"Adquiere la paz interior, y una multitud encontrará la salvación a tu lado."

San Serafín de Sarov


"Bebe agua donde la bebe tu caballo. Un caballo nunca tomaría agua mala.
Tiende tu cama donde el gato duerme plácidamente.
Come la fruta que ha sido tocada por una lombriz.
Sin miedo recoge los hongos sobre los que se posan los insectos.
Planta un árbol donde el topo escarba.
Construye tu casa donde las víboras toman el sol.
Cava un pozo donde los pájaros se esconden del calor.
Ve a dormir y levántate al mismo tiempo que las aves,
cosecharás los granos de oro de la vida.
Come más verde, tendrás piernas más fuertes y un corazón resistente, como el alma de los bosques.
Mira al cielo más seguido y habla menos, para que el silencio pueda entrar en tu corazón,
y tu espíritu esté en calma y tu vida se llene de paz."

San Serafín de Sarov


"¡Buenos días mi alegría!"

San Serafín de Sarov


"Busca lograr tener el espíritu en paz y miles se salvaran a tu alrededor."

San Serafín de Sarov


"El Señor me ha revelado -dijo el gran starets (un starets es una persona que desempeña su función como consejero y maestro en monasterios ortodoxos; son guías espirituales de gran sabiduría)-, que usted desea saber desde que era niño cuál es el objetivo de la vida cristiana (…). El verdadero objetivo de la vida cristiana consiste en adquirir el Espíritu Santo de Dios. En lo que respecta a la oración, el ayuno, las vigilias, la limosna y toda otra buena acción hecha en nombre de Cristo, no son más que medios para adquirir el Espíritu Santo. Observe que sólo una buena acción hecha en nombre de Cristo proporciona los frutos del Espíritu Santo. Todo lo que no está hecho en su nombre, incluso el bien, no nos proporcionará ninguna recompensa en el siglo venidero, y en esta vida tampoco nos dará la gracia divina."

San Serafín de Sarov


"Es necesario, que el Espíritu Santo entre en el corazón. Todo lo bueno que hacemos por Cristo nos da al Espíritu Santo, pero sobre todo la oración, que está siempre a nuestro alcance."

San Serafín de Sarov


Era jueves. El cielo estaba gris; la tierra estaba cubierta de nieve y seguían cayendo voluminosos copos de nieve cuando el padre Serafín comenzó la conversación en un descampado cercano a su «pequeña ermita».

«El Señor me ha revelado —empezó el gran stárets— que desde la infancia deseas conocer cuál es el fin de la vida cristiana… El verdadero fin de la vida cristiana es la adquisición del Espíritu Santo de Dios…» «¿Cómo “adquisición”? —le pregunté al padre Serafín—. No comprendo del todo…».

Entonces el padre Serafín me cogió por Ios hombros y me dijo: «Ambos estamos en la plenitud del Espíritu Santo. ¿Por qué no me miras?». «No puedo, padre. Hay lámparas que brillan en sus ojos, su rostro se ha vuelto más luminoso que el sol. Me duelen los ojos». «No tengas miedo, amigo de Dios; también tú te has vuelto luminoso como yo. También ahora tú estás en la plenitud del Espíritu Santo; de lo contrario, no habrías podido verme».

Inclinándose entonces hacia mí, me susurró al oído: «Agradece al Señor que nos haya concedido esta gracia inexpresable. Pero ¿por qué no me miras a los ojos? Prueba a mirarme sin miedo: Dios está con nosotros». Tras estas palabras levanté Ios ojos hacia su rostro y se apoderó de mí un miedo aún más grande. «¿Cómo te sientes ahora?», preguntó el padre Serafín. «¡Excepcionalmente bien!» «¿Cómo “bien”? ¿Qué entiendes por “bien”?» «Mi alma está colmada de un silencio y una paz inexpresables». «Amigo de Dios, ésa es la paz de la que hablaba el Señor cuando decía a sus discípulos: “Os dejo la paz, os doy mi propia paz. Una paz que el mundo no os puede dar” (Jn 14,27). ¿Qué sientes ahora?» «Una delicia extraordinaria». «Es la delicia de que habla la Escritura: “Se sacian de la abundancia de tu casa, les das a beber en el río de tus delicias” (Sal 36,9). ¿Qué sientes ahora?» «Una alegría extraordinaria en el corazón». «Cuando el Espíritu baja al hombre con la plenitud de sus dones, se llena el alma humana de una alegría inexpresable porque el Espíritu Santo vuelve a crear en la alegría todo lo que roza. Es la alegría de que habla el Señor en el Evangelio».

San Serafín de Sarov


“Haz comercio espiritual con la virtud, distribuye los dones de la gracia a quien los pida, inspirándote en el ejemplo siguiente: un cirio encendido aunque sea una luz terrena, enciende a otros cirios, sin por eso perder su brillo, a otros cirios que iluminarán otros lugares. Si esta es la propiedad del fuego terreno, ¿qué decir del fuego de la gracia del Espíritu Santo? La riqueza terrena, distribuida, disminuye. En cuanto a la riqueza celestial de la gracia, no hace más que aumentar en quien la propaga.”

San Serafín de Sarov


La parábola de las vírgenes

En la parábola de las vírgenes prudentes y las vírgenes necias, (Mt 25, 1-13), cuando se les acabó el aceite a estas últimas, dijo: “Id a comprar al mercado”. Pero, al volver, encontraron cerrada la puerta de la cámara nupcial y no pudieron entrar. Algunos piensan que la falta de aceite de las vírgenes necias simboliza la insuficiencia de acciones virtuosas en su vida cotidiana.

Esta interpretación no es totalmente justa. ¿ Qué falta de acciones virtuosas podía haber en ellas, si se les llama vírgenes, aunque fueran necias?. Yo, miserable, creo que lo que les faltaba era precisamente el Espiritu Santo de Dios. A pesar de practicar las virtudes, aquellas vírgenes, espiritualmente ignorantes, creían que la vida cristiana consiste en determinadas prácticas. Hemos obrado de forma virtuosa, hemos hecho obras piadosas, pensaban, pero sin preocuparse del Espíritu Santo (…). De este género de vida, basado únicamente en la práctica de las virtudes morales, sin un examen minucioso para saber si proporcionan -y en qué cantidad- la gracia del Espíritu de Dios, se dice en los li­bros patrísticos: «Algunos caminos que parecen buenos al princi­pio conducen al abismo”(Prov 14, 12).

El mismo Espíritu Santo viene a habitar en nuestras almas, (…) según la palabra inmutable de Dios: «Yo vendré y habi­taré en ellos y seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Ap 3, 20; Jn 14, 12). Este es el aceite que las vírgenes prudentes tenían en sus lámparas, aceite capaz de brillar mucho tiempo, claro y abundan­te, hasta permitirles aguardar la llegada nocturna del Esposo y entrar en la cámara nupcial del gozo eterno.

En cuanto a las vírgenes necias, al ver que sus lámparas esta­ban a punto de apagarse, fueron al mercado, pero no tuvieron tiempo de regresar antes de que cerraran la puerta. El mercado es nuestra vida. La puerta de la cámara nupcial, cerrada y que pro­híbe el acceso adonde está el Esposo, es nuestra muerte humana; las vírgenes -prudentes y necias- son las almas cristianas. El aceite no simboliza nuestras acciones, sino la gracia por medio de la cual el Espíritu Santo llena nuestro ser, transformándolo en el suyo: lo corruptible en lo incorruptible, la muerte física en vida espiritual, las tinieblas en luz (…)

San Serafín de Sarov


La plegaria

Oh, cómo amaría, amigo de Dios, que en esta vida estéis siempre en el Espíritu Santo.
"Yo os juzgaré en el estado en el que os encontrare, dijo el Señor" (Mt. 24,42;
Mc.13,33-37; Lc. 19, 12 y siguientes). Desgracia, gran desgracia si El nos encuentra
angustiados por las preocupaciones y penas terrenales, ya que, ¿quién puede soportar Su cólera, y quién puede resistirlas? Es por eso que El dijo: "Vigilad y orad para no ser inducido a la tentación" (Mt. 25, 13-15). Dicho de otra manera, vigilad para no ser privado del Espíritu de Dios, ya que las vigilias y la plegaria nos dan Su gracia.
Es cierto que toda buena acción hecha en nombre de Cristo confiere la gracia del
Espíritu Santo, pero la oración es la única práctica que está siempre a nuestra
disposición. ¿Tenéis, por ejemplo, deseo de ir a la iglesia, pero la iglesia está lejos o el oficio terminó? ¿Tenéis deseos de hacer limosna, pero no veis a un pobre, o carecéis de dinero? ¿Deseáis permanecer virgen, pero no tenéis bastante fuerza para esto por causa de vuestras inclinaciones o debido a las asechanzas del enemigo que por la debilidad de vuestra humanidad no os permite resistir? ¿Pretendéis, tal vez, encontrar una buena acción para practicarla en Nombre de Cristo, pero no tenéis bastante fuerza para esto, o la ocasión no se presenta? En cuanto a la oración, nada de todo esto la afecta: cada uno tiene siempre la posibilidad de orar, el rico como el pobre, el notable como el hombre
común, el fuerte como el débil, el sano como el enfermo, el virtuoso como el pecador. 
Se puede juzgar el poder de la plegaria que brota de un corazón sincero, incluso siendo pecador, por el siguiente ejemplo narrado por la Tradición Santa: A pedido de una desolada madre que acababa de perder a su hijo único, una cortesana que la encuentra en su camino, afligida por la desesperación maternal, osa gritar al Señor, mancillada como estaba aún por sus propios pecados: "No es por mí, pues soy una horrible pecadora, sino por causa de las lágrimas de esta madre llorando a su hijo, y creyendo firmemente en Tu misericordia y en Tu Todo-poder, que te pido: resucítalo, Señor!" Y el Señor lo resucitó.
Tal es, amigo de Dios, el poder de la oración. Más que ninguna otra cosa, ella nos da la gracia del Espíritu de Dios y, sobre todo, está siempre a nuestra disposición.
Bienaventurados seremos cuando Dios nos encuentre vigilantes, en la plenitud de los dones de Su Espíritu Santo. Entonces podremos esperar gozosos el encuentro con Nuestro Señor, que riega revestido de poder y de gloria para juzgar a los vivos y a los muertos y para dar a cada uno su merecido. 

San Serafín de Sarov


"Si tú supieras que alegría, que dulzura espera al alma del justo en el cielo, aceptarías todas las penas, las persecuciones y las calumnias agradecido. Hasta si esta misma celda estuviera llena de gusanos y estos comieran nuestro cuerpo durante toda la vida, uno debería aceptar todo esto con ganas, para no ser privado de la alegría celestial que preparó Dios para los que Lo aman."

San Serafín de Sarov
















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