Ciénaga

La mujer está sudorosa y supura
su canción roja, azul o amarilla
asciende incesante, y como el moho

en el interior del cuenco los niños lloran sin parar; con estrépito
la mujer se traga a los niños del cuenco a puñados;
los niños, a medio cocer, son masticados ruidosamente como
          pedazos frescos de carne
pero, por mucho que la mujer tragaba y tragaba, no disminuía
          ni un ápice la cantidad de niños devorados;
ni desaparecía el llanto de los niños que fueron ya devorados;
el plato se rebosa y llena de los llantos, aunque carecen por
          completo de densidad

...y la mujer se tambalea con la delicadeza de una ramita de
          perejil,
como el perejil muchas mujeres zozobran a la orilla de la
          ciénaga.

Su cabello está enmarañado y la blancura de su ojo aletea en el aire,
por eso la mujer no puede interrumpir su canto
y, con el incesante llanto de los niños, pasó el día, pasó la
          noche

y, abruptamente, la ciénaga engulló a la mujer,
con un gesto brusco se sacudió de encima las lentejas de agua;
          ya no aguantaba más

y los niños, durante un rato largo, tuvieron retortijones.

Todos esos niños vomitaron la ciénaga.

Kim Keun


Pasillos

Hacia el estómago voy, comenzando con las fieras mandíbulas y acabando en el sagrado ojo del culo, me mete a la fuerza y en este tubo largo y
redondo no hay escamas ásperas y centellantes, sólo carne suave, suelo
y paredes en flácida fluctuación, con puertas que cuelgan de una negra
humedad, tantas puertas y cada una con su viscoso picaporte, cuyas direcciones desconozco y, pues, quién puede decir si las puertas abren hacia
adentro o hacia afuera, quién puede decir si este lugar está dentro de su
estómago o dentro del mío, si yo soy alimento, o él, el alimento de aquél, si
soy yo o somos él y yo el almuerzo de otro con pedazos pequeños de carne
dispersa a lo largo del hueso, me refiero a la carne de mi cuerpo que aún
no ha sido digerida y huele fétida y podrida y desde las fieras mandíbulas,
afuera de su tiempo y del mío, él traga un tazón de saliva babeando de
un caballo cayendo como la lengua de un perro en la canícula y aunque
hemos llegado aquí no podemos ni entrar ni salir así que tendremos que
quedarnos hasta que el viento del sagrado ojo del culo salga siseando y
él me meta a la fuerza a su estómago, cada vez más hondo mientras que
el viento huele a viudo que ha permanecido fiel a su esposa muerta toda
su vida, tomando con brusquedad mi mano delgada, gira el resbaladizo
picaporte y en un relampagueo su cara cambia a algo que no es ni completamente ajeno a él ni tampoco del todo parecido antes de hacerse borrosa de nuevo. Me pareció que había demasiadas condenadas puertas y
picaportes aunque quizá no había nada de eso. Finalmente, aquí, dentro
de este lánguido estómago que se retuerce sin cesar ni totalmente adentro
ni totalmente afuera sin saber siquiera mi propio paradero, yo...

Kim Keun



Rojo, rojo

El corazón amarillento, su sangre completamente drenada, desaparece
hacia el fondo de un callejón, girando en soledad sus venas tostadas. El
dolor viene a continuación. En la negra parada de autobús, el hombre
da vuelta a su barriga como una rana de vientre rojo. Su barriga es roja.
Rojamente el hombre se queda quieto. Hay demasiadas protuberancias en
el camino. Rojamente se seca. Pronto será quebradizo, se hará invisible.
Aunque el corazón que perdió su color está de regreso, no habrá forma
de que él lo encuentre. No se puede saber, no hay forma de saber si una
camada de rojos retoños estará arrastrándose o saltando, o girando alrededor de la negra parada de autobús.

Kim Keun


Una fiesta, una fiesta

Arriba en el techo los caballos se han soltado las bridas. Relinchan de
risa. Los ancianos han hecho una fiesta, una fiesta, sus rostros carmesíes,
o pálidos, todos aquellos que se ahogaron, murieron de hambre, o fueron
baleados, como hijos, hijas, nueras, nietos y nietas, se reúnen. De la nada,
clip-clop, clip-clop, el sonido de los cascos de los caballos arriba en el
techo. Las ancianas se acuestan sobre la mesa. Sus arrugas se van planeando lejos de sus cuerpos. La mesa de la fiesta está colmada de arrugas
descartadas y las ancianas son engullidas por completo. Piel, entrañas,
tendones, incluso sesos, todo es sorbido y devorado, luego los huesos son
chupados hasta quedar blancos mientras que el techo está en silencio y los
caballos sin bridas se dispersan por el cielo, carmesíes, carmesíes, relinchando de risa. Los ancianos sin dientes muestran sus encías negras, los
caminos vivaces y saltarines dan un vistazo a la mesa de la fiesta. Hijos,
hijas, nietas, todos se han ido, sin haber podido llegar o partir mientras
que las hierbas junto al camino afuera en el crepúsculo se mueven de un
lado a otro, pues están en una fiesta, una fiesta z

Kim Keun



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