Amígdalas ancestrales

Cuando la luz anticipa la desnudez de la tierra
hay bocas ásperas en las imágenes secas de la limalla.

Mientras las aves se enrollan en papiros
la carne de los hombres alucina el ímpetu de los animales
y en las rutas circuncidadas el halo de la pasión
en la placenta de los espíritus enamorados.

Tal vez los tendones se iluminen color de sepia
Chupando el agua que la piel aún exorciza
En la fisura donde las palabras se funden en fístulas.

En el rojo de las voces las amígdalas ancestrales.

João Rasteiro


Como una herida

Savia y péndulo desde el comienzo
ambos ajenos a las promesas del sol
y junto al cuerpo la voz ordenando
siempre la ilusión sobre el sueño de fuego,
junto a las palabras algunas cicatrices
mientras las piedras fructifican perfumes
bebiendo en el canto sordo de la lámina
la tierra que insiste en respirar,
y como la herida del poema no tiene nombre
la razón antigua donde brota Drummond:
(el único culpado es dios
y el resto es alucinación).
   
João Rasteiro



Cuando el ocio hiere la piel ebria

Cuando el ocio hiere la piel ebria
un cuerpo navega aún inmaculado
en góndolas de velas sordas
como si el largo crepitar de las venas
ese torrente de líquido rojo
aspirase al movimiento del agua
que sólo perdura en la sombra de las palabras.

Sobre la línea que respira entera
el fuego encendido de incisiones oblicuas
porque ella ya no distingue el cuerpo
rodeado de construcciones imaginarias.

João Rasteiro


"En el principio fue el hombre (con un perro clavado en una estaca brillando bajo las ascuas de su soledad para el resto de sus días rayados), y el hombre creó un Dios, y el hombre incendió a Dios en la esencia de las rosas de su perversión: la peregrinación sobre la arcilla y el agua impura para que no se recuerde su mísero nombre. Al principio sobrevino el hombre, la llaga más negra que la carne y también la torpeza viva del crepúsculo: un espléndido cántaro de purulencia, un mástil ardiendo con la floración de los credos. Al principio era el hombre y la opulencia del soplo."

João Rasteiro




En los párpados de la letanía

En los párpados de la letanía
solamente los ojos como reptiles
bebiendo las grietas de las palabras,
tal vez sembrando el espanto
cuando la luz ofende al sol
secreteando labios contra labios,
una forma matizada en los fuelles
en el delirio pungente y absoluto
aguzado en la raíz de un cuerpo antiguo.

João Rasteiro



Gemelos

Dentro de mí hay dos perros
bajo las ménsulas de la piel:
uno se muestra despiadado con la carne
y desleal con la sangre;
el otro es demasiado indulgente.
*
Los dos eternamente subsisten
lidiando bajo el impaciente y dispuesto
mundo de lo inalcanzable,
*
el que se consolida en la disputa es el
que seduzco con más frecuencia
al pecado y la ignominia.
*
Uno de ellos se va resignando al estuario,
su otro igual subsiste disidente
despojado de las múltiples súplicas del verbo.

João Rasteiro



La divina pestilencia

1.
Los poemas vendrán inclusos
cuando afluya el rocío
llegarán antes del pecado.

2.
Su dominio es infinito:
¡larga es la garganta del miedo,
ciego el corazón del susurro!

3.
Al principio era la dulzura
y la palabra se atrevió con la lujuria.
Por ella será toda ignominia.

4.
Ningún don abre la palabra:
le ha de crecer el último bicho
y saciarse en interior de la caza.

5.
Lo que sea escrito por el hálito
será cumplido – el afecto
es su extensión más pura.

6.
¿Cómo descifrar la ira del fulgor,
si es el eje de la luz por lo que me ciego
y por la soldadura que ahora rezo?

7.
Después del diluvio el ardor,
ya nada hay que decir en tu favor
pues las voces arden en silencio.

8.
Siento cómo la estricta ceguera
invoca el más recóndito lugar
pues nada solidificará el miedo…

9.
La matanza es una interferencia,
nunca la creación permanecerá
en su aparente invisibilidad.

10.
El poema sirve de mortaja,
ignoro de qué ocultos metales
se compone el arte de los dedos.

João Rasteiro



Limpiezas

Serenamente, como si se parase todo el tiempo
del mundo y toda la luz del astro rey,
Jorge Luis Borges lavó toda la biblioteca
hundiendo los libros en agua de rosas blancas,
era tiempo de expurgar, del exilio de la polilla,
hay sin duda formas mucho peores
de desnudarnos de la inutilidad de los días
pasados en baladíes quimeras.

Ah, solo el libro “Historia universal de la infamia”
escapó al genocidio de las limpiezas
en esa nebulosa aurora del 6 de agosto de 1945
cuando en Buenos Aires aún se abría la noche
pues “los poetas, como los ciegos,
pueden ver en la oscuridad”.

João Rasteiro



















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