Si es verdad que la capacidad de intrigarnos es el punto de
partida de la sabiduría, esa verdad constituye una triste apreciación de la
sabiduría del hombre moderno. Sean los que fueren los méritos de nuestro alto
grado de educación literaria y universal, hemos perdido el don de asombrarnos.
Lo sabemos todo; y lo que no sabemos nosotros mismos, lo saben los
especialistas cuya misión es la de saber lo que nosotros ignoramos. Más aún:
revelar asombro es embarazoso, es un signo de inferioridad intelectual. Hasta
los niños rara vez se sorprenden, o al menos tratan de no demostrarlo; y a
medida que vamos creciendo vamos perdiendo gradualmente la capacidad de
sorprendernos. Lo único que importa es saber contestar; saber preguntar, en
comparación, es una ciencia insignificante. Esta actitud es quizá la razón
principal por la que uno de los fenómenos más asombrosos de la vida, los
sueños, provoca en nosotros tan poca admiración y tan poca curiosidad. Todos
soñamos; no entendemos nuestros sueños, pero actuamos como si no pasara nada
raro en nuestras mentes dormidas, raro al menos en comparación con los actos
lógicos, intencionales, que realiza nuestra mente cuando estamos despiertos.
Erich Fromm
El lenguaje olvidado: Introducción a la comprensión de los sueños, mitos y cuentos de hadas
Al ámbito de nuestra observación diaria lo llamamos
«realidad» y nos enorgullecemos de nuestro «realismo» y de nuestra habilidad
para manejar la realidad. Cuando dormimos, pasamos a otra forma de existencia.
Soñamos. Inventamos historias que nunca han ocurrido y que a veces ni siquiera
tienen precedentes en la realidad. Unas veces somos los héroes, otras veces los
villanos; a veces contemplamos bellísimas escenas y nos sentimos felices; a
menudo experimentamos indecibles terrores. Pero cualquiera que sea el papel que
desempeñamos en el sueño, somos nosotros sus autores, el sueño es nuestro,
nosotros inventamos su trama. Casi todos nuestros sueños tienen una
característica común: no siguen las leyes de la lógica que gobierna nuestro pensamiento
cuando estamos despiertos. Las categorías de tiempo y espacio se pasan por
alto. Vemos vivas a personas que han muerto; presenciamos acontecimientos que
han sucedido hace muchos años. Soñamos que están ocurriendo simultáneamente dos
hechos que no pueden en realidad producirse al mismo tiempo. Tampoco hacemos
mucho caso a las leyes del espacio. Con toda facilidad nos trasladamos en un
instante a cualquier lugar lejano, nos encontramos en dos sitios a la vez,
unimos dos personas en una o cambiamos repentinamente una persona en otra.
Somos, en nuestros sueños, creadores de un mundo en el que el tiempo y el
espacio, que limitan todas las actividades de nuestro cuerpo, carecen de poder.
Otra cosa rara de los sueños es que pensamos en hechos y personas en los que
hace años no pensábamos, y que, estando despiertos, jamás recordaríamos. De
pronto aparecen en el sueño como si hubiésemos pensado en ellos muchas veces.
Parece que cuando dormimos abrimos un amplio depósito de experiencias y
recuerdos, cuya existencia ignoramos cuando estamos despiertos. Pese a todas
esas extrañas características, mientras dormimos nuestros sueños son para
nosotros muy reales; tan reales como cualquier suceso que ocurra en la vida
diaria. No hay «como si» en los sueños. El sueño es un hecho real, actual;
tanto que nos induce a plantearnos dos preguntas: ¿Qué es la realidad? ¿Cómo
sabemos que lo que soñamos es irreal y que lo que nos ocurre en la vida diaria
es real? Un poeta chino expresó esta duda con mucho acierto: «Anoche soñé que
era una mariposa, y ahora no sé si soy un hombre que ha soñado que era una
mariposa, o una mariposa que está ahora soñando que es un hombre». Todas esas
vívidas y excitantes experiencias nocturnas no solo desaparecen cuando
despertamos, sino que nos resulta muy difícil recordarlas. La mayor parte de
ellas simplemente las olvidamos, hasta tal punto que ni siquiera recordamos
haber vivido en ese otro mundo. Algunas las recordamos débilmente en el
instante en que despertamos, pero segundos después se nos escapan
irremediablemente. Pero hay otras que recordamos, y es de esas de las que
hablamos cuando decimos: «Tuve un sueño». Es como si amistosa o inamistosamente
nos visitasen espíritus, que al romper el alba desaparecen de golpe; nosotros
apenas si recordarnos su visita y la intensa actividad que desarrollamos con
ellos.
Erich Fromm
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Claro que pueblos diferentes crean mitos distintos, lo mismo
que diferentes personas sueñan distintos sueños. Pero a pesar de las
diferencias, todos los mitos y todos los sueños tienen algo en común, y es que
todos ellos son «escritos» en el mismo idioma, el lenguaje simbólico.
Erich Fromm
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El lenguaje simbólico es un lenguaje en el que las
experiencias internas, los sentimientos y los pensamientos son expresados como
si fueran experiencias sensoriales, acontecimientos del mundo exterior. Es un
lenguaje que tiene una lógica distinta del idioma convencional que hablamos a
diario, una lógica en la que no son el tiempo y el espacio las categorías
dominantes, sino la intensidad y la asociación. Es el único lenguaje universal
que elaboró la humanidad, igual para todas las culturas y para toda la
historia.
Erich Fromm
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Yo creo, por el contrario, que el lenguaje simbólico es el
único idioma extranjero que todos deberíamos estudiar. Su comprensión nos pone
en contacto con una de las fuentes más significativas de la sabiduría, la de
los mitos, y con las capas más profundas de nuestra propia personalidad. Más
aún, nos ayuda a entender un grado de experiencias que es específicamente
humano porque es común a toda la humanidad, tanto en su tono como en su
contenido.
Erich Fromm
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Sueños y mitos son, verdaderamente, importantes mensajes que
nos enviamos a nosotros mismos. Si no entendemos el lenguaje en el que están
escritos, dejamos de enterarnos de muchas cosas que sabemos y nos decimos en
esas horas en las que no estamos ocupados manejando el mundo exterior.
Erich Fromm
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¿Qué es un símbolo? Suele definirse el símbolo como «algo
que representa otra cosa». Esta definición parece un tanto decepcionante. Pero
adquiere mayor interés cuando se trata de los símbolos que son expresiones
sensoriales de la vista, el oído, el olfato y el tacto y cuyas «otras cosas»
que representan son sensaciones internas, sentimientos o pensamientos. Esta
clase de símbolo es algo exterior a nosotros; lo que simboliza es algo interior
a nosotros. El lenguaje simbólico es un lenguaje con el que expresamos
experiencias internas como si fueran sensoriales, como si fueran algo que
hacemos o nos hacen en el mundo de los objetos. El lenguaje simbólico es un
lenguaje en el que el mundo exterior constituye un símbolo del mundo interior,
un símbolo que representa nuestra alma y nuestra mente.
Erich Fromm
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El símbolo universal es el único en el que la relación entre
el símbolo y lo que representa no es coincidente sino intrínseca. Tiene su raíz
en la experiencia de la afinidad que existe entre una emoción o un pensamiento,
por una parte, y una experiencia sensorial, por la otra. Puede ser llamado
«universal» porque es compartido por todos los hombres, en oposición no
solamente al símbolo accidental, que es por su naturaleza completamente
personal, sino también al convencional, limitado al grupo de personas que
participan del mismo convenio. El símbolo universal tiene sus raíces en las
propiedades de nuestro cuerpo, nuestros sentidos y nuestra mente, que son
comunes a todos los hombres, y por consiguiente no se limita a personas o
grupos determinados. El lenguaje del símbolo universal es, en verdad, la única
lengua común que produjo la especie humana, lenguaje que olvidó antes de que
lograra elaborar un lenguaje convencional universal.
Erich Fromm
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El significado particular de un símbolo en cualquier lugar
dado solo puede ser determinado por el conjunto en el que aparece el símbolo y
en función de las impresiones predominantes que experimenta la persona que lo
usa.
Erich Fromm
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Frente al hecho de que no hay expresión de la actividad
mental que no aparezca en los sueños, creo que la única descripción de la
naturaleza de los sueños que no tergiversa ni disminuye el fenómeno es la
amplia de que los sueños son expresiones llenas de sentido y significado de
todas las clases de actividades mentales, que se producen cuando dormimos
Erich Fromm
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La actividad mental durante el sueño tiene una lógica
diferente de la que corresponde a la existencia despierta. Durmiendo no tenemos
que preocuparnos de las cualidades que solo importan cuando nos enfrentamos a
la realidad. Si yo creo, por ejemplo, que una persona es un cobarde, puedo
soñar que se transformó de hombre en gallina. Este cambio es lógico con
relación a la impresión que yo tengo de esa persona, e ilógico únicamente con
relación a mi orientación hacia la realidad externa (con relación a lo que yo
podría hacer, de manera realista, a esa persona o con esa persona). La actividad
psíquica durante el sueño no carece de lógica, pero está sujeta a distintas
reglas que son completamente válidas en ese estado particular de la actividad.
La vida dormida y la despierta son los dos polos de la existencia humana. La
despierta está enlazada con la función de la actividad, la dormida está libre
de ella. El sueño está enlazado con la función de la autoactividad. Cuando
despertamos nos trasladamos al reino de la acción. Nos hallamos, entonces,
orientados en función de ese sistema, y nuestra memoria opera dentro de él:
recordamos lo que puede ser recordado en conceptos espaciotemporales. El mundo
del sueño ha desaparecido. Los acontecimientos que en él han ocurrido —los
sueños— vuelven a la memoria con la mayor dificultad. Esta situación ha sido
representada simbólicamente en muchos relatos populares: de noche ocupan el
escenario espíritus y fantasmas, buenos y malos, y cuando llega la aurora
desaparecen sin dejar rastro de su intensa actividad. De estas consideraciones
se deducen ciertas conclusiones sobre la naturaleza del inconsciente: El
inconsciente no es ni el mítico reino de Jung de la experiencia racial
heredada, ni la sede de Freud de las fuerzas irracionales libidinosas. Debe ser
entendido en función de este principio: «Lo que pensamos y sentimos recibe la
influencia de lo que hacemos». La conciencia es la actividad mental realizada
en nuestro estado de preocupación por la realidad externa, por la acción. El
inconsciente es la actividad mental realizada en un estado de existencia en el
que interrumpimos la comunicación con el mundo externo, ya no nos preocupamos
por la acción sino por nuestra autoactividad. El inconsciente es una ejecución
relacionada con una forma especial de vida, la de la no actividad; y las
características del inconsciente derivan de la naturaleza de esa forma de
existencia. Las propiedades de la conciencia, en cambio, son determinadas por
la naturaleza de la acción y por la función de supervivencia del estado
despierto de la existencia. El «inconsciente» solo lo es con relación al estado
«normal» de la actividad. Cuando hablamos de «inconsciente» decimos en realidad
que la actuación es extraña a esa disposición de ánimo que existe mientras y en
tanto que actuamos; impresiona entonces como un elemento fantástico, intruso,
difícil de asir y difícil de recordar. Pero el mundo diurno es tan inconsciente
en nuestra experiencia durmiente como el mundo nocturno en nuestra experiencia
velante. El término «inconsciente» se usa habitualmente solo desde el punto de
vista de la experiencia diurna; con lo que se deja de señalar que conciencia e
inconsciente no son más que diferentes estados de ánimo relativos a diferentes
estados de existencia.
Erich Fromm
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¿No es, entonces, la realidad externa creada por el hombre
el factor más importante para el desarrollo de lo mejor que tenemos, y no
debemos suponer que cuando estamos privados del contacto con el mundo exterior
regresamos temporalmente a un estado mental primitivo, animal, irrazonable? Se
pueden decir muchas cosas en abono de esa hipótesis, y el concepto de que esa
regresión es el rasgo fundamental del estado del sueño, y por consiguiente de
la actividad onírica, ha sido sustentado por muchos estudiosos de los sueños,
desde Platón hasta Freud. Según ese punto de vista, los sueños serían las
manifestaciones de nuestros impulsos irracionales, primitivos; y el hecho de
que olvidemos con tanta facilidad los sueños se explica en gran medida por la
vergüenza que nos producen esas tendencias irracionales y criminales reveladas
cuando no nos hallamos bajo la fiscalización de la sociedad. Indudablemente esa
interpretación de los sueños es exacta, y en seguida volveremos a ella y
daremos algunos ejemplos. Pero la cuestión es saber si es exclusivamente exacta
o si los elementos negativos de la influencia social explicarían el hecho
paradójico de que no solo somos menos razonables y menos decentes en los
sueños, sino que también somos más inteligentes, más sabios y más justos cuando
estamos durmiendo que cuando estamos despiertos
Erich Fromm
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Esta es, pues, la conclusión a que llegamos: el estado del
sueño tiene una función ambigua. La falta de contacto con la cultura provoca la
aparición de lo peor y también de lo mejor que tenemos; por consiguiente,
cuando soñamos podemos ser menos inteligentes, menos sabios y menos decentes,
pero también podemos ser mejores y más cuerdos que cuando estamos despiertos.
Erich Fromm
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Platón, como Freud,
considera a los sueños como expresión de nuestra parte de animal
irracional, pero hace una salvedad que restringe esta interpretación a un
límite determinado. Afirma que, si un hombre se duerme en un estado de
tranquilidad y de paz interior, sus sueños serán menos irracionales. Este
concepto, sin embargo, no debe confundirse con la interpretación dualista que
sostiene que los sueños expresan tanto nuestra naturaleza irracional como la
racional; para Platón son esencialmente la expresión de lo que tenemos de
salvaje y terrible, siendo únicamente de menor intensidad en las personas que
han adquirido el grado máximo de madurez y sabiduría.
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