tiempo, constreñidos por
las peculiares limitaciones de nuestros órganos sensoriales y por nuestro
alineamiento perceptual con el espectro de los cuantos subatómicos que se
extienden por todo el universo. Y estas dimensiones, aunque contienen muchas
cosas, nos aíslan de otras, que contienen muchas más.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 130
El universo está constituido de tal modo que para comprender
verdaderamente cualquier parte de sus numerosas dimensiones y sus muchos
niveles tienes que convertirte en parte de esa dimensión o ese nivel. O, dicho
de un modo más preciso, tienes que abrirte a la convergencia con esa parte del
universo que ya posees, pero de la que tal vez no hayas sido muy consciente
hasta ahora.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 133
Allí, ver era saber.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 133
La risa y la ironía son los medios que utiliza nuestro
corazón para recordarnos que no somos prisioneros en este mundo, sino viajeros
de paso.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 134
… no hace falta estar a punto de morir para vislumbrar lo
que hay al otro lado del velo… aunque sí es necesario trabajar para
conseguirlo. Aprender todo lo que puedas sobre ese reino leyendo libros y yendo
a conferencias es un comienzo, pero al cabo del día, cada uno de nosotros debe
adentrarse en su propia conciencia, por medio de la plegaria y la meditación,
para acceder a estas verdades.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 134
Nunca oí directamente la voz de Om, ni vi su cara. Era como
si me hablase a través de unos pensamientos que eran como grandes olas que
rompían sobre mí, que lo levantaban todo a mi alrededor y me mostraban que existe
un tejido más profundo de la existencia, un tejido del que todos formamos parte,
aunque en general no seamos conscientes de ello. Así que, ¿estaba comunicándome
directamente con Dios? Sin ninguna duda. Así expresado, suena a megalomanía.
Pero cuando estaba sucediendo, yo no lo percibía así. De hecho, me daba la
sensación de que sólo estaba haciendo lo que toda alma es capaz de hacer cuando
abandona el cuerpo y lo que podemos hacer incluso ahora mismo por medio de
distintas técnicas de plegaria o de meditación profunda. Comunicarse con Dios
es la experiencia más extraordinaria que se pueda imaginar, pero al mismo
tiempo es la más natural del mundo, porque Dios está presente en todos nosotros
en todo momento. Omnisciente, omnipotente, personal… y fuente de amor
incondicional. Todos estamos conectados como uno solo a través de nuestro
divino enlace con Dios.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 137
… por lo general, es precisamente consuelo lo que más suelen
ofrecer los amigos o familiares que se les aparecen a quienes experimentan una
ECM.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 130
Mi ECM me había convencido de que hay una parte secreta de
nosotros que registra absolutamente todos los aspectos de nuestras vidas
terrenales, un proceso que comienza desde el primer momento.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 140
Sigo siendo un científico. Sigo siendo un médico. Y como tal
tengo dos deberes esenciales: honrar la verdad y curar a los demás. Éste es el
auténtico sentido de mi historia. Una historia que, cuanto más tiempo pasa, más
seguro estoy de que sucedió por alguna razón. No porque yo sea especial. Lo que
sucede es que en mí convergieron dos circunstancias que, en combinación,
terminan de derribar la idea, impuesta por el reduccionismo científico, de que
el reino de lo material es lo único que existe, y la conciencia y el espíritu
—los tuyos y los míos— no son el centro y el gran misterio del universo. Pero
yo soy la prueba viviente de que es así.
Eben Alexander
La prueba del cielo, página 145
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