Con mi otro yo

Hay unos pasadizos secretos entre ese desconocido del espejo
y el perro rabioso que habita mi corazón  y mis arrugas.
Arrinconado, me hipnotiza y me despierta desgarrado por el llanto.
Qué esconde su tristeza muda cuando pregunta:
¿Bailaste músicas imaginarias y no existió la felicidad de tu niñez?
¿Qué sabes de la separación de tus padres y del naufragio de tu familia?
¿Quién de los dos tiene el lado tierno
y quién el lado que sale de la boca del dragón?
Los peores demonios vienen en la falta de orgullo
en la soledad frente al espejo.
Te quitan la sangre del cuerpo, te mienten, te engañan, te traicionan,
y hacen que tu corazón sea ese perro rabioso
que se gana la vida abriendo muertos sin saber adónde encaja,
y atraviesa el maldito infierno para averiguar
 que la poesía prohíbe que un dia se parezca a otro.

Este nuevo día me descubre que para poner a ese desconocido adentro del espejo,
sustituyeron el vidrio con ladrillos de agua transparente
construidos con los ripios sobrantes de los inmensos aguaceros del diluvio
y los deshechos de lagrimas de las tragedias familiares.

 Francisco de Asís Fernández Arellano



Cuando regresé de verme en tus ojos

A Gloria Gabuardi

Cuando regresé de verme en tus ojos
habían pasado siglos y  Babel ya estaba destruida.
Viendo tus ojos creo  el sueño de tocar el cielo con las manos,
y ahora vivo debajo de esos tejidos que hacen las hojas y las ramas
y los frutos de las arboladuras del bosque bajo el cielo.
Vivo más allá de la esperanza y más allá de la desesperanza,
fuera de la naturaleza del paraíso.
Los alimentos de mi vida son  el frío, la humedad, el moho,
lo insólito, lo onírico, la quimera, lo mágico, lo místico, lo misterioso,
lo espiritual, lo ilógico,  el tedio, la soledad,  la angustia, el silencio,
y lo intenso de la inmensidad del cielo.
Por eso soy un cobarde que le teme al amor
y le tiene pavor a la muerte.
El amor y la muerte le quitan y le devuelven el brillo a mis ojos,
me sacan el demonio del cuerpo,
me hacen regalarte  poemas absurdos como los rayos del sol y la Antártida,
me abren el olfato para sentir el olor animal de tu piel
y me hacen generoso para obsequiarte flores amarillas y un río sin cauce.
Yo te amo y por eso el mundo no desaparece cuando cierro mis ojos.

Pero si yo no te amara el mundo se abrumaría despacito
y  yo no seria nadie en la soledad del cielo,
y no desenterraría las palabras que siembro con aullidos
y solo tendría la impureza brutal de este mundo
que lanza la poesía como un cadáver al mar
para desposar la crueldad con la envidia.

Francisco de Asís Fernández Arellano


El temor de la muerte

Del temor a envejecer pasé al temor de la muerte.
De todo lo que gané en la vida
pasé al miedo incontrolable de perderlo todo.
A esta edad los arrepentimientos son pesadillas y fantasmas,
que llegan a la memoria y empeoran las noches, acosan y castigan.
Son una casa encendida con cuartos de  memorias clausuradas
que se apagan y se vuelven a encender uno por uno,
con grandes zonas de tinieblas avanzando incontrolables.
Yo quise ser lo que fui
y no se si es muy tarde para ser lo que quiero ser.
Siempre me persigue la llama para que arda,
para que en mi vuelo me crezcan plumas blancas en el cuello y la espalda
y el sol me calcine y me derribe,
para que la poesía me extraiga la virtud
y me arroje íngrimo al desierto humano.
Pero ahora mi miedo animal es a la muerte,
a que ya no existan mi desesperación y mi abandono,
a que lo natural sea que mi yo sea mi nada
y me crezcan las uñas y el pelo en la soledad de la tierra
y mi cuerpo vuelva a ser un puñado de polvo;
miedo a que las agallas y locuras marchitas de mi vida
estén en ese puñado de polvo
y nadie las perciba en ese paisaje de la naturaleza de los pájaros,
o en los labios pálidos de una mujer indefensa.

Francisco de Asís Fernández Arellano


Veo fotografías de mi vida

¿Otra vez vivo? ¿Para qué, para quién?

En esta vida todos tenemos un destino
y el mío no fue matar, ni robar.
Porque mi amor pasó por todos los humores
para guiarme a través del laberinto.
La vida te pide lo que puedes dar.
Cuando veo fotografías de mi vida
veo la vida de otro hombre en la multitud:
una generación que tuvo poesías, música, revoluciones
y sueños del tamaño de las montañas nicaragüenses,
que serán como huellas en la arena
con un testamento lleno de muertos, tiranos y ladrones.
Para saber quién me mata, dice el sueño,
quiero saber quién me envía las primeras flores.
Una rosa sin una espina no es una rosa.
Así, yo siempre escribí poemas porque
siempre viví de sueños.
En un barco fantasma viví. Con cocina fusión:
comida afrodisíaca, postres con flores, ollas y sartenes
con sabores y aromas de un ave del paraíso
que con su canto pone su corazón en tu oído.
Sueños del tamaño de las montañas nicaragüenses
que serán como huellas en la arena
con un testamento lleno de muertos, tiranos y ladrones.
Nada borra el pasado. Nada llena el vacío de los muertos.
Basura el alma y basura el cuerpo.
Sueño despierto con romper cosas. Me falta el piso.
Tantos sueños de ángel para quedar desangelado.
Todos los días en la madrugada quiero retroceder el tiempo.

Me deprime la realidad y me deprime la Poesía
que ya no ata la tierra con el cielo,
que ya no pone en verso cielos limpios y hermosos
como suele ponerse el cielo después de una tormenta
de belleza sobria y ruda.

Desapareció mi juventud y ahora tengo miedo de creer.
Desaparecieron mis amantes y los pañuelos de seda.
Y a mis sesenta años me pregunto: ¿Qué soy por dentro?
¿El hijo Poeta de un matrimonio destrozado?
¿O parte de un sueño del tamaño de las montañas nicaragüenses,
de una generación que será como una huella en la arena
con un testamento lleno de muertos, tiranos y ladrones?

¿Otra vez vivo? ¿Para qué, para quién?

Francisco de Asís Fernández Arellano







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