Emoción por las islas

A Saint John Perse

Tomo tus palabras rodeadas de olas
que amanecen conmigo. Cerca de mis pies, arenas vibrantes de sol. No puedo ahora describir un viento
que cambia a cada instante de dirección.
Sólo los pájaros saben la orientación exacta de la brisa.
Ellos trasladaron
el centro del universo a estos lugares
del Caribe.
Los pájaros saldrán de los lienzos en noches de huracanes
volverán a vivir en las telas cuando llegue la calma.
Soltamos de nuevo tus palabras para instalar nuestra casa
en un círculo de arena.
Y hacer de nuestras vidas ataúdes de espumas.

Mateo Morrison


La cámara me observa

La precisa, digital, neutral, sofisticada, inhumana, pero no indiferente cámara,
enciende sus lentes y me observa.
Lo sé por el silencio de su luz porque parece adivinar
mis deseos infinitos de tomar un paquete de avellanas,
para ir degustando
en todos los espacios del supermercado y llegar con las manos vacías
a la puerta de salida.
La cámara de todos modos me captará, aunque no tome
ninguna avellana de las góndolas repletas de frutas.
Lo que quizás
no puede la cámara saber son mis deseos
y no estoy tan seguro porque hace mucho tiempo ya se detecta la verdad y la mentira a través
de los sonidos del corazón.
Tomaré las avellanas porque ya de todos modos
la cámara sabe a qué he venido.

Mateo Morrison



Ojos de madre vientos de guerra

Desde la lupa que arrecia mi ceguera te veo cruzar por los hilos del
agua. Adivinas a través de tu iris las diversas maneras de morir que
cruzan por tus lentes. Aquí madre también se cuecen las habas de tus
sueños. Los frutos cultivados en el patio recientemente han sido agujereados. Otra bandera arde en las escuelas y un retrato de Ercilla
Pepín nos acompaña en este nuevo intento de humillación imperial.
Los reflejos están en las corneas de tus ojos agigantados, pero sin
lágrimas donde las 7 que brillan han dejado de proyectarse en nuestro
cielo. Ahora son estrellas solitarias que se ocultan detrás de un portaviones. La ciudad atacada en el mismo ombligo se contonea al ritmo
de una música que excita los sentidos. Despertamos sobre cada uno de
los sueños que elaboraron nuestros muertos mayores. Madre nunca
me has abandonado, siempre ha estado presente tu voz. En el terremoto de Agosto contra los latidos de la tierra apenas ponías los débiles
latidos de mi corazón que no sabía porque todos oraban.
Nunca me has abandonado y ahora que Abril abre todos los
caminos, tú junto a mí abres uno nuevo, lo percibo en tus ojos
cuyas pupilas van tomando colores más fuertes y brillantes. Vienes
a la mesa y traes víveres cocidos. En los instantes de calma distribuyes la comida con tus manos firmes y un nuevo disparo alumbra
los círculos del patio. Detrás de los restos de carbón las balas persiguen a mis tíos transformados desde sus andamios en diestros combatientes. Adivinan el curso de la muerte y casi se burlan de ella,
reincorporándose llenos de polvo y de rencor. ¿Es esta acaso la
estación de la vida o de la muerte? En esta primavera el viento
hace temblar el polen y un leve murmullo nos dice que se reiniciarán
muy pronto los combates. Las palabras pelean entre sí y cada adjetivo se transforma en cañón, pero la gramática no sabe de balas.
Tus ojos adivinan que no ha cesado la muerte, sigue violentando
los altares doña Juana hija de San Cosme y San Damián oficiante
del barón del cementerio. El altar donde oficiaba Juana ha sido
tomado por los invasores y descubrieron que ahí se construían bombas y granadas de miseria callada en medio de un bohío.
En este instante un fusil Mauser puede ser la diferencia entre la
vida y la muerte, una granada guardada desde la segunda guerra mundial puede ser una pieza de museo o un estallido de libertad en nuestras manos. Hoy he aprendido a dirigir mis ojos a los enemigos, no los
había visto, ahora a quince metros y en el hueco de la vida. Los invasores pueden tener también hijos y esposas que los esperen y madres
que como tú agigantan los ojos para que yo pueda leer los signos del
peligro. El enemigo es un desconocido que sólo identificas si tu bala
es más certera que la de él. Eso aprendimos de mano de la guerra bajo
un cielo que nos cobija a todos. La lección es permanente, nadie puede olvidar ni el sonido ni la luz que llenó de muerte al compañero del
lado ni su rostro ni sus dolores insertados en el centro de los huesos ni
el dolor que no se ve que no se siente que no existe más que en la
memoria de los vivos.
Abril apareció de pronto en cada una de nuestras manos, invitándonos a tomar el fragmento de luz que el día nos entregaba. No
renegamos del pacto de amor firmado con la sangre, porque en el
corazón del llanto se batían los sueños que habíamos cobijado a través de laberintos de una historia repetida. Te tomaré las manos y las
asiré a mi pecho, descubriré zonas que fui creando al salir de tu
vientre para proteger las huellas de amor que me entregaste. Las
demás madres que construyen este ejército de amor contigo, edifican también nuevos caminos. La muerte cruza veloz por estos pinares que nos conducen a estaciones que se confunden entre si preñadas de nuevas criaturas que nacen desde el agua enarbolando banderas que prolongan la identidad del sueño. Porque soñar en una guerra es despertar, porque soñar en una guerra es un sueño difícil más
cerca de la muerte que del insomnio.
Desde el último piso de la plaza puedes mirar la calle que cruzamos
hace cuarenta años en ese trajín ahora autopista, los cadetes dejaron
San Isidro para alcanzar el puente. Luis estará tranquilo en New York
con su madre preñada por un marine. A través de fragmentos de sombra que delinea tu telescopio podrás ver hasta las hormigas que pasan
con rapidez por donde los cañones populares fueron enterrados debajo
del último respaldo de piedra ocultaron como un tesoro que dice que
los poderes suelen ser vulnerables.
Los barrotes que hicieron para encerrar los últimos resquicios del
honor lucen caídos. Nadie entona su ritmo porque ya el heroísmo,
dijo Luis, se vistió del último grito de la moda. La canción a la patria
suena hueca en las nuevas sinfonías y un ronquido voraz hiende los
aires. De todos modos toma tu cruz para una procesión hacia el combate, toma tu machete restaurador y tu trabuco independentista y
canta con el coro infinito de tono marcial. La guerra dibujó cristales
en los rostros vecinos. Envejecieron en forma acelerada ciguas y mariposas hasta morir dejando solo adornos disecados en múltiples vitrinas. Debo regresar, me muero por no dejarte sola en medio de este
desierto con tus ojos de madre atormentada-combatiente.
De pronto un vibrante sonido estalla en el centro de nuestro mundo. Aves hastiadas de tumultos se individualizan y se dirigen exhaustas hacia el sol que derrite sus ojos y van sin rumbo cierto hacia
túneles trazados por manos invisibles. Aquí está la tarde en que
murieron los hijos de María. Seguros del triunfo caminaron firmes
a los barrotes de la cárcel. Ya eran libres y murieron a cuatro esquinas proclamando con sus bocas trasgredidas la posibilidad del cambio. Sobre sus rostros una ciudad que entraba en una nueva etapa
no quería que la Fortaleza Ozama se derrumbara y sus techos le
cayeran encima de los hombros.
Renacía la ciudad en cada uno de los espacios del sueño y un leve
paso reseñará el momento oportuno en que elegimos para morir. En
realidad era un momento de elección porque nadie quería perder la
oportunidad de entrar por la puerta ancha. Un ojo enorme inauguraba las primeras jornadas donde un fusil ciego trasgredía la cotidianidad.
El puente, el puente he ahí el inicio de Ulises y el final de Ernesto o la
eternidad de Ernesto y el retorno de Ulises porque el puente fue la
frontera entre la dignidad y el vacío. Porque a veces este es el único
camino. No hay opciones o estás en el puente o estás en la nada.
Francis comprendió rápido la posibilidad del vacío o de la dignidad y
no lo pensó más, por eso el puente es el símbolo permanente nacido
en los oídos de la patria.

Mateo Morrison


Temblores en la noche

La almohada que cuida
el lado izquierdo de mi cabeza
no sabe que mis sueños delgados,
se van construyendo junto a ella.

Sueños terribles, sueños tontos,
sueños tenues, sueños de amores
que se evaporan si despierto.

A mi lado, ¿qué soñará la
que hace tantos años
usa la otra almohada
que de seguro tampoco sabe
de sus sueños, aunque sienta
sudores en una madrugada
donde colapsa la energía?

El sudor no tiene nada
que ver con los sueños
porque no transpiran
ni generan nada visible.

2
Infinitamente delgados
se van a otra dimensión
donde ni siquiera los sueños
de la que se supone me ama,
se conectan con los míos
que estoy seguro la aman.

Son sueños incomunicables,
dispersos en sus fragmentos de sombra,
vidas en los escenarios de muerte.
La sábana que sabe aún menos,
trata de comunicarse con
la almohada, que no sabe de sueños
o por lo menos da a entender eso
por la indiferencia que exhibe cuando
la sacudimos y no reacciona
como si el privilegio de resguardar
nuestras cabezas no le importara.

3
La sábana sabe de cuerpos
que se mueven, de sexos diluidos,
de movimientos tenues
y movimientos bruscos
de humedades que hacen temblar
y ella no duerme,
hasta que no se sacie la pasión
en caída vertiginosa hacia el silencio.

Mateo Morrison


Tempestad del silencio


La tempestad que desató el silencio aún no se detiene. Residuos de sol convertidos en bosques. Seres desnutridos emitiendo sonidos que quizás se inventaron en la prehistoria de sus meditaciones. Territorios enormes poblados de animales perseguidos. Vegetales cortados y lanzados al fuego.

El odio y el amor cambiaron de lugar, pero no de intensidad.

Sobre el azar renace el vacío y una línea se aleja de su huella.

El día y la noche harán su mudanza sin ser medidos por un reloj. Al lado los perros contemplan la forma en que los huma- nos hacen el amor.

La llamada envuelta en el timbre inconfundible de tu voz me recuerda que aún la luna existe. Trato de reptar por las calles para encontrarla. Paredes inmensas me lo impiden. Entonces imagino su reflejo en tus ojos.

Nuevos obstáculos me obligan a verla a su regreso. Tendrá adherido movimientos de tus pestañas, profundidad de tu iris y un arder estrellado de pensamiento veloz. Será un astro nuevo vivificado por ti. Desde mi dolor callejero construyo una luz que también piensa. Dilatadas mis palabras en tu alfabeto nuevo y lunar.

A la distancia un instrumento que desconozco reafirma la riqueza de la música.

Lo natural se volvió artificial hace un instante. No sabemos si es mejor regalar flores o decoraciones plásticas para consumar rituales amorosos.

Llega un imán enorme que me impulsa a volver a las grutas. Ahora cercano a la planicie percibo signos que anuncian la ampliación de las ciudades. Agotado salgo junto a reptiles a ver los nuevos rostros que inventa mi extrañeza.

Quiero un río que lave mi cuerpo maloliente. Sólo encuentro páginas vacías en el instructivo que dejaron en mi pecho. Despierto junto a un lecho de gladiolos.

Como pueden observar he perdido la razón. Trato de recuperarla en este instante que aprovecho para decirles quien soy. Como debo ser breve, se me agolpan las palabras y combino los diversos lenguajes. Sé que se preguntan de dónde viene mi voz, mi rostro, mi existencia.

Salí de un cataclismo supongo. El tiempo se recuesta en mi hombro izquierdo y deja descansar mi costado derecho para que me recorran las hormigas.

Mateo Morrison








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