Otoño sobre el palo para secar la ropa

Cuando mi madre baja al río para lavar la ropa,
sopla una brisa. Aprieto firmemente
mi morral, todo lleno de grillos.
Las aguas del río son un par de hojas de mi libro escolar.

Sábanas de algodón, fundas de almohada, ropa interior:
el viento alza a su paso todos los residentes de la vecindad.
En la entrada del pobre callejón, las trabajadoras se ríen por lo bajo.
Sus pechos son tan blancos. Llegó el otoño al seno altivo de la tierra.

En el comedor, para desayuno hay unas gachas insulsas.
Obreros, albañiles y vendedores susurran entre sí al oído
que alguien lleva un abrigo militar sobre los hombros
y alguien más se va al campo de ejecuciones en las afueras.

La aldea es tan silente
como la palabra “fusilamiento” escrita sobre un aviso.
Regresando a casa, los niños irrumpen en el callejón
como cuando alguien aprieta el gatillo entre sus dedos.

Un Año Nuevo acompañado de disparos fortuitos
Los balazos empiezan desde la noche anterior
Uno por uno, atraviesan a ese hombre tan consentido por el frío:
el contrarrevolucionario.
Primer día del nuevo año. Empujo la puerta del cuarto:
 todo está cubierto de nieve.
Una amiga sube por la escalera
y con sus pasos trae la nieve dentro del corredor.
Con asombro abre una novela del siglo XIX;
¡qué cegadora su esbeltez bajo los rayos del sol!

El cuerpo caliente del muerto
se ablanda bajo los triviales cuidados de familia.
Desde la cajonera, el reloj de mesa de largo aliento 1
desprende un olor a comité vecinal,
 a lectura de periódicos en grupo

En otro otoño
ella sube a la terraza para tender la ropa.
Es como una copia de mi madre en aquellos años;
incluso el gesto de sacudir las sábanas es el mismo.

Una vez, ella saca un talón de pago
—se ha dado cuenta con la ropa a medio lavar—
agita fuerte sus brazos y las gotas
estallan en el aire otoñal junto con su risa.

Hasta el día de hoy,
aquella voz regresa a mi oído cada otoño,
también el muerto injustamente acusado
también la calle bajo la sábana de nieve
regresan…

1. El reloj llamado sanwupai (lit. “la marca tres cinco”) se empieza a producir en china en los años 40 del siglo XX y es el primero que puede marchar en total 15 (3 por 5) días sin tener que ser ajustado

Pang Pei



Silla

Debes reconocer la existencia de esta silla
y su presencia desolada a lo largo de tu vida.
Mientras leías alguna carta, le transmitías tu nerviosismo.
Cuando estallabas de alegría, ella permanecía firme;
alguna que otra expectativa murió sobre ella en silencio.
Debes reconocer que es simple y tosca,
de alguna forma irrelevante y, a la vez, insuperable.
En la oscuridad, pisas sobre ella para cambiar el foco,
de día te sientas encima, borrando tus propias huellas,
y tus excitadas piernas no dejan de frotarse en las suyas.
Estás dudoso: ¿las piernas de quién son más firmes y derechas?
Debes reconocer la sangre que ha heredado.
A veces, mientras duermes encima, debajo de ti
ella reflexiona e, igual que tú,
sin darse cuenta envejece.
Los rayos del sol iluminan el mundo hermoso,
las sombras reptan por el techo y susurran
como las hojas del libro entre tus manos…
De noche, el universo interior de algún hombre
abre sus puertas y da paso a una silla bien erguida.

Pang Pei



Una madrugada chéjoviana

Parece que alguien ha venido al cuarto
En la blancura infinita de la neblina matinal, un libro serio
En una época indeterminada,
 por la entrada del callejón se escabulle un niño
En la edad de juegos, él se enfrenta
con la biblioteca de la ciudad ya colapsada
Quién dejó aquí la reflexión profunda
Quién dejó el asombro de la infancia
En mi cuarto al parecer no hay reloj
tan sólo recuerdos ya distantes
de haber leído a un tal escritor ruso
Sobre mi cabeza
aúlla el gélido viento decembrino
Él ya no lee con paciencia, no se aflige
Camina solo hacia la orilla del mar,
 hacia la prístina blancura de la nieve
Al día siguiente llegará a un campo
de trabajos forzados
 lejos, muy lejos al oriente

Pang Pei

















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