Las Lunas

Todo el día ha esperado a que la luz se apagara 
mientras carros y carruajes traqueteaban en el patio
debajo de su casa. ventana, los gritos de los comerciantes 
en el mercado llenando el aire hasta el anochecer .

Ahora todo se ha calmado en las estrechas calles
mientras Orión sube desde el sur y la campana de la catedral 
entona la nota solemne del Ángelus sobre Padua. 
Se calienta las manos con las moribundas brasas de su fuego, 

luego apunta su telescopio por encima de los tejados 
de las casas de los comerciantes en la plaza,
muy por encima de su mundo de comercio y comercio,
sus libros contables equilibrados y sus horas numeradas.

Y cómo, al mirar más de cerca, el cielo explota
en el visor, la noche más derrochadora 
de lo que jamás podría haber imaginado,
las Siete Hermanas, resplandecientes y familiares, 

elevándose sobre el horizonte y Júpiter, el punto más brillante 
en toda la oscuridad sobre sus cabezas, nada para enfocar 
sus cuatro lunas fijas en sus circuitos, 
dando vueltas como presencias fantasmales a través del clima cambiante 

de otro planeta. Estaciones tan extrañas 
ha presenciado en los cielos, pero ninguno como esta 
tormenta gigante que se agita en la distancia, su iris ensangrentado 
buscándolo a través de los espacios vacíos 

como si fuera el ojo de Dios el que lo hubiera encontrado 
enmarcado en esta ventana, su visión defectuosa 
su única prueba contra toda ignorancia y duda de 
que a veces el corazón puede perder un latido 

y nunca vuelve a ser el mismo.

Noel Duffy


Otoño

Detrás de la ventana, la chatarra
del día cayendo sobre el pavimento
la tostadora resonando en vano.

Noel Duffy



Pasaje

Hago mi pasaje a través de la ciudad, el colectivo detenido
en el tráfico de la mañana, yo detenido en mis pensamientos
y  tristeza. Este es el primer aniversario de tu partida.

Allí, finalmente, bajo las nubes quebradas,  me paro entre
las lápidas de granito, las banderas harapientas
y las ofrendas, las decoloradas flores de plástico.

En cada tumba hay una foto del difunto
cortada de una escena familiar y sonriendo hacia nosotros
en el azul, prístino cielo de su ausencia.

Todos esos rostros perdidos y tú entre ellos,
en una colina donde no crece ningún árbol y el viento sopla frío.
Todos debemos descansar en algún lado. Tú eras mi padre.

Te amé de forma imperfecta, pero verdadera
hasta la profunda, oscura tierra que te hemos dado.

Noel Duffy



Reykjavik

Primero fue la palabra que escuché,
simplemente la palabra. La garganta se tensó
y la lengua, firme, para soltar la v intensa,
las ks entrecortadas. El retumbar de la r
en la cavidad de la boca hizo resonar un paisaje
riguroso: Rey-k-ja-vik.

Luego había un lienzo gris que permaneció
vacío por días, colgado allí
en algún lugar de la mente, meciéndose
al rasguido de esa palabra sincopada
(un mantra de cosas murmuradas).

Hoy es un mar gris, un cielo gris elevándose
sobre él, exhibiendo un intenso oleaje y desplome,
tosiendo una espuma blanca. De lo hondo
el dios-foca llega, llamando desde
su inframundo: nada en lo profundo, cruza
el océano, ¿de qué otra forma aprenderás a hablar?

Mi mundo es azul ahora que lo sigo.
Tramamos un rumbo lento debajo de los botes pesqueros,
silenciosamente evitando las redes que ellos arrastran.
Él me ha traído hasta la sala de espera
de mí mismo a través del corredor azul del océano.
Pero no debo engañarme, porque pronto
me pararé solitario sobre una playa glacial.

Las olas azotan las rocas. Me arrastro
entre la rompiente, me mezclo con los caracoles, las piedras
y el trueno de las gaviotas llenando el mundo.
La luz salada quema mis ojos –los colores son desteñidos
y metálicos acá. Un viento cortante lame mi piel.
Es un mensajero de la nieve –ven, ven.

Una ciudad se acuclilla no lejos de acá.

(Supongo que es una ciudad como todas las demás: gente
atareada en los comercios y calles, autos que circulan
en un fluir constante, conversación que viaja
por los mostradores de restaurantes y pubs-
Es la divisa de la sangre viva).

No busco esos consuelos esta mañana.
Es la violencia del génesis de las aguas
rompiendo el rojo desorden de la placenta, los primeros sonidos
confundidos con el amanecer débil. Comienzo a caminar.
A cada paso los años se disuelven. Me vuelvo a desnudar
capa por capa hasta que ya casi queda nada:
el esbozo de un nido de pájaro, las misteriosas
letras en el reverso de una piedra,
las sílabas de la luna barridas por el viento.
La palabra se vuelve a formar en mis labios. Reikiavik.

El lugar es nombrado. Retorno al lugar donde comencé.
Una ventana. Un escritorio. Un pedazo de papel y una lapicera.
La noche se ovilla sobre el cristal de la ventana.
Yo completamente solo en mi guarida.

Noel Duffy








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