Azul de mapa

Azul de mapa. Desvaídos cielos.
Agua de océano esterilizado
en un plano geográfico rayado
de meridianos y de paralelos.

Barniz cerúleo que se resquebraja.
No hay nada más falible que el misterio
del hombre que ha pintado un planisferio
o el hombre que ha pintado una baraja.

Azul de mapa. El pájaro y la oruga.
Y Hércules con su trenza de serpientes
sosteniendo los cinco continentes.
Y el león, y la sirena, y la tortuga.

Azul de mapa. Escuálidas piltrafas
de tripulantes cuyo empaque aterra.
Que atracan con el plano de otra tierra
y una inscripción que dice: aquí hay jirafas.

Y Américus Vespucius, navegante
–nombre terrible como su destino–,
dibujado en un códice marino
con un compás de hierro y un sextante.

Reloj de arena. Rosa de los vientos,
que humillan bajo exacta vigilancia,
la eternidad del tiempo y la distancia
con invariables desmenuzamientos.

Y la luz submarina de un acuario.
Fauna y flora del mar. Falsas mareas.
Y las madréporas y las lampreas.
Y el pez delfín y el pulpo milenario.

Y la cruz de los puntos cardinales
y las cuádruples líneas de las rutas,
llenas de embarcaciones diminutas
con sus velámenes piramidales.

Y la emoción portuaria de esos bares
–barcas de costa firme, siempre ancladas–
adonde imita zonas no exploradas
el verde vegetal de los billares.

Todo eso causa un sideral arrobo.
Porque el azul de la cartografía
tiene una matiz de volatinería
como el azul elástico de un globo.

Horacio Rega Molina


Cosas

La perilla del timbre,
el sillón de baqueta,
y la mesa de mimbre
sobre la que gotea una maceta.

Dejadme que entre todas
esas cosas recuerde,
un retrato de bodas
en un marco de terciopelo verde.

Y el viejo aparador con guarniciones,
que en memoria del tiempo que ha corrido,
conserva en sus cajones
un pedazo de pan endurecido.

Mi corazón, con lágrimas piadosas,
se conmueve ante la naturaleza
de todas estas cosas,
que no son tristes, pero dan tristeza.

Horacio Rega Molina


La lluvia

Bruscamente la tarde se ha aclarado
porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
que sin duda sucede en el pasado.

Quien la oye caer ha recobrado
el tiempo en que la suerte venturosa
le reveló una flor llamada rosa
y el curioso color del colorado.

Esta lluvia que ciega los cristales
alegrará en perdidos arrabales
las negras uvas de una parra en cierto

patio que ya no existe. La mojada
tarde me trae la voz, la voz deseada,
de mi padre que vuelve y que no ha muerto.

Horacio Rega Molina


Mortalidad

En esta urbana reclusión avara
en que me desconsuela estar conmigo
no quisiera que el campo me tomara
ni ocupar el lugar donde está el trigo.

No quisiera ser agua, turbia o clara,
pájaro que a su canto busca abrigo
como si fuese amor lo que cantara
como es indiferencia lo que digo.

Todo es mortal y se me va muriendo.
¿Cómo escucharme yo? ¿Cómo escucharte
si no comprendes y si nada entiendo?

Ni siquiera a la voz desconocida
que me dice, desde ninguna parte:
acércate que el cielo está con vida

Horacio Rega Molina








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