Mi necesidad de escribirte es por algo de mucho más calado: porque me doy cuenta de que lo que nos está pasando es el preludio del fin del mundo que conocemos. ¡Y no te he revelado aun lo que yo sé de él!

Javier Sierra
El mensaje de Pandora


La misión que me he propuesto al escribirte es la de que nunca olvides que no por desconocida una amenaza se convierte en improbable.

Javier Sierra
El mensaje de Pandora


No pierdas el tiempo con los que hacen de la torpeza su bandera.

Javier Sierra
El mensaje de Pandora


El cronograma de lo que somos, de la civilización tal y como ahora la entiendes, comenzó hace solo diez o doce milenios. No es demasiado si piensas que nuestras primeras versiones surgieron hace alrededor de dos millones de años y que buena parte de ese tiempo lo pasamos actuando como simples depredadores. En ese extenso y remoto periodo se gestaron varias familias de humanos de características diferentes. Unas fueron dando paso a otras. En cada salto se producían mejoras, se crecía en habilidades e inteligencia, hasta que finalmente surgimos los sapiens… y nos quedamos. Lo cierto es que algo desconocido nos mutó de repente. Ocurrió en África, en plena ebullición evolutiva. Algo —lamento lo impreciso del término— nos hizo actuar de una forma totalmente nueva, con una visión inédita de la realidad. De repente comenzamos a organizarnos de un modo singular; desarrollamos un lenguaje complejo; sometimos fuerzas de la naturaleza como el fuego; empezamos a cuidar de los nuestros; los enterramos junto a objetos y alimentos como si los preparásemos para una larga travesía; incubamos habilidades lingüísticas, pictóricas y hasta musicales; elegimos a nuestros líderes; inventamos dioses y nos convertimos en cazadores de una eficacia temible. Lo curioso es que nadie en su sano juicio puede hoy descartar que esa mutación se debiera a una suerte de pandemia. Una quizá parecida a la que ahora sufrimos. Una infección que alteró el código genético de los homínidos que nos precedieron convirtiéndolos en lo que hoy somos. La idea no es mía, querida. Es de un premio Nobel. Y no de uno cualquiera, sino del hombre que —junto a un compañero de laboratorio— descubrió en 1953 que la estructura del ácido desoxirribonucleico (ADN) tenía forma de doble hélice, como las serpientes enroscadas en el bastón de Hermes y que hoy, por cierto, muchos utilizan como símbolo de la medicina al confundirlo con la vara de Asclepio. Ese hombre, Arys, se llamó Francis Crick. En 1962 compartió con James Watson el Premio Nobel de Medicina por su hallazgo. Y en 1981, en un giro copernicano a su pensamiento, propuso que esa misteriosa mutación genética en los primeros humanos fue propiciada por un microrganismo que nos infectó… desde otro planeta

Javier Sierra
El mensaje de Pandora


Curiosamente, la última vez que oí hablar del doctor Wickramasinghe fue poco antes de declararse la pandemia de la COVID-19, a principios de 2020. Él acababa de proponer a la revista médica británica The Lancet un artículo en el que sugería que el coronavirus que nos puso en jaque entonces se originó en un meteorito que cayó no muy lejos de Wuhan, en China —el foco de la epidemia—, en octubre del año anterior. Según sus estimaciones, la roca cósmica caída en las inmediaciones de Songyuan podría haber esparcido «cientos de trillones de partículas víricas» por toda la región, después de haber convertido la noche en día y ser filmada por las cámaras de tráfico de la ciudad. Bajo ese punto de vista, no cabía duda de que el nuevo «peligro amarillo» no era realmente chino, sino extraterrestre. Pero nadie le creyó. Y The Lancet ignoró su escrito.

Javier Sierra
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¿Te sorprende la idea de que la vida en general, y nuestra humanidad en particular, puedan ser el producto de una infección cósmica? ¿No te parece romántico abrirse a la sospecha de que nuestro origen esté más allá del sistema solar? ¿Que tú y yo, en el fondo, vengamos de otro mundo?

Javier Sierra
El mensaje de Pandora


Si en Göbekli Tepe se domesticaron los primeros animales, allí fue también donde se abrió la caja de Pandora de las primeras epidemias y pandemias víricas. ¿Fue una de estas la que obligó a aquel pueblo cuyo nombre desconocemos a dejar atrás aquel «laboratorio» de piedra, en espera de tiempos mejores?

Javier Sierra
El mensaje de Pandora

La totalidad de los agentes infecciosos que llevan siglos diezmándonos surgieron a partir de nuestro contacto con bestias. Domésticas o silvestres, no importa. Se trata de microbios que se adaptaron al huésped humano a la velocidad del rayo, como la fiebre amarilla que saltó de los monos salvajes africanos al hombre —más tarde lo haría el virus del sida—, la leptospirosis o la rabia de los perros, la tos ferina de los cerdos, la viruela de los bóvidos o la fiebre felina de los gatos. Hasta el final de la era de los cazadores-recolectores esas enfermedades nos eran casi desconocidas. El intercambio de patógenos entre animales y humanos se limitaba entonces a encuentros esporádicos con la fauna salvaje, pero a partir de la era de Göbekli Tepe sometimos a parte de esa fauna y la introdujimos en nuestras casas, convirtiéndola en un foco permanente de contagios. El propio término «domesticar», querida, ya lo dice todo. Viene del latín domus, «casa». De algún modo, hace diez milenios empezamos a cohabitar con un enemigo feroz e invisible —los virus zoonóticos, los que pasan de animales a personas— a cambio de carne, fuerza bruta, pieles o simplemente compañía. Y ya no hemos dejado de hacerlo.

Javier Sierra
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—¿Te imaginas, jovencita, qué creían los vecinos de este pueblo, en el siglo XIV, que causaba aquel mal? ¿Las ratas? ¿El aire? ¿Una nueva Hidra? Me buscaste de nuevo con la mirada para que te socorriera. Y no lo hice a tiempo. —¡La voluntad de Dios! ¡Creían que todo era la voluntad de Dios! —se adelantó ella—. ¿Y sabes qué sucede cuando para un mal invisible se confía en una solución invisible? Volviste a encogerte de hombros. —Que cuando el Mal llega, no te preocupas por indagar en sus verdaderas causas. Esperas a que Dios te saque del atolladero y sigues con tu vida dejando que la enfermedad salte de cuerpo en cuerpo. Nuestro peor enemigo, queridas, siempre ha sido la ignorancia. ¡Y esa sí es una plaga difícil de erradicar!

Javier Sierra
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—¿Sabes por qué me interesa tanto la historia, Arys? Porque encuentro en ella lecciones para la vida —te dije sin responderte—. En eso Assumpta y yo nos parecemos mucho. Cuando los jóvenes despreciáis a los mayores porque los veis desde vuestra insolente vitalidad, sucede algo parecido a cuando juzgamos el pasado desde la atalaya del presente: nos equivocamos. El anciano y el pasado no son sinónimos de ignorancia, atraso y torpeza. Al contrario. Ellos se enfrentaron antes que nosotros a los mismos problemas, ensayaron sus soluciones… Y a menudo, incluso acertaron.

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Ahora ha llegado ese momento. El momento de dejar de soñar. El momento de despertar.

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… pocas cosas hay tan letales como los dogmas.

Javier Sierra
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Yo llevo una eternidad luchando contra los dogmas.

Javier Sierra
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Para definir la verdad más allá de toda duda, los griegos utilizaron una palabra con un sentido ligeramente distinto al que usamos hoy. La llamaban al ē theia, «lo que en verdad no se ha olvidado». Acceder a ella, pues, requería de un serio ejercicio de memoria. Y los discípulos de Parménides lo conseguían a través de la anámn ē sis , de la rememoración.

Javier Sierra
El mensaje de Pandora


La Tierra es bombardeada diariamente por polvo estelar procedente de meteoritos. Se calcula que cada día caen hasta cien mil kilos sobre nuestro planeta. La mayoría de sus granos no superan el gramo de peso y resultan indetectables. Si Hoyle y Wickramasinghe están en lo cierto…, ese polvo transporta formas infinitas de materia viva que nos impregnan e infectan continuamente. No somos, pues, un lugar ajeno al universo. Formamos parte de él. El agua, el oxígeno, la vida, el ADN son parte indisociable de nuestro entorno cósmico y no una excepción de esta roca azul en la que vivimos. ¿Tan difícil es de aceptar?

Javier Sierra
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