El fin de las etiquetas
La mosca se levanta de la mesa
y domina los cuartos desde el techo,
atraviesa puntualmente el pasillo
que comunica al mar con el espejo.
Penetrante en la luz es su zumbido
una burbuja más dentro del agua...
navegando descubre entre los botes
el borde iluminado del mantel.
El fondo es sucio, lo que mira claro:
esta vida que flota vacilante
con aire de papel, blanco de luz,
nada recuerda ya de las palabras.
Alberto Blanco
El jilguero
El natural cansancio del jilguero
rinde sus frutos en el crepúsculo:
se posa en un alero o en una rama
y entra temblando levemente al sueño.
Su cuerpo es tan sutil y delicado
como la carne de los dioses pueriles
o bien como las notas más sedosas
que la viola es capaz de sostener…
Mas cuando el viento gira furioso
en las yemas agudas de los manzanos
el jilguero desaparece y es su canto
un cielo raso parecido al universo.
Alberto Blanco
El poeta tiene y no tiene
No tiene la pobreza de Cristo
No tiene la velocidad del zen
No tiene la eficacia de la yoga
No tiene la compasión del budismo
No tiene la sofisticación del tao
No tiene la complejidad del hinduísmo
No tiene la solemnidad de los indígenas
No tiene el sentido del humor de los sufís
Tiene la pobreza de un burgués
Tiene la velocidad de un coraje
Tiene la eficacia de un médico
Tiene la compasión de una limosna
Tiene la sofisticación de un actor
Tiene la complejidad de un periódico
Tiene la solemnidad de una quinceañera
Tiene el sentido del humor de un tractor
Alberto Blanco
El zenzontle
Lo sostiene el camino:
“El mundo está en llamas,
¡y tú estás riendo!”
Y la ceniza de la imagen
desciende lentamente
del agua del cielo.
En tiempos de la luna gris
se asoma a los espejos
de cola blanca y negra.
Su reflejo es una leyenda
que habla de otro tiempo:
de largos días sin sombra
y de jardines sin invierno.
Hoy encuentra en la jaula
los días demasiado cortos
como frutas picadas…
Como astros de hueso
flotando a la deriva…
Renaciendo del fuego
para cumplir un ciclo
en los límites del día.
De todas las cenizas
la que canta mejor
es el zenzontle.
Alberto Blanco
En defensa de la poesía
Recuerdo un pensamiento
relativo a los grillos.
Su clamor es inútil
y es triste su jornada
no tienen auditorio
ni les sirve de mucho
la fricción de sus élitros
y el viento de sus alas.
Pero sin la señal
cifrada en cada brizna
persuasiva y hermosa
que entre ellos se trasmiten
la noche no sería
–para los grillos– noche
y la vida sin traza
de belleza sería
en la noche desierta
punto menos que nada.
Alberto Blanco
Mala memoria
La historia es una ciencia
               que se funda en la mala memoria
  Miroslav Holub
Cuando llegaron las primeras lluvias
         hicimos lo necesario
         bajamos de nuestros altos pensamientos
         y comenzamos a labrar los campos
         las manos eran nuestras palas
         los pies eran nuestros pies
         y regamos la semilla
         con nuestras lágrimas
luego vinieron los sacerdotes
         envueltos en grandes plumas amarillas
         y palabras más brillantes que el mar
         hablaron con imágenes
         y también para ellos
         hicimos lo que era necesario
construimos una carretera larga
         muy larga
         una carretera larguísima
         que va desde la casa de los muertos
         hasta la casa de los que van a morir
entonces aparecieron las nubes
         sobre el río redondo
         y escuchamos voces
         que hacían trizas nuestras vocales
         comprendimos que el final estaba cerca
hicimos lo necesario
         extendimos nuestras pocas pertenencias
         y fingimos que ya lo sabíamos todo
         aprendimos a llorar
         como las mujeres y los niños
         y los niños y las mujeres
         aprendieron a mentir como los hombres
tres grandes agujeros se abrieron en el cielo
         por el primero descendió la luna
         por el segundo ascendió la serpiente
         y por el tercero
         (esto ustedes ya lo saben)
         bajó una estrella de hojalata
         cuando tocó la tierra
         supimos que el tiempo era cumplido
hicimos lo necesario
         desgarramos el velo
         y batimos el tambor
         hasta que el vacío
         se instaló en nuestros corazones
un rostro desconocido apareció
         en los hilos de la tela
         y cuando sus labios se movieron
         un nuevo espacio surgió frente a nosotros
hicimos lo necesario
         tomamos las montañas
         y las pusimos bocabajo
         para que pudieran recuperar el aliento
         tomamos los ríos
         y los pusimos de pie
         para que volvieran a ver el cielo
luego tomamos nuestros cuerpos
         con mucho cuidado
         por la punta de las alas
         y los fuimos a lavar en el espejo de los nombres
fue entonces cuando nos dieron la orden de despertar
         e hicimos lo necesario
         atrás quedaron los campos
         y las campanas manchadas
         por el canto de un pájaro del otro mundo
         atrás quedaron también los mapas
         preparados para la huída
         y no nos quedó más remedio
         que seguir adelante sin mapas
         que es lo mismo
         que quedarse
vimos venir desde del fondo de la tierra
         un sordo rumor
         un torbellino de nada
         con un viento recién nacido
         entre las manos
         la criatura nos dijo
         lo que siempre hemos querido saber
         y siempre siempre olvidamos
         que no hay más sueño que éste
         y que despertar es otro sueño
         más profundo
         si despertamos para adentro
         o más superficial
         si despertamos para afuera
como no supimos cuál era cuál
         hicimos lo necesario
         nos sentamos a esperar
         el derrumbe
y aquí seguimos esperando
como si esperar
         no fuera suficiente trabajo
Alberto Blanco
Las ganas de creer
Vuelve la noche 
y no escucho el ruido.
Me quiero concentrar 
y sólo sueño, sueño…
Mis sueños son
polvo en el camino.
Sombras de sombras 
mientras no son reales.
Y yo sólo quiero  
la realidad…  
Este es mi sueño.  
Alberto Blanco
Los flamencos
Aquella larga noche
mi sueño me llevó a la alberca
de las luces profundas y los flamencos
prendidos como rosas eléctricas
en el interior de una aguamarina.
Y en la soledad de aquel paraje
comprendí ─dentro del sueño─
que eran otros pájaros
los que soñaban minuciosamente
a los flamencos encendidos.
Vi también a aquellos otros pájaros
que desde un sueño inenarrable
desplegaban la forma de este sueño
acunados en sus plumas de agua.
Y no puedo decir de qué manera,
pero vi que aquellos pájaros soñadores
eran soñados a su vez
─de un modo incomprensible para mi─
por unos pájaros transparentes
en el silencio de la noche,
y que todas estas visiones
cristalizaban en otra luz más blanca.
Alberto Blanco
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