Antes de llegar al páramo 

Y de pronto todo calla, todo se refugia,
todo se recarga en el silencio,
y el aire se detiene por un momento
frente a cada labio, antes de la palabra.
Se ha parado el motor.
Parece como si los montes oscuros
bajaran a mirarnos.
La Berlina está varada antes de llegar al páramo.
La noche intenta romper una ventana.
Adentro se inicia cierta confusión
de cuerpos y maletas, de sílabas,
de miradas dormidas, de pertenencias;
cierta ebriedad recorre
la posición de los asientos:
cierto delirio del desorden, de la comida guardada,
acompaña al silencio y se apodera
de cada uno de los pasajeros.
Alguien hunde su uña en una naranja. 

Es muy tarde y ya no se ve Bucaramanga.
Hay sueño y cansancio de por medio.
Afuera ya suenan las herramientas.
El asfalto aparece de inmediato
a la llamada de la linterna
como un animal encandilado,
que lentamente se esconde en la próxima curva
envuelto en su vaho, sudando
su saliva vaporosa.
Parece como si todo continuara,
como si fuéramos los últimos.

Ramón Cote


Panteón pagano

           El catálogo melancólico de la memoria
                                            Juan Luis Panero

Es serena y sagrada la lenta caída del sol
cuando el atardecer del verano detiene el tiempo
y su luz dorada acaricia como un ciego la superficie
de todas las cosas que están a su alcance,
reconociéndolas como suyas,
amándolas más que nunca con sus hábiles manos
de orfebre, livianas y puras, demorándose en ellas
como si fueran la más hermosa de sus filigranas. 

El ejército rojo del sol final va incendiando los límites
de toda la ciudad. Los muros de ladrillo antes solitarios
y anónimos, los altos edificios de cemento gris
y las inválidas cabinas telefónicas,
parecen por su fulgor acumulado monumentos que el verano eleva
a la altura de los templos, a la contundencia
metálica de lo eterno, como si todas las calles al atardecer
con sus rejas y vitrales y terrazas
se convirtieran en un enorme panteón pagano. 

En la noche y a la distancia
la memoria y su tinta solitaria realizan
el catálogo melancólico de sus ruinas doradas,
desenterrando bajo los días lo suyo de los veranos,
los dioses que también fueron suyos,
en la más desolada y ardiente de las profanaciones.
 
De la inútil reclamación por sus pertenencias
sólo queda un resto de polvo de oro entre las uñas
y por el aire un fugitivo perfume de magnolias.

Ramón Cote




Poema que recuerda a Carl Sandburg

Ayer
un bus con delgadas líneas
verdes
pasó por toda la carrera trece
con las ventanas
caídas en desorden,
como las medias de las niñas
al salir del colegio.
Se fue con su viento
elevando a todo lo largo
una canción de risas,
de apresurada y espontánea fugacidad.
Fue lo más dulce
que pudo tener alguna vez
las dos de la tarde.

Ramón Cote


Serán tu espejo 

Toda ventana que te contenga
debes guardarla con cuidado.
Recuerda su exacta longitud,
la distancia que la separaba del piso,
la cortina, la manera de estremecerse
cuando alguien la golpeaba suavemente
con un eucalipto.
Precisa si al frente se hallaba otra ventana,
un árbol velado, una ciudad de ansiosas avenidas
serpenteantes, un patio oscuro
sometido por varios tubos inválidos.
Nunca las olvides. Si puedes
pasa al frente de cada una de ellas
para que siempre te reconozcan,
para que nunca te declaren su enemigo,
para que te devuelvan un poco de su lejana transparencia.

Ramón Cote


Templo portátil 

                                    A Fabio Morábito

Si quieres hacer tuya cualquier esquina
acerca a la ventana más próxima un asiento
para detener el desorden de las horas.

Si ya escogiste ese preciso lugar de la casa
donde habitas, entonces enciende una vieja lámpara
que ilumine el perímetro de tu nuevo territorio.


De esa manera no será necesario que disimules
tu condición errante cambiando los muebles de sitio
o llenando las mesas con fotos familiares.

Pronto descubrirás la necesidad de estar allí,
inmóvil, rodeado de fugacidad y permanencia
en tu península con su faro solitario.

Sea cual sea el lugar donde te encuentres
sabrás que cada noche tienes una cita
en ese reducido espacio que amplía sus fronteras.

No habrá palacio que lo iguale
ni monumento de mármol que lo imite:
este será tu palacio y tu monumento.

Pasarás las semanas sucesivas sabiendo
que ya cuentas para el resto de tu vida
con un lugar que solo a tí te pertenece.

Basta elegir una esquina cualquiera, una mínima
ventana, un asiento y una vieja lámpara
para que viajes por el mundo y puedas repetir

tu ritual nocturno en tu templo portátil
acompañado por tus dioses domésticos. Así nunca
te sentirás extraño en ninguna parte de la tierra.

Ramón Cote









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