Nací en el seno de una humilde familia nómada, en una tienda plantada en las inhóspitas y verdes mesetas del este del Tíbet, rodeadas de las montañas más altas del mundo y los ríos más caudalosos. La tierra estaba cubierta de nieve durante casi ocho meses al año. Mi familia pertenecía a un grupo tribal que vivía en tiendas y se dedicaba a la cría de diversos animales domésticos, como yacs, caballos y ovejas. Varias veces al año trasladábamos nuestros campamentos a otros valles en busca de pastos frescos para alimentar a los animales. Cuando contaba cinco años sucedió algo que cambió drásticamente mi vida: me reconocieron como la reencarnación de un famoso maestro religioso del monasterio de Dodrupclien, una importante institución docente del este del Tíbet. Los budistas aceptan los principios de la reencarnación y del karma, de modo que los tibetanos creen que, al morir, los grandes maestros se reencarnan en otras personas que tendrán grandes dotes para beneficiar a la gente. Mis padres lamentaron mucho tener que separarse de mí, pues yo era su único hijo, pero me entregaron al monasterio sin dudarlo. Estaban orgullosos y se sentían profundamente privilegiados porque de la noche a la mañana su hijo se había convertido en un personaje respetado en el valle.

Para nosotros el budismo no sólo era meditación, estudio y ceremonia, sino una forma de vida y de existencia. El budismo enseña que la identidad esencial de todos los seres es la mente, pura, apacible y perfecta por naturaleza. La mente es Buda. Como ya sabemos, cuando nuestra mente se encuentra libre de la presión de las situaciones externas y de las emociones, se vuelve más serena, abierta, sabia y espaciosa.

En el monasterio me inculcaron la importancia de abandonar la actitud que los budistas llaman «aferrarse al yo», de combatir la percepción errónea de que hay una entidad sólida y permanente en nosotros y en los demás seres y cosas. El «yo» es un concepto fabricado por la mente simple, no por la verdadera naturaleza de la mente. El apego al yo, la dependencia de, es la raíz de los trastornos mentales y emocionales, la causa de todos nuestros sufrimientos. Ésta es la clave que nos permite comprender la esencia del budismo, su espíritu y su talante. En este sentido el budismo es radical: afirma que el sufrimiento lo causa algo que nuestra mente está haciendo antes incluso de que lleguemos a mostrar algún comportamiento torpe o problemático, o a realizar algún discurso agresivo; antes de que nos veamos sumidos en el sufrimiento, la enfermedad, la vejez y la muerte, de los que no puede librarse ningún ser humano. El budismo atribuye todos los problemas al hecho de aferrarse al yo.

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El poder curativo de la mente


El propósito de proteger la llama apacible de la mente de las luchas tormentosas de la vida, y de enviar a los demás los rayos de la amplitud y la actitud positiva fue lo que me permitió seguir adelante en los momentos difíciles. En muchos aspectos las grandes tragedias de mi vida se convirtieron en una ventaja, pues ilustraban las enseñanzas budistas sobre la naturaleza ilusoria de la vida, levantando el falso manto de la seguridad. Ya no tenía ninguna duda acerca de los beneficios que aporta despegarse del yo.

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Al amparo de la luz de la sabiduría budista, contemplo los aspectos positivos de todas las circunstancias a través de la ventana de la naturaleza apacible de la mente, en lugar de sucumbir a sus aspectos negativos. Ésta es la esencia del camino del bienestar.

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La clave del bienestar consiste en aceptar las cosas sin culpar a otros

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Este libro es una guía práctica para todo aquel que quiera encontrar la paz y liberarse de la ansiedad, la tensión nerviosa y el dolor.

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Si practicas los ejercicios que se proponen en este libro podrás solucionar tus problemas y liberarte del dolor, devolver a tu vida la alegría y la salud. Como mínimo te ayudarán a reducir la intensidad del dolor y la gravedad de los problemas, y a incrementar la alegría y la salud de que disfrutas. Además, la paz y la fuerza generadas por el poder curativo de la mente te permitirán aceptar más fácilmente el dolor y los problemas y contemplarlos como parte de tu vida, al igual que aceptamos la oscuridad de la noche como parte del ciclo del día.

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Todo aquel cuya mente esté abierta al poder curativo de la meditación se beneficiará practicando los ejercicios descritos en este libro. Para eso no hace falta ser budista. Sin embargo, los ejercicios no están concebidos como una alternativa a los tratamientos convencionales. La medicina, un comportamiento y una dieta adecuados y el ejercicio físico son elementos básicos para el bienestar.

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El budismo aboga por eliminar la tensión innecesaria y perjudicial que creamos en nuestras vidas, mediante la comprensión de la verdadera naturaleza de las cosas.

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Desgraciadamente mucha gente cree que el budismo es una religión difundida por un determinado maestro histórico, Buda Shakyamuni, cuya única finalidad consiste en beneficiar a los seguidores de esa tradición. El budismo es un camino universal. Su objetivo consiste en alcanzar la verdad universal, el estado de iluminación plena. Según el propio Buda Shakyamuni, un número infinito de seres alcanzaron la iluminación antes de que él naciera, Hay, ha habido y habrá budismo (el camino) y budas (los que han alcanzado la iluminación) en este mundo y en otros, en el pasado, en el presente y en el futuro. Es cierto que hace casi dos mil quinientos años Buda Shakyamuni propagó las enseñanzas que luego se conocieron como budismo. El budismo que enseñaba Shakyamuni es una de Las manifestaciones del budismo, pero no la única, La gente que tenga una mente abierta oirá el camino verdadero, que los budistas llaman dharma, incluso en la naturaleza. El Dharmasamgiti afirma: «Los que tienen un buen estado mental, aunque no esté presente el buda oirán el dharma en el cielo, en las paredes y en los árboles. A los que persiguen una mente pura, las enseñanzas y las instrucciones se les aparecerán con sólo desearlas.»

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Nuestra mente crea la experiencia de la felicidad y el sufrimiento; la capacidad para hallar la paz depende de nosotros. La mente, en su estado puro, es apacible e iluminada. Todo aquel que comprenda esta idea se encuentra ya en el camino de la sabiduría.

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El apego al yo crea karma negativo, costumbres y tendencias negativas. Pero no todo el karma es negativo, aunque algunas personas cometen el error de pensar así. También podemos crear karma positivo, y eso es lo que pretende la meditación. Si nos aferramos al yo con todas nuestras fuerzas crearnos karma negativo. El karma positivo nos ayuda a despegarnos del yo, y cuando nos relajamos encontramos el equilibrio y nos volvernos más sanos y felices.

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Según la filosofía del budismo Mahayana, todos vagamos por este mundo a la deriva, sin ver la fuerza interior que puede liberarnos. Nuestra mente fabrica deseos y aversiones, y bailamos alocadamente, como un borracho, al son que marcan la ignorancia, el apego y el odio. La felicidad es fugaz; la insatisfacción nos persigue. Todo es corno una pesadilla. Mientras estemos convencidos de que el sueño es real, seremos sus esclavos,

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El texto principal de la medicina tibetana son los Cuatro Tantras (Gyud zhi), que los tibetanos consideran un terma (revelación mística) descubierto por Trawa Ngonshey en el siglo XI. Según esos textos ancestrales, la raíz de todas las enfermedades de la mente y el cuerpo es el apego al yo. Los venenos que destila la mente como consecuencia de ese apego son la ignorancia, la aversión y el deseo.

Las enfermedades físicas se dividen en tres grandes grupos:

1. La falta de armonía del viento o energía, que generalmente se centra en la parte inferior del cuerpo y es de naturaleza fría; su causa es el deseo.

2. La falta de armonía de la bilis, que suele situarse en la parte superior del cuerpo y es caliente; su causa es la aversión.

3. La falta de armonía de la flema, que se concentra en la cabeza y es de naturaleza fría; su causa es la ignorancia.

Estas tres categorías, deseo, ignorancia y aversión, así como las temperaturas asociadas a ellas, todavía pueden ser muy útiles hoy en día para determinar qué ejercicios de meditación resultan más convenientes, según la naturaleza y el estado emocional de cada individuo.

Según la medicina tibetana, el mejor método para conseguir una buena salud física y mental consiste en llevar una vida apacible, libre de aflicciones emocionales, y combatir el apego al yo.

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Valorarnos nuestro cuerpo y nuestras posesiones más que nuestra mente, nuestro aspecto más que nuestra salud, nuestra profesión más que nuestro hogar. Nos identificamos con el cuerpo y contemplamos nuestra mente como una mera herramienta del cuerpo («el hongo del cerebro» como alguien la describió burlonamente); nos separamos de la verdadera fuente de la felicidad. Acumulamos posesiones para nuestras casas, pero no nos ocupamos de nuestra mente ni de nuestro cuerpo a pesar de que las condiciones más importantes para un hogar dichoso son una mente feliz y un cuerpo sano.

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Muy a menudo la gente coloca los objetos materiales en primer lugar, luego el cuerpo y por último la mente; exactamente al contrario de como debería ser.

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Para los principiantes la clave consiste en sentir la presencia de lo que se está imaginando. No hace falta que la visualización sea muy elaborada ni detallada; lo que importa es que la mente esté abierta y que los sentimientos sean afectuosos.

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A las personas angustiadas por la tensión mental y las preocupaciones puede resultarles muy tranquilizador abrir su conciencia en lugar de enfocar la mente mediante la concentración.

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Las personas con experiencia en la meditación suelen hacerlo visualizando una tubería larga y estrecha y utilizando su imaginación para mirar por ella. Otro ejercicio mental consiste en concentrarse en un punto diminuto en lugar de hacerlo en una imagen mayor. Si necesitamos trabajar en la concentración, despertar la mente o aguzar los sentidos, debemos ocuparnos de desarrollar nuestra disciplina mental. Sin embargo, la mente suele ser demasiado fina y sensible. Si notáis que vuestra mente está atascada o anulada, es mejor no obligarla a concentrarse con una rigidez excesiva. A las personas angustiadas por la tensión mental y las preocupaciones puede resultarles muy tranquilizador abrir su conciencia en lugar de enfocar la mente mediante la concentración.

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Respetar a los demás y preocuparse más por ellos que por uno mismo es la esencia de la práctica budista, y una actitud que nos proporcionará naturalmente más fuerza y amplitud.

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Hace muchos siglos el hambre azotaba un valle del Tíbet. Un padre se dio cuenta de que él y sus hijos no podrían sobrevivir mucho tiempo porque se les había acabado la comida, de modo que llenó unos sacos de ceniza, los ató con cuerdas al techo y dijo a sus hijos: «Tenemos mucho tsampa guardado en esos sacos, pero debemos reservarlo para el futuro.» (El tsampa es harina de cebada tostada, el elemento básico de la dieta de los tibetanos.) El padre murió de hambre, pero los niños sobrevivieron hasta que alguien fue a rescatarlos. Aunque estaban más débiles que su padre, sobrevivieron porque estaban convencidos de que les quedaba comida. Su padre murió porque había perdido la esperanza. La moraleja de la historia, evidentemente, es que la seguridad proporciona fuerza a la mente y al cuerpo. Sin embargo, hay un detalle muy importante: a diferencia de los sacos de tsampa, nuestra verdadera naturaleza no es una simple ficción que nos proporciona seguridad, sino una realidad. Puede que nos resulte difícil desarrollar confianza en nosotros mismos y en los ejercicios de meditación porque nos asaltan miles de dudas y de temores. Pero si conseguimos abandonar nuestros hábitos y entregarnos a los ejercicios, aunque sea por un breve tiempo, notaremos los beneficios, Debemos dedicarnos a perfeccionar nuestra habilidad y a desarrollarla.

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… el objetivo de las enseñanzas budistas no es dejar este mundo para ir a otro mejor o al cielo. Podemos hallar la paz en este mundo, pero como nuestra naturaleza apacible, que es innata, a menudo está oculta, al enfrentarnos a las luchas de la vida nos tambaleamos como moribundos. La percepción pura puede curarnos. Si enseñamos a nuestra mente a aceptar los problemas como algo positivo, hasta los problemas más graves pueden convertirse en una fuente de alegría en lugar de una fuente de sufrimiento.

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Si la vida es fácil, es posible que nunca percibamos la verdadera paz.

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Deberíamos recordar que bajo las tormentas de nuestras preocupaciones superficiales se encuentra la paz. Podemos remediar nuestro sufrimiento enfrentándonos hábilmente a nuestros problemas. Todo es impermanente y todo está en constante cambio. En lugar de ver el cambio como algo negativo, debemos verlo como algo positivo y aprovecharlo. Debido a su naturaleza cambiante, todo lo que es impermanente, nos permite mejorar nuestra vida si nosotros lo decidimos.

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Si somos perseverantes, aunque no seamos excesivamente inteligentes alcanzaremos nuestra meta. Es lo que le ocurrió a Lamchungpa, que se convirtió en uno de los Dieciséis Arhats, los famosos sabios budistas de la antigüedad. Limpiando las sandalias de otros monjes, comprendió las enseñanzas de la iluminación. El primer dalai lama relata su historia:

Lamchungpa no tenía una mente muy brillante. Muchos discípulos de Buda desistieron de instruirlo. Entonces Buda le ordenó que limpiara las sandalias de los monjes y que repitiera dos frases: «He limpiado el polvo. He limpiado las manchas.» Lamchungpa las memorizó con gran esfuerzo. Tras realizar ese trabajo durante mucho tiempo, un día se le ocurrió pensar: «¿Qué quería decir Buda con "limpiar el polvo" y "limpiar las manchas"? ¿Se refería al polvo y las manchas del interior (la mente) o de las cosas externas (las sandalias)?» Al punto le vinieron a la mente tres nuevas estrofas: Esto no es el polvo de la tierra, sino el del deseo. Polvo es el nombre del deseo y no el del polvo de la tierra. Los instruidos que han limpiado el polvo llegan a comprender la doctrina de la iluminación. Esto no es el polvo de la tierra, sino el del odio. Polvo es el nombre del odio y no el del polvo de la tierra. Los instruidos que han limpiado el polvo llegan a comprender la doctrina de la iluminación. Esto no es el polvo de la tierra, sino el de la ignorancia. Polvo es el nombre de la ignorancia y no el del polvo de la tierra. Los instruidos que han limpiado el polvo llegan a comprender la doctrina de la iluminación. Luego contempló con perseverancia el significado de esos versos y poco después alcanzó el arhat, el estado de total eliminación de las aflicciones mentales y emocionales.

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La gente suele caer en los extremos en sus relaciones con los demás. Algunos padres asfixian a sus hijos en relaciones de excesiva dependencia mutua. Otros temen la intimidad emocional y no ofrecen suficiente apoyo a sus hijos. Sí, todos deberíamos valernos por nosotros mismos. La intimidad es aconsejable y permite a los niños (y a los padres) madurar emocionalmente. Los padres deberían hablar con sus hijos, participar en sus juegos y en su vida, y expresarles su amor, pero también deberían permitirles crecer como personas independientes. Ése es el equilibrio que necesitamos. Muchos adolescentes culpan a sus padres de los problemas emocionales que padecen, o se rebelan contra cualquiera que tenga autoridad. Debemos comprender nuestro pasado, pero culpar a nuestros padres no nos proporciona libertad. Si nos quedamos atascados en el resentimiento y la ira, provocamos la producción de toxinas en nuestro cuerpo; aferrarnos a esos sentimientos nos perjudica. La solución está en la meditación. Debemos ver el pasado tal como es, perdonar y despegarnos de él. Ésa es la forma de hallar la paz. La independencia excesiva, el temor a confiar en los demás, puede retrasar nuestro crecimiento emocional y espiritual. Hay quien rechaza la idea de confiar en cualquiera que no sea en sí mismo. Pero ser demasiado orgulloso o demasiado desconfiado supone negarse a uno mismo el beneficio de su propio aprendizaje espiritual. Este tipo de personas ponen en duda que un maestro o unas enseñanzas determinadas puedan ayudarles, y sus dudas les impiden alcanzar el bienestar. Liberarse por completo de la dependencia de los demás es posible, pero para la mayoría de nosotros intentar ser completamente independientes mientras aprendemos a enfrentarnos a los problemas es un error. Necesitamos a los demás para hacer más llevaderas las luchas de la vida. El apoyo que recibimos de la familia, los amigos y la comunidad es muy positivo. Al mismo tiempo, en nuestros esfuerzos por madurar emocional y espiritualmente deberíamos avanzar a nuestro propio ritmo y según nuestra capacidad, sin seguir el horario de nadie. En todo tipo de circunstancias podemos hallar el equilibrio si estamos tranquilos y relajados.

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Si la meditación produce tensión, significa que debemos aflojar y permitir que, de momento, la mente y el cuerpo mediten de forma relajada.

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Ninguna emoción es errónea ni necesita ser eliminada. Debemos aceptar la existencia de los sentimientos, darles la bienvenida y permitirles salir a la superficie. Si la meditación te produce dolor emocional, contémplalo como algo positivo, pues el dolor indica que la meditación está produciendo un impacto y que nuestra conciencia está trabajando. No hay nada malo en estar triste debido a algún problema. Siente tu tristeza y exprésala como una forma de contactar con el origen del problema, a fin de extraer de tu ser la raíz del dolor. Si tienes ganas de llorar, no contengas las lágrimas. El llanto libera la tensión mental, la presión física y las toxinas químicas que se acumulan cuando reprimimos el dolor.

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Cuando las emociones se agitan, debemos sentirlas, pero no quedarnos atrapados en el dolor ni permitir que el problema nos angustie más de lo necesario, hundiendo aún más sus raíces en nuestra mente y fortaleciendo las actitudes negativas y quizás hasta los síntomas físicos. Nuestro propósito es aliviar el dolor, no profundizar en él hasta el extremo de hacernos daño a nosotros mismos. Si nos preocupamos por nuestras preocupaciones sólo conseguiremos empeorar los problemas.

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Si insistimos demasiado en solucionar los problemas, podemos empeorarlos. A veces es necesario tener paciencia y dejar que se desplieguen y se solucionen cuando llegue el momento.

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Cuando valoramos los aspectos positivos de una situación, nuestra mente se fortalece. Cuando aprendemos a reírnos de nosotros mismos y de los problemas, nos liberamos. Cuando aprendemos a disfrutar y a no ver los problemas como algo negativo, nos volvemos más positivos respecto a todo. Pensar positivamente es un hábito maravilloso que debemos desarrollar, porque proporciona bienestar y felicidad a nuestra vida.

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Aunque no todas las enfermedades físicas son tan fáciles de remediar mediante el poder de la mente como los problemas emocionales, la mente juega un papel importantísimo en la curación física. En algunos casos, la mente puede curar por sí sola enfermedades del cuerpo, incluso cuando la medicina tradicional ha fracasado. El budismo no establece una gran distinción entre las enfermedades del cuerpo y las de la mente. De hecho, los Cuatro Tantras, el antiguo canon de la medicina tibetana, declara que todas las enfermedades se deben al apego al yo. El Shedgyud, uno de esos tantras, dice: La causa general de la enfermedad, la única causa de todas las enfermedades, reside en la ofuscación de no comprender la verdadera naturaleza del no ser. Por ejemplo, un pájaro nunca se separa de su sombra, aunque vuele por el cielo [y su sombra sea invisible]; del mismo modo, las personas ofuscadas nunca se liberarán de su enfermedad, aunque disfruten de felicidad. Las causas específicas de la enfermedad son que la ignorancia produce deseo, aversión e ignorancia, y éstos producen las enfermedades del aire, la bilis y la flema.

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Todo en la vida, incluso la muerte, puede ser una liberación.

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Si crees que la causa de tus síntomas físicos es un determinado problema emocional, puedes meditar para solucionarlo. Pero no es necesario localizar una obstrucción mental determinada y concentrarse en ella para solucionarla. La simple intención de eliminar las acumulaciones emocionales es beneficiosa en sí misma. Una meditación relajada y abierta con el objetivo de solucionar un problema específico puede disolver otros y subirnos la moral. La meditación puede ser una medicina excelente. Aunque no consigamos remediar un malestar físico, la meditación nos ayudará a liberar nuestra mente, que es la curación más importante.

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Los occidentales, que se enorgullecen de su racionalismo, quizá rechacen la idea de recurrir a un sanador. Tal vez digan: «¡Eso son tonterías!», o «Yo no creo en la magia». No obstante, mucha gente que se considera moderna y racional suele depositar una gran fe en los médicos. Esta «fe» mundana se basa en los tratamientos modernos, pero también va más allá. Un buen médico ayuda a adoptar una actitud positiva, y eso es un factor muy importante, pues galvaniza los recursos internos del paciente y facilita que el sistema inmunológico se beneficie del tratamiento convencional. Podemos curarnos solos o con ayuda de los demás. Éste es el punto de vista del budismo, y también es de sentido común. Es lógico que al elegir a un médico convencional busquemos a alguien que sepa tratar a los enfermos, un compañero que nos ayude a curarnos brindándonos armonía y amplitud. El sentido común también nos dice que deberíamos alegrarnos del amor que nos demuestran los demás. La gente que se siente querida se recupera mejor de las enfermedades. El amor nutre nuestra mente, como el sol a las flores.

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La respiración es el hilo del que pende la vida. Es la íntima fuerza vital de la que dependen constantemente todos los seres. Si logramos que la respiración se transforme en el apoyo de nuestro bienestar espiritual, el aprendizaje invadirá todos los aspectos de nuestra vida.

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UTILIZAR LAS INFINITAS ENERGÍAS INTERNAS DE LA CURACIÓN

Respira profundamente un par de veces, expulsa toda la tensión y las preocupaciones y disfruta de las relajadas sensaciones de tu cuerpo y tu mente.

Luego, lenta y pausadamente, realiza los siguientes ejercicios, deteniéndote un minuto o dos en cada paso.

1. Cuando te despiertes por la mañana o en cualquier otro momento del día, siente tu fe en la fuente de poder (que puede ser Buda, el guru Rimpoché o cualquier otra imagen). La devoción despierta tu cuerpo y tu mente y los hace florecer. La devoción te proporciona entusiasmo, felicidad, fuerza y amplitud.

2. Imagina y siente que tu corazón, el centro de tu cuerpo, tiene la forma de una maravillosa flor de luz que se abre al calor de la devoción. De ese corazón devoto surgen tu sabiduría, tu compasión y tu fuerza, las virtudes iluminadas, que toman la forma de la fuente de poder. La fuente de poder, en forma de un cuerpo luminoso de calor y alegría, se eleva por el canal central (un amplio canal hecho de luz pura y clara) de tu cuerpo. Luego la fuente de poder adorna el inmaculado e ilimitado cielo, como si miles de soles hubieran surgido como un solo cuerpo.

3. Convéncete de que la fuente de poder es la encarnación de la sabiduría, la compasión y la fuerza de todas las divinidades y de la verdad universal. Siente que todo tu cuerpo y tu mente se llenan de calor, felicidad e ilimitada energía en presencia de la fuente de poder.

4. Luego observa la tierra, que está llena de diferentes seres. Sus corazones están llenos de devoción y en sus caras resplandecen alegres sonrisas; contemplan, maravillados, la fuente de poder. Se unen a ti para expresar la fuerza de su devoción mediante oraciones y cantan armoniosamente componiendo una gran sinfonía. Entona la oración con alegría, sin límites ni restricciones.

5. Cuando cantes las oraciones, imagina que éstas han invocado la mente compasiva de la fuente de poder. La sabiduría, la compasión y la fuerza de la fuente de poder van hacia ti en forma de múltiples haces de luz bendita de diferentes colores (o chorros de néctar). Esos rayos luminosos tocan cada uno de los poros de tu cuerpo. Siente el calor de su caricia, la naturaleza dichosa del calor. Siente la fuerza del calor bendito.

6. Entonces los rayos de luz entran en tu cuerpo. Visualiza y siente que todos tus hábitos negativos, aflicciones mentales, conflictos emocionales, enfermedades físicas y concentraciones de energía se oscurecen dentro de tu cuerpo. Con sólo tocarte, la luz bendita elimina por completo toda la oscuridad de tu cuerpo y tu mente, que desaparece sin dejar rastro. Tu cuerpo se inunda de una luz sorprendentemente brillante, de una sensación de calor, felicidad y fuerza. Luego imagina y siente que todo tu cuerpo se transforma en un cuerpo de luz bendita. Todas las células de tu cuerpo se transforman en células de luz bendita, proporcionándote calor, felicidad y fuerza.

7. A continuación piensa en una célula situada en tu frente (o en cualquier otra parte de tu cuerpo). La célula está hecha de brillante luz bendita. Es enorme y hermosa. Introdúcete lentamente en esa célula, amplia e ilimitada como el cielo.

Siente la amplitud de la célula durante un rato.

8. Luego imagina y siente que tu cuerpo está hecho de billones de células enormes, hermosas y dichosas como ésa. Cada célula está adornada con la presencia de la fuente de poder. Sé consciente de la sorprendente energía de tu milagroso cuerpo. Todas las células se unen con amor y armonía. Siente la fuerza de esos billones de células felices de tu cuerpo adornadas por la fuente de poder.

9. Todas las células de los canales, órganos y músculos de tu cuerpo de luz bendita respiran a la vez. Respiran calor y felicidad, abierta y espontáneamente como las olas del mar. Siente las olas de ese feliz movimiento. Las olas acarician, relajan y ablandan cualquier punto duro o rígido, o donde se hayan acumulado restos de emociones no resueltas y heridas no curadas. Siente el aura de energía. Siente el sentimiento y fusiónate con él.

10. Después visualiza una inmensa aura de brillante luz bendita llena de energía alrededor de tu cuerpo. Es un aura protectora que impide que entren en ti los efectos negativos. También es un aura de transmutación que transforma en luz bendita todo lo que pasa por el aura de energía, como copos de nieve que caen sobre agua caliente.

Comparte las bendiciones con todos tus semejantes.

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La compasión es la naturaleza curativa de la mente y a través de ella podemos encontrar la paz.

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A pesar de que comprendamos que la compasión nos sitúa directamente en el camino de la verdad, es posible que nos cueste dejar de aferrarnos a nuestras preocupaciones egoístas lo suficiente como para experimentar la tolerancia hacia los demás. El enfoque básico del budismo consiste en empezar de una forma sencilla y ampliar el círculo de la compasión poco a poco. Hemos de sentir, en primer lugar, un saludable amor por nosotros mismos, ocupándonos de nuestras verdaderas necesidades y de nuestro bienestar, y agradecer la felicidad cuando ésta surja. Debemos valorar a los que nos rodean y preocuparnos por ellos, obteniendo así una experiencia sincera de actitud generosa, en lugar de confiar sólo en las palabras o en los sentimientos vagos. Poco a poco podemos ir ampliando nuestra compasión. La compasión no significa preocuparse. La compasión es sabiduría y cariño sinceros. La preocupación se basa en el apego, y mina nuestra fuerza y nuestra capacidad para ayudar a los demás. A menudo, cuando queremos a una persona nos preocupamos por ella debido a la inevitable reacción de la mente mundana. Así que, si puedes, ama, pero no te preocupes. Si pese a todo surgen las preocupaciones, no les des excesiva importancia. Contémplalas como algo positivo y piensa: «El amor que siento por esta persona hace que me preocupe. Lo mejor que puedo hacer es quererla.» Si contemplas la preocupación desde este punto de vista positivo y te alegras de ella, el impacto negativo se transformará en energía constructiva. ¿Cómo podemos sentir compasión por nuestros enemigos o por las personas que no nos gustan? El enfoque eficaz consiste en verlos como seres-madre, amables, buenos y encantadores en realidad, pero cuya verdadera naturaleza está escondida; o en pensar que quizá nos cuesta reconocer al buda que hay en su interior debido a nuestra propia ofuscación. Mediante la meditación podemos empezar a romper los muros que nos separan de los demás.

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También puedes utilizar el dolor y el miedo para generar compasión. La mayoría de nosotros intentamos en vano escondernos del sufrimiento cuando se presenta, pero el sufrimiento puede ser un recurso muy valioso. Adoptando la actitud correcta, la amargura del sufrimiento nos permite entender más fácilmente el dolor de los demás. Ver y sentir el sufrimiento proporciona una gran comprensión del samsara, nuestra existencia terrenal transitoria. Eso puede generar una poderosa energía, no sólo lástima y buenas intenciones hacia los demás, sino una aspiración y un compromiso sinceros de liberar a todos los seres de la hoguera del samsara. Si desarrollamos una fuerte compasión hacia todos los seres-madre, el odio, los celos, la envidia y el apego desaparecerán. La compasión derriba el muro que separa a los amigos de los enemigos, lo bueno de lo malo, el yo de los demás, y deja espacio para la felicidad y la paz. Asanga, el gran filósofo mahayana de la India, contempló a Maitreya, el buda de la bondad, durante doce años en una cueva. Sin embargo, no consiguió distinguir ninguna señal de verdadero logro hasta el día que abandonó la cueva y vio a un perro moribundo en el camino. Cuando intentó ayudar a la criatura, surgió de pronto en él una enorme compasión y el perro se transformó en el radiante cuerpo de Maitreya. «Señor, tienes muy poca compasión —se lamentó Asanga—. ¿Por qué no me has mostrado tu rostro durante todo este tiempo?» Maitreya respondió: «Nunca me he separado de ti. Pero tú no podías verme por culpa de tu ofuscación mental. La compasión la ha purificado.»

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De todas las aflicciones emocionales, la ignorancia es el peor de los venenos. Atrapados en nuestras luchas, nos cuesta ver el mundo pasajero de sufrimientos tal como es y descubrir nuestra verdadera naturaleza y la gran amplitud de todas las apariencias. La sabiduría radica en los pequeños pasos que podamos dar para eliminar nuestro apego al yo.

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