"La ligereza, la inconsistencia, el medio saber superficial y parasitario, son los peores enemigos del intelecto argentino."

Paul Groussac



"La traducción en verso tiene sus leyes inviolables y propias: la primera es que no se debe intentar."

Paul Groussac
citado por J. L. Borges


"Pero no son aquéllos sino raptos fugitivos, muy distantes de compensar la aridez de un drama fundado en una sola situación facticia, y tan desnudo de verdad psicológica como de estilo. Esa interpretación pro sobresaltos y sacudidas, que sólo en los minutos de crisis revela su potencia, se asemeja a un paño común y sin gran valor, pero cuya vulgar textura está realzada con el más raro y magnífico bordado. No puede discutirse, entre tanto, que sea Sarah Bernhardt una criatura de temple excepcional y, como dirían los ingleses, "magnética", hacia cuyas exhibiciones escénicas y alborotos privados, repercutidos con harta complacencia por el compadraje o "comadraje" periodístico, convergen hoy las miradas del mundo.
Existe -y ha existido siempre- en todas las grandes capitales, llegadas como ésta a un alto grado de civilización, una extraña clase social (aunque durante siglos subsistió al margen de la sociedad): la componen individuos de ambos sexos, consagrados exclusivamente al deleite y solaz del público. Es un mundo pequeño dedicado a distraer al grande; o sea, a divertir a los que entre sí -con la conversación, la lectura, los cuentos y los juegos inocentes o nocivos- no alcanzan a divertirse. Es gente nocheriega; hombres y mujeres se pintan y afeitan para disfrazar su juventud o su vejez: cubren su cabeza con pelucas y su cuerpo con oropeles de todas las épocas y países: se afanan cada noche en fingir pasiones que no sienten, pronunciar palabras que les salen de la garganta a los labios sin haber pasado por otro compartimiento cerebral que el de la memoria: hacen ad libitum muecas y visajes de dolor o de alegría, pues lloran y ríen con igual facilidad, habiendo alquilado al efecto su cuerpo y su alma por cierta suma de dinero, -que para algunos raya en fantástica. Tiene por sol resplandeciente una hilera de gas encendido a sus pies: habitan en palacios o cabañas de lienzo pintado. Según sean sus papeles trágicos o cómicos trabajan por provocar nuestra angustia, hiriéndose con puñales de palo, o nuestra hilaridad gesticulando grotescos accidentes. De día poco salen y se ven, deslizándose desteñidos, marchitos, como ofuscados por la luz del sol, con algo del andar zurdo y tropezador de las aves nocturnas en pleno día. En vista de todo ello, suelen llamarse "artistas" -lo que equivale a llamarse "estatuarios" los fundidores de estatuas."

Paul Groussac
Vistas parisienses



"Quien me le hizo conocer -, a la distancia- fue el anciano francés M. Paúl Morta, dueño entonces, sino fundador, de la librería del Colegio. Era éste un bibliófilo parisiense, arrojado por alguna ventolera a estas playas, y convertido en vendedor de libros por la virtud soberana de la diosa Necesidad. Parlador incoercible, se aparecía desde muy temprano en el umbral de su covacha, de zapatillas y levitón más polvoroso que sus estantes, en acecho del primer transeúnte amigo -que poco tardaba- con quien pegar la higiénica hebra. Allí, sin embargo, hacía yo mi estación casi diaria, después de clase, deleitándome con hojear de pie los volúmenes que no cabían en mi modesto bolsillo, y resignado a la charla del mercader en gracia de su mercancía. Así estaba cierto día de junio dando la respetuosa bienvenida -lo tengo bien presente- a la Creación de Quinet, que acababa de llegar, cuando sonó desde la acera el eureka gangoso del viejo pescador: "¡Oh, señor doctor, tanto gusto, adelante...!". Pero ese día el pez no mordió el anzuelo. El interpelado -joven de mediana estatura y silueta esbelta (¡cómo cambiamos!)- no se detuvo sino los segundos indispensables para saludar y soltar una chuscada al "amigo Morta", que la festejó estruendosamente mientras el otro ya seguía su camino, cruzando a la acera de enfrente. Me había asomado a la puerta, movido de vaga curiosidad, sin que el librero, que me daba la espalda, reparase en mí para presentarme. Alcancé a percibir -pues me miró un instante- una fisonomía simpática, risueña al par que pensativa: ojos pequeños, vivísimos, que vibraban por entre la orla negra de las pobladas pestañas una mirada penetrante; boca abultada de orador elocuente o decidor festivo; barba de misionero joven que afinaba un tanto el pálido perfil. El sombrero hongo, muy calado en la nuca, descubría el arranque de la espaciosa frente, y una melena oscura, contorneando las orejas, se esponjaba sobre el cuello del gabán. El conjunto, en que parecía que la travesura estudiantil retozara aún bajo la formalidad del profesor, era decididamente atractivo. Acaso carecía de elegancia, pero no de cierta indefinible distinción. En esa entonces delgadez de la juventud, como más tarde a través del embonpoint burgués de la edad madura, algo luminoso se transparentaba, y era la irradiación de un alma buena y de un espíritu entregado a la vida interior. .. Me había quedado en la puerta de la tienda, mirándole alejarse, con los ojos bajos y la cabeza erguida; vi que al pasar delante de San Ignacio, levantaba el sombrero, inclinándose ligeramente, sin ostentación ni disimulo. Era Pedro Goyena.
Aunque ello parezca extraño -y sin duda lo era, consideradas nuestras comunes frecuentaciones-, tardó todavía algún tiempo hasta producirse la conjunción inevitable. En cambio, cuando ésta ocurrió a su hora, sin intervención de terceros ni fórmulas presentativas, nuestra amistad se desprendió por sí sola como una fruta en sazón, y la simpatía instantánea cuajó al punto en afecto vivaz y duradero."

Paul Groussac
Los que pasaban






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