Cantar contra el miedo
à Rachel Erlich-Giovannoni
Uno nace extrañamente en la poesía.
Contempla los ocasos, el borde de las rosas, la venida de las formas amadas.
Hace eso que debe hacer un poeta: situarse frente al mundo, buscar, en los libros y los poemas de los otros, los pequeños signos, un lugar para el atisbo.
Intenta moverse, vivir como los que lo preceden, poner los pies en sus zapatos, vestir las prendas que nos han dejado; copiar sus posturas.
Se dice que con todo eso, uno acabará por hacer su deber, el fruto de su esfuerzo; que a fuerza de fidelidad, de servicios rendidos a toda esa belleza, recibirá a cambio un paquete de palabras, la ruta que seguir.
Y entonces, un día, es un harapo atascado en la arcilla, el cadáver de una bestia abierta que nos hace subir por la boca nuestro primer impulso de palabras.
El harapo entra. Tira de nosotros. Busca la herida donde morar y crecer.
«Y se está feliz de que la tierra sea por todas partes
Semejante y compacta ».
Uno creía que escribir colocaba las cosas en el orden, cada cual según su clase, su número de serie. Creía que separando la semilla de su fruto evitaría todo roce y que sólo la belleza entraría en nuestras palabras.
Un día alguien escribió: «Endurecido de materia», «Dijeron sí a la podredumbre», e incluso: «El harapo no es lo que se pudre más rápido».
Y es ahí, contra toda espera, que uno ha tocado sus primeras palabras, que ha tendido su primer puente.
Es ahí cuando ha descubierto su cimiento. Su tierra.
Porque se conforma de un recorrido interno, de una mano amoldante que la mirada ignora. Una mano que jala adentro y que sólo el llamado de otra puede abrir.
A eso hay que agregar, otro día, el cadáver de un ser querido que no puede guardarse y que la tierra gana.
Es ahí cuando todo comienza.
En el momento en que se aprende que nada retiene nuestros gestos.
Que nada alivia esa herida.
Que la materia llama, busca.
Y es el fruto devorando su semilla.
Es ahí cuando nace nuestra escritura, en el impulso de cuerpos, su derrumbe y su ascenso. Ahí donde nuestras palabras se preñan, proliferan contra lo sofocante, lo insoportable.
Es ahí, donde nada más se retiene, que uno ha encontrado su enclave, su bocanada de aire para «cantar contra el miedo».
Jean-Louis Giovannoni
Islas circulares
La distancia importa poco
La sombra se exilia — cuerpo ausente
Sol cayendo, las formas se prolongan
Y la noche las confunde
La orilla se aleja tanto como
Quisiéramos
— contra ella
En los últimos rayos del sol
De un cuerpo a otro
Nuestras manos
Tocar — ahonda
Quemaduras
Inaguantables
El agua y el frescor nocturno
Apaciguan
Entre
Las sábanas
Una sola frontera
Tu pecho
En torno al aire
Circula
Giré
Giré
La noche entera
Te vi alejarte
De las primeras luces
Océano
Nuestras manos no pueden
Jean-Louis Giovannoni
La invención del espacio
Nuestras palabras son el espacio
que le falta a este mundo.
Nuestras palabras
son la orilla del mundo.
La orilla
que faltaba.
Uno no atraviesa el espacio
Lo deduce de sus pasos.
No les da un cuerpo
a las cosas
se lo retira.
No hay gesto
sino en el crecimiento
y la desaparición.
Uno escribe
para vaciar el mundo
para que ese despojamiento
comience
lejos
de su propio abrazo.
Uno no les da espacio
a las cosas
Se lo arranca.
Las vacía
de esa atracción
por el adentro.
Abrir el espacio
es colocar las cosas
fuera de sí mismas.
Uno no gana el espacio
lo abandona
desde el primer paso.
Uno no puede moverse
Sino perdiendo
a cada instante
su tierra.
Y mientras más crece en ella
más de ella debe retirarse.
Todo ese mundo que espera
que uno cruce un pasaje
que uno le dé un lugar
en el que no estará
en el que nada ya lo retendrá.
Basta hablar
para que los objetos se destaquen del fondo
se oreen.
Basta que uno nombre
una cosa para que se aleje
no tenga ya la misma consistencia.
Basta escribir una palabra
para que el mundo gane su extensión.
Nuestras palabras son una orilla
de la que puede partirse.
Uno escribe
y el mundo respira
se sustrae
lejos de sí mismo
en la contención
de lo amplio.
Jean-Louis Giovannoni
Nuestra voz
dónde encuentra su cuerpo
Hablamos
escribimos
para que los otros
olviden sus cuerpos
para que vengan a habitar
nuestra voz
nuestras palabras
Es la voz de los otros
la que da un lugar a tu silencio
Y si no estabas presente
en aquel mundo
más que para dar comienzo
a esa forma invisible
contenida en tu voz
Ese cuerpo alado
Y si estar presente en las palabras
consistía sólo en desaparecer en ellas
Jean-Louis Giovannoni
Venimos de un país
que no puede ya tocarse
un país
que está junto a los gestos
junto a la voz
un país
que no sabe nombrarte
sino perdiéndote
¿Estamos hechos
sólo para ser atravesados?
¿Para no tener más consistencia
que la de nuestros movimientos?
Somos a la vez la distancia
y el Pasaje
Jean-Louis Giovannoni
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