Algunos no deberían extrañarse de ciertos hechos ocurridos en la ciudad de Lima

Erny:
tu mirada es como una carabina belga automática
-año 1936-
con el cargador repleto y el proyectil en la recámara
para los días húmedos en mi recuerdo,
para los estanques y el crepúsculo,
para las pequeñas tumbas a lo largo de las carreteras,
para la ocupación de un poblado con manchas amarillas,
para las ciudades que han descifrado mi regreso
después de las 4 a.m. con mi cámara Kónica con
su ojo eléctrico dormido sobre el abdomen.
No es nada extraño para ti, viejo Ernie, que eres un oscuro búfalo
perdido en un zafari,
cuando tu rostro sonríe como el sol
en Machu Pichu,
verme pasar junto al Rimac con una bella dulce muchacha
que escribe su nombre con grandes batallas
y que sonríe siempre con historias que nunca conocí,
con tigres hambrientos en sus pechos
que pronunciaban el hecho y cuando las civilizaciones más grandes
de su sonrisa pronunciaban el hecho...
Tú apuntabas viejo Erny con tu carabina entre el follaje verde
y a veces rojo o violeta.
Y no es nada extraño para ti, viejo cuervo,
que me hayas visto correr sobre el mar a pocos kilómetros de Lima
y enmudecer ante las ruinas que dejan las cosas quietas.
Nada es extraño para ti, que me has visto volver
sobre esta ciudad sin una razón aparente.
También es cierto el hecho de que bien podría
amar a una adolescente ante la caída de bombas en una ciudad
con cuerpos despedazados...
Vuelvo con mi Kónica con su ojo intacto en la oscuridad,
con los ciegos deseos de un pájaro silvestre
que se lanza al hecho como hacia algo desconocido,
con toda esta chatarra que hubiera querido olvidar
como se olvidan los desencuentos y las vacilaciones
entre películas de 35 mm. y los fantasmas de la fotosíntesis.
Con el temor que no es al dolor sino a lo inevitable,
pero que es como el de esos huracanes que se levantan en la costa sur
y arrastran confundidos odios y rencores, plantas coníferas y algas marinas.
Como los que dicen fueron alguna vez en estas tierras.
Con tu barba de endiablado brujo
que eres capaz de colocar firme la carabina belga
del año treinta y seis,
no ver los pájaros ni las nubes de Kilimanjaro
o relampaguear cantos de furia entre mis recuerdos,
correr la manivela como si colocaras un disco de Mozart en el estéreo,
sacar el seguro y saber que la bala en la recámara está tan ahí,
como una muchacha en el momento último del amor,
en el último suspirto.
Luego el hecho. Cierto hecho y eficaz hecho
de obturar el gatillo y sentirte el rey,
porque entonces, mi querido Erny,
la tierra se levanta como inmensas catapultas,
rojas o verdes o violetas,
riscos salientes que lastiman al mar,
y mi cuerpo se desplomará mortalmente en el pavimento,
herido de sangre y de soledad por las águilas de la noche.

Manuel Ruano



“Amo a la poesía bucólica como a una mujer que se pierde en la espesura de la historia.”

Manuel Ruano


Armonística

Cuando me hablan de la nueva poesía:
me voy enseguida al siglo trece con los Hermanos del Espíritu Libre.
Cuando me hablan de la vieja poesía:
me voy al siglo treinta y cinco y revivo la paradoja,
de la que seguirá empedrada la Casa del hombre,
con sus grandes paredes del absurdo,
con sus brillantes cristalerías del absurdo.

Manuel Ruano


Jorobado de París

Los siglos te dan la razón cuando te encaramas sobre la piedra
/a mirar el mundo.
Y tu fealdad no es triste.
Mercaderes y feriantes, entre tasajos y morcillas de cerdo, van
/dando voces.
La joroba es el espinazo de la historia sobre la Catedral de Cristo,
/Nuestro Señor.
Tu rostro deforme es como vino grato al paladar
que acompaña siempre el caldo grasiento del porvenir.
Sin embargo, ahora estás perdido, jamás alcanzarás en esa altura
/del campanario
a esa bella mujer que turba tus pensamientos.
Así te aferres a esa soga. Y entre dos velas, Hugo brinde por ti.
Los siglos te dan la razón: la dimensión espiritual está torcida.
Así te crucifiquen en la basura, entre salmos y aleluyas y aleluyas...

Manuel Ruano



NUBES VIAJERAS PARA UNA DESVELADA AUSENTE

                                   A Olga Orozco, in memoriam

Esa es tu voz.

Sí, un cartílago de oro que iluminó al sol.

Más bien debería recordarte que he aquí un cristal de roca

de belleza inaudita.

Ese espacio por donde tu alma pasa con el verbo ad verbum

atemperado,

que contradice a las presencias en su traje ritual.

En sinfonía de voces.

Más exactamente, había en ti una convalecencia de penumbra,

que llegaba sin aliento a las conclusiones inesperadas...

De igual manera había en la memoria una pajarera

desconocida para las nubes,

adonde entrabas y salías siempre, alabando los paseos perdidos.

Tengo la sensación de estar tomando contigo el té de las difuntas,

en el fondo de un jardín y tú, con tu corona de flores.

—Es un diálogo secreto entre los huérfanos—, dijiste.

No estoy tan seguro de haber develado esas ausencias,

pero esos lamentos, esos paraísos perdidos,

son de aquella geografía del adiós.

Con rigor, debo confesarte que no debes confundir los sabores,

los reinos invisibles, las pasiones inescrutables

que alguna vez te han hecho llorar.

¡Ah, tapices revestirán una galería de abriles crueles,

de gladiolos moribundos,

de lágrimas de una mujer solitaria que toma sopa

con los retratos de un paisaje irrenunciable!

No debes alzar la voz cuando alguien te habla

de los salones desiertos...

Más aún, deberías controlar a quienes te adulan.

No siempre son de confiar.

Pero la niña terca que hay en ti, mira fijamente su plato

mientras se mueven las cortinas que dan hacia un balcón vacío...

No hay nada que hacerle: ¡robarle fuego al sol, ocasiona desgracias!

Te pone por delante una viuda de luto que augura calamidades

y prepara el pensamiento para la muerte.

Con todo respeto, siempre hay un embaucador de cosmogonías,

que pretende ocultar las nubes, las tormentas que se avecinan,

como un anticipo de los tiempos.

No te dejes impresionar por la distancia.

Recuerda que los poetas se reconocen más cuando no hablan.

Realmente, no hay embuste posible en los versos

que no hayan dejado flores marchitas como la soledad...

Pero los huéspedes, amiga, no han vuelto. Y tú me dijiste:

—Me voy por unos días—, y yo te lo creí,

como un creyente de las cosas que vuelan;

los poemas de Pessoa se vuelan en un lejano bar de Lisboa

que ha quedado fijo en tu recuerdo;

pero tú, te ibas para siempre...

Manuel Ruano



"Siempre escribí cuentos; pero no los publicaba. La poesía, en cambio, fluía en mí porque obtenía premios que me animaban luego a difundirlas. La prosa es distinta. Desde los primeros años de mi educación ya sentía la necesidad de ejercitar la escritura. Cada palabra encierra un duende, decía mi abuela Dolores. Narro esto en una novela, “Escorpiones del mar dulce”, que mantengo inédita."

Manuel Ruano










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