Canción de dos ríos

Cantado a la unión entre el Río Han del norte y el Río Han del sur1

«Ah, me deslicé entre las minas, tan cauteloso;
crucé alambres de púas que cedieron a mi paso;
escuché los incesantes llantos de las almas en pena;
acaricié huesos gastados y esqueletos limpios.
Lloraban, lloraban como yo al besarlos».

«Mi cuerpo entero es sólo lágrimas,
sólo el aliento de los campesinos expelido por la tierra.
El viento cargado de aguanieve se hace cada vez más amargo,
la espesa niebla cubre toda la llanura,
pero he visto la gloria emergiendo del suelo,
una gloria real, vigorosa como una canción».

«¡Ahora vamos a abrazarnos! ¡Ahora hay que acariciarnos!
Hemos fluido hasta aquí,
tú del norte, yo del sur,
soportando tanto dolor, espanto, miseria.
Cuando tu sangre se mezcle con mi carne,
cuando mi aliento penetre en tus huesos,
todo eso se convertirá en luz.
Ahora bailemos, un solo cuerpo ardiente al despuntar el día».

Shin Kyong-Nim



El mercado de Mokkye

El cielo me empuja a convertirme en nube,
la tierra me empuja a convertirme en brisa,
soplo tierno que agita la maleza sobre el muelle,
cuando las nubes se dispersan y la lluvia se aleja.
Soy un mercader rumbo al puerto Mokkye,
afligido incluso ante el fulgor del otoño.
Tres días en bote desde Seúl
para vender maquillaje los días cuatro y nueve.
Las colinas me empujan a volverme flor,
la corriente me empuja a convertirme en piedra.
Escondo el rostro en la hierba cuando la escarcha muerde
y me abrigo entre las rocas cuando los rápidos son más violentos.
Un viajero cargado, descansando en la entrada de una choza de barro.
El río repleto de camarones.
Seré un tonto durante una semana, por vez primera en nueve años.
El cielo me empuja a convertirme en brisa,
las colinas me empujan a volverme piedra.

Shin Kyong-Nim
















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