ESTALACTITAS DEL TIEMPO

Piedra suave que el tiempo modela
con su tenaz labor de pájaro,
en lianas infinitas,
endurecida escama,
raíz invertida hacia lo germinal
donde lo negruzco y el olor a tierra
asciende con su tallo al calor,
a la vida,
a tocar las brasas del aire,
a imitar la curvatura del abrazo,
doblegado siempre hacia el amor,
a poblar los sitios del beso y su ardorosa huella,
a detener la piedra del insomnio
que rueda hasta el cansancio,
a herir la sustancia oscura
y escurrirla en ríos, aguas oxidadas,
a despejar las nieblas y liberar sus pájaros.

Son estalactitas de mi historia.
Es el mineral en las palabras.
El canto que anima el corazón de los objetos.

Alocados labios
besando a las piedras
y sus grietas inseguras.
Manos de granito
que sangran en dunas,
hielos en el salvaje
vuelo de las olas.
Es esta voz profunda que despierta al tiempo.
Son mis estalactitas,
instrumentos de dolor, cuando las toca el agua,
tintineantes huesos en las brisas del mar,
fantasmales murciélagos
adheridos a la noche;
son mías quizá
en el espíritu que siembra su marfil vegetal
en almácigos terrestres,
que colgarán sin tiempo en la palabra.

Marlene Retana Guido


LA OTRA PENÉLOPE

I

(Abandono anunciado)

Ulises desplegó sus redes,
derramó malquerencias
por la casa,
y con todo el odio posible
en su cuerpo y su desdén,
tomó su bote de remos anclado
a la orilla del crepúsculo,
y se hizo a la noche para siempre.

II

(Después de la ausencia)

Las plegarias de la sombra caen
sobre Penélope abatida,
sentada bajo el árbol de sus soledades,
y con fuego de veranera entre sus manos
tejió y tejió la noche con el día,
hilvanó silencios con horas desahuciadas
mientras 
los calendarios consumían,
poco a poco sus soles.

III

(El acoso)

Los pretendientes admiraban en la playa
su cabellera suelta en incendios
como un faro del puerto
que convoca.
Penélope por las noches en su cofre
de maderas legadas por los mares
depositaba collares de nácar y caracoles
regalados por ellos en señal de trato.
Penélope era una flor de codicia
en la arena
dibujada por oleadas de manos
y labios y piratas.

IV

(Penélope y la pobreza)

Doblada espiga su cuerpo
a contraluz del crepúsculo,
así la sorprendían las horas
en su oficio de hormiga.

Penélope, la pescadora,
cuántas veces miró
somnolienta el rostro
a las madrugadas,
sin fuerza ya
para recoger las redes.

Penélope, la piangüera,
que enterró en el barro sus vanidades.
Y echada sobre las tardes 
desafió siempre las miríadas de zancudos
por unas cuantas pianguas de alegría.

Penélope, la vendedora,
apostada en las tardes porteñas
contra el horizonte
que suma y que resta las monedas
entre desencantos.

V

(Otro fin de Penélope)

Endurecida,
con su traje de escama,
sirena de las calles, vencida por el  sol
acude a la cita con el tiempo,
y  otra sirena de cola 
habitada de palabras inmensas
desde el último salto de su ciudad perdida
la toma de la mano
                    y la lleva al malecón 
                                        de estos versos.

Marlene Retana Guido



MADRE AYER

Ayer no te mirabas al espejo.
En algún rincón, el delantal
gimoteaba sus olvidos.
¡Tantos ruiseñores adormilados
fueron los artilugios en tus manos
que el hambre frenaba con su apuro!

 Ayer vendías tu alegría con la escoba.
Barre que barre el polvo de las risas,
los afanes del lápiz tirados al descuido,
el gesto ansioso del cuaderno,
la arena alegre del trasiego del recreo.

Ayer te sorprendió
la jornada regresiva de la hormiga,
mientras vos apenas continuabas castigando
a escobazos la mañana
que se tornaba en claroscuro.

Ayer abriste la cerradura vespertina
y guardaste en silencio los enseres;
despedías al fin tu jornada de campanas.

Después saliste a la noche de luciérnagas.

Aquí te esperaban los abrazos
y su locura empolvada
en la sorpresa de las puertas,
la lujuria del hambre
ya ennegrecida
en los sartenes.

Pero ayer no te mirabas al espejo.

Marlene Retana Guido



MI VENTANA

Este amanecer es diferente,
como si estallara el color de los jardines
y derretido iluminara mis paredes. 

El presente me encandila con sus goznes
y mi ventana emerge
añejada en la vigilia.

Empiezo a escuchar sus músicas,
el golpeteo de las alas de los pájaros,
el canto sublevado en la tijera
que intenta cortar mis nudos.

Siento un sabor extraño en el recuerdo,
a óxido en la brisa,
y mi sangre se revuelve
rebelde en la nostalgia.

Acudo al cariño de los pétalos,
a su docilidad,
lenguaje fresco, recién cortado,
a la costumbre de hablarle a mis mascotas,
a este corazón declinando amarillo en el misal.

¡Ah, la forma de abrazarme con los árboles
y cómo se conduelen ahora de mis lágrimas
si no es invierno!

Entonces, cuando hablaba con el ave
y su timidez en brincos por mi patio,
cuando hablaba con la sombra indigente
de los parques,
hasta la soledad oculté
en la concha de tortuga de mi cuarto.

Ahora ya no hablo.
Confieso que el futuro
se me ha hecho más cercano
y ya me cuesta colocarle sueños.
Ya nadie escucha,
aunque les hablo a gritos.

Tengo miedo de quedarme a solas,
con este dolor de pájaro
en la garganta;
temo que se cierre esta  ventana.

Marlene Retana Guido



PIEL INDÍGENA

Los tobillos indígenas aún sublevan
el rito de la noche con sus danzas,
allá en los pueblos.
Ya no hay luchas armadas,
pero sí un fuego que trepa en su alegría
para encender la niebla o declarar la paz 
en el  humo laborioso de los ranchos.
Y en la ciudad, estoy 
con mi sangre desnuda
que clama por estar allá,
pero mi piel indígena
bulle bajo el vestido.

Yo quisiera conversar
en mi lengua nativa,
saborear los sonidos de su pulpa,
despertar en su fruto
el amor de la palabra,
y no habitar el cascarón
 de este lenguaje de nostalgias.
Pero mi piel indígena
se subleva lenta bajo el vestido.
Yo quisiera modelar el sol 
desperezado de codicia
en los metales,
y que la fragua de este barro
me regrese a los ancestros.

Pero mi piel indígena
se torna ocre debajo del vestido.
 Me gustaría deshacer el hielo de la hoguera
para calentar el amor en esas noches 
cuando la luna se esconde
y solo existe la luz de los rostros.
Y se apagan las voces del grillo.
Y las manos encienden 
la hora de acariciarse
allá en las comarcas del silencio.
Pero esta rebelión de mi piel indígena
 en mi vestido
sangra con su lágrima de jícara.

Marlene Retana Guido















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