"Adoptó una expresión de triste recogimiento. Pero no le salía bien. Era como si a la fuerza quisiera ponerse en la cara una máscara demasiado pequeña."

Sławomir Mrożek


"Al margen de esto, el pueblo dispone de otras atracciones menores. Justo delante del ayuntamiento, en el centro del paseo, se yergue una estatua. Representa una figura heroica de holgadas vestiduras, la cual sostiene un gran libro en una mano, mientras que la otra descansa sobre la cabeza de un mozuelo. Desafortunadamente, como la estatua carece de cabeza desde tiempos inmemorables, es difícil determinar con exactitud qué es lo que simboliza. Cada cierto tiempo, en las reuniones del Consejo Municipal, se toma la determinación de poner fin a esta ambigüedad escogiendo para la estatua alguna cabeza que resulte apropiada. Sin embargo, llegado el momento de encargar un rostro concreto al maestro cantero del lugar, la discusión revela tal desgarro de opiniones que la ejecución de tan útil iniciativa (y es que, por un lado, los escolares así tendrían de quien tomar ejemplo, y por otro, las celebraciones en la Plaza Mayor adquirirían un carácter algo más sólido) se vuelve a aplazar indefinidamente. Algunos opinan que la cabeza debería ser la de una Virgen que simbolice sabiduría; algunos, que la de Mickiewicz; otros, finalmente, que la del presidente del Consejo Municipal.
El pueblo tiene también un jardín zoológico, aunque modesto, naturalmente, y adaptado a las posibilidades locales. El zoológico fue fundado hace unos años a raíz de un decreto sobre desarrollo cultural en las localidades atrasadas. Una vez llamado a la existencia, por obvias razones de prestigio no se pudo clausurar. Sin embargo, hubiese sido difícil exigir que se hallasen en él el majestuoso tigre, el veloz antílope ñu, el manso y extremamente raro okapi u otros animales valiosos. De manera que en las jaulas fueron instalados una vaca bonachona, un marrano embadurnado de betún—para conferirle cierto aire de bravura—, un gato asalvajado y algunas gallinas. Francamente, hay que reconocer que incluso algo tan familiar como una vaca o tan tonto y absurdo como una gallina, tras los gruesos barrotes de hierro, adquirieren inmediatamente cierto aire de misterio, exotismo, e incluso amenaza. De este modo se demuestra, pues, que las circunstancias crean el clima espiritual.
Sin embargo, todas estas distracciones resultaban insuficientes para los habitantes del pueblo. Por qué ocultarlo: todo el mundo, tras agotar las posibilidades de diversión ofrecidas por las instituciones sociales, seguía buscando por su cuenta cosas que los liberasen de la sensación de vacuidad."

Slawomir Mrozek
Huida hacia el sur



El futuro

El futuro es un enigma, pero ¿para qué están los augurios? Los antiguos vaticinaban por el vuelo de las aves y de este modo llegaban a saber lo que les esperaba. Incluso yo mismo puedo vaticinar mi futuro.

Fui al parque, donde pájaros no faltan. Algunos volaban, otros estaban posados en los árboles, otros merodeaban por el césped. A mí me interesaban solo los voladores.

Alcé la cabeza y empecé a observarlos. No llevaba esperando mucho cuando sentí en la calva un ¡plaf! y mi futuro se me hizo simbólicamente claro.

He averiguado una sola cosa acerca del futuro: no vaticinar nunca por el vuelo de las aves sin un buen sombrero.

Sławomir Mrożek



El socio

Decidí vender mi alma al diablo. El alma es lo más valioso que tiene
el hombre, de modo que esperaba hacer un negocio colosal.
El diablo que se presentó a la cita me decepcionó. Las pezuñas de plástico,
la cola arrancada y atada con una cuerda, el pellejo descolorido y como
roído por las polillas,
los cuernos pequeñitos, poco desarrollados. ¿Cuánto podía dar un desgraciado
así por mi inapreciable alma?
—¿Seguro que es usted el diablo? –pregunté.
—Sí, ¿por qué lo duda?
—Me esperaba al Príncipe de las Tinieblas y usted es, no sé, algo así como
Una chapuza.
—A tal alma tal diablo –contestó–. Vayamos al negocio.

Sławomir Mrożek



La precaución

No me gusta marcharme el último. Por eso siempre estoy pendiente de cuántos vamos quedando en la barra. Cuando veo que solo dos, me vuelvo a casa. La tristeza de un bar solitario después de medianoche se la dejo a otro.

Acababa de marcharse el tercer cliente y, aparte de mí, solo quedaba ya un gordo.

Entregué un billete al camarero.

—No tengo cambio —me dijo—. ¿No tiene usted para cambiarme? —se dirigió al gordo.

Este no contestó.

—Está borracho —le dije al camarero.

—Me parece que es algo peor que eso —dijo el camarero observando al gordo—. Creo que está muerto, habrá que llamar a un médico.

Desde entonces me marcho cuando en la barra quedamos tres.

Toda precaución es poca.

Sławomir Mrożek


La revolución

En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa.
Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí.
Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabó por volver.
Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor dicho, su situación central e inmutable.
Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista.
La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi posición preferida.
Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y no quedo más que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio.
Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una habitación es más que inconformista. Es vanguardista.
Pero al cabo de cierto tiempo… Ah, si no fuera por ese «cierto tiempo». Para ser breve, el armario en medio también dejo de parecerme algo nuevo y extraordinario.
Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución.
Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en un armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir en absoluto, por no hablar de la hinchazón de pies y de los dolores de columna.
Sí, esa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez «cierto tiempo» también se mostró impotente. Al cabo de cierto tiempo, pues, no sólo no llegué a acostumbrarme al cambio—es decir, el cambio seguía siendo un cambio—, sino que, al contrario, cada vez era más consciente de ese cambio, pues el dolor aumentaba a medida que pasaba el tiempo.
De modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad de resistencia física, que resultó tener sus límites. Una noche no aguanté más. Salí del armario y me metí en la cama.
Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto a la pared y la mesa en medio, porque el armario en medio me molestaba.
Ahora la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui revolucionario.

Sławomir Mrożek


"La vida es sencilla, es sólo mi imaginación la que la complica sin necesidad."

Sławomir Mrożek


"—¿Té o café?—preguntó la anfitriona.
Me gustan ambas cosas y aquí me obligaban a elegir. Eso quería decir que pretendían escatimar el café o el té. Soy bien educado, de modo que no di muestras de cómo me asqueaba semejante tacañería. Justa­mente estaba ocupado conversando con el profesor, mi vecino de mesa, a quien estaba convenciendo de la superioridad del idealismo sobre el materialismo, y fingí no haber oído la pregunta.
—Té—contestó el profesor sin vacilar. Naturalmente, ese animal era un materialista e iba di­recto a atracarse.
—¿Y usted?—se dirigió a mí.
—Disculpe, tengo que salir.
Dejé la servilleta y fui al servicio. No tenía nin­guna necesidad de hacerlo, pero quería reflexionar y ganar tiempo.
Si me decido por el café, perderé el té, y vicever­sa. Si los hombres nacen libres e iguales, pues el café y el té también. Si escojo el té, el café se sentirá menospreciado, y viceversa. Semejante violación del Derecho Natural del café o del té es contraria a mi sentido de la justicia como Categoría Superior. Pero no podía quedarme en el servicio eterna­mente, aunque sólo fuera porque no era la Idea Pura del Servicio, sino un servicio concreto, es decir, un servicio normal y corriente con azulejos. Cuando volví al comedor, todo el mundo estaba ya bebiendo el té o el café. Era evidente que se habían olvidado de mí.
Aquello me tocó en lo más vivo. Ninguna aten­ción, ningún miramiento para con el individuo.
No hay nada que deteste más que una sociedad desalmada, así que fui corriendo a la cocina a reivindicar los Derechos Humanos. Al ver encima de la mesa un samovar con té y una cafetera, me acordé de que aún no había resuelto mi dilema inicial: té o café, o bien café o té. Por supuesto, era preciso exigir las dos cosas en lugar de acep­tar la necesidad de una elección. Sin embargo, no sólo soy bien educado sino también delicado por naturaleza. De modo que dije con amabilidad a la anfitriona, que trajinaba en la cocina:
—Mitad y mitad, por favor.
Luego grité:
—¡Y una cerveza!"

Sławomir Mrożek
La vida para principiantes


"Una vez me asomé a la ventana y vi pasar por la calle un cortejo fúnebre. Un ataúd sin adornos viajaba en una sencilla carroza mortuoria tirada por un solo caballo. La seguían la viuda enlutada y otras tres personas, por lo visto parientes, amigos o conocidos del difunto.
El modesto séquito no me habría llamado la atención si el ataúd no hubiera estado engalanado con una pancarta roja que rezaba: «¡Viva!».
Intrigado, abandoné mis aposentos y fui en pos de la comitiva. Llegué a un cementerio. Iban a enterrar al muerto en el rincón más apartado, entre unos abedules. Durante la ceremonia fúnebre me mantuve alejado, pero acto seguido me acerqué a la viuda y, presentándole mi pésame y mis respetos, le pregunté quién era su marido.
Resultó que había sido funcionario. La viuda se conmovió ante mi interés por el finado y me contó algunos detalles de sus últimos días. Se lamentó de que se hubiera dejado los hígados haciendo un trabajo voluntario muy extraño. Escribía sin cesar informes sobre nuevos métodos de propaganda. Intuí que la propagación de las consignas al uso se había convertido en el principal objetivo de su vida.
Acuciado por la curiosidad, le pedí a la viuda que me permitiera ver los últimos trabajos del difunto. Accedió y me confió dos folios amarillentos escritos con una letra regular, aunque algo anticuada. De este modo, llegué a conocer el contenido de uno de los informes «Pongamos por caso las moscas—decía la primera frase—. Las veces que estoy de sobremesa contemplando cómo vuelan alrededor de la lámpara, se me agolpan muchos pensamientos en la cabeza. ¡Qué felices seríamos—pienso—, si las moscas estuvieran tan concienciadas políticamente como la mayoría de los ciudadanos! Atrapas a una, le arrancas las alas, la bañas en tinta y la dejas sobre una hoja de papel en blanco. La mosca va y, desplazándose sobre el papel, escribe: “¡Fomentemos la aviación!”. O alguna otra consigna».
A medida que avanzaba en la lectura, veía con mayor claridad el perfil espiritual del difunto. Un hombre sincero, profundamente entregado al proyecto de colocar consignas y pancartas por doquier. Su idea de sembrar una variedad especial de trébol era una de las más originales."

Sławomir Mrożek
El elefante



"Yo formaba parte de ellos. Llevaba su uniforme. Sin embargo, nadie sabía que yo era uno de ellos sólo para esconderme de ellos. Dentro de sus filas estaba seguro."

Sławomir Mrożek











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