Cuando me hablan de ti, es como si me perfumaran la cara...

Cuando me hablan de ti, es como si me perfumaran la cara
con una hoja de mirto. Ya estoy tan seguro de que te quiero,
     que a veces quito
mis ojos de la luz para que atraviesen la noche por el cielo.
     el cielo.

Los jardines saben el nombre de tu río
y el de los antílopes que lo cruzan jugando entre el agua;
ninguno habrá que no lo haya sentido
fluir, humedeciéndome la boca,
en la mañana, o al caer la tarde,
sobre el aliento perezoso
de las flores.

Ricardo Molinari


Día de espacio enamorado

Día de espacio enamorado. Espada
y nubes. Oh, mar mío presuroso:
celeste entre paredes, nemoroso
mar entreabierto. ¡Rama desvelada!

Luna y labio. ¡Ay, amor hundido –nada–,
ya en tu horizonte helado, codicioso
de muerte, de deseo fatigoso!
Eterno mío, flor desesperada.

Borde distante; mi otra vida sola,
perdida sin morir: huida quieta;
no, pluma y tierra; mar, espuma, ola.

Sombra suelta, sirena adiós, oído.
¡El mar, el mar! Sí, el mar, mar meseta:
solo con el amor, con el olvido.

Ricardo E. Molinari


Helada en su corona...

"Helada en su corona de deseo
quién la verá, perfume de otro día,
ramo de aire perdido, todavía.
Espacio, luz de amor, lengua de aseo.

Terrible, incomparable, alta la veo
quebrar la espuma insomne –alma mía–,
en su sabor hallando la alegría,
el sonido, su flor; la voz de Orfeo.

Dura en su nieve, en su adiós de la tierra,
qué ámbito iluminado o noche ciega
la espera. Dónde irá el viento, su día.

Qué mar, qué luna; qué espejo la cierra
desdichado. ¡Qué río alto la riega
sin amargura y bebe su agonía!"
 
Ricardo E. Molinari




Estas cosas

No sé, pero quizás me esté yendo de algo, de todo,
de la mañana, del olor frío de los árboles o del íntimo sabor
de mi mano.
Pero estas llamas y la lluvia bajan por la tarde del día elevadas,
con su trabajo cruel y afanoso, con el terror de la primavera
y el tiempo y la noche vanamente disueltos en su impaciencia.

Yo sé que estoy mirando, extendido, sin atender
lo que el polvo y el abandono ocultan de mi cuerpo y de mi lengua.
Una palabra, aquella sonriente y terrible de ternura,
oscurecida por la razón y el mágico envenenamiento de la nostalgia;
sedentaria huye por un campamento, llamada y perseguida permanente,
sin alguna vez, devuelta entera y desentendida
al seno ardiente de la noche, al ser mayor e indestructible de la atmósfera.
Nada queda después de la muerte definido y elevado, ni la imagen voluntariosa
sobre los pastos crecidos y ondulantes, ni el pie
atropellado que dispara de su quemada historia intacta.

Sin clamor el rostro siente el húmedo temporal, el albergue perecedero
y la flor abierta en el vacío,
sin volver los ojos, va en su rapidez disuelto
y extrañísimo.
Soy el ido, el variante del cielo,
de la calle muerta en las nubes,
su entretenimiento como un pájaro.

¡Amor, amor! una brizna del sentido,
tal vez un día donde mis labios bebieron la sangre
y todas estas nieblas azotadas e irremediables, perdidas.
Decidido, toma, ¡oh noche!, mis secos ramos y llénalos de rocío brillante
y pesado, igual al de las hojas del orgulloso y reclinado invierno.

Ricardo Molinari



Nao d'amores

Ya estoy harto de mar, de gente, de cielo;
de muerte, si Dios quiere.

Nadie podrá arrancarte de mí, sombra de sueño,
porque tengo pegada en el pecho
toda tu noche de pasión horrible.

Dentro de días estaré en la llanura
para cubrir mi corazón de polvo,
el aire de arena. Nuestra sola muerte
olvidada de olvido.

(Si pudiera encontrarte. Si pudiera bajar a Río ,
esta noche;
andar por las calles oliendo las hojas gruesas de
los árboles;
abandonarme en la tierra hasta llenarme de
piojos. Distraído.)

No quiero mi idioma, mi otra vida; no quisiera
llegar nunca. Volver si fuera posible...

Magoas.
Esta noche ¡así!, desprendido totalmente;
vuelto, devuelto, perseguido: ajeno mío
sin quererme. Caído en otra voz,
resbalado.

Mi corazón negándose al polvo,
ya detrás de tu cuerpo, del aire desterrado.

Ricardo Molinari



No sé si cantando se seca el viento
o la voz pierde su humedad. Cuando pienses
que nadie entiende nada, y por qué vuelvo al sur;
y que hay personas que miran la poesía
como un tiempo perdido, igual que a una barga griega.
(Si ellos vieran la sombra debajo de un farol mutilándose
como una ballesta, y a cada uno de nosotros
en su lucha
por salvarse del odio.)

Mañana cuando vuelva el aire
a cernirse sobre las flores, sobre las altas paredes
que custodian el mundo,
y los ángeles regresen cansados a sus árboles;
cuando el horizonte cante debajo del cielo
y haya hombres que bailen alegres, juntando los brazos
     vertiginosos,
y las aves del mar se quejen y vuelen alrededor de los mástiles,
yo pensaré: oh, mi hogar del sur, al oeste de un gran río,
y gozaré memorias agradables. -Alguna vez,
el olvido correrá sobre el mar,
y mi tierra irá callada hacia la otra tierra sin esperanza,
y yo no sé si seré feliz.
Quien no haya oído nunca el viento lamentarse en el hielo,
no sabe lo que es el recuerdo. Yo tengo los labios
húmedos de mirar por una ventana.
El olvido debe ser igual a la pampa;
así como un paseo concluido o una cabellera
que ha quedado reposando sobre el polvo.
Una rama de naranjas tiene el día, su color,
para el que pierde el aliento:
¡quién me pintará a mí una rosa en la más densa y
     alta obscuridad!
Espada, fresnos, montes de agua, mi soledad es tan
     parecida al frío del cielo,
que ya no tengo sed. (Mañana podría cambiar todo:
     la gimnasia. Vivir.
¡Si uno pudiera vivir de nuevo un día pleno, sin personas!)
Yo tengo un gran deseo en la garganta
-nostalgia o viento-
clamor que se endurece: ser otro ser,
playa que no quiere ser mirada.
¡Víspera sin memoria,
luna sin agua!

Ricardo Eufemio Molinari



Oda a la sangre

Esta noche en que el corazón me hincha la boca duramente,
sin pudor, sin nadie, quisiera ver mi sangre corriendo
                                                                          por la tierra:
golpeando su cuerpo de flor,
-de soledad perdida e inaguantable-
para quejarme angustiosamente
y poder llorar la huida de otros días,
el color áspero de mis viejas venas.
Si pudiera verla sin agonía
quemar el aire desventurado, impenetrable,
que mueve las tormentas secas de mi garganta
y aprieta mi piel dulce, incomparable;
no, ¡las mareas, las hierbas antiguas,
toda mi vida de eco desatendido!

Quisiera conocerla espléndida, saliendo para vivir fuera de mí,
igual que un río partido por el viento,
como por una voluntad que sólo el alma reconoce.
Dentro de mí nadie la esperó. Hacia qué tienda o calor ajeno
                                                            saldrá alguna vez
a mirar deshabitada su memoria sin paraíso,
su luz interminable, suficiente.
Quisiera estar desnudo, solo, alegre,
para quitarme la sombra de la muerte
como una enorme y desdichada nube destruida.

Si un día no fuéramos tan extraños, defendidos,
que oyéramos gemir las hierbas igual que un sediento
                                                                       hábito peregrino,
limpios del humor sucio, corruptivo,
me cortaría las venas de amor
para que se escuchase su retumbar;
para vestir mi cuerpo solitario
de un larguísimo fuego delicioso.

Pero no ha de llegar nunca ese tiempo mágico,
como no llega la felicidad
donde no vive el olvido, una voz muerta,
apagada voluntariamente.
Ni mar ni cielo ni flor ni mujer: nada;
nadie la ha visto llevar su rosa vulnerable,
su desierto extraviado entre inútiles bocas.
¡Qué duro silencio la cubre!
Ya no sé dónde llega o la distrae la vida
o desea dejarla
desprendida.
Dónde se angosta su piel imposible,
su lento signo enigmático: llama de esencia sin despedida.

A través de la carne va llorando,
metida en su foso sin cielo,
en su noche despreciada,
con su lengua eterna, contenida.
Qué gran tristeza la vuelve a la vida sin cansancio;
al reposo, cerrada.

¡La muerte inmensa vela su sueño sin alborada!

Nadie sabe nada, nunca. Nada.
Todo es eso. ¡Ansiedad vuelta hacia dentro,
sorda, detestable; alejada!

Majestuosa en su mundo obscuro, volverá a su raíz
indefinida, penetrante, sola.
Tal vez un río, una boca inolvidable,
no la recuerden.

Ricardo Molinari




Sí, qué tejado, qué sombra de madera sobre
    el último día.
Cantaba el mar en playas de níquel, el mar
    Lleno de sudor,
Siempre el mar.

Yo estaba desesperado como si ya no quedara
    otra vida,
como si el mundo fuera plano
y mi sueño estuviera colgado de una pared
llagada.

Sí; el amor, la carne, el triste sueño. Yo no
    quería morir,
no quise llevar una flor transparente sobre el
    hombro pasajero;
dejar de ser un pobre árbol sin jacintos.

(Mañana, cuando esté sereno, todo se me ha
    de volver tonto; ya estoy sordo
de llevar mis ríos a un corredor;
de dirigirme a una frase viviente entre montañas,
a un vaso de café, a una canción, a toda una
    noche sin dormir).

Pero el amor es el amor,
Y yo tolero lo que me ayuda a ser diferente:
silencio entre dos hojas, espacio entre los
    hombres.

Ricardo Molinari


Soledades

De ayer estoy hablando, de las flores,
de la fuerte agua, transparente y fría,
del alma, de la luna abierta, ¡oh mía!,
de un ángel dulce y solo en los albores.

De tantas noches secas y menores,
del perseguido bien sin alegría;
del aire, de la sombra y la agonía,
de lumbres, cielos y arduos pasadores.

De ti, tiempo llegado y desprendido,
que vas en mí y me dejas en velada:
solitario, desierto y sin sentido.

Y encima de ti, vida delicada,
cabello suave, quieto y advertido,
la muerte sueña y mueve su morada.

Ricardo Molinari




Ya no volveré a ti -luna de tierra...

Ya no volveré a ti -luna de tierra-;
quédate en tu cielo derrumbado,
con tu piel perdida, mojada en la lluvia.
Con tu soledad llena de espejos,
con tu dolor partido como una fruta.
Yo quiero volver a otro día, salir de tu sed
sin dejar un solo beso sobre una cornisa;
salir igual que una llama cubierta
de espumas y cenizas
a un nivel de flores.

Huir. Huir hacia donde el mar no lleve cariño
sobre las hojas,
donde no haya asfixia y tu nombre de piedra y espumas
se oculte entre montones de arena y conchas.

Pero el amor es el amor, y nadie puede desterrar una
     raíz de plata
con destino y latidos. Con una sombra inmóvil cubierta
     de memoria: con su casta de alma,
con su paisa e resbaladizo y sus manos
de vidrio quemado.

Si yo pudiera olvidar sin oírte, sin dejar
la huella de mi cintura temblando
en el aire. ¡Pero el amor es el amor, y el tiempo
mueve juncos y adelfas
para que se encuentren con la muerte!

Cuando pienso que nunca he de volver al frío,
qué ganas me llevan de talar un árbol;
de quebrar el ala de una paloma,
para que ella disfrute
de un amor enloquecido.

(Cuando uno vive alegre qué bien le debe caer
el canto de la noche sobre la carne. El canto de la
     noche. ¡Agua y pinos!...  Quién viera tu niebla
oscura, ala de frente, plumón muerto,
aire de vino desdichado. )

Pero yo quisiera volver a otro día. Siwmpre he soñado,
     perdido en la sombra,
buscar una rosa de hielo con su hoja de viento.
-La rosa que no verá la multitud,
la que espera, como yo, un largo día de fiesta
a orillas de un río de Invierno.

Adiós, junco húmedo, oscuridad de Verano entristecido.
Hasta nunca, si nunca es volver alguna vez: estas
     palabras como una flor
en su lecho de polvo, con su nunca, amando, en la garganta;
con tu sombra inmóvil, preferida.

¡Raíz de nieve, ocioso viento!

Ricardo Molinari




Yo quisiera ser feliz como un pie desnudo en una playa...

                                                                                          A Victoria y Enrique

Yo quisiera ser feliz como un pie desnudo en una playa;
como un reno frente al mar;
como la cinta llena de muerte de la gorra de los marineros;
como la hoja de ciprés que guarda el horizonte de las estatuas;
como duerme el Condestable de Castilla en la Catedral de Burgos;
como la hoja y la corona del laurel;
como tu sombra de plomo, dormida entre columnas y peces;
como el aire desierto.

¡Pero yo estoy con tu muerte sin pronto!
Con un cielo que se cansa de mirar los pastos;
con un cielo que vuelve hacia sí la mirada
de piedra y nieve
que llevo colgada de los dientes. Yo sé que él consuela a algunos,
pero a mí me destemp!a el corazón, de flor apretada,
de espuma sin raíz, de gemido impedido.

Pero tu muerte es tu muerte: sin murallas, con todo el tiempo
     distante en la boca.
¡Como el aire desnudo!

Ricardo Molinari




Yo te he querido bien. Nunca lo sabrá el
   polvo de tu cuerpo,
 ni tu cama desolada, sin noche entera.
—Tampoco sabe el hielo si la montaña siente,
cuando le oculta las nubes
una rama de tierra muerta—.

Yo amo como en un sueño perdido.
Me agrada sentirme vivir;
mi cuerpo es torpe porque llevo el pensamiento
    lejano,
y la soledad rodea mis latidos
con su calor sin mejillas.

Hoy es día de mi cumpleaños, y deseo estar
    todo para ti
—como si estuviera muerto—
lejos del otro mundo, sin azul, sin hombres
    que metan sus palabras
en mi cuerpo distraído.

Tal vez ya no te acuerdes de mí. Qué importa.
El recuerdo es igual a una llovizna
sobre un largo acueducto.

El viento del otoño mueve las hojas de los
    árboles
y el frío abre sus manos en una pampa de
    ceniza.

Ricardo Molinari















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