Amanecer

Acabo de parir la madrugada
de una jornada más de mi existencia
con la certeza puesta en la presencia
del Dios de todo lo creado
en cada gesto, en cada acción,
en cada sensación de mi conciencia.
No hablo de religión, no hablo de nada.
Ése Dios que me guía no es sólo mío
pero sigue mis pasos, lo presiento.

Está en todas las cosas que admiro,
añoro y amo, en las flores, los ríos,
las luces y las sombras, el ser humano,
en las penas que tengo, en sucesivos sueños,
en la lucha diaria, en los anhelos.

Se tuercen los caminos y ahí está.
Se ven los horizontes y se revela
su luz en lontananza.
Dios, -o como quiera que se llame-
dibuja mi destino a su libre albedrío
y me dejo llevar por la fortuna
de no sentirme solo ni un instante
siguiendo paso a paso,
a pesar de las piedras del camino,
esa línea invisible marcada de antemano
tan llena de esperanza.

Paco Benítez Aguilar


El beso

Bendita sensación de besos entregados.
Bendita la razón de cada beso.
Bendito el corazón enamorado
Bendito el cosquilleo de los besos robados.
¿Quién no besó una vez entre emociones
Y quién no lamentó los escapados?
Un beso es la oración que cuesta menos
para implorar perdón al ser amado.

Paco Benítez Aguilar



Lluvia de Perseidas

Increíble noche estrellada la que esperé
Cuando el crepúsculo fue apagando su luz entre arreboles
Y en el rojo horizonte el sol sucumbía
Hasta hacerse un hilo de oro viejo,
Una joya irrecuperable caída en el precipicio
De los días perdidos. 

Allí, en aquella playa, otrora de amor y besos
Quise esperar el asombroso baile de las Perseidas
Atravesando fugaces el espacio como fuegos de artificio,
Motas de polvo luminosas en el universo,
inmenso y quieto de esa noche de estío. 

A medianoche, yo cumplí la cita.
Cerré los ojos para el encantamiento
Y esperé, esperé, esperé
Que la lluvia de estrellas iluminara el cielo. 

Mi corazón latía con arrítmico esfuerzo,
Pero mi mano, vacía y deseosa de encontrar otra mano
Se quedó solitaria en el momento justo del milagro. 

En el espacio no pude ver la prometida lluvia.
Sólo una gota de luz, una lágrima fugaz
Cruzando de un extremo a otro la bóveda celeste. 

La intensa esperanza de aquel día se hizo desolación.
Y enjugué mi profundo vacío rezándole a la noche.
Aquella luz fugaz, estoy seguro, era como su adiós,
Su firma escrita en las estrellas, regalándome apenas un segundo
De felicidad suprema.
Creí escuchar voces, incluso alguna risa
Como cuando gozábamos después del espectáculo.
Pero no. Multitud de puntos luminosos
Sostenidos en el cielo por la mano divina
Fueron testigos de la noche más triste,
Desde que falta ella.

Paco Benítez Aguilar





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