Al sur de Hebrón

Tras los campos de cebolla, un armatoste de metal oxidado gime, como si estuviese fuera de lugar, o esa piensa el niño cuyo padre ara la tierra, igual a un naranjal que florece dentro de la chimenea; el torreón gira como un carrusel roto, dejando una estela de tallos aplastados a la sombra. El niño vive aquí. Traza el camino tanteando alrededor de las minas para escuchar su idioma en los quioscos colapsados del ahora destruido mercado en el pueblo. En casa no tiene nada que arrojar y debe buscar piedras del tamaño de puño en la cantera por donde pastan las excavadoras; piedras capaces de perforar pesadamente el aire para estrellarse contra metal u hombres de paja con un satisfactorio ¡pam! Que diminuta es esa piedra comparada con la singular carga de ser un indeseado en la tierra que te vio nacer, para siempre, por ningún motivo comprensible.

Ravi Shankar


Antes del monzón

Para Rajni Shankar – Brown

Un calor tan sofocante que los perros
callejeros sólo levantan la cabeza hacia
la carnicería a golpe de cuchillo,
para luego volver a echarse bajo el camión

de víveres o a la sombra de una choza
que anuncia, en grandes letras verdes,
arsénico, "Cura de por vida para las
hemorroides o toda clase de fistulas".

Un chofer de calesa ha envuelto su rostro
en un húmedo dhoti y se acuesta
boca arriba en el asiento trasero, rehusándose
a llevar pasajeros mientras las moscas

pululan sobre una montaña de basura
que un barbudo trapero inspecciona
con atrevimiento, conservando uno que otro
objeto, preferiblemente comestible,

dentro de un fibroso saco a su espalda.
La regla de oro aquí es la ineficiencia:
las calles sucias con casas sin terminar,
abandonadas a una pátina de polvo rojizo,

filas serpenteando frente a las clínicas
o los cines, sin moverse nunca, hombres
sin casco martillando un enorme desnivel de concreto,
mientras se abren nuevos baches en la carretera

que cruza una familia de Jainistas, arropados
en sus blancas túnicas, bocas cubiertas
para evitar los insectos, las posesiones balanceándose
sobre sus cabezas. ¡Cómo se derrama lo sublime

sobre lo escatológico sin aparente contradicción!
Altares emergiendo de la mugre de la sobrepoblación
como hongos después del aguacero, una figura
de Ganesha delicadamente esculpida en terracota,

oscilando sobre el tablero del camión
que carga estiércol de vaca a unos aldeanos
que lo usan como combustible, un tipo demasiado
engalanado para el riesgoso negocio de vender

flores de loto en un callejón húmedo con
orina fresca. Como la ciudad evidencia
un eterno continuum, sin costuras: el paraíso,
lo terrestre, lo infernal, en conjunto.

Ravi Shankar


Cómo terminó la búsqueda

Antes de que el bus me atropellara,
estaba buscando un aroma,
el cual no recordaría hasta que
no fuese percibido de nuevo.

No culpe nadie al chófer:
me había detenido a observar
a una chica que se desvestía en la ventana.
Estaba demasiado largo como para olerla.

Más temprano había consultado con un adivino,
no para que leyera las líneas de mi mano,
sino tan sólo para que me dijera
dónde comprar un enorme guante de neón.

Camino a casa, mi cabeza retumbó
con la siguiente hipótesis: la vida no es más ni menos
seria de lo que imagino.
Y entonces apareció el bus.

Ravi Shankar


Mosquito

Aunque he cerrado las ventanas, sellado toda grieta
con cinta scotch, bañado a mí mismo con repelente,
y agitado los brazos con la avidez de una bastonera,
seguís ahí, pellizcando mi piel, colgando al costado
de mi ojo como una mancha solar, ávido de sangre,
persistente, terco, la encarnación exacta del apetito
que surge de la nada, imposible de alejar, hasta que
aparecen los cúmulos indignados de piel enrojecida
para atestiguar tu tránsito; y, es entonces que vos,
molesto punto, finalmente te has desvanecido como
una epifanía: en el momento en que te alimentaste
de mi, sí, en este momento, descubriste lo que eres.

Ravi Shankar


Oráculo del insomnio

Insomne, extraño ver cómo dormías,
tenuemente iluminada por la luz roja
del reloj despertador, las sábanas
desvelando tus hombros y moviéndose,
tal vez impulsadas por el sueño en el centro
de la cama, a ocupar el espacio que llenaría
mi cuerpo, la algarabía de la medianoche
en Manhattan tan sólo a un vidrio de distancia,
pero ahogada por el ronroneo de nuestro
nuevo ventilador. Aquí, la pradera oscura,
con la esporádica exhibición de las libélulas,
parece contener un centenar de revelaciones,
una de las cuales es que, insomne, te extraño.

Ravi Shankar






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