—Este es el gran dios extraterrestre de Chile —me aseguró don Roberto, mostrándome en una vieja revista GeoChile, una foto del Gigante de Atacama. Era primera vez que lo veía. De hecho, era primera vez que me enteraba de su existencia—. Es nuestro “astronauta de Palenque” y un geoglifo mucho más grande y enigmático que las líneas de Nazca, que tienen mejor prensa. Mira este monumento, es prueba de que, en el pasado, nuestros pueblos autóctonos fueron visitados por extraterrestres. Esta imagen es la de uno de esos dioses de otro mundo, vestido con un traje de astronauta. Alguna vez escribiré un libro acerca de los dioses extraterrestres chilenos y el Gigante de Atacama estará en la tapa del libro."

Jorge Anfruns Dumont
Entrevistado por Francisco Ortega en Alienígenas chilenos



—Lo que vio la señora Carmen fue a un nórdico, la especie más frecuente que se aparece en esta zona. Altos, muy rubios y con acento del norte de Europa, porque no son extraterrestres.

—¿Qué son?

Según don Roberto, los nórdicos eran herederos de los vikingos, que llegaron al continente quinientos años antes que los conquistadores españoles.

—¿Sabes que el verdadero descubridor de América fue Leif Erikson en el siglo X?

—Pero Leif Erikson llegó a Groenlandia y al sur de Canadá, no a Chile —lo corregí.

—Eso es lo que dice la historia oficial —rezongó—. ¿Nunca has escuchado de los mapuches rubios de Boroa? —negué—. Boroa es un sector de la Araucanía a unos veinte kilómetros al sureste de Temuco, entre la capital regional y Nueva Imperial —respondí afirmativamente—. Cuando en 1551 Pedro de Valdivia fundó la ciudad de Imperial…

—Hoy Nueva Imperial.

—No, esa es posterior. La original ciudad de Imperial estaba donde hoy se encuentra Carahue —me corrigió don Roberto—. El asunto es que cuando los hombres de Valdivia iniciaron la exploración de los alrededores encontraron, para su sorpresa, en la zona de Boroa, comunidades mapuches o lof en que los originarios eran rubios, altos y de ojos azules. El sacerdote jesuita Juan Ignacio Molina, autor de Ensayo sobre la Historia Natural de Chile, hizo en 1776 un largo relato de las características físicas de los araucanos, detallando en que no excedían las estatura media de la especie humana, eran robustos, bien proporcionados y de aspecto soldadesco. Según Molina, «su piel era de un color moreno rojo, a excepción de los boroanos que eran altos, rubios y de ojos azules, como los habitantes de Escandinavia». No solo eso, poseían registros gráficos y símbolos que el propio Molina identifica como idénticos a los que se hallaban en el norte de Europa, en la zona de Dinamarca, Noruega, Finlandia y Suecia.

—¿Y esos registros aún existen?

—La mayoría se los llevaron a Europa, pero aún existen y de vez en cuando alguien encuentra uno que otro. Hay coleccionistas en la zona de Carahue de restos de los vikingos de la Araucanía.

—¿Usted los ha visto, don Roberto?

—Por supuesto que los he visto, por algo te lo estoy contando.

—¿Qué paso con los mapuches rubios de Boroa?

—Algunos continuaron hacia el sur hasta perderse entre los lagos y montañas, donde se escondieron y fundaron la mayor y más secreta de las colonias, de seguro has escuchado su nombre…

—No… —vacilé.

—Hombre, puedo apostar que en el colegio te han hecho leer este libro —don Roberto se levantó y tras revisar sus estantes, sacó un ejemplar de Pacha Pulai de Hugo Silva.

—¿La Ciudad de los Césares? —reaccioné.

—Exactamente, mi joven amigo. El oro de la ciudad perdida hace referencia al dorado del cabello de sus habitantes. La Ciudad de los Césares fue fundada en el siglo XII por los vikingos que llegaron a las costas de Arauco6…

—Pero en Pacha Pulai, la Ciudad de los Césares está en el norte.

—Hay muchas Ciudades de los Césares perdidas en la cordillera. La original y más grande de todas es la que queda en el sur, cerca del volcán Melimoyú, frente a la isla grande de Chiloé.

—Pero aparte de esos vikingos, hubo otros que se quedaron en Boroa y estaban ahí para el siglo XV, cuando llega Pedro de Valdivia —insistí.

—Sí. Y siguieron ahí, hasta entrado el siglo XX. Para fines de 1800, algunos se mezclaron con los colonos alemanes llegados durante la ocupación de la Araucanía, la sangre llama —marcó.

—Pero, ¿cómo llegaron los vikingos a América del Sur?

—Conoces la leyenda de Quetzalcoatl.

—El dios de los aztecas, la serpiente emplumada.

—Una serpiente emplumada con rostro de hombre barbudo y rubio —me corrigió de golpe—, rasgos que no se daban en los aztecas ni en los mexicas en general. Dime, ¿qué es una serpiente emplumada o una serpiente voladora? —no supe qué contestarle—. Un dragón, ¿verdad? —asentí—. Cuando en el siglo XV, Hernán Cortés llegó a México, los aztecas lo recibieron, creyéndolo Quetzalcoatl, por su barba y sus rasgos europeos, ¿sabes por qué? Porque ya habían visto a personas de ese aspecto. La serpiente emplumada era un dragón, o sea un drakkar, un barco vikingo en forma de dragón del cual bajaron hombres rubios y barbados. Entiendes, un hombre rubio dentro de una serpiente emplumada. Quetzalcoatl era un vikingo en su drakkar…

—Fascinante…

—Algunos vikingos, que transportaban sus barcos por los ríos y por tierra, usaron el territorio mexicano para cruzar al océano Pacífico y así explorar las costas occidentales de América hacia el sur. Otros lo hicieron por el Atlántico, hasta la tierra de la plata o Argentum, que es Argentina —respiró—. Desde el siglo X en adelante, los vikingos fueron dejando colonias por toda la costa pacífica del Nuevo Mundo, por eso hay tantas leyendas de dragones primordiales en América Latina, como los mapuches Tenten y Caicai.

«Boroa y lo que sería Nueva Imperial fue la última colonia de los nórdicos en América del Sur», armaba su relato, don Roberto. «Acá contactaron y se mezclaron con los mapuches a los que, entre otras cosas, enseñaron a pelear. Por eso nuestros hermanos originarios estaban tan preparados para enfrentar a los españoles, cuando estos cruzaron el Bío Bío. Gracias a los vikingos los mapuches repelieron incluso a los incas. Como pago, los mapuches les entregaron el oro de Arauco, que ellos llevaron a la Ciudad de los Césares. Por eso los pueblos de la costa, los lafkenches de Isla Mocha tienen ritos tan parecidos a los del norte de Europa, como el espejo que hay entre el ciclo de Avalón de la mitología artúrica y la isla Mocha. ¿Sabes lo que pasó para el terremoto del 60 en la desembocadura del río Toltén?»

Negué con la cabeza.

—El movimiento de la tierra desenterró un gran secreto, tres drakkar, tres barcos dragones de los vikingos. Y esto no me lo contaron —me aseguró—. Yo los vi. Yo y mucha gente más. La madera podrida y las cabezas de serpientes emplumadas en la proa, la cola enroscada, igual como salen en los libros.

—¿Y qué paso con los barcos?

—Vino gente de Santiago y se los llevó. Confiscaron hasta las fotos que se tomaron, pero los que estábamos allí sabemos lo que vimos. Yo hice dibujos, incluso. Cuando encuentre el cuaderno te los muestro, porque no tenía cámara de fotos: en esa época solo los ricos tenían. Estoy escribiendo un libro sobre esta historia, se llama De césares a vikingos, pero me falta tiempo para investigar, tú podrías ayudarme.

Al final, don Roberto nunca terminó el libro ni yo tampoco lo ayudé. Cuando murió hace algunos años intenté comunicarme con la familia. No sabían de su trabajo, tal vez nunca lo terminó o se perdió entre los muchos papeles que tiraron a la basura. La biblioteca la vendieron y la donaron. Los sueños de don Roberto se perdieron en su Ciudad de los Césares llena de rubios.
(…)
—Pero el “nórdico” o el “gringo” que vio la abuela de mi amigo bajó de una estrella —le repliqué en aquella conversación.

—Tal vez los vikingos refugiados en la Ciudad de los Césares tienen acceso a tecnologías de otros mundos, y ahora vuelan en carros de fuego, como los mencionados en la Biblia.

Jorge Anfruns Dumont
Entrevistado por Francisco Ortega en Alienígenas chilenos











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