Mi tío simplemente se murió una hermosa tarde de mediados de
abril, y en ese momento mi vida empezó a cambiar, empecé a desaparecer en otro
mundo.
Paul Auster
El Palacio de la Luna
Era capaz de contar chistes que me hacían reír a carcajadas,
pero eso sucedía sólo raramente, cuando los planetas estaban en la conjunción
propicia.
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—Todos los hijos son hijos del amor —dijo—, pero sólo a los
mejores les llaman así.
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Como era de esa clase de personas que siempre están soñando
con hacer otra cosa mientras están ocupadas, no podía sentarse a practicar una
pieza sin detenerse a resolver mentalmente un problema de ajedrez, no podía
jugar al ajedrez sin pensar en los fracasos de los Chicago Cubs, no podía ir al
estadio de béisbol sin acordarse de un personaje secundario de Shakespeare, y
luego, cuando al fin volvía a casa, no podía sentarse con un libro más de
veinte minutos sin sentir la urgente necesidad de tocar el clarinete. Por lo
tanto, dondequiera que estuviese y adondequiera que fuera, dejaba tras de sí un
desordenado rastro de malas jugadas de ajedrez, marcadores con resultados
provisionales y libros a medio leer.
Paul Auster
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Al cabo de un mes de mi llegada, habíamos desarrollado un
juego consistente en inventar países entre los dos, mundos imaginarios que
invertían las leyes de la naturaleza. Tardamos semanas en perfeccionar algunos
de los mejores, y los mapas que dibujé de ellos los colgamos en un lugar de
honor encima de la mesa de la cocina. La Tierra de la Luz Esporádica, por
ejemplo, y el Reino de los Tuertos. Dadas las dificultades que el mundo real
nos había creado, probablemente era lógico que quisiéramos abandonarlo lo más a
menudo posible.
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Por ahora, vamos en direcciones opuestas. Pero antes o
después nos reuniremos de nuevo, estoy seguro. Al final todo sale bien,
¿comprendes?, todo conecta. Los nueve círculos. Los nueve planetas. Las nueve
entradas. Nuestras nueve vidas. Piénsalo. Las correspondencias son infinitas.
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—Una voz transmitida eléctricamente no es una voz real —le
dije—. Todos nos hemos acostumbrado a estos simulacros de nosotros mismos, pero
cuando te paras a pensarlo, el teléfono es un instrumento de distorsión y
fantasía. Es una comunicación entre fantasmas, las secreciones verbales de
mentes sin cuerpo. Yo quiero ver a la persona con la que estoy hablando. Si no
puedo verla, prefiero no hablar con ella.
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Mi mente había empezado a ir a la deriva y, una vez que eso
sucedía, me veía impotente para detenerla.
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El mundo me aplastaba de nuevo y apenas podía respirar.
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Tenía unos senos bien formados y los exhibía con admirable
despreocupación, sin hacer ostentación de ellos ni fingir que no existían.
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Alguien empezó a hablar de la llegada a la luna y entonces
otro afirmó que no había tenido lugar realmente. Todo eso era un truco, dijo,
un montaje televisivo organizado por el gobierno para desviar nuestra atención
de la guerra. —La gente está dispuesta a creerse cualquier cosa que les digan
—añadió—, incluso un número de circo rodado en un estudio de Hollywood.
Paul Auster
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Hay libros que hablan y ciudades que viajan.
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—Pero yo sí tengo un trabajo. Me levanto por la mañana como
todo el mundo y luego intento ver si consigo llegar al final del día.
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Más que un cine era un templo, un templo erigido a la mayor
gloria de la ilusión.
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Me pareció que el destino me cuidaba, que mi vida estaba
bajo la protección de espíritus benévolos.
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Me había convertido en una nada, un muerto que caía de
cabeza al infierno.
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Esto es lo que me merezco, me dije. Yo me he hecho mi nada y
ahora tengo que vivir en ella.
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Mi estado de ánimo saltaba temerariamente de un extremo al
otro, haciéndome pasar de la alegría a la desesperación tan a menudo que mi
mente salía maltrecha del viaje. Casi cualquier cosa podía provocar el cambio:
una súbita confrontación con el pasado, una sonrisa casual de un desconocido,
la forma en que la luz daba en la acera a una hora determinada. Me esforcé por
recuperar cierto equilibrio interior, pero fue en vano: todo era inestabilidad,
torbellino, loco capricho. Un momento estaba entregado a una meditación
filosófica, absolutamente convencido de que estaba a punto de entrar en las
filas de los iluminados; al siguiente estaba llorando, abrumado por el peso de
mi propia angustia. Mi ensimismamiento era tan intenso que ya no podía ver las
cosas tal y como eran: los objetos se convertían en pensamientos y cada
pensamiento era parte del drama que estaba siendo interpretado en mi interior.
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Puede que fuera eso lo único que me había propuesto
demostrar desde el principio: que una vez que echas tu vida por los aires,
descubres cosas que nunca habías sabido, cosas que no puedes aprender en
ninguna otra circunstancia.
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Nunca le pedí nada a nadie, nunca me moví de mi sitio y, sin
embargo, continuamente se acercaban a mí desconocidos y me prestaban ayuda.
Debía de existir una fuerza que emanaba de mí hacia el mundo, pensaba, algo
indefinible que hacía que la gente quisiera ayudarme. A medida que pasaba el
tiempo, empecé a notar que las cosas buenas me sucedían sólo cuando dejaba de
desearlas. Si eso era cierto, entonces también lo era lo contrario: desear
demasiado las cosas impedía que sucedieran. Ésa era la consecuencia lógica de
mi teoría, porque si me había demostrado que podía atraer al mundo, de ello se
deducía que también podía repelerlo. En otras palabras, conseguía lo que quería
sólo si no lo quería. No tenía sentido, pero lo incomprensible del argumento
era lo que me atraía. Si mis deseos únicamente podían ser satisfechos no
pensando en ellos, entonces todo pensamiento acerca de mi situación era
necesariamente contraproducente. En el momento en que empecé a abrazar esta
idea, me encontré haciendo equilibrios en una imposible cuerda floja de
consciencia. Porque ¿cómo se puede no pensar en el hambre cuando estás siempre
hambriento? ¿Cómo hacer callar a tu estómago cuando está llamándote
constantemente, rogando que lo llenes? Es casi imposible no hacer caso de estas
súplicas. Una y otra vez sucumbía a ellas, y no bien lo hacía, sabía
automáticamente que había destruido mis posibilidades de recibir ayuda. El
resultado era ineludible, tan rígido y preciso como una fórmula matemática.
Mientras me preocupara por mis problemas, el mundo me volvería la espalda. Eso
no me dejaba otra alternativa que la de apañármelas por mi cuenta, agenciarme
lo que pudiera. Pasaba el tiempo. Un día, dos días, tal vez tres o cuatro, y
poco a poco borraba de mi mente todo pensamiento de salvación, me daba por
perdido. Sólo entonces se producía alguno de los sucesos milagrosos. Siempre me
cogían totalmente por sorpresa. No podía predecirlos y, una vez que sucedían,
no podía contar con que hubiera otro. Cada milagro era siempre, por lo tanto,
el último milagro. Y porque era el último, continuamente me veía arrojado al
principio, continuamente tenía que comenzar de nuevo la batalla.
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Estoy empezando a encogerme, pensé, y de pronto me oí
hablándole en voz alta a la cara del espejo. —No te asustes —dijo mi voz—. A
nadie se le permite morir más de una vez. La comedia acabará pronto y no
tendrás que volver a representarla nunca.
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—Nuestras vidas están determinadas por múltiples
contingencias —dije, tratando de ser lo más sucinto posible— y luchamos todos
los días contra estas sorpresas y accidentes para mantener nuestro equilibrio.
Hace dos años, por razones tanto personales como filosóficas, decidí dejar de
luchar. No era que quisiera matarme, no debe usted creer eso, sino que pensé
que, abandonándome al caos del mundo, quizá el mundo acabaría por revelarme
alguna secreta armonía, alguna forma o esquema que me ayudaría a penetrar en mí
mismo. La idea era aceptar las cosas tal y como son, dejarse llevar por la
corriente del universo. No digo que consiguiera hacerlo muy bien. La verdad es
que fracasé miserablemente. Pero el fracaso no invalida la sinceridad del
intento. Aunque estuve a punto de morirme, creo, no obstante, que ahora soy
mejor por haberlo intentado.
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—No sé nada. He esperado demasiado para saber nada.
Paul Auster
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—Pudo ser una coincidencia. —Las coincidencias no existen.
Esa palabra sólo la usan los ignorantes. Todo lo que hay en el mundo está hecho
de electricidad, tanto lo animado como lo inanimado. Hasta los pensamientos
emiten una carga eléctrica. Si son lo bastante fuertes, los pensamientos de un
hombre pueden cambiar el mundo que le rodea. No lo olvide, muchacho.
Paul Auster
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Si uno está dispuesto a mentir, más vale hacerlo de manera
peligrosa.
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Yo tenía diecisiete años y de pronto, sin la menor sombra de
duda, comprendí que mi vida era mía, que me pertenecía a mí y a nadie más.
Paul Auster
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… una vez que pruebas el sabor del futuro, ya no hay forma de
volver atrás.
Paul Auster
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Un hombre no puede saber dónde está en la tierra salvo en
relación con la luna o con una estrella. Lo primero es la astronomía; luego
vienen los mapas terrestres, que dependen de ella. Justo lo contrario de lo que
uno esperaría. Si lo piensas mucho tiempo, acabas con el cerebro del revés.
Existe un aquí sólo en relación con un allí, no al contrario. Hay esto sólo
porque hay aquello; si no miramos arriba nunca sabremos qué hay abajo.
Piénselo, muchacho. Nos encontramos a nosotros mismos únicamente mirando lo que
no somos. No puedes poner los pies en la tierra hasta que no has tocado el
cielo.
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En el fondo es eso, Fogg, al final todo es mentira. El único
sitio en donde existes es en tu cabeza.
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Cuando un hombre siente que ha llegado al límite de su
resistencia, es absolutamente natural que necesite gritar. El aire se acumula
en sus pulmones y no puede respirar a menos que lo eche fuera, a menos que lo
expulse aullando con todas sus fuerzas. De lo contrario, se ahogaría con su
propio aliento, el cielo mismo le asfixiaría.
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Se había sumergido tan profundamente en su soledad que ya no
necesitaba ninguna distracción. Le parecía casi inimaginable, pero poco a poco
el mundo se había vuelto suficiente para él.
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—Quiero morirme pensando en el sexo —murmuró—. No hay mejor
manera de irse que ésa.
Paul Auster
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Nuestro anfitrión se llamaba Orlando y era un cómico muy
dotado; sorteaba de puntillas imaginarios charcos, inclinaba el paraguas en
distintas direcciones para evitar las gotas de lluvia y charló durante todo el
camino en un rápido monólogo de asociaciones ridículas y juegos de palabras.
Era la imaginación en su forma más pura: el acto de dar vida a cosas
inexistentes, de convencer a otros de que aceptaran un mundo que en realidad no
estaba a la vista. Al haberse producido aquella noche, el encuentro parecía
concordar con el impulso que movía lo que Effing y yo acabábamos de hacer en la
calle Cuarenta y dos. Un espíritu lunático se había apoderado de la ciudad. Los
billetes de cincuenta dólares viajaban en los bolsillos de los desconocidos, llovía,
pero no llovía y no nos daba ni una sola gota del chaparrón que caía a través
de nuestro paraguas roto.
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—El paraguas es como tener dinero en el banco —dijo Effing.
—Exactamente, Tom —respondió Orlando—. Mételo debajo del colchón y guárdalo
para un día de lluvia.
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—No sea imbécil —me dijo—. He cogido éste a propósito. Es un
paraguas mágico, cualquier idiota se daría cuenta. Cuando uno lo abre se vuelve
invencible.
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—Es extraordinario, ¿no? —me gritó por encima del ruido—.
Huele a lluvia. Oigo como si lloviera. Incluso noto el sabor de la lluvia. Y
sin embargo estamos absolutamente secos. Es el triunfo de la mente sobre la
materia, Fogg. ¡Al fin lo hemos logrado! ¡Hemos descubierto el secreto del
universo!
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—Todo el mundo merece la bondad —dije—. Sea quien sea.
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La muerte de Effing me había liberado de mi esclavitud de
él, pero al mismo tiempo Effing me había liberado de mi esclavitud del mundo, y
como era joven, como todavía sabía muy poco del mundo, no comprendí que este
período de felicidad terminaría alguna vez. Había estado perdido en el desierto
y luego, de repente, había encontrado mi Canaán, mi tierra prometida. Por el
momento sólo podía sentirme exultante, caer de rodillas para dar las gracias y
besar la tierra que pisaba. Era demasiado pronto para pensar que nada de
aquello pudiera destruirse, demasiado pronto para imaginar que luego vendría el
exilio.
Paul Auster
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Ninguno de los dos habló del futuro, pero en un momento
dado, a los dos o tres meses de vivir juntos, creo que ambos empezamos a
sospechar que íbamos encaminados al matrimonio.
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—Una coincidencia detrás de otra —dije—. Parece que el
universo está lleno de coincidencias.
Paul Auster
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El mundo era una carrera de obstáculos formados por ojos que
miraban fijamente y dedos que señalaban, y él formaba parte de un espectáculo
de monstruos ambulante, el chico globo que atravesaba anadeando la corriente de
las risas y hacía que la gente se parara a su paso.
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Nadie tenía la culpa de lo sucedido, pero eso no hacía que
me resultara menos difícil de aceptar. Todo había sido un problema de
conexiones fallidas, de mala sincronización, de andar a ciegas. Siempre
perdiendo la ocasión de encontrarnos por muy poco, siempre a unos centímetros
de descubrirlo todo. A eso es a lo que se reduce la historia, creo. A una serie
de oportunidades perdidas. Teníamos todas las piezas desde el principio, pero
nadie supo encajarlas.
Paul Auster
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“Se llamaban a sí mismo los Humanos —escribía Barber—, la
Gente, Los que Vinieron de Lejos. De acuerdo con las leyendas que le contaron,
hacía mucho tiempo sus antepasados habían vivido en la luna. Pero una gran
sequía se llevó el agua de la tierra y todos los Humanos murieron excepto Pog y
Ooma, el Padre y la Madre primitivos.
Paul Auster
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Curiosamente, empieza a parecerle que oye vestigios de
inglés cuando los Humanos hablan, no del inglés que él conoce, exactamente,
sino retazos, restos de palabras inglesas, una especie de inglés metamorfoseado
que de alguna manera se ha colado en las grietas del otro idioma. Una frase
como Tierra de Poca Agua, por ejemplo, se convierte en una sola palabra:
Ti-pogu-a. Hombres Salvajes se transforma en Ho-sal y Mundo Llano en algo así
como mulla.
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Kepler fue encontrado, fue resucitado y ahora tiene que
convertirse en el padre de una nueva generación. Es el Padre Salvaje que cayó
de la luna, el Progenitor de Almas Humanas, el Hombre Espiritual que rescatará
a la Gente del olvido.
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Aunque era Kitty la que estaba embarazada, para ella el niño
no era más que una abstracción, un caso hipotético de vida futura más que una
vida que ya había comenzado. Hasta que naciera no existiría. Desde mi punto de
vista, sin embargo, el niño había empezado a existir desde el momento en que
Kitty me dijo que lo llevaba dentro. Aunque no fuese mayor que un pulgar, era
una persona, una realidad ineludible. Si buscábamos a alguien para que le
hiciese un aborto, a mí me parecía que sería igual que cometer un asesinato.
Paul Auster
El Palacio de la Luna
Regresamos al barrio chino a la mañana siguiente, pero nada
volvió a ser igual. Ambos habíamos conseguido convencernos de que podríamos
olvidar lo sucedido, pero cuando tratamos de volver a nuestra antigua vida,
descubrimos que ya no estaba allí.
Paul Auster
El Palacio de la Luna
Regresamos al barrio chino a la mañana siguiente, pero nada
volvió a ser igual. Ambos habíamos conseguido convencernos de que podríamos
olvidar lo sucedido, pero cuando tratamos de volver a nuestra antigua vida,
descubrimos que ya no estaba allí. Después de las terribles semanas de
conversaciones y peleas, los dos caímos en el silencio, como si ahora nos diese
miedo mirarnos.
Paul Auster
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Toda muerte es única.
Paul Auster
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