Diálogo
 
"Te vi llegar
por el camino que viene del mar
y desaparece detrás de las colinas.
Lo recorríamos juntas, una vez.
No has cambiado: tan sólo
el cuerpo que se encoge,
como el mío.
Prietas somos, pero leves
como piedras de lava.

Hay lugar para las dos.
Para dormir
a mí me basta esta silla.
Tú que vienes de lejos
toma la cama:
quién sabe desde cuándo que no duermes
sobre el jergón de hojas,
pero pronto te acostumbrarás de nuevo
al ligero crujido.
Yo no duermo más en él:
me recuerda demasiado al viento
entre los pastos secos
y los rostros de las compañeras retornan a la mente
- yo ya no quiero recordar.
Nosotras debemos estar listas
como viajeros
que parten libres de equipaje:
ya el cuerpo es demasiado lastre.

Te digo
que como tú has cumplido
un camino para mí desconocido
allá en el mundo donde estabas,
así he cumplido el mío, subterráneo
como el alma del torrente de verano
sólo visible por la hierba verde
que señala su oculto recorrido
para los ojos de quien sabe ver.

Y como tú has dejado de amar
las imágenes y las palabras vanas,
así yo me he alejado
de los huecos recuerdos,
de todo lo que es apariencia
y se mueve en el viento
con un frío rumor de cáscaras vacías.

(Hablando
apoyaba las palmas
una al lado de la otra
en las rodillas
como las manos en plegaria de una estatua
cortadas por el tiempo,
yertas sobre el vestido oscuro
como sobre la tierra).

Y aunque no hables
yo leo el resplandor en tu mirada
de lo que has visto
- llamas que brillan como en un incendio
sobre los vidrios de los ventanales:
has ardido en ese fuego
y quizás ardes todavía -,
pero de ti solamente se consume
lo que está destinado a perecer.
Tierra adentro, tal vez, lejos del mar
y del fragor abrupto de los trenes
existan almas iguales a las nuestras
en secreto,
preparándose para morir.
También nosotras hemos llegado al fin
y a mí partir no me entristece
- aunque casi reseco
y casi sin necesidad de nutrirse
como un tronco que bebe y se contenta
con la humedad profunda del terreno,
este cuerpo me pesa demasiado".

(Pero al verla moverse, levantándose
para llenar los vasos de agua
me pareció su cuerpo
poroso y liviano
como si lo atravesara el aire.
Los gritos de los pájaros nocturnos
envolvían la casa
en la espiral creciente
de una impalpable red).

"He vuelto para morir",
dije entonces.

(Detrás de la casa, el viento de la noche
había trazado sobre el cielo luminosos surcos).

Mirella Muià



"Dios no es una idea sino la plenitud de la vida."

Mirella Muià




"Hoy el desierto es nuestro mundo. No hay necesidad de buscarlo afuera, está en nuestras ciudades y el monaquismo trae un soplo de vida bautismal. La gente necesita esto. Esto lo vuelve a unir. Mi tarea, la nuestra, es escuchar, ayudar a redescubrir la vocación que hay en sus corazones. Junto a ellos redescubro la Escritura como una vida concreta que habla al corazón, que habla de nosotros. A través de las Escrituras, el Señor se entrega a sí mismo, no a las ideas. Las escrituras son la llave de su corazón. Lo mismo debemos hacer con las personas: no para transmitir ideas, sino la plenitud del Señor en nuestra vida."

Mirella Muià


La madre (I)

Cuando nací
ya existía ese sordo rumor;
alguien tejía,
no supe nunca quién
( ¿tal vez una vecina,
una mujer de negro
olvidada?)
No importaba-era siempre
ese sordo sonido
que iba y venia
en un cuarto lejano.
Cuando nació mi hija
todas estaban
a mi alrededor:
yo buscaba
que era lo que faltaba
-era ese sordo ruido.
Alejé entonces con mis propias manos
el paño fresco de la frente
y dije a la mujeres que una de ellas
fuera al cuarto lejano
y se sentara al telar.
Fue así como volví a oírlo,
y hubo de nuevo aquel
escandido silencio.
Mi hija nació en ese silencio.

Mirella Muià


La Partida

Yo que soñaba con partir
un día de verdad me fui.
Partir fue descender hasta el camino blanco
por donde los camiones pasaban en el polvo
y remontar el torrente
hasta los pies del monte
donde había una casa de piedra.
En un tiempo, mi padre
guardaba allí el trigo:
queda aún el olor ácido y dulce
de los granos de luz
-¿o es tan sólo un recuerdo?
Yo llevaba conmigo, enrollada
la cobija rayada de azul
que en las noches de invierno había tejido
pensando que algún día
también yo había de tener una casa,
que estaría sola.

Mirella Muià











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