A mi hija

Brillante se prende su mano entera de mi dedo,
Mi hija, mientras caminamos juntos ahora.
Toda mi vida sentiré un anillo invisible
Rodear este hueso con brillo: cuando ella haya crecido
Lejos de hoy como sus ojos están lejos ya.

Stephen Harold Spender


Cuando me siento a mirar…

Cuando me siento a mirar por la ventana,
perdiendo el tiempo que el tráfico no pierde,
ni ninguno de los peatones que en la calle
ganan tiempo al tiempo mientras avanzan,
midiendo los segundos con sus pies,
cabalgando en sus mentes la crestada multitud
sobre caballos blancos de días que pasan,
entonces pienso en ti, James, frente a otra ventana,
con tus gruesas manos relajadas y tu mirada azul
invadida por una sensación de vacío,
sorprendido como si una ráfaga de aire
hubiera soplado entre las hendiduras
de tu mente y tu cabello,
dejando en tu ceño fruncido una confusa desesperanza.
Pero últimamente he aprendido que los espacios
y la soledad intemporal
de lugares estériles y desperdiciados,
el desierto, la habitación desordenada y la hora
entre la vigilia y el sueño,
son ventanas abiertas a la energía
donde más nos convertimos en lo que somos,
cuando la mirada y el oído conscientes
se separan de lo que ven y escuchan,
y en lo profundo de la negrura vacía y silenciosa
florecen melodías e imágenes con vida.

Stephen Harold Spender



Hacer nada y todo…

Hacer nada y todo es una droga,
mi pluma es una amarga raíz de olvido, mis pensamientos
obligan al día a cubrir con imágenes el abismo de la espera.
Luego las comidas interrumpen y pregunto ¿Qué,
qué estoy esperando?
¿Que de mi soledad brote
un tallo ascético de nueva energía?
¿O que ella entré en la habitación
con su vestido rojo y bese mis ojos hasta el júbilo
murmurando “Te amo como tú amas”?
Desde hace un año he inhalado mentiras
al imaginar que mi vida era la mitad de una vida, correspondida
con la viva necesidad de otra.
Pero ahora esa mitad se ha disipado y me levanto con mi cuerpo
partido por el relámpago.
¿Cómo es posible creer que lo que me
divide no la desposee a ella también?
¿Que en algún lugar no está ella esperando dulce, tristemente,
en una orilla también desolada,
sintiendo la misma pérdida que yo,
consciente de la misma cura?
¡Ah, pero hay trenes, correos!
Entonces estos días de hierro me muestran
cuánto tiempo he estado equivocado, al parecer,
y cómo sigo tragando la verdad
—que he perdido para siempre a la que amo—
gritando por un instante, para luego volver otra vez
a mi droga de amargos días y sueños.

Stephen Harold Spender


La casa vacía

Entonces, cuando el niño se hubo ido,
quedé solo
en la casa, repentinamente vasta. Cada ruido
modificaba su origen
-animal, vegetal, mineral,
clavo, tabla crujiente, ratón-.
Pero en general había silencio como después
de una batalla
en torno al cuarto donde yacían
los soldados y la caja de pinturas,
todos los juguetes.
Entonces, cuando fui a ordenar estas cosas,
mis manos se negaron a servir:
mi cuerpo era esta casa,
cada juguete que él había tocado,
un nervio expuesto.

Stephen Harold Spender




Lo que yo esperaba…

Lo que yo esperaba era
el trueno, la pelea,
largas batallas con hombres
y el ascenso.
Tras el continuo esfuerzo
debía volverme fuerte;
luego las rocas temblarían
y yo descansaría un largo tiempo.
Lo que no había previsto
era el paulatino día
debilitando la voluntad,
destilando el brillo,
la falta de bondad para tocar,
la dilución del cuerpo y el alma
—el humo frente al viento,
corrupto, insustancial.
El desgaste del Tiempo
y ver pasar a lisiados
con raras torceduras en sus piernas
en forma de preguntas,
la aflicción que pulveriza
derritiendo los huesos con piedad,
los enfermos cayendo de la tierra:
todo esto, no lo pude prever.
Siempre a la espera de
cierto resplandor en que confiar,
de cierta inocencia final
exenta de polvo,
que, colgando con solidez,
oscilaría a través de todo,
como el poema creado
o el cristal poliédrico.

Stephen Harold Spender



Los verdaderamente grandes

Pienso insistentemente en aquellos
que fueron verdaderamente grandes.
Quienes, desde el útero, recordaron la historia del alma
a través de corredores de luz,
donde las eternas y entonadas horas son soles.
Cuya encantadora ambición
fue que sus labios, incluso quemados por el fuego,
hablasen del Espíritu vestido de canción
de los pies a la cabeza.
Y quienes atesoraron en sus cuerpos
los deseos desprendidos como flores
desde ramas primaverales.

Es precioso no olvidar nunca
el deleite esencial de la sangre extraída
de jóvenes primaveras
irrumpiendo entre las cosas
en mundos anteriores a nuestra tierra.
No negar nunca sus placeres en la simple luz matinal
Ni su severa demanda de amor vespertina.
Ni permitir gradualmente el tránsito que sofoca,
con estrépito y bruma, la floración del espíritu.

Cerca de la nieve, cerca del sol, en los campos escarpados,
Ve cómo estos nombres son festejados por la hierba ondulante,
y por serpenteantes nubes blancas
y por el susurro del viento en el cielo que atento escucha.
Los nombres de los que en vida lucharon por la vida,
Y mantuvieron en sus corazones el centro del fuego.
Nacidos del sol, hicieron un corto viaje hacia el sol
y dejaron el vívido aire firmado con su honor.

Stephen Harold Spender



Mi único par de ojos
contiene el universo que contemplan.
Su reflejada multiplicidad
la contiene un cuerpo vacío
en el que yo reflejo a muchos, en mi uno.

Stephen Harold Spender



Port Bou

Como abraza un chiquillo a su perrito
apretando los brazos sin que lleguen las manos a juntarse
y el tímido animal mira por medio
hacia el aire animal libre de fuera,
así los brazos —roca y tierra— de este puerto
abrazan a este mar sin encerrarlo
y vibra en la rendija hacia el océano
donde nadan delfines y vibran los vapores.
Al claro sol de invierno me siento en la baranda
de un puente; allí mis brazos circundantes
están sobre un periódico y mi mente
vacía está cual la piedra que brilla
mientras busco una imagen
(la que está escrita encima) y las palabras (de antes)
que describan los cerros chiquitos de Port Bou.
Para un camión enfrente, con frenos que chirrían,
y miro hacia las caras que miran hacia abajo,
milicianos que observan mi diario (francés).
"¿Qué escriben de esta lucha desde la otra frontera?"
Les enseño el diario, mas no pueden leerlo;
quieren sólo la charla y ofrecen cigarrillos.
En sus rostros-bandera encuentra paz la guerra
y las bocas hambrientas de viejas carabinas
rozan los pantalones,
como cañas de almagre, frágiles y apoyadas.
Envuelta por un paño —abuela en su mantilla—
descansa, tartamuda, una ametralladora.
Gritan; también saludan cuando el camión arranca
hacia el robusto monte, detrás del promontorio.
Pasa un viejo, su boca temblorosa
con tres dientes negros grita "Pom-pom-pom".
Corren detrás los niños; más lento, las mujeres;
cogiéndose las faldas pasan el horizonte.
Port Bou está ya vacío para ensayar el tiro.
Estoy solo en el puente, en el exacto centro
sobre el río que gotea por la garganta
como era la saliva de aquel viejo.
El centro exacto, solo, cual centro de diana.
Y no se mueve nada sobre el fondo de casas de tramoya
salvo algún chucho suelto. Empieza el fuego
por encima del puerto, desde un monte hasta el otro.
Blancas manchas de espuma que en el mar hace el plomo
mientras el eco extiende un latigazo
azotando el costado de los cercanos cerros.
Mis brazos circundantes están sobre el periódico;
mi mente es papel donde cae el polvo y las palabras;
a mí mismo me digo que el tiro es sólo prácticas.
Pero soy el mayor de los cobardes:
y la ametralladora va cosiendo
con aguja, de un lado a otro mis intestinos;
el blanco humo espasmódico y solo de fusiles
dibuja el miedo en blancas puntadas en mi cuerpo.

Stephen Harold Spender



Quizá
más allá de nosotros perduren los fantasmas que crecen
sobre la llanura. No sólo en tiempos bélicos sino en cualquier instante…

Stephen Harold Spender












Sin el claro designio de antaño...

Sin el claro designio de antaño, ese camino de evasión
para vivir toda la vida en una blanca atmósfera,
este siglo me ahoga con raíces de noche;
sufro como la historia en las Edades Tenebrosas,

cuando yacía la verdad en las mazmorras inaudibles.
Nos hablan de las torres hace mucho derruidas, disipadas,
de torturas y guerras, con rumores oscuros y brumosos,
pero ninguna luz incide en el sepulcro de las vidas de los hombres.

Miradme caminar por las calles tortuosas; las nieblas y la lluvia
ahogan cada grito; en las esquinas de la aurora
los desagües exploran nuevas áreas de pena;

nunca podrán llegar hasta aquí ni la luz ni el verano.
La ciudad reconstruye su horror en mi cerebro;
tan solo esto que escribo me da alas para huir.

Stephen Spender



"Siempre hay una ligera tendencia del cuerpo a sabotear la atención de la mente proporcionando alguna distracción. Si esta necesidad de distracción puede ser dirigida en una dirección (como el olor de las manzanas podridas o el sabor del tabaco o el té), entonces las otras distracciones son eliminadas. Otra posible explicación es que el esfuerzo concentrado que supone escribir poesía es una actividad que hace que se olvide completamente, por el momento, que se tiene un cuerpo. Es una perturbación del equilibrio del cuerpo y la mente, y por ese motivo se necesita una suerte de ancla de sensación en el mundo físico."

Stephen Spender
La escritura de un poema


Souvenir de Londres

Mis padres discuten en la habitación vecina.
"¿Qué tal dormiste anoche?" "Desperté a las cuatro
y oí el viento turbio que corre por el suelo
levantando nubes de polvo como cenizas de una tumba."

"Yo desperté a las tres." "Oí cómo la polilla
alimentaba a peligrosos gusanos." "No dormí en absoluto.
No dormí nada." Así hablan los dos, a cuchilladas.

¿Cómo pueden dormir aquellos que comen de su miedo
y ven su tenebroso amor menguando mientras crece?
Las flores de sus vidas como la rosa de un anticipado amante
languidece y se abre en el tarro de una medicina.

Yo soy vuestro hijo, nacido de los malos sueños,
mis ojos se fijan con horror en el espejo de lo efímero
mientras paso ante él
y observo la excrecencia que cubre mi mirada.

Stephen Spender


Sujeto: Objeto: Oración

Un sujeto pensó que por tener un verbo
con múltiples objetos regía una oración.
¿Acaso la gramática no le legó estos sustantivos
de los que tomó posesión en justa herencia?
Sus objetos son ‘vino’, ‘mujeres’ y ‘riqueza’
y una oración subordinada: ‘todo lo que la vida puede dar’.
Se aficionó tanto a poseer lo dicho que, finalmente,
se encontró a sí mismo convertido en ser subjetivado.
‘Sujeto’, advertía el diccionario, significa ‘alguien regido por
una persona o cosa’. ¿No era, pues, esclavo del ‘tener’?
Para lograr independencia debía transformarse en ‘objetivo’
lo cual significaba liberación del verbo ‘haber’.
Buscando autonomía estudió el contexto
que rodeaba a su oración, para observarla en perspectiva:
la parafraseó, realizó un análisis crítico,
volvió a leerla y se sintió más ‘objetivo’.
Después, con sobresalto, se dio cuenta de que la frase
como ‘sujeto-objeto’ es doblemente traicionera.
Una frase queda condenada a permanecer como fue expuesta
-como una ‘sentencia de vida’, como una ‘sentencia de
muerte’, por ejemplo.

Stephen Spender




Torres de alta tensión

La piedra era el secreto de estos cerros, y granjas
hechas con esa piedra,
y caminos en ruinas
que daban a parroquias imprevistas y ocultas.

Ahora, en estas colinas, se levanta el cemento
que teje cable negro;
pilares, limpias torres
desnudas como enormes muchachas sin secretos.

El oropel del valle con su aire sombrío
y el castaño verde
de raíz familiar
quedan atrás, burlados como el lecho reseco

  de un arroyo.

Pero arriba, tan lejos como la vista alcanza,
como azotes de furia
y el peligro de un rayo
discurre la veloz perspectiva del porvenir.

Tan cargado de auspicios, con su viaje contraen
nuestra tierra esmeralda:
soñando con ciudades
donde las nubes suelen posar sus níveos cuellos.

Stephen Spender



Tras la ventana contemplabas el vacío
de un mundo en explosión.

Stephen Spender


ULTIMA RATIO REGUM

Las armas dictan la última razón del capital
en letras de plomo sobre los faldeos primaverales.
Pero el hombre que yace muerto bajo los olivos
era demasiado joven y tonto
para que lo notara el ojo de alguien importante.
Era mejor blanco para un beso.

Mientras vivió, las sirenas de las grandes fábricas
y las puertas giratorias del restaurante nunca lo llamaron.
Su nombre nunca apareció en la prensa.
El mundo mantuvo su tradicional muro
en torno a los muertos con su oro enterrado en un pozo,
en tanto su vida, intangible
como una especulación de la Bolsa,
se arrastraba a la deriva.

Un día tiró su gorra con demasiada ligereza
cuando la brisa sopló pétalos de los árboles.
Del muro sin flores brotaron armas,
la ira de las ametralladoras segó en seguida las hierbas;
banderas y hojas cayeron de las manos y las ramas;
la gorra de mezclilla podrida entre las ortigas.

Ahora piensa en su vida sin valor
en términos de empleo, registros de hoteles, archivos de prensa.
Piensa. Una bala entre diez mil mata a un hombre.
Y pregúntate ¿es razonable ese derroche
por la muerte de alguien demasiado joven y tonto
que yace bajo los olivos, oh mundo, oh muerte?

Stephen Spender













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