Había comida en la cocina, whisky en el mueble bar, y no
faltaba ni una sola prenda de ropa en los cajones de su habitación. Según Los
Angeles Herald Express del 18 de enero de 1929, era como si hubiese salido a
dar un paseo y fuese a volver en cualquier momento. Pero no volvió, y a partir
de entonces fue como si a Hector Mann se lo hubiese tragado la tierra.
Paul Auster
El libro de las ilusiones, página 2
Una carta como aquélla no podía pasarse por alto. Una vez
leída, estaba claro que, si no se molestaba uno en contestar, no dejaría de
pensar en ella durante el resto de la vida.
Paul Auster
El libro de las ilusiones, página 5
¿Ha intentado suicidarse alguna vez, señor Zimmer? No. ¿Lo
ha pensado alguna vez? Claro que lo he pensado. Si no, no sería humano.
Paul Auster
El libro de las ilusiones, página 24
Nunca he oído hablar de Xanax. Es una droga eficaz, pero muy
peligrosa. Siga las instrucciones de uso, señor Zimmer, y se convertirá en un
zombi, en un ser sin personalidad, en un pedazo de carne sin conciencia. Podrá
volar a través de continentes y océanos enteros y le garantizo que ni siquiera
se enterará de que ya no sigue en tierra.
Paul Auster
El libro de las ilusiones, página 26
En movimiento, el bigote es un instrumento para expresar lo
que todo hombre piensa. En reposo, es algo más que un adorno. Señala el lugar
de Hector en el mundo, establece el tipo de personaje que debe representar, y
define quién es a ojos de los demás; pero sólo pertenece a un hombre, y como se
trata de un bigotito absurdamente fino y grasiento, no puede caber duda alguna
de quién es ese hombre. Es el caballero sudamericano, el latin lover, el pícaro
de tez morena con sangre ardiente corriendo por sus venas.
Paul Auster
El libro de las ilusiones, página 30
Era demasiado alto para hacer simplemente de payaso,
demasiado atractivo para interpretar el papel de ingenuo apocado, como tantos
otros cómicos. Con sus expresivos ojos negros y su elegante nariz, Hector tenía
aspecto de un primer actor mediocre, un personaje romántico y resultón que se
había metido por equivocación en el plató donde se rodaba otra película. Era
plenamente adulto, y la presencia misma de una persona así parecía ser
contraria a las normas establecidas de la comedia. Los actores graciosos tenían
que ser bajitos, contrahechos o gordos. Eran pillines y bufones, necios y parias,
niños disfrazados de mayores o adultos con mentalidad infantil. No hay más que
pensar en la juvenil redondez de Arbuckle, su timidez, la sonrisa tonta en los
labios pintados, feminizados. Recordad el dedo índice que se lleva a la boca
cada vez que le mira una chica. Repasad la lista de objetos de utilería y
vestuario que forjaron la carrera de reconocidos maestros: el vagabundo de
Chaplin, con los desmadejados zapatos y la harapienta ropa; el tímido de Lloyd,
con sus gafas de montura de concha; el atontado de Keaton, de sombrero chato y
facciones inertes; el imbécil de Langdon, de piel blanca como la tiza. Todos
son inadaptados sociales, y como esos personajes no pueden ni amenazarnos ni
ser merecedores de envidia, les deseamos suerte para que triunfen sobre sus
enemigos y conquisten el corazón de la chica. El único problema es que no saben
qué hacer con la chica una vez que se quedan a solas con ella.
Paul Auster
El libro de las ilusiones, página 31
Si logra conquistar la simpatía del espectador es porque
nunca sabe cuándo renunciar.
Paul Auster
El libro de las ilusiones, página 32
Un hombre con una inagotable habilidad para atraer la mala
suerte.
Paul Auster
El libro de las ilusiones, página 32
Lo que importa no es la habilidad para evitar los problemas,
sino la manera en que se enfrenta uno a ellos cuando se presentan.
Paul Auster
El libro de las ilusiones, página 33
No es un personaje de repertorio ni un tipo normal, y por
cada una de sus acciones que nos parezca lógica, siempre hay otra que nos
confunde y nos deja desconcertados.
Paul Auster
El libro de las ilusiones, página 34
A la vez hombre del pueblo y aristócrata, materialista y
romántico, es un hombre de modales precisos, puntillosos, que nunca vacila en
hacer grandes gestos. Entregará la última moneda que le quede a un mendigo de
la calle, pero no le moverá tanto la caridad o la compasión como la poesía del
acto mismo. Por mucho que trabaje, sea cual sea la diligencia que aplique a la
realización de las ínfimas y a menudo absurdas tareas que le asignan, Hector
transmite una sensación de distanciamiento, como si en cierto modo se estuviera
burlando de sí mismo y felicitándose a la vez. Parece vivir en un estado de
irónico desconcierto, participando en el mundo al tiempo que lo observa desde
muy lejos.
Paul Auster
El libro de las ilusiones, página 35
Traducir es un poco como echar carbón. Se recoge con la pala
y se lanza al horno. Cada trozo es una palabra, y cada palada es otra frase, y
si se tiene una espalda recia y suficiente energía para seguir con la tarea
ocho o diez horas seguidas, se podrá mantener un buen fuego.
Paul Auster
El libro de las ilusiones, página 68
Puede que sus mentiras sean inocentes. Quizá no pretenda
engañar a nadie, sino que esté buscando un medio de entretenerse. Al fin y al
cabo, las entrevistas pueden resultar un trámite aburrido. Si todo el mundo
hace las mismas preguntas, a lo mejor hay que contestarlas de manera diferente,
sólo para mantenerse despierto.
Paul Auster
El libro de las ilusiones, página 81
Cuando no hay tiempo, todo se acelera.
Paul Auster
El libro de las ilusiones, página 120
Mientras te miraba, hubo unos momentos en que era casi como
si me mirase a mí misma. Eso nunca me había pasado antes. Te gustó. Me encantó.
Estaba tan en las nubes, que creí que iba a derrumbarme en cualquier momento. Y
ahora confías en mí. Tú no vas a fallarme. Y yo no voy a fallarte a ti. Eso lo
sabemos los dos. ¿Qué más sabernos? Nada. Por eso vamos juntos ahora en este
coche. Porque somos iguales, y porque aparte de eso no sabemos nada más.
Paul Auster
El libro de las ilusiones, página 120
Quien hiciera lo que él había hecho merecía un castigo. Si
el mundo no se lo imponía, entonces tendría que hacerlo él mismo.
Paul Auster
El libro de las ilusiones, página 142
Lo sórdido tiene sus compensaciones, repuso Hector,
utilizando deliberadamente un lenguaje superior. Si un hombre decide alojarse
en su propia tumba, ¿qué mejor compañía podría tener que una mujer de sangre
ardiente? Así morirá más despacio, y mientras esté unido carnalmente a ella,
podrá vivir del olor de su propia corrupción.
Paul Auster
El libro de las ilusiones, página 177
Era exhibicionista y ermitaño, depravado furibundo y monje
solitario, y si logró sobrevivir durante tanto tiempo a esas contradicciones
internas, sólo fue porque adormeció voluntariamente su conciencia.
Paul Auster
El libro de las ilusiones, página 180
Usted me hizo reír. Eso fue todo. Rompió la cáscara que me
envolvía, y después se convirtió en mi pretexto para seguir viviendo.
Paul Auster
El libro de las ilusiones, página 221
Pese a todas las apariencias, el escenario de la película no
era Tierra del Sueño ni el territorio del Rancho Piedra Azul, sino el interior
de la cabeza de un hombre; y la mujer que había entrado en aquella cabeza no
era una mujer de carne y hueso, sino un espíritu, una criatura nacida de la
imaginación del hombre, un ser efímero enviado para servirle de musa.
Paul Auster
El libro de las ilusiones, página 239
Lo único que quería era estar sin hacer nada, vivir como
vive una piedra.
Paul Auster
El libro de las ilusiones, página 241
¿Y yo qué sabía?, dice Martin. Unas horas de silencio, unas
bocanadas de aire del desierto, y de buenas a primeras me empieza a rondar por
la cabeza una idea para un relato. Así es como pasa siempre con los cuentos. En
un momento dado no hay nada. Y al instante siguiente ya lo tienes ahí, trepando
en tu interior.
Paul Auster
El libro de las ilusiones, página 243
Soy un hombre ridículo. Dios me ha gastado muchas bromas.
Paul Auster
El libro de las ilusiones, página 274
Aun cuando siguiera trabajando con Hector en las películas,
debió de tener la impresión de que la verdadera obra no consistía en realizar
películas, sino en hacer algo con objeto de destruirlo. Esa era la obra, y
hasta que todo vestigio de esa obra no se hubiera destruido, la obra misma no
existiría. Únicamente cobraría vida en el momento de su aniquilación; y
entonces, cuando el humo se elevara en el caluroso día de Nuevo México,
desaparecería.
Paul Auster
El libro de las ilusiones, página 276
El libro de las ilusiones, página 2
El libro de las ilusiones, página 5
El libro de las ilusiones, página 24
El libro de las ilusiones, página 26
El libro de las ilusiones, página 30
El libro de las ilusiones, página 31
El libro de las ilusiones, página 32
El libro de las ilusiones, página 32
El libro de las ilusiones, página 33
El libro de las ilusiones, página 34
El libro de las ilusiones, página 35
El libro de las ilusiones, página 68
El libro de las ilusiones, página 81
El libro de las ilusiones, página 120
El libro de las ilusiones, página 120
El libro de las ilusiones, página 142
El libro de las ilusiones, página 177
El libro de las ilusiones, página 180
El libro de las ilusiones, página 221
El libro de las ilusiones, página 239
El libro de las ilusiones, página 241
El libro de las ilusiones, página 243
El libro de las ilusiones, página 274
El libro de las ilusiones, página 276
No hay comentarios:
Publicar un comentario