Mi querido Verne, daría cualquier cosa por no tener que escribirle hoy. Ha emprendido una tarea imposible y no ha logrado llevarla a mejor término de quienes lo han precedido en asuntos análogos. Está a gran distancia, por debajo de Cinco semanas en globo. Si la lee dentro de un año va a estar de acuerdo conmigo. Es periodismo menor acerca de un asunto nada feliz.

No me esperaba una obra perfecta; ya le dije que sabía que estaba intentando lo imposible, pero esperaba algo mejor. No hay allí un solo asunto sobre el futuro que se resuelva ni una sola crítica que no se parezca a otra mil veces hecha. Me asombra que haya hecho usted con tanta urgencia y como empujado por un dios algo tan penoso, con tan poca vida.

Es mejor serle franco. Si usted hubiese fracasado en la puesta de una obra teatral, lo comprendería, y bien se fracasa en un libro como en una obra, y cuando el punto de partida llega a lo imposible, no hay nada que pueda conducir al objetivo, ni talento, ni descripción de detalles, nada salva lo que no puede salvarse.

No veo nada que alabar en este caso, nada que aplaudir francamente. Siento tanto, tener que escribirle, pero sería todo un desastre para su reputación el que se publicara este trabajo. Daría la impresión de que el globo fue una feliz casualidad. Yo, que tengo el capitán Hatteras, sé que la casualidad por el contrario es esta cosa frustrada, pero el público no lo entenderá así.

¿Hace falta decírselo?, este libro es casi el de un niño, el de un principiante, el de un hombre que va como un abejorro contra una ventana.

Y sobre las cosas en que me considero competente – las de literatura, por cierto -, usted habla como un hombre de mundo que en algo las conoce, que ha asistido a estrenos, que advierte, satisfecho, los lugares comunes. Esto no es ni elogio ni crítica. Es lo que se debe decir.

Usted no está maduro para este libro, lo va a rehacer dentro de veinte años. Esta es la pena por envejecer el mundo en cien años para no estar por encima de aquello que corre hoy por las calles. En fin esto es un fracaso, un fracaso y cien mil hombres me podrían decir lo contrario y los enviaría a todos a paseo.

Desafortunadamente cien mil hombres hablarían como yo lo estoy haciendo.

Nada hay en él que hiera mis sentimientos ni mis ideas. Sólo me hiere la literatura, y ésta es inferior a usted mismo en casi en todas sus líneas.

Su Michel es un pájaro vulgar, los otros no son divertidos y a menudo resultan desagradables.

Usted es mediocre allí, hasta los cabellos. No hay una verdadera originalidad, no hay simplicidad, no hay espíritu, no hay, en una palabra, lo que pueda hacer una carrera de seis meses a un libro. Sólo hay cosas que pueden hacerle un daño irreparable.

¿Acaso no puedo, querido niño, tratarle como un hijo, con alguna crueldad, porque sólo le deseo lo mejor?

¿Su corazón se volverá contra quien se atreve a amonestarlo con tanta dureza?

Espero que no, y no obstante ya sé que me he equivocado más de una vez acerca de la fuerza de las gentes que reciben un consejo verdadero. Si no tuviese delante mío al autor del globo, no dudaría que, convencido o no, sería usted partícipe de mi buena intención. Ahora bien, uno de los efectos de su libro nuevo, es que me hace temer que no está usted lo suficientemente maduro, lo suficientemente fuerte para comprender este desgarre quirúrgico. Dios sabe por tanto que si su libro hubiese tenido solamente un cuarto de éxito estaría decidido a considerarlo de buen grado.

Suyo, J. Hetzel

Pierre-Jules Hetzel también escribió bajo el seudónimo P.-J. Stahl
Sobre la novela de Verne París en el siglo XX






No hay comentarios: