A mi hija Betty

en días más sabios, mi querida flor, lanzada
a la belleza orgullosa, como era el orgullo de tu madre,
en ese deseado, retrasado e increíble tiempo,
te preguntarás por qué te abandoné, siendo mía,
y el querido corazón que era tu trono de bebé,
por jugármela con la muerte. Y, ¡oh!, te darán rimas
y razones: algunos lo llamarán sublime,
y otros lo declamarán con tono cómplice.
Así que aquí, mientras las dementes pistolas maldigan
   por lo alto,
y los hombres exhaustos suspiren, con barro como
   colchón y suelo,
sabe que nosotros, infelices, ahora con los muertos
   infelices,
no morimos por una bandera, ni un rey, ni un emperador
sino por un sueño, nacido en la cabaña de un pastor,
y por la secreta escritura de los pobres.

Thomas Michael Kettle

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