Cuando pensamos en los tiempos de oscuridad y en las personas que vivían y se movían en ellos, tenemos que tener también en cuenta este camuflaje que emana y es difundido por el círculo gobernante de una nación (o “el sistema” como se lo denominaba entonces). Si la función del reino público es echar luz sobre los sucesos del hombre al proporcionar un espacio de apariencias donde puedan mostrar de palabra y obra, para bien o para mal, quiénes son y qué pueden hacer, entonces la oscuridad ha llegado cuando esta luz se ha extinguido por “lagunas de credibilidad” y un “gobierno invisible”, por un discurso que no revela lo que es sino que lo esconde debajo de un tapete, por medio de exhortaciones (morales y otras) que, bajo el pretexto de sostener viejas verdades, degradan toda verdad a una trivialidad sin sentido.
 
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad en el Prefacio
 
 

Reflexiones sobre Lessing
 
… un honor nos da una poderosa lección de modestia, pues implica que no nos corresponde a nosotros juzgar nuestros propios méritos como juzgamos los méritos y logros de los demás.
 
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
 
 
Me parece que nada en nuestra época es más dudoso que nuestra actitud hacia el mundo,
 
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
 
 
Lessing nunca hizo las paces con el mundo donde vivía. Le gustaba “desafiar prejuicios” y “decir la verdad a los subordinados a la corte”. Por caro que haya pagado estos placeres, eran placeres literarios. Una vez, cuando intentaba explicar el origen del “placer trágico”, dijo que “todas las pasiones, aun las más desagradables, son agradables en tanto que pasiones” porque “nos hacen… más conscientes de nuestra existencia, nos hacen sentir más reales”. Es sorprendente cómo estas frases nos recuerdan la doctrina griega de las pasiones, que consideraba, por ejemplo, la ira como una de las pasiones agradables, pero incluía la esperanza y el temor entre las pasiones malas. Esta evaluación se basa en diferencias en la realidad, igual que en Lessing; no, sin embargo, en el sentido de que la realidad se mide por la fuerza con que la pasión afecta al alma sino por la cantidad de realidad que la pasión le transmite. En la esperanza, el alma ignora la realidad, como en el temor, la rehuye. Pero la ira, y sobre todo la ira de Lessing, revela y expone al mundo del mismo modo que el tipo de risa de Lessing en Minna von Barnhelm trata de lograr la reconciliación con el mundo. Esa risa nos ayuda a encontrar un lugar en el mundo, pero irónicamente, sin tener que vender el alma para ello. El placer, que fundamentalmente es la conciencia intensificada de la realidad, salta de una franqueza apasionada al mundo y al amor por él. Ni siquiera el hecho de saber que el mundo puede destruir al hombre desmerece el “placer trágico”.
 
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
 
 
Los fermenta cognitionis que Lessing esparció por el mundo no tenían por objeto comunicar conclusiones sino estimular a otros al pensamiento independiente, y esto con el solo propósito de crear un discurso entre pensadores. El pensamiento de Lessing no es el silencioso (platónico) diálogo entre yo y mí mismo, sino un diálogo anticipado con otros, y esta es la razón por la que es esencialmente polémico. Aunque hubiese logrado conseguir su discurso con otros pensadores independientes y escapar así a una soledad que, para él en particular, paralizaba todas las facultades, no habría sido fácil convencerlo de que esto ponía todo en orden. Pues lo que estaba equivocado, y lo que ningún diálogo ni pensamiento independiente podía arreglar, era el mundo, es decir, la cosa que surge entre las personas y en la que todo aquello que los individuos llevan con ellos de manera innata puede tornarse visible y audible. En los doscientos años que nos separan de la época en que vivió Lessing, muchas cosas han cambiado con referencia a esto, aunque pocas han cambiado para mejor. Los “pilares de las verdades más conocidas” (para seguir con su metáfora), que en esa época se tambaleaban, hoy yacen destruidos; ya no necesitamos a la crítica ni a los hombres sabios para que los sigan sacudiendo. Sólo necesitamos mirar a nuestro alrededor para ver que estamos de pie en medio de una montaña de escombros de aquellos pilares.
 
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
 
 
… ¿los seres humanos deben ser tan viles que son incapaces de actuar humanamente a menos que sean acicateados y por lo tanto obligados por su propio dolor cuando ven sufrir a los demás?
 
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
 
 
No podemos dominar el pasado más de lo que podemos deshacerlo. Sin embargo, podemos reconciliarnos con él. Y la forma de hacerlo es el lamento, que surge a partir de cualquier recuerdo.
 
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
 
 
Ninguna filosofía, análisis o aforismo, por profundo que sea, puede compararse en intensidad y riqueza de significado con una historia bien narrada.
 
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
 
 
La pregunta es cuánta realidad debe retenerse incluso en un mundo inhumano si no queremos reducir la humanidad a una frase vacía o un fantasma. O para decirlo en otras palabras, ¿hasta qué punto seguimos obligados con el mundo cuando nos han echado de él o nos hemos retirado de éste? No deseo aseverar que la “emigración interior”, la huida del mundo hacia el escondite, de la vida pública al anonimato (cuando eso es lo que en realidad fue y no sólo un pretexto para hacer lo que todos hicieron con suficientes reservas interiores para salvar la propia conciencia), no era una actitud justificada, y en muchos casos, la única posible. Siempre y cuando no se ignore la realidad, puede justificarse la huida del mundo en épocas oscuras de impotencia, aunque se reconozca como algo que se debe evitar. Cuando una persona elige esta alternativa, también la vida privada puede retener una realidad de ninguna manera insignificante, aunque permanezca impotente. Sólo es importante que esa persona se dé cuenta de que el carácter real de esta realidad no consiste en su nota profundamente personal, más de lo que surge de la intimidad como tal, sino que es inherente al mundo del cual ha escapado. Esta persona deberá recordar que siempre está huyendo y que la realidad del mundo se expresa entonces a través de ese escape. Por lo tanto, la verdadera fuerza del escapismo surge de la persecución, y la fuerza personal del fugitivo aumenta a medida que aumentan la persecución y el peligro.
 
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
 
 
Estamos acostumbrados a ver la amistad como un fenómeno de intimidad, donde los amigos abren sus corazones sin tener en cuenta el mundo y sus demandas. Rousseau y no Lessing es quien mejor defiende este punto de vista que concuerda tan bien con la actitud básica del individuo moderno, que en su alienación del mundo sólo puede revelarse verdaderamente en la intimidad y en la intimidad de encuentros cara-a-cara. Por lo tanto, nos resulta difícil comprender la importancia política de la amistad. Cuando leemos, por ejemplo, en Aristóteles que philia, amistad entre ciudadanos, es uno de los requisitos fundamentales del bienestar de la ciudad, tendemos a pensar que hacía referencia a la mera ausencia de facciones y de guerra civil dentro de ella. Pero para los griegos, la esencia de la amistad consistía en el discurso. Sostenían que sólo el intercambio constante de ideas unía a los ciudadanos en una polis. En el discurso, la importancia política de la amistad y su peculiar humanidad quedaban de manifiesto. Esta plática (en contraste con la charla ínfima donde los individuos hablan sobre sí mismos), por muy impregnada que esté del placer en la presencia del amigo, se relaciona con el mundo común, que permanece “inhumano” en un sentido muy literario a menos que los seres humanos hablen constantemente de él. Pues el mundo no es humano sólo porque está hecho por seres humanos, y no se vuelve humano sólo porque la voz humana resuene en él sino sólo cuando se ha convertido en el objeto de discurso. Sin embargo, por mucho que nos afecten las cosas del mundo, por profundo que nos estimulen, sólo se tornan humanas para nosotros cuando podemos discutirlas con nuestros semejantes. Aquello que no pueda convertirse en objeto de discurso (lo verdaderamente sublime, lo verdaderamente horrible o lo sobrenatural) puede hallar una voz humana a través de la cual sonar en el mundo, pero esto no es con exactitud humano. Humanizamos aquello que está sucediendo en el mundo y en nosotros mismos con el mero hecho de hablar sobre ello y mientras lo hacemos aprendemos a ser humanos. Los griegos denominaban esta humanidad que se adquiere en el discurso de amistad philanthropia, “amor por el hombre”, dado que se manifiesta en una prontitud a compartir el mundo con otros hombres. Lo opuesto, misantropía, significa simplemente que el misántropo no encuentra a nadie con quien compartir el mundo, que a nadie considera apto para regocijarse con él del mundo, la naturaleza y el cosmos. La filantropía griega sufrió varios cambios antes de convertirse en la humanitas romana. El más importante de estos cambios correspondió al hecho político de que en Roma las personas de orígenes étnicos y descendencias muy diferentes podían adquirir la ciudadanía romana y entrar así en el discurso entre los romanos cultivados y podían entonces discutir el mundo y la vida con ellos. Y este medio ambiente político es lo que distingue la humanitas romana de aquello que los modernos denominan humanidad, con lo cual se refieren a un mero efecto de la educación.
 
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
 
 
El tema de los “dioses limitados”, de las limitaciones del entendimiento humano, limitaciones que la razón especulativa puede señalar y, por lo tanto, trascender, se convirtieron en el gran objeto de las críticas de Kant. Pero sea lo que fuere que las actitudes de Kant puedan tener en común con las de Lessing (de hecho, tienen mucho en común), los dos pensadores diferían en un punto decisivo. Kant se dio cuenta de que no puede haber una verdad absoluta para el hombre, por lo menos no en un sentido teórico. Por cierto, que habría estado preparado a sacrificar la verdad ante la posibilidad de la libertad humana; pues si poseyéramos la verdad no podríamos ser libres. Pero no habría estado de acuerdo con Lessing acerca de que la verdad, si realmente existía, podía ser sacrificada sin duda alguna a la humanidad, a la posibilidad de la amistad y del discurso entre los hombres. Kant sostenía que existe un absoluto, el deber del imperativo categórico que está por encima de los hombres es decisivo en todos los asuntos humanos y no puede infringirse ni siquiera por el bien de la humanidad en cada uno de los sentidos de la palabra. Los críticos de la ética kantiana han denunciado con frecuencia que esta tesis es inhumana y despiadada. Sean cuales fueren los méritos de sus argumentos, es innegable la inhumanidad de la filosofía moral de Kant. Y esto es así porque el imperativo categórico está postulado como absoluto y su carácter de absoluto introduce al mundo interhumano (que por su naturaleza consiste en relaciones) algo que está en contra de su relatividad fundamental. La inhumanidad que está unida al concepto de una sola verdad surge con una particular claridad en el trabajo de Kant porque intentó basar la verdad en la razón práctica; es como si él, que señaló de manera tan inexorable los límites cognoscitivos no soportara pensar que tampoco en la acción el hombre puede comportarse como un dios. Lessing, sin embargo, se alegraba de lo único que siempre molestó a los filósofos (al menos desde Parménides y Platón): que la verdad, en cuanto se la dice, se transforma de inmediato en una opinión entre muchos, se la discute, se la reformula y se la reduce a un sujeto de discurso entre otros. La grandeza de Lessing no consiste meramente en el discernimiento teórico de que no puede haber una sola verdad dentro del mundo humano sino en su alegría de que no exista y que, por lo tanto, el interminable discurso entre los hombres jamás cesará mientras el hombre siga existiendo. Una sola verdad absoluta, de haber existido, habría sido la muerte de todas esas disputas en las que este predecesor y maestro de toda polémica en idioma alemán se sentía tan cómodo y siempre tomaba partido con la mayor claridad y definición.
 
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
 
 
 
 
Hoy en día, es raro encontrar personas que se crean dueñas de la verdad; sin embargo, nos enfrentamos constantemente a personas que están seguras de tener razón.
 
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
 
 
Lessing también vivía en un “tiempo de oscuridad” y después de su propia moda fue destruido por su oscuridad. Hemos visto la poderosa necesidad que tienen los hombres en esas épocas de acercarse unos a otros para buscar en la calidez de la intimidad el sustituto de esa luz y esa iluminación que sólo puede brindar el reino público. Pero esto significa que evitan las disputas y tratan de relacionarse sólo con personas con las que no pueden tener conflicto. Para un hombre de la disposición de Lessing, no había demasiado espacio en una época así y en un mundo tan confinado; allí donde la gente se urna para brindarse calor unos a otros, se alejaban de él. Y sin embargo Lessing, que era polémico al punto de la pugnacidad, no soportaba la soledad más que la excesiva cercanía de una fraternidad que borraba toda distinción. Nunca se sintió inclinado a pelearse con alguien con quien había entrado en disputa; sólo le interesaba humanizar el mundo a través del discurso incesante y continuo sobre sus asuntos y sus cosas. Quería ser amigo de muchos hombres, pero no ser hermano de ninguno.
 
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
 
 
Esto es para admitir que no era una marxista ortodoxa, y de hecho, tan poco ortodoxa que podría dudarse de si era marxista. Nettl declara justamente que para ella, Marx no era otra cosa que “el mejor intérprete de la realidad de todos ellos”, y el hecho de que escribiera “Ahora siento horror por el tan alabado primer volumen de El Capital de Marx debido a sus ornamentos rococó al estilo Hegel”. Revela su falta de compromiso personal. Lo que más importaba desde su punto de vista era la realidad, en todos sus maravillosos y horrorosos aspectos, aún más que la revolución en sí. Su heterodoxia era inocente y nada polémica; “recomendaba a sus amigos que leyeran a Marx por ‘lo atrevido de sus pensamientos y su rechazo a dar algo por sentado’, en lugar de por el valor de sus conclusiones. Sus errores… eran evidentes en sí mismos…; esa es la razón por la cual [ella] nunca se molestó en comprometerse en una crítica prolongada”. Todo esto es bastante obvio en The Accumulation of Capital, del cual sólo Franz Mehringfue lo suficientemente desprejuiciado como para llamarlo “un logro fascinante y verdaderamente magnífico sin igual desde la muerte de Marx”. La tesis central de esta “curiosa obra de carácter” es bastante simple. Como el capitalismo no demostró ningún signo de colapso “bajo el peso de sus contradicciones económicas”, comenzó a buscar una causa externa que explicara su existencia y crecimiento continuos. Lo halló en la denominada teoría del tercer hombre, es decir, en el hecho de que el proceso de crecimiento no era meramente la consecuencia de leyes naturales que dirigían la producción capitalista sino en la continua existencia de sectores precapitalistas en el país que el “capitalismo” capturó y llevó a su esfera de influencia. Una vez que este proceso se expandió a todo el territorio nacional, los capitalistas se vieron obligados a buscar otras partes de la tierra, otras tierras precapitalistas, para llevarlos al proceso de acumulación de capital que se alimentaba de lo que estuviera fuera de sí mismo. En otras palabras, la “original acumulación de capital” de Marx no era, como el pecado original, un hecho único, una acción única de expropiación por la burguesía naciente, estableciendo un proceso de acumulación que luego seguiría “con necesidad de hierro” su propia ley inherente hasta el colapso final. Por el contrario, debía repetirse la expropiación una y otra vez para mantener el sistema en movimiento. Por lo tanto, el capitalismo no era un sistema cerrado que generaba sus propias contradicciones y estaba “cargado de revolución”; se alimentaba de factores externos y su colapso automático sólo podía ocurrir, si es que ocurría, cuando se hubiese conquistado y devorado toda la superficie de la Tierra.
 
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
 
 
Nettl señala con corrección la excelente relación de Rosa Luxemburgo con su familia, sus padres, sus hermanos, su hermana, su sobrina, ninguno de los cuales jamás mostró la menor inclinación hacia las convicciones socialistas o hacia las actividades revolucionarias y que, sin embargo, hicieron todo lo que pudieron para ayudarla cuando tenía que esconderse de la policía o estaba en prisión. Vale la pena mencionar esto pues nos da una visión de este único medio familiar judío sin el cual la emergencia del código ético del grupo de camaradas sería casi incomprensible. El secreto compensador de aquellos que siempre trataron al prójimo como un semejante (y casi nadie más) era la simple experiencia de un mundo infantil donde el respeto mutuo y la confianza incondicional, una humanidad universal y un desprecio genuino, casi ingenuo, por las distinciones sociales y étnicas, se daban por sentado. Aquello que los miembros del grupo de camaradas tenían en común era lo que sólo puede llamarse gusto moral, que es tan diferente de los “principios morales”; la autenticidad de su moralidad la deben al hecho de haber crecido en un mundo que no estaba en desorden. Esto les daba esa “rara confianza en sí mismos”, tan inquietante para el mundo en el cual nacieron y amargamente resentida como arrogancia y presunción. Este medio, y nunca el partido alemán, fue y siguió siendo el hogar de Rosa Luxemburgo. El hogar era movible hasta cierto punto y como era predominantemente judío no coincidió con ninguna “patria”.
 
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
 
 
Nettl llama la historia de Leo Jogiches y Rosa Luxemburgo “una de las grandes y trágicas historias de amor del socialismo” y no hay necesidad de discutir este veredicto si se entiende que no fueron los celos “ciegos y suicidas” los que causaron la tragedia final de sus relaciones sino la guerra y los años de prisión, la condenada revolución alemana y el sangriento final.
 
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
 
 
Nunca sabremos cuántas de las ideas políticas de Rosa derivaron de Jogiches; en el matrimonio, no siempre es fácil separar las ideas de los cónyuges. Pero el hecho de haber fracasado allí donde Lenin triunfó fue tanto una consecuencia de las circunstancias (era polaco y judío) como de una menor importancia social. De cualquier manera, Rosa Luxemburgo habría sido la última en acusarlo de esto. Los miembros del grupo de camaradas no se juzgaban unos a otros en estas categorías. El mismo Jogiches pudo haber estado de acuerdo con Eugene Leviné, también un ruso judío, aunque más joven, en: “Somos hombres muertos con licencia”. Fue esta predisposición aquello que lo separó de los demás; pues ni Lenin, ni Trotsky ni la misma Rosa Luxemburgo pudieron haber estado de acuerdo con estas líneas. Después de la muerte de Rosa, Jogiches se negó a abandonar Berlín por causas de seguridad: “Alguien tiene que quedarse a escribir los epitafios”. Fue arrestado dos meses después de la muerte de Liebknecht y Luxemburgo y lo mataron por la espalda en la parte trasera del destacamento de policía. Se supo el nombre del asesino, pero “jamás se hizo ningún intento por castigarlo”; mató a otro hombre del mismo modo y luego continuó su “carrera en ascenso en la policía prusiana”. Estas eran las “costumbres” de la República de Weimar.
 
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
 
 
Nadie puede ser tan ciudadano del mundo como es ciudadano de su país.
 
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
 
 
Poco importa qué forma asuma un gobierno mundial con un poder centralizado en todo el globo, la noción misma de una ley soberana que gobierne toda la Tierra, y posea el monopolio de todos los medios de violencia, sin ser verificada y controlada por otras potencias soberanas, no sólo es una repugnante pesadilla de tiranía, sino que sería el fin de toda vida política, tal como la conocemos.
 
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
 
 
Poco importa qué forma asuma un gobierno mundial con un poder centralizado en todo el globo, la noción misma de una ley soberana que gobierne toda la Tierra, y posea el monopolio de todos los medios de violencia, sin ser verificada y controlada por otras potencias soberanas, no sólo es una repugnante pesadilla de tiranía, sino que sería el fin de toda vida política, tal como la conocemos. Un ciudadano es por definición un ciudadano entre ciudadanos de un país entre países. Sus derechos y deberes deben estar definidos y delimitados, no sólo por los de sus conciudadanos sino también por los límites de un territorio. La filosofía puede concebir la tierra como el suelo patrio de la humanidad y como una ley no-escrita, eterna y válida para todos. La política trata sobre los hombres, nativos de muchos países y herederos de muchos pasados; sus leyes son las cercas positivamente establecidas que encierran, protegen y limitan el espacio donde la libertad no es un concepto sino una realidad política y viviente. El establecimiento de un estado mundial soberano, lejos de ser el requisito previo para la ciudadanía mundial, sería el fin de la ciudadanía. No sería el punto culminante de la política mundial, sino literalmente su fin.
 
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
 
 
Una filosofía que concibe la verdad y la comunicación como una única cosa ha dejado de lado la proverbial torre de marfil de la mera contemplación. El pensamiento se toma práctico, aunque no pragmático; es una especie de práctica entre hombres, no el desenvolvimiento de un individuo en su soledad auto-elegida. Por lo que sé, Jaspers es el primero y único filósofo en haber protestado contra la soledad, a quien la soledad pareció “perniciosa” y quien se ha atrevido a cuestionar “todo pensamiento, toda experiencia, todo contenido” bajo este único aspecto: “¿Qué significan para la comunicación? ¿Estos ayudarán o impedirán la comunicación? ¿Seducen hacia la soledad u originan la comunicación?”. Las Filosofía ha perdido tanto su humildad ante la teología como su arrogancia con respecto a la vida común del hombre. Se ha convertido en ancilla vitae
 
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
 
 
Una filosofía de la humanidad se distingue de una filosofía del hombre por su insistencia en el hecho de que no es un Hombre, hablándose a sí mismo en el diálogo de la soledad, sino hombres hablando y comunicándose entre sí, los que habitan la tierra.
 
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
 
 
Para poder comprender la importancia filosófica del concepto de Jaspers sobre la humanidad y la ciudadanía mundial, sería acertado recordar el concepto de humanidad de Kant y la noción de Hegel sobre la historia mundial, dado que ellos dos constituyen su medio ambiente tradicional. Kant veía la humanidad como un último resultado posible de la historia Afirma que la historia no ofrecería otra cosa que la visión de “melancólica casualidad” (trostloses ungefähr) si no existiera una esperanza justificada de que las acciones desconectadas e impredecibles de los hombres podrían originar una humanidad como una comunidad unida desde el punto de vista político junto con la humanidad del hombre totalmente desarrollada. Lo que se ve “de las acciones de los hombres en el gran escenario del mundo… parece estar entremezclado con locura, vanidad infantil, malicia infantil y ansias de destrucción”, y sólo puede adquirir significado si suponemos que existe una secreta “intención de la naturaleza en este curso sin sentido de los asuntos humanos” que trabaja a espaldas de los hombres. Es interesante notar, y característico de nuestra tradición de pensamiento político, que fue Kant y no Hegel el primero en concebir una sagaz fuerza secreta para hallar algún significado en la historia política. La experiencia que yace detrás de esto es la de Hamlet: “Nuestros pensamientos son nuestros, sus fines no nos pertenecen”, excepto que esta experiencia fue en particular humillante para una filosofía cuyo centro era la dignidad y la autonomía del hombre. Para Kant, la humanidad era el estado ideal en el “futuro muy lejano” donde la dignidad del hombre coincidiría con la condición humana de la tierra. Pero este estado ideal pondría necesariamente un punto final a la política y a la acción política tal como la conocemos en la actualidad y cuyas locuras y vanidades quedan registradas en la historia. Kant prevé un futuro muy lejano cuando la historia del pasado de haya convertido en “la educación de la humanidad, según palabras de Lessing. La historia de la humanidad no tendría entonces “mayor interés que la historia natural, donde se considera el estado actual de cada especie como el telos inherente a todo desarrollo previo, su fin en el doble sentido de propósito y conclusión. Para Hegel la humanidad se manifiesta a sí misma en el “espíritu del mundo”; en su quintaesencia está siempre allí en una de sus etapas históricas de desarrollo, pero nunca puede llegar a convertirse en una realidad política. También tiene su origen en una sagaz fuerza secreta; pero “el artificio de la razón” es distinto de “la astucia de la naturaleza”, en tanto que sólo puede ser percibida por la mirada contemplativa del filósofo, para quien sólo tiene sentido la cadena de sucesos sin sentido y aparentemente arbitrarios. El punto culminante de la historia mundial no es el surgimiento real de la humanidad, sino el momento en que el espíritu mundial adquiere timidez en una filosofía, cuando lo Absoluto se revela por fin al pensamiento. La historia mundial, el espíritu mundial y la humanidad casi no poseen connotaciones políticas en la obra de Hegel, a pesar de los fuertes impulsos políticos del joven Hegel. Se convirtieron de inmediato, y con bastante acierto, en las ideas principales de las ciencias históricas, pero siguieron sin una influencia notable en la ciencia política. Fue en Marx, quien decidió “volver a poner a Hegel sobre sus pies”, es decir, cambiar la interpretación de la historia por el hecho de hacer historia, que estos conceptos mostraron su importancia política. Y esta es una historia totalmente diferente. Es obvio que no importa qué distante o cercana esté la realización de la humanidad, sólo se puede ser ciudadano mundial dentro del marco de las categorías de Kant. Lo mejor que puede sucederle a cualquier individuo en el sistema hegeliano de revelación histórica del espíritu mundial es tener la buena fortuna de nacer entre las personas correctas y en el momento histórico correcto, de modo que el nacimiento de una persona coincida con la revelación del espíritu mundial en este período en particular. Para Hegel, ser miembro de la humanidad histórica significaba ser griego y no un bárbaro del siglo V a. C., un ciudadano romano y no uno griego en los primeros siglos de nuestra era, ser cristiano y no judío en la Edad Media, etcétera. Comparado con Kant, el concepto de humanidad y de ciudadanía mundial de Jaspers es histórico; comparado con Hegel, es político. De alguna manera combina la profundidad de la experiencia histórica de Hegel con la gran sabiduría política de Kant. Sin embargo, lo que distingue a Jaspers de ambos es decisivo. Jaspers no cree en la “casualidad melancólica” de la acción política y las locuras de la historia registrada ni tampoco en la existencia de una sagaz fuerza secreta que manipula al hombre hacia la sabiduría. Ha abandonado el concepto de Kant de una “buena voluntad que, al basarse en la razón, es incapaz de la acción. Ha roto tanto con la desesperación como con la consolación del idealismo alemán en filosofía. Si la filosofía debe convertirse en ancilla vitae, no hay duda de la función que debe cumplir: según las palabras de Kant, tendrá que “llevar la antorcha delante de su graciosa dama en lugar de la cola de su vestido, por detrás”. La historia de la humanidad que prevé Jaspers no es la historia mundial de Hegel, donde el espíritu mundial utiliza y consume país tras país, pueblo tras pueblo, en las etapas de su realización gradual. Y la unidad de la humanidad en su actual realidad está lejos de ser el consuelo o la recompensa de toda la historia del pasado tal como deseaba que fuera Kant. Desde el punto de vista político, la nueva y frágil unidad originada por el dominio técnico sobre la tierra puede ser garantizada dentro de un marco de acuerdos mutuos universales, que podrían conducir a una estructura federada mundialmente. Para esto, la filosofía política no puede hacer más que describir y prescribir el nuevo principio de acción política. Al igual que, según Kant, nada debería suceder jamás en una guerra que imposibilitara una paz y reconciliación futuras, según las implicaciones de la filosofía de Jaspers, nada debería suceder en la actualidad que fuera contrario a la solidaridad existente de la humanidad. Esto, a largo plazo, puede significar que debe descartarse la guerra del arsenal de medios políticos, no sólo porque la posibilidad de una guerra atómica pondría en peligro la existencia de toda la humanidad sino porque cada guerra, sin importar lo limitada en el uso de medios y en territorio, afecta de manera inmediata y directa a toda la humanidad. La abolición de la guerra, al igual que la abolición de una pluralidad de estados soberanos también albergarían sus propios peligros particulares; los distintos ejércitos con sus viejas tradiciones y códigos de honor más o menos respetados serían reemplazados por fuerzas policiales federadas, y nuestras experiencias con los modernos estados policiales y gobiernos totalitarios, donde el viejo poder del ejército es eclipsado por la creciente omnipotencia de la policía, no alcanzan a convertirnos en superoptimistas sobre esta perspectiva. Sin embargo, todo esto está en un futuro muy lejano.
 
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
 
 
 
 
 
… la luz que ilumina el área pública es demasiado fuerte como para ser halagadora.
 
Hannah Arendt
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Cuando ella (Isak Dinesen) se llamó a si misma Sherezada, se refería a algo más que a los críticos literarios que luego siguieron su ejemplo, más que sus relatos, el “Moi, je suis une conteuse et rien qu’une conteuse”. Las Mil y Una Noches (para “ella estos cuentos estaban por encima de todo”) no sólo eran entretenimientos; produjeron tres hijos varones. Y su amante, que “cuando venía a la granja le preguntaba; ‘¿Tienes una historia?’ se parecía al rey árabe quien “al ser inquieto le encantaba la idea de escuchar un cuento”. Denys Finch-Hatton y su amigo, Berkeley Cole, pertenecían a la generación de jóvenes que desde la Primera Guerra Mundial estuvieron en desacuerdo con seguir las convenciones y cumplir con los deberes de la vida cotidiana, con hacer carrera y desempeñar sus roles en una sociedad que los aburría al máximo. Algunos se hicieron revolucionarios y vivían en la tierra de ensueños del futuro; otros, por el contrario, elegían la tierra de ensueños del pasado y vivían como “en un mundo que ya no existía”. Todos compartían la fundamental convicción de que “no pertenecían a su siglo”. (En lenguaje político, podría decirse que eran antiliberales siempre y cuando el liberalismo significara aceptar el mundo tal como era junto con la esperanza de su “progreso”; los historiadores saben hasta qué punto coinciden la crítica conservativa y la crítica revolucionaria del mundo burgués). De todas formas, deseaban ser “parias” y “desertores”, listos “a pagar por su obstinación” en lugar de asentarse y fundar una familia. Denys Finch-Hatton iba y venía a su antojo y nada estaba más lejos de su mente que el lazo del matrimonio. Nada podía atarlo y hacerlo regresar excepto la llama de la pasión, y la mejor forma de impedir que esa llama se extinguiera por el tiempo y la inevitable repetición, por el hecho de conocerse demasiado bien y de haber oído todas las historias, era crear nuevas incansablemente. Ella estaba tan ansiosa por entretener como Sherezada y no menos consciente de que su fracaso significaría su muerte.
 
Hannah Arendt
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La historia revela el significado de aquello que de otra manera seguiría siendo una secuencia insoportable de meros acontecimientos.
 
Hannah Arendt
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¿Qué quiso significar Dios al crear el mundo, el mar y el desierto, el caballo, los vientos, la mujer, el ámbar, los peces y el vino?”.
 
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La sabiduría es una virtud de la ancianidad y parece que sólo le llega a aquellos que, durante la juventud, no fueron ni sabios ni prudentes.
 
Hannah Arendt
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Hermann Broch fue poeta a pesar de sí mismo. El hecho de haber nacido poeta y de no querer serlo fue un rasgo fundamental de su naturaleza, inspiró la acción dramática del más importante de sus libros y se convirtió en uno de los conflictos básicos de su vida. De su vida, no de su psique; pues éste no era un conflicto psicológico que pudo haber sido expresado en luchas psíquicas, sin otra consecuencia que aquello que el mismo Broch, con un poco de ironía y otro de disgusto, denominó “clamor del alma”. Tampoco había conflicto entre dones, como, por ejemplo, el don de la ciencia y la matemática y el don imaginativo, poético. Dicho conflicto podía haber sido solucionado o, de lo contrario podía haber producido belles-lettres pero nunca un verdadero trabajo creativo. Además, un conflicto psicológico o una lucha entre varios talentos nunca puede ser el rasgo fundamental de la naturaleza de un hombre, dado que ésta siempre yace a un nivel más profundo que todos los dones y talentos, que todas las peculiaridades y cualidades psicológicas descriptibles. Estas últimas se originan en su naturaleza, se desarrollan según sus leyes o son destruidas por la misma El circuito de la vida y la creatividad de Broch, el horizonte en el que se movía su trabajo, en realidad no era un círculo; más bien se parecía a un triángulo cuyos lados pueden ser etiquetados con total precisión: Literatura-Conocimiento-Acción. Sólo el hombre en su carácter único podía llenar la superficie del triángulo. Asignamos talentos totalmente diferentes a estas tres actividades fundamentalmente distintas del hombre: la obra artística, la científica y la política. Sin embargo, Broch se acercó al mundo con el requerimiento, nunca expresado abiertamente, aunque siempre latente e insistente, de que en su vida en la tierra el hombre debe hacer que las tres coincidan y se vuelvan una. De la literatura exigía que tuviera la misma validez que la ciencia, que la ciencia requiera ser “la totalidad del mundo” como lo hace la obra de arte cuya “tarea es la constante recreación del mundo”, y que ambas cosas juntas, el arte impregnado de conocimiento y el conocimiento que ha adquirido visión, deberían comprender e incluir todas las actividades prácticas y cotidianas del hombre.
 
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
 
 
Aquello que Broch entendía por literatura (¿Y quién otro se había planteado antes la pregunta con la agudeza y profundidad que requiere?) no era una simple cuestión de degeneración. Tampoco pensaba que la relación entre literatura y verdadero arte fuese comparable con la de superstición y religión en una época, religiosa o de seudociencia y ciencia en la moderna época de las masas. Para Broch, la literatura es arte, o bien el arte se convierte de inmediato en literatura en cuanto se aparta del sistema de valor de control. L’art pour l’art en particular, que aparece bajo una apariencia aristocrática y arrogante, proporcionándonos (como Broch bien sabía) obras literarias tan convincentes, en realidad ya es literatura, como en el mundo de lo comercial el lema “negocios son negocios” contiene dentro de sí la deshonestidad del acaparador inescrupuloso, y como en la Primera Guerra Mundial la atrevida máxima “La guerra es la guerra” ya había transformado la guerra en un asesinato en masa. Existen muchos elementos característicos en esta filosofía de valores de Broch. No sólo se trata de que definía la literatura como “el mal en el sistema de valores del arte”. Se trata de que veía el elemento criminal y el elemento del mal radical personificado en la figura del hombre literario estético (en cuya categoría incluía por ejemplo a Nerón e incluso a Hitler) y similar a la literatura Esto tampoco se debía al hecho de que el mal se reveló ante el escritor en primer lugar en su propio “sistema de valores”. Se debió más bien a su perspicacia sobre el carácter peculiar del arte y de su enorme atracción para el hombre. Según Broch, la verdadera seducción del mal, la cualidad de seducción en la figura del mal, es en primer lugar un fenómeno estético. Estético en el más amplio sentido de la palabra; los hombres de negocio cuyo credo es “Negocios son negocios” y los hombres de estado que sostienen que “La guerra es la guerra” son literatos estéticos en el “vado de valores”. Son estetas en cuanto se encantan con la consonancia de su propio sistema y se convierten en asesinos porque están preparados a sacrificarlo todo por esta consonancia, esta “hermosa” coherencia. De dichas cadenas de pensamiento, que se hallan en distintas variaciones en sus primeros ensayos, Broch desarrolló de manera bastante natural la posterior distinción entre “sistemas abiertos y cerrados” y la identificación del dogmatismo con el mismo
 
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Sigamos con los ejemplos del propio Broch, Según él, el “valor” inherente a la vocación del hombre de negocios, el valor por el que se medirá todo y que debe ser también el único objetivo de la actividad comercial es la honestidad. La riqueza que puede surgir a partir de una actividad comercial debe ser un subproducto, un efecto nunca pensado como tal, así como la belleza es un subproducto para el artista, el que sólo debe apuntar al trabajo “bueno” y no al “hermoso”. Desear la riqueza, desear la belleza es, desde el punto de vista moral, complacer al vulgo; desde el punto de vista estético es literatura, y en el sentido de la teoría de valores es un absoluto dogmático de un área especial. Si Platón hubiese elegido este ejemplo (lo que no podría haber hecho dado que, de acuerdo con el punto de vista griego, sólo veía el comercio en términos de codicia y por lo tanto lo consideraba una ocupación carente de sentido), habría visto el objetivo inherente de la vocación como un intercambio de bienes entre hombres y naciones. Tal vez, dentro de este contexto, no se le habría ocurrido jamás la noción de honestidad. Ahora bien, revirtamos el caso y elijamos un ejemplo platónico que el trabajo de Broch sólo sugiere. Platón define el objetivo del arte de la medicina como la preservación o el restablecimiento de la salud. En cambio, Broch sustituiría salud por ayuda. El médico visto en relación con la salud y el médico como ayudante son dos puntos de vista incompatibles. Platón no permite ninguna duda sobre la cuestión y explica, como si fuera una verdad aparente, que uno de los deberes del médico es permitir que mueran aquellos a quienes no puede curar y no prolongar la vida de los enfermos con artes médicas no garantizadas. Los asuntos del hombre están subordinados a una norma extrahumana. El hombre “no es la medida de todo”; e incluso, la vida misma puede no ser la medida de todos los asuntos humanos. Estos principios conforman el núcleo de la filosofía política de Platón. Sin embargo, toda la filosofía cristiana y post-cristiana supone, al principio en forma tácita y luego más explícita a partir del siglo XVII, que la vida es el mayor de los bienes, o el valor en sí mismo, y que la falta de valor absoluta es la muerte. Esto mismo supone Broch. Esta valoración fundamental de la vida y la muerte es la constante inalterable en la obra de Broch, desde el principio hasta el fin. También forma el eje alrededor del cual gira toda su crítica social, su filosofía del arte, su epistemología, su ética y su política.
 
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Fama, esa diosa tan codiciada, posee varios rostros, y la fama viene en muchas formas y tamaños: desde la notoriedad de una semana de la historia principal de alguna revista hasta el esplendor de un nombre que perdura para siempre. La fama póstuma es uno de los artículos más raros y menos deseados de Fama, a pesar de que es menos arbitraria y a menudo más sólida que los otros tipos, dado que sólo rara vez se concede sobre mera mercadería. El que más pudo ganar está muerto y, por lo tanto, no a la venta. Esa fama póstuma, que no es comercial ni rinde beneficios, ha caído hoy en Alemania sobre el nombre y la obra de Walter Benjamin, un escritor judío-alemán que fue conocido, aunque no famoso, como contribuyente de revistas y las secciones literarias de los diarios durante menos de diez años anteriores a la subida de Hitler al poder y a su propia emigración. Pocos eran los que aún recordaban su nombre cuando eligió la muerte en aquellos primeros días de otoño de 1940, los que para muchos de su origen y su generación marcaron el momento más oscuro de la guerra: la caída de Francia, la amenaza de Inglaterra, el pacto todavía intacto de Hitler y Stalin cuya consecuencia más temida en ese momento era la estrecha cooperación de las dos fuerzas de policía secreta más poderosas de Europa. Quince años después, fue publicada en Alemania una edición de dos volúmenes de sus obras, hecho que le ganó un inmediato succès d’estime que fue más allá del reconocimiento de aquellos pocos que conoció durante su vida. Y como la mera reputación, por alta que sea, descansa en el juicio de los mejores, nunca es suficiente para que escritores y artistas se ganen la vida que sólo la fama, el testimonio de una multitud que no necesita tener un tamaño astronómico, puede garantizar, me veo doblemente obligado a decir (con Cicerón): Si vivi vicissent qui morte vicerunt (qué distinto habría sido todo “si aquellos que ganaron la victoria en la muerte la hubiesen ganado en la vida”). La fama póstuma es algo demasiado extraño como para culpar a la ceguera del mundo o a la corrupción del medio literario. Tampoco puede decirse que es la amarga recompensa de aquellos que se adelantaron a su tiempo, como si la historia fuese una carrera donde algunos contendientes corren tan rápido que simplemente desaparecen de la vista de los espectadores. Por el contrario, la fama póstuma suele estar precedida por el reconocimiento más alto entre los colegas. Cuando Kafka murió en 1924, de los pocos libros que había publicado apenas se habían vendido unas doscientas copias, pero sus amigos literarios y los pocos lectores que por accidente habían llegado a conocer esos breves trozos de prosa (todavía no se había publicado ninguna de sus novelas) sabían más allá de toda duda que era uno de los maestros de la prosa moderna. Walter Benjamin había ganado ese reconocimiento temprano y no sólo entre aquellos cuyos nombres eran desconocidos en esa época, tal como Gerhard Scholem, el amigo de su juventud, y Theodor Wiesengrund Adorno, su primero y único discípulo, ambos responsables de la edición póstuma de sus trabajos y sus cartas.
 
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Ninguna sociedad puede funcionar correctamente sin una clasificación, sin una disposición de las cosas y los hombres en clases y tipos ordenados. Esta clasificación necesaria es la base para toda discriminación social, y la discriminación, no obstante, la actual opinión sobre lo contrario, es tanto un elemento constitutivo del reino social como la igualdad es un elemento constitutivo de lo político. El punto es que, en la sociedad, todos deben responder la pregunta: qué soy (diferente de quién soy) y la respuesta, obviamente, nunca puede ser: Soy único, no por la arrogancia implícita sino porque la respuesta carecería de sentido.
 
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El problema con todo lo que Benjamin escribió fue que siempre resultó ser sui generis
 
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La fama póstuma parece ser entonces la suerte de los inclasificables, es decir, aquellos cuyos trabajos no encajan dentro del orden existente ni introducen un nuevo género que lleve a una futura clasificación. Los innumerables intentos de escribir “al estilo Kafka”, todos ellos rotundos fracasos, sólo sirvieron para enfatizar el carácter único de Kafka, la absoluta originalidad que no puede hallarse en ningún predecesor y no tiene seguidor. Esto es lo que la sociedad no logra aceptar y a lo que siempre se verá reticente de otorgar su sello de aprobación. Para decirlo de otro modo, en la actualidad sería tan engañoso recomendar a Walter Benjamin como crítico literario y ensayista como habría sido recomendar a Kafka en 1924 como novelista y escritor de cuentos. Para describir su trabajo en forma adecuada y a él como autor dentro de nuestro usual marco de referencia, tendría que hacer varias declaraciones negativas, tales como: su erudición fue grande, pero no era un erudito; sus temas comprendían textos y su interpretación, pero no era un filólogo; no lo atraía mucho la religión pero sí la teología y el tipo de interpretación teológica por la que el texto en sí es sagrado, pero no era teólogo y no sentía un interés particular por la Biblia; era un escritor nato, pero su mayor ambición fue producir una obra que consistiera sólo en citas; fue el primer alemán que tradujo a Proust (junto con Franz Hessel) y St.-John Perse., y antes de eso había traducido los Tableaux Parisiens de Baudelaire, pero no era traductor; revisó varios libros y escribió un número de ensayos sobre escritores vivos y muertos, pero no era crítico literario; escribió un libro sobre el barroco alemán y dejó un estudio sin terminar sobre el siglo XIX francés, pero no era historiador, literario ni otro: trataré de demostrar que pensaba en forma poética, pero no era ni poeta ni filósofo.
 
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En otras palabras, aquello que fascinó profundamente a Benjamin desde un principio nunca fue una idea, sino siempre un fenómeno. “Lo que parece paradójico sobre todas las cosas que con justicia son llamadas hermosas es el hecho de que lo parezcan” (Schriften, I, 349), y esta paradoja o, más sencillamente, la maravilla de la apariencia, siempre estuvo en el centro de sus preocupaciones.
 
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En esta forma de “fragmentos de pensamiento”, las citas poseen la doble tarea de interrumpir el flujo de la presentación con la “fuerza trascendente” (Schriften , I, 142-43) y al mismo tiempo, de concentrar dentro de ellas aquello que se presenta.
 
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Ya he mencionado que la mayor pasión de Benjamin era la de coleccionar. Comenzó muy temprano con lo que él mismo denominó “bibliomanía” pero luego se extendió a algo mucho más característico, no tanto de la persona sino de su trabajo: la colección de citas.
 
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Benjamin dijo que la verdad no es “una revelación que destruye el secreto, sino la revelación que le hace justicia”
 
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Al igual que el revolucionario, el coleccionista “sueña no sólo con un mundo lejano sino, al mismo tiempo, con un mundo mejor donde no se le proporcione a la gente aquello que necesita más que en el mundo ordinario, sino donde las cosas estén liberadas de la labor monótona de la utilidad”
 
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Coleccionar es la redención de las cosas, que es complementar la redención del hombre. Incluso la lectura de sus libros es algo cuestionable para un verdadero bibliófilo: “‘¿Y ha leído todo esto?’, le preguntó un admirador de su biblioteca a Anatole France. ‘Ni la décima parte. No creo que usted utilice su porcelana Sèvres todos los días’” (“Desembalando mi biblioteca”). (En la biblioteca de Benjamin había colecciones de libros infantiles extraños y de libros de autores mentalmente trastornados; como no le interesaba ni la psicología ni la psiquiatría infantil, estos libros, al igual que muchos otros, “no le servían para nada, ni como diversión ni como instrucción”). Íntimamente relacionado con esto se halla el carácter de fetiche que Benjamin reclamaba de manera explícita para los objetos coleccionados. El valor de la autenticidad que es decisivo tanto para el coleccionista como para el mercado determinado por éste ha reemplazado el “culto al valor” y es su secularización.
 
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Hablar sobre poetas es una tarea incómoda; los poetas son para ser citados y no para hablar sobre ellos. Aquellos cuya especialidad es la literatura y entre los cuales encontramos a “los estudiosos de Brecht” han aprendido a sobreponerse a esta incomodidad, pero no soy uno de ellos. Sin embargo, la voz de los poetas nos concierne a todos, no sólo a los críticos y eruditos; nos concierne en nuestras vidas privadas y también en tanto que somos ciudadanos. No necesitamos tratar a los poetas engagé para sentimos justificados al hablar de ellos desde un punto de vista político, como ciudadanos; sin embargo, para una persona no-literaria parece más fácil comprometerse a esta actividad si las actitudes y compromisos políticos han jugado un rol importante en la vida y la obra de un autor, como sucedió con Brecht. Lo primero que hay que señalar es que los poetas no siempre han sido ciudadanos buenos y confiables; el mismo Platón, un gran poeta disfrazado de filósofo, no fue el primero en sentirse preocupado y molesto por los poetas. Siempre hubo problemas con ellos; siempre han mostrado una tendencia deplorable al mal comportamiento, y en nuestro siglo, su mala conducta ha sido a veces de mayor preocupación para los ciudadanos de lo que era anteriormente. Sólo necesitamos recordar el caso de Ezra Pound. El gobierno de los Estados Unidos decidió no llevarlo a juicio por traición durante la guerra porque podía apelar insania, y un comité de poetas hizo, en cierta forma, lo que el gobierno decidió no hacer (lo juzgó) y el resultado fue un premio por haber escrito la mejor poesía de 1948. Los poetas lo honraron sin tener en cuenta su mala conducta o insania. Ellos juzgaron al poeta; no les competía juzgar al ciudadano. Y como ellos mismos eran poetas, pudieron haber pensado en los términos de Goethe: “Dichter sündgen nicht schwer”; es decir, que los poetas no cargan un peso tan pesado de culpa cuando se comportan mal, no deben tomarse muy en serio sus pecados. Sin embargo, Goethe hada referencia a una clase distinta de pecados, pecados ligeros, como Brecht cuando habla de cuando, en su irresistible deseo de decir las verdades menos esperadas (lo que en realidad era una de sus grandes virtudes) declara: “En mí tienen a un hombre en el que no pueden confiar”, sabiendo muy bien que aquello que las mujeres más deseaban en sus hombres era confiabilidad, aquello que los poetas menos pueden dar. No pueden darlo porque aquellos cuya tarea es elevarse deben esquivar la solemnidad. No pueden sentirse atados y, por lo tanto, no pueden tener tantas responsabilidades como los otros.
 
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