Antes de despertar

A Jorge Ávalos

Oigo caer la luz
tan lenta,
cañería adentro del sueño.
Desamparados transeúntes
agitan sus paraguas contra la aurora.
La arboladura
del barco de la noche
en el cristal del aire
golpea sus banderas y se aleja.
En el túnel del año que desciende
llueve silencio.
Es todo tan extraño.

Ricardo Lindo Fuentes



El Almirante

I

Oro sobre oro por ramajes en sueños
hace tiempos.
La ardilla
cascaba nueces crujidoras.
Era mirada suya de quien no mira ya
las espadas o el oro,
sino el Reino.

II

Hay cosas que se viven en sueños
y después desaparecen las cosas que se viven en sueños.
Los importantes terrores,
las bellezas inauditas,
pasan dejando apenas una vaga impresión.
Un pez surge del agua y la altera
y luego se hunde,
y el agua recupera su tersura
olvidándolo.
Pero algo hay en eso que vivimos
que era más fuerte o bello
y la vigilia nos golpea con aire de orfandad.
Nunca seremos más. Nunca menos.
En el supuesto de que hayamos sido.

III

Vamos a la quietud
que alma mueve a ceniza.
Embarcaciones
del bastión muerto
bogan mares inmemoriales.

Una historia de tan malignas lluvias,
el alma tenebrecía.
Cantares que cantaron los cantores,
y saltimbanquis y laúdes tañentes
en plazas de gran lluvia.
El alma
tenebrecía.
Adiós,
días felices,
idos muy pronto donde late el viento
arrastrador de nubes.
Sólo queda la copa
de impiedad llena.

IV

Y ya rota la última
más suave y misteriosa cadena,
bucles de oro corriendo entre los dedos
o arenilla dorada del crepúsculo,
tan suave piel,
seda del mar disuelta,
nevad espuma por las playas,
mareas ascendentes
y más tibias de una ardua locura
y el pendón de las islas y las perlas
en la mirada melancólica del agua,
de un verde tan profundo.
«¡Oh palmeras, palmeras,
oh navíos…!»,
murmura el capitán al horizonte.
Dedos que rozan músicas,
locura
del loco capitán.
Sobra lo que ha pasado, falta lo que es incierto,
y a buen puerto no llega
sino el que ha fracasado,
pues todo buen fracaso da la noble enseñanza.
Un día por los claustros invernales
la lluvia
me lavará de sombras.
Dedos que tocan músicas,
cabellos
que el viento agita.
La proa
desenvuelve silencios, noches, nudos marinos.
Labios que dan piedad y llagan
llaman desde la altura.
Innominadas músicas navegan
el ámbito visible.

Ricardo Lindo Fuentes



Injurias

Descuajan los grandes vientos las ramas de los árboles
y deshacen los nidos aventándolos como briznas,
y son de nuevo briznas y nada.
Así se deshacen los mundos
cuando pasa el viento de Dios.
Cada día es el día del nacimiento
de Dios Nuestro Señor
y cada tarde la tarde de su muerte.
Una mañana nace en una cuna solar,
otra entre vellones de nubes grises.
Una tarde fallece entre fastuosos oros sangrantes,
otra tarde es envuelto por mortajas de lluvia.
Parte sin despedirse,
sin decir: ¡Padre mío!,
sin reclamar por un abandono.
Amargo e injusto.
Pues grande es la justicia de Dios
pero feroz es su crueldad
que, por víctima, escoge sus más queridos hijos.
Feroz es el día del cordero
y anónima su muerte,
y nace en un estercolero
y se va sin memoria y sin lápida.
Muchos son los males del mundo,
pero el peor de todos
es la ausencia del amado amor,
del cual todos los otros se desprenden,
y luchan los humanos contra el amor,
porque le temen.
Grande es el día de las magias,
y el día de la muerte de las magias
dura mucho tiempo,
pero el amor perdura,
y si el amor muere
perdura el ansia del amor que a todos es negado
y a todos arduamente busca.
Y el amor va en las manos que tocan otras manos
y en la graciosa risa que ríe,
y el niño toca el sonajero al alba.
Pero fuera de los muros de la ciudad
son arrojados los leprosos,
y campanillas cuelgan de sus cuellos
para anunciar su paso.
Una mañana,
Gandhi fue a una iglesia en Sudáfrica,
y alguien lo tomó del brazo,
y le pidió que fuese a una iglesia de negros.
Muchas son las iglesias
y una la humanidad,
pero el buen sentimiento y el proceder honrado,
son más que las iglesias.
Pero navegan mucho tiempo los árboles
que antes estuvieron anclados en la tierra,
y muchos puertos ven,
y muchas gentes,
y ven que de distintos modos aman la tierra
las gentes y los puertos,
y de distintos modos odian.
Un día es despreciable ser judío,
y otro día ser negro o palestino,
y el mísero y rico cantante negro
que blanqueó la piel,
es la última víctima, hasta hoy,
de los vendedores de esclavos.
Y no la paz se compra con millones.
La millonaria ofensa infligida a su raza
se inscribió en él, hasta renegarla.
Y el amor,
que viajaba en veleros y volaba en la brisa,
sube a un destartalado autobús
y se refugia en un lupanar,
en un sucio rincón,
junto al trapeador y la oxidada tuerca,
que nadie sabe ya para qué sirvió un día.
Pero se santifica el amor y llega a los altares
con azahares blancos y con brindis,
y con buenos deseos impresos en tarjetas,
y quizás el amor esté ahí pero a veces no está,
y detrás sólo están el dinero y la muerte.
Pues muerte es sacrificio a la vana apariencia,
y negación del sentimiento
que hace temblar la carne de un trémulo deseo
y que arranca del pecho una honda canción.
Corre la ardilla por los hilos del tendido eléctrico,
y apenas entrevemos su sombra veloz
y burbujean las aguas de la piscina del gran hotel,
donde corren las hablas de la tierra
como en babel otrora,
diciendo la sagrada belleza de la vida.
Y no depende el mérito en ser rico o ser pobre
sino en saber usar los bienes recibidos
desde donde la vida nos situó,
con amor y respeto, con fortuna o sin ella.
Igual el mal que en cada uno habita
y el irrespeto por igual se agazapa
en el carretonero o en la digna señora
que en vidas de otros busca
su sal y su pimienta.
Una muchacha alarga con temblor y fervor
su mano hacia los senos de otra bella muchacha
e índices maliciosos apuntan con escarnio,
y el hombre viejo besa al hombre joven
que acepta el don, sonriente,
y secas serpientes se elevan
blandiendo finas lenguas bífidas
y derramando pus y hiel,
y refugiándose en una cruz gazmoña
y en un trapo eclesiástico,
que oculta lo que en ellas apesta como un muerto.
Pues aunque todos digan honrar
la libertad y el amor,
la libertad desdeñan y el amor ofenden,
o el simple y humano deseo
que hace mejor la vida.
Y las viejas serpientes
de la bífida lengua
(y las viejas serpientes
son hombres o mujeres,
y jóvenes o viejos)
descienden de la antigua,
salvaje ley,
que decretó que fueran partidos en rodajas
aquellos cuyo amor otro rumbo tomaba.
Ninguno sin embargo escogió su deseo,
sino la vida en su diversidad
que es rica y misteriosa.
Y dirán que yo digo palabras malsonantes,
pero la disciplina del poema
es a la indisciplina semejante.
Mas sobre todos cae por igual
la luz alada de la luna.
Pasa la brisa,
y para todos alcanza el sol,
y de la blanca arena
surgen los ríos de las aguas doradas,
y el volcán de la milenaria estatura
es ganado en lo alto por un bosque de niebla,
y la campana sumergida del perdido barco
hace sonar al fondo del océano
su enorme campanada sin edad.
Ah verdad de aquel alto
caudal de oros donde una vez fuimos,
y verdad de la luna en la ventana,
y como todo cae en sombras,
en sombras.
Vio así el judío la hoguera como una redención,
y, no soportando más las ofensas,
el homosexual se ahorcó,
y rieron los reidores
con risitas llenas de sobrentendidos,
obscenos y vistiéndose de hipócrita piedad
(y quizás estigmatizaban en otros
lo que en sí mismos no aceptaban,
pues el peor enemigo del amor
no es el odio, sino el temor).
Así se destroza la sencilla paz del alma,
pues nada detuvo a la ciega tribu malvada
que guió la serpiente del jardín,
trazando con su cola,
sobre la yerma tierra,
una invención de futuros infiernos.
No hay paz donde hay ofensa
sin razón ni justicia,
ni libertad si alguien no puede disponer
ni del mínimo espacio de su cuerpo terrestre,
ni santidad que tome la mentira
por base y aun la injuria,
y es abyecto y estúpido ofender al amor
en el nombre de Aquel que llamamos amor.
Ya vagan por los montes de Judea
los fabricantes de la luna nueva,
y al fondo de una cueva helada
está naciendo un Dios
que cada uno escupirá a su turno.
Y nada nuevo digo.
Sólo traigo al presente una antigua lección.

Ricardo Lindo Fuentes




La ciudad y un fósforo

En un punto del desierto hay una ciudad de espejos. Los espejos son tan pequeños y están distribuidos de tal modo, que basta encender un fósforo para que la ciudad resulte profusamente iluminada. La noche más oscura desaparece bajo el poder de un fósforo.
Hay caravanas enteras enceguecidas al encontrar la ciudad a pleno sol. Caminaron al azar, tanto más tenebrosas por dentro cuanto mayor era la claridad a su alrededor, hasta ser devoradas por las mudas extensiones de arena.
Esta ciudad es un cuento.

Ricardo Lindo Fuentes


Por aquí pasan las estrofas del aire

Por aquí pasan las estrofas del aire.
Por aquí pasaba un río.
Era lento y soñoliento y a ratos vertiginoso,
como una doncella dormida,
como un panal a mediodía.
Ahora pasa por aquí una calle
con almacenes y cafeterías.
Pasan por ella transeúntes como peces,
algunos vestidos de verde,
otros de rojo,
otros de gris,
señoras con carteras,
mendigos harapientos,
pidiendo una limosna bajo el oro del sol,
y pasan dos enamorados azules,
y pasa una pausada procesión bajo el sol.
Yo creo que esta calle se acuerda de cuando era un río
y pasaban por ella los cayucos,
yo creo que esta calle que recorren los labios
tiene una vocación de estrellas y de peces.
Guarda rostros amables,
rostros hoscos,
rostros tristes,
suaves rutas de buses,
y un amor infinito de grandes nubes blancas
que navegan sobre ella como si fueran barcos.
Tiene calmadas, lentas, horas de oro encendido,
vendedoras que venden en la acera
imágenes de yeso colorido,
y un largo canto rumoroso, un largo canto
de voces que recitan la ferviente cantinela del día.
Yo creo que esta calle
se acuerda de cuando era un río.

Ricardo Lindo Fuentes







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