Fantasmas

Llamo mi casa a este lugar donde soy huésped,
donde la cama se alumbra con el Sagrado Corazón,
en la que aún hoy despierto bañado en sudor,
donde oí a un fantasma mas no pude verlo.
Aquí a mis hijos los despiertan las cornejas
que en la chimenea revolotean en la madrugada.
Me levanto sedado y debo imponer calma,
seguridad. Los visto rápido. A las quejas
siguen preguntas y respuestas. ¿Tú crees
en el infierno, papi? ¿Era José el padre de Jesús?
Y mi hijo: ¿Murió el abuelo abajo de esa cruz?
Si, justo ahí en la cama en que dormí; esta vez
voltea y yo también, como si un suspiro
surgiera de la ropa aún tibia en que he dormido.

Maurice Riordan



La cosa como es

Vivimos dentro de una lluvia continua de átomos
donde todo emite corrientes corpusculares de imágenes
y así transmite colores, formas y sonidos a los sentidos
— de acuerdo a la teoría unificada de Lucrecio
quien se dio muerte, nos dice San Jerónimo, al enfermar
por una pócima de amor o, por decirlo así, por el amor
maltrecho en su forma química; ya había compuesto entonces
durante los catastróficos años finales de la república,
De Rerum Natura, la naturaleza de las cosas, o sólo la Naturaleza:
que conocemos por sensaciones, de primera mano, con el cuerpo.
Jerónimo, como es de esperar, respaldaba los ataques del romano
a los dioses paganos, y su no tan romano desprecio
del amor sexual: así es que el poema halló su camino
hasta manos modernas en un manuscrito defectuoso;

a las que llega aún fresca con esa embriagadora pócima primera
de especulaciones áticas, todavía sin el lastre de los resultados.
Nada sale de su alcance: las partículas de la materia,
los imanes, los sueños, la fisiología, los terremotos, el clima británico,
los temperamentos de las bestias salvajes, y "sus usos militares"...
Investiga asuntos como de qué manera escuchamos
aunque no podamos ver a la gente que charla en la habitación contigua;
por qué, al inclinarnos sobre un espejo, nos vemos emerger
de sus profundidades. No se trata de preguntas "espinosas"
nos asegura Lucrecio: aunque desconozca (es normal) la ley
de la incidencia y la reflexión, y se halle irremediablemente lejos
de todo atisbo de frecuencia o amplitud, sus hipótesis
en esta obra tienen el fulgor demoniaco de De Selby
con algo del ingenio y encanto de un niño pequeño.

Mas sobre los fenómenos mismos es elocuente y exacto:
vemos al leñador en una colina lejana levantar
el hacha hasta los hombros, justo cuando el golpe
resuena en el oído; a la luz de la luna andan a nuestro lado
sombras; nos asomamos a un charco que refleja los cielos;
esos cielos se abren y descargan su granizo; el aire se divide
mientras olemos —como nunca en la vida real— el extraño,
sulfuroso hedor de una casa destripada por un rayo.
Puede también ser dulce. Entonces el rígido hexámetro
se hincha de nociones atrevidas, expresiones amables;
el peral reúne en su entera y contrahecha forma la esencia
de la pera y ofrece su carne al apetito; las vacas se revuelcan
en los pastizales, pesadas por la leche que gotea de sus ubres
("leche entera" escribe, para "adormecer" a las terneras).

He aquí entonces el tránsito apacible de la naturaleza: Marte
duerme en el regazo de Venus y absorbe sus húmedos, maternales
átomos... Pero cuando se refiere al amor humano, todo es "incisiones",
"picaduras" y "pérdida de fuerza". Al tiempo que nuestro ojo
es orientado hacia las radiantes, volátiles superficies de niñas o efebos,
se nos advierte alejarnos; y cuando los síntomas pasan de cortadas
y moretes a hinchazón, delirio e inextinguible fuego,
se nos aconseja "distraernos con sustitutos", o si no:
Dormir a solas —por este epicúreo estupefacto
(enloquecido, afirman los Padres, por una sobredosis de poción)
quien, por refrenarse, recuerda su hogar de infancia, las noches
en vela cuando se recostaba, atento a las imágenes etruscas,
y habiendo quizá soñado con Ifigenia; un intenso
y libresco adolescente atemorizado por los dioses

quien culminaría una vida de esfuerzo científico,
no con estrofas efervescentes para Venus o Apolo,
sino con la plaga de Atenas en 430 a. C. —con esto,
para demostrar que era apto para el combate mortal,
el poeta del cuerpo vulnerable: cuando la nube atómica,
acarreada por el viento sobre las ciénagas salinas de Egipto,
invade las gargantas de los ciudadanos; transporta las armas del frío
y el calor; impone un régimen de sed y hambre; y ataca
las ciudadelas de la vida, cuyo asiento —situado en el pecho —
se tambalea pero resiste; delicados instrumentos se ponen
en acción; sin que haya alivio, salvo en las oraciones y los exabruptos.
Y luego ni siquiera en éstos; los agitados átomos han encontrado
la lengua, "intérprete de la mente" y la han desconectado.
Nada queda sino un dolor impronunciable. Y así termina.

Maurice Riordan



La esfera

¿Para qué enredarse en palabras?
Antes de la Creación ya existía la geometría.
Kepler

En tiempos en que hacerlo —cuando imaginar el mundo
como una esfera colgando de los cielos— era indicio
de pertenecer a una secta, Eratóstenes calculó
la circunferencia de la Tierra: una cifra que sobreviviría
incendios y tumultos, recesiones de varios
siglos, y que llegó a Colón como un susurro
(quien si no lo hubiese creído no habría zarpado).

De algo debió servir que Eratóstenes fuese el Bibliotecario
de Alejandría, que Alejandría se hallase
en el delta del Nilo, que el Nilo fuese en línea recta
hacia el sur a través de la arena hasta llegar a Siena
donde —había leído el bibliotecario— a mitad del verano
el sol de mediodía no proyecta sombra alguna, sino que hunde su fulgor
hasta el fondo del pozo, incendiándolo como una antorcha

—como si la naturaleza y la historia hubiesen ideado
una vasta figura euclidiana, el Museion
(y él mismo) en uno de sus puntos: los cimientos
de un cálculo que expandió el plano más allá
de lo que cualquier emperador pudiera soñar, y que casi
fue verdad cuando se vio a la Tierra parsimoniosamente
girar en el espacio como una pelota de agua.

¿Adoraba Eratóstenes al sol y al río?
¿Temía al duende del pantano, al etéreo genio?
Cuando se asomaba desde el puerto y veía del otro lado
la curvatura del agua, la inclinación del faro, cuando año tras año
al estirar y aceitar sus pergaminos, desplegaba
sus roídos teoremas, ¿especulaba solamente?
¿O veía en ellos la sombra de una firma?

Maurice Riordan


Larga distancia

Así que por un rato vivió a tiro de piedra
del ferrocarril; en un cuarto amueblado
con un sofacama, una lámpara, mesa,
un refri callado, un teléfono.
Oía rodar de noche los trenes de carga
que sin tregua cruzaban el interior del país.
Lo mantenían en vela hasta el amanecer,
junto a un radio verde y un mapa,
con los que seguía los mismos resultados
del béisbol, violaciones, incendios, asesinatos,
y casi siempre la misma humedad y calor
desde los Grandes Lagos hasta el Golfo.
Una vez marcó un número de larga distancia.
Sonó seis, siete, ocho veces.
No contestan. Se puso el auricular
sobre el pecho, y lo dejó sonar y sonar.

Maurice Riordan


Seda

¿Debo contarte que hace apenas un siglo,
en el año de nacimiento de mi padre —tu abuelo —
la distribución de la industria de la seda
abarcaba desde Tiverton al oeste, hasta los telares
y vecindades de Paisley al norte,

o que cuando, técnicamente, la seda es tendida
un solo filamento extraído sin romperse
del capullo puede medir un kilómetro o más
y así, en esto, comparte una sutil topología
con el entramado de venas bajo la piel,

el cual, al ser estirado, digamos, encima de
tu clavícula o tu pelvis revelará los tintes azulosos
de los huevecillos de Bombyx Mori recién puestos;
y dado que tu piel tiene también algo de la textura,
incluso del olor, del shantung y del tusor crudo

o acaso no debo repetirte las palabras del conde
Dandolo quien, en su tratado de sericultura,
escribió sobre el gusano: "mientras mayor es el calor
en el que se le incuba, mayores son sus requerimientos,
más raudos sus placeres, y más efímera su existencia"?

Maurice Riordan














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