Con un soñar abierto
desde un cuerpo y un alma
hacia el naufragio en nada,
que es nada y algo más
más que un beso desesperado perdido en lo imposible
más que una lujuria de fin de mundo en parajes solitarios
bajo las estrellas, bajo el otro silencio,
hasta que todo se ausenta, el día y la noche,
para cantar aquel beso
que no pudo ser entregado como rescate.

          -mientras el pensamiento lanza su señal
          para el diálogo eternamente inconcluso
          entre algún dios y su sombra- 

El salto al vacío del fuego en la palabra.
Y la demencia
un corredor estrecho
donde nos reunimos los justos invitados. 

Y el sendero sumergido en el fondo del mar
y el signo de la luna en la frente de los caídos.
Los sueños fascinados ardientes en la hora negra
y las olas del tiempo impidiendo la comunión con el fuego.
Con el verso desmedido y extraño,
fugitivo del blanco, del mundo, de las últimas horas.

Y ya no hay límites, pasiones,
que puedan contener las injurias y las penas.
Demolido, la lengua seca y abandonada,
y el espejo roto reflejando pálidos destellos. 

          -A veces un hecho humano
          ayuda a revelar paradojas divinas.      
          Mas aguarda saber qué es la voz
          para preguntarme qué he dicho- 

Recogemos los mensajes que sostienen las palabras
(como los huesos el cuerpo, lo no dicho lo dicho).
Y finalmente no hay lugar para la erudición:
hay convulsiones, pasiones enloquecidas,
un canto del alma errante que abraza todos los fuegos. 

Y si se comprendiera, ¿habría más?
Toda poesía verdadera es el canto de una visión.

Víctor Redondo



 Inferno

El retiro abierto, las hojas entornadas señalaban una antigua ausencia.
Dar unos pasos por la habitación para convencerme de la existencia del
     / viejo olor aún sobre los muebles.
Aguardar la caída de la tarde para volver a recordar las vulgares,
     / estúpidas ciudades del mediodía.
Y por sobre toda la ansiedad, el manto, el manto del olvido para
     / borrar las horas.
La estúpida ventana de las ciudades del mundo, la estúpida ansiedad.
El calor, la sed,
El amor como una ventana,
abriéndose, cerrándose, abriendo, cerrando, callando.
La alegría del amor desierto.
El sol, a veces, como un gran sexo en éxtasis.
Las paredes blancas como la piel de un niño, dos árboles -uno
     / viejo, el otro joven-
y la gran línea del horizonte encerrándonos en el mundo.
No había frutos en esos árboles, despedían por la tarde un
    / triste perfume de Dios,
y bebían gotas de nube de plata.
¡Cólera, cólera contra esos tiempos!
El arder de la vida
por el gran pantano de luz de aquellas islas.

Víctor Redondo


Interferencias

No camines por la
noche como si no te perteneciera, como si no estuviera
                   / todo el tiempo en tu cuerpo, horadando.
No camines a través del silencio como si justamente tú
                                                     / pudieras quebrarlo.
Está la noche extendida con sus medallas. No puedes blasfemar.
Está la joya caliente bebiendo de tu sed.

Bello traidor, perteneces a la noche.

No puedes soltar amarras y huir como siempre. Hablas
                                               / de un cuerpo, repítelo.
Recuerda qué fuiste tú en ese paraíso, recuerda cómo
                                               / hablabas, de qué reías.

No eres nadie,
aniquilado como la salvación.

EL FIN YA SUCEDIÓ.

Vampiro estelar, tridente, todos tus rostros hablan al
                                                       / mismo tiempo,

(Circe, maga encantada, desaparece!)

deja decir: Chicago, 1925, White Horse sucio, engrasado
                                                                     / y brillante,
Robert Mitchum con barba de tres días y maloliente
acorralado entre edificios
aguardando que llegue la respuesta a su señal.

(Ah, es muy bondadoso el lenguaje,
nos deja crear lo que deseamos.)

          Ambrosia. Castillo de los Halfonzehn,
          sino a su bella hija Ambrosia, dueña del castillo
          y propietaria del sueño.

Todo es así, tal vez,
¿cayendo continuamente entre la realidad y el sueño?

–humor pésimo–
                       o Venecia, Piazza San Marco,
caminando con Helena,
                                   con una sombrilla en las
                                   manos
viendo caer el día entre la sangre y el viento.

(Un reloj antiguo de bolsillo, con un aguja y el vidrio deshecho
que habla de Austria, narra amor y batallas
Ah, si pudiéramos renegar de tanta bazofia, un cartel: odi et amo.)

Valentino y Visconti son la pareja perfecta. Hollywood,
                                     / 1940, 1950, Taylor Chandler.
No había asaltos porque hasta los ladrones eran ricos.

Depara el cuadro de soledad hambrienta que separa al
      / perseguidor de sí mismo. ¿Habrá aquí una duda,
                                               una pregunta dispuesta?

Víctor Redondo




Un sueño de Paracelso

Mago de espina seca
astrada medialuna
bajo el carmen perfecto vio
dos mañanas de fuegos azules
ardiendo entre cristales sabios
el amor lejos siempre de la sabiduría
más calor, más agua verde,
amenazando qué estirpe religiosa
tras la cortina
el pasillo laberinto
el silencio y la letra
creció el humo y nació la piedra
la virtud.

Víctor Redondo


La destrucción de la realidad

Como operación delicada que es, los poetas
comienzan a roer la realidad con tal delicadeza
[e inocencia
que nadie, juraría, creería que eso es lo que
[sucede.
Se desmontan los mecanismos del pensamiento.
La orfebrería mental
se desvanece.
La realidad se aleja del corazón. Desaparece el
[placer.

(Otra manera de verlo:
el mundo se aleja de los hombres
porque el mundo los sobrepasa en inteligencia,
veut dire: la Tierra piensa.)

Se destruye la tapa de lo razonable: el cerebro
estalla.
Entonces la vuelta de tuerca,
el golpe de efecto,
retroceso para la ironía:
se ha ido,
se ha ido,
repite la voz: se ha ido
un hombre viejo que al enfrentar su vejez
decidió arrancar de la muerte
un argumento: la revelación de un misterio:
ver
lo que no existe.

Víctor Redondo



Uno

Una vez más frente a frente.
Pero ahora el miedo
ha quitado de las palabras el ropaje de las palabras
y ahora las palabras, pero no las palabras,
son palabras finalmente, y no aquéllas.

Hay mucha exageración en todo esto
y una pequeña parte de verdad, “tengo
ciertos miedos que pertenecen al futuro”.
No se halla nunca el comienzo
y es tan difícil terminar. Un poema
quisiera extenderse como un pecado nuevo,
siempre insuficiente. ¿Para quién se escribe?
La ficción comienza antes del primer acto,
antes de entrar en la sala de los enigmas, antes
de sentarnos frente a la hoja, enjoyados por el hastío,
y antes de ser los animales jóvenes en busca del deseo.
No me mires así, sobre esto debo hablar.
Deja que destierre en paz estas almas que recuerdo
en cenizas, en trampas, en las noches donde vierto
la triste espuma de un vino inacabable.

Hemos nacido para el éxtasis seco,
para la furia de no comprender,
para tener cadenas por necesidad de cadenas y gozar
la lujuria de la rebelión. Deja que hable.
Pero no me dices que no hable: no me escuchas.
Hablo a la fría lucidez de los muertos
que no creen necesario contestar.
Ser o no ser son dos espejos ausentes.
Sobre esto es inútil hablar.
Tengo las palabras cubiertas de polvo.
Necesito que me respondas, ese silencio enloquece.
Necesito enfrentar palabras para oponer palabras.
Necesito creer en el mal para vencer lo irremediable.
El veneno de la serpiente
nos defiende de la serpiente. Y estamos hablando
de las involuntarias víctimas de un antiguo mal. Eso creo.
Quizás estamos hablando de otra cosa
y yo esté demasiado solo esta noche.

Víctor Redondo











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