Arriba y abajo

                                                            a Hölderlin

Arriba nada ha cambiado en todos estos años:
la luna sobre el álamo,
la cresta de los techos,
el altillo donde el señor Scardanelli
reverencia cada día a sus huéspedes.

Abajo crecieron y tuvieron hijos,
van y vienen por vituallas y noticias,
o vuelven como ahora de enterrar algún muerto
y saludan de paso al carpintero vecino
que tiene como inquilino a un dios.

Horacio Castillo


Croar del alma

Cuando mi alma, como una rana, salte a la nada,
la oirán croar, croar toda la noche,
croar arriba y abajo, al este y al oeste,
hasta que el ojo monótono de la luna llore en los pantanos,
hasta que cese el espanto y empiece la eternidad.

Horacio Castillo



Arte poética

Soltar la lengua, de manera que no trabe el producto
que viene desde adentro, impulsado
por una fuerza superior
y el hábil juego de riñón y diafragma;
insistir presionando los músculos
como para expulsar
un caballo o un cíclope;
repetir el procedimiento
provocándolo inclusive con los dedos
o una materia acre,
hasta quedar vacío, sólo reseca piel,
odre para colgar del primer árbol,
extenuada matriz de lo volátil, acaso de la luz.

Horacio Castillo



Dice Eurídice

La ansiedad me dominó, y luego la inquietud, cuando supe que venías:
horror de que me vieras así, con este tocado de sombra,
el pelo sin brillo -el pelo que el sol no se cansaba de dorar.
Terror también de que no fueras el mismo-el que permanecía en mi memoria-
y al mismo tiempo curiosidad por ver de nuevo un ser vivo.
Hace tanto que nadie venía por aquí,
tanto que nadie se llevaba un alma o un perro,
que cuando oí tus pasos y tu voz llamándome,
cuando por fin te estreché, más que a ti estaba abrazando a la vida.
Después tu calor me condensó, me secó como una vasija,
y caminé por el sombrío corredor
otra vez con aquella máquina atronadora dentro del pecho
y un carbón encendido en medio de las piernas.
Caminé de tu brazo, imaginando ya la luz,
los árboles junto a los cuales caminábamos,
aquella habitación llena de espejos
donde flotábamos como dos ahogados.
Hasta que de pronto tu paso se hizo nervioso,
tu pensamiento se espantó como un caballo,
y vi que tratabas de desprenderte de mí,
de librarte de la trampa de la materia mortal.
"No te vayas -supliqué- no me dejes aquí,
déjame ver de nuevo las nubes y el sol,
suéltame por el mundo como una potranca tracia."
Pero tú ya corrías hacia la salida,
y durante siete días y siete noches oí cómo llorabas,
cómo cantabas en la ribera del río infernal
nuestra vieja canción: "Lo lejano, sólo lo más lejano, perdura."

Horacio Castillo



Excavaciones

Hasta aquí llegó la vida, dices, y tu dedo toca el muro.
Hasta aquí llegó la muerte, dices, y señalas el dintel.
Pero si pones el pie donde estaba el umbral,
si te acercas con la rama de albahaca y un gallo en los brazos,
las sombras vendrán rápidamente a tu encuentro.
Pero si te sientas donde estuvo el umbral,
si cantas con el gallo –con el gallo de la memoria–
todavía puedes recordar, privilegio de los vivos,
todavía puedes olvidar, privilegio de los muertos.
Hasta aquí llegó la vida, dices, y señalas el dintel.
Y ya no sabes si estás del lado de la sombra o del lado de la luz.
Alguien viene a beber sol: extiendes la mano.
Alguien viene a beber sombra: extiendes la mano.
Y cuando el desconocido te pregunta quién eres, no sabes contestar,
cuando le preguntas quién es, no puede contestar.
Canta –pides– pero él no cantará.
Sueña –responde– y tú no entenderás.
Hasta aquí llegó la vida, dices, y tu dedo toca el muro.
Hasta aquí llegó la muerte, dices, y señalas el dintel.
Y cercas la zona con una cuerda de sol, la cercas con fuego.
¿Qué buscas en la zona de sombra? El perro se ahogó,
las gallinas se ahogaron, se ahogaron los gatos y los dioses.
¿Quién te busca en la zona de sombra? El pasto creció,
creció el viento que viene del olvido.
El aire tragó las tímidas palomas.
Y aquellos esbeltos caballos lustrosos.
Recuerda: lo que ahora no recuerdes nunca volverá.
Olvida: lo que ahora no olvides nunca lo olvidarás.
Y pasas de la zona de sombra a la zona de sol.
¿Qué buscas en la zona de sol? No sabes qué buscas,
mirando las ropas tendidas detrás del tiempo,
subiendo escalinatas que sólo llevan al vacío,
abriendo y cerrando puertas que no existen.
Hasta aquí llegó la vida, dices, y tu dedo toca el muro.
Hasta aquí llegó la muerte, dices, y señalas el dintel.
Y sentándote nuevamente donde estuvo el umbral
cierras los brazos, encoges las piernas, te duermes
en la gran matriz del llanto, si todo no fue un sueño.

Horacio Castillo



Hice un hoyo

Hice un hoyo en la tierra
y lloré dentro de él; lloré de bruces,
hasta que el llanto llegó al fondo,
hasta que todo se anegó,
hasta que brotó de la profundidad
un tallo que nadie hubo tocado.

Horacio Castillo



"La poesía, la alta poesía nos recuerda o, más bien, nos hace patente, que somos por un instante conciencia del Universo y por esa conciencia el Universo existe. La poesía es esa conciencia, y gracias a ella se puede aceptar, no como una forma de resignación, sino como gozo, como asombro, haber sido parte ínfima, pero parte al fin, de la aventura colosal de la Creación."

Horacio Castillo


"Mi obra, como supongo toda obra prolongada en el tiempo, es un «work in progress». Sólo que en mi caso, ese «progreso» es consecuencia de la vida, del «siendo», el cual, al ser simbolizado por el lenguaje, requiere cada vez nuevos recursos."

Horacio Castillo




Omphalos

Toma una piedra -dijo el mensajero- y marca el centro del mundo.
Pregunté de puerta en puerta, de plaza en plaza, de ciudad en ciudad,
pero nadie sabía responder. Y seguí a tientas el camino,
perdiendo a veces el rumbo, volviéndolo a encontrar,
confiado solamente en las palabras del mensajero:
Toma una piedra y marca el centro del mundo.
Más de una vez estuve a punto de renunciar,
de echarme para siempre al sueño de los padres,
pero de pronto el corazón comenzaba a saltar dentro del pecho,
venían a mi boca palabras de una lengua desconocida,
y apresurando el paso exclamaba: Antes de que se vaya la estrella.
Así llegué a una tierra donde lo primero que vi
fue un hombre que había hecho un agujero en una tumba
y echando agua fresca repetía: Bebe, hijo mío.
Después vi una multitud que excavaba el lugar
y sacando los huesos de los muertos los llevaba en un carro,
delante del cual iba una mujer arrojando piedras al sol
y gritando: Ocúltate, para que la muerte no encuentre el camino.
También vi un pájaro que había salido de un pozo
y estaba sobre el brocal, junto al cual las mujeres
se habían congregado para interrogarlo:
¿Qué has visto allá abajo? -decían. Y el pájaro contestaba:
He visto hombres rapados, muchachas despeinadas,
niños mordiendo la manzana oscura de la nada.
Entonces las mujeres se asomaban a la boca del pozo
y arrojaban, gimiendo, grandes ramos de albahaca.
Había allí un árbol gigantesco, un tronco petrificado
junto al cual las muchachas llenaban de lana las almohadas
y colchones, y trenzando los cabellos de la novia, cantaban:
"Oh mi blanco algonodero, nadie te arrebatará,
y nuestro patio tendrá gracias, nuestra casa luz."
Los hombres bailaban gravemente en círculo
y el que llevaba la ronda, golpeando el suelo con el pie,
cantaba: "Esta es la tierra que nos comerá,
esta es la tierra que come niños, flores y muchachas."
Llegué junto al árbol y bailé con aquellos hombres,
tomados del hombro bailamos toda la noche,
hasta que mi boca empezó a balbucear una lengua desconocida
y volví a oír la voz del mensajero:
Toma una piedra y marca el centro del mundo.
Tomé una piedra y la puse junto al árbol
y la piedra se llenó de hojas, el árbol de sol.

Horacio Castillo



Tren de ganado

Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
Asomados por el tragaluz mirábamos la inmensa llanura.
De pronto un mugido nos traía el recuerdo de Ifigenia
y volviéndonos hacia nuestros hijos los apretábamos contra el pecho.
¿Qué es aquello? El sol. ¿Qué es aquello? Una nube.
Habíamos olvidado el color del mar, el olor de la lluvia.
Los que sabían de estrellas habían olvidado sus nombres
y les dábamos los nombres de nuestros hijos para orientarnos al regreso.
¿Qué es aquello? Un árbol. ¿Qué es aquello? Un río.
Y un canto gregoriano se elevaba a nuestro alrededor,
hablaba por todos los destinados al sacrificio.
Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
La leche se había agriado en los pechos de las madres,
peinábamos nuestro cabello y se convertía en ceniza.
¿Qué es aquello? Un pájaro. ¿Qué es aquello? Una piedra.
Y bajando la cabeza ocultábamos nuestro rubor,
cortábamos en silencio las uñas de los muertos.
Somos inocentes, gritábamos desde los trenes.
¿Era de noche o de día? ¿Estábamos vivos o muertos?
Bebíamos al atardecer el vino de los ciegos,
soñábamos todavía con un bosque de orquídeas.
¿Qué es aquello? Arena. ¿Qué es aquello? Niebla.
Y la vida escapaba como un murciélago entre las sombras
y nos dormíamos con una inusitada mansedumbre en la mirada.
Después nuestros ojos se volvieron como los ojos de las estatuas,
miramos nuestras manos y había desaparecido la línea de la vida,
y desde la estiba se elevó el ronco yambo
gimiendo por ti, por mí, por todos nuestros compañeros.
Sólo quedaron detrás nuestro líneas etruscas,
cantos de cera navegando hacia el sol,
y a nuestro lado siempre tú, piadoso coro,
tú, alma mía, vaca coronada de nardos y violetas.

Horacio Castillo



"Yo siempre insisto: «El poeta es el poema». Que me exprese correctamente
o no... está ahí. Y el lector inventará."

Horacio Castillo











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