Cuando pensamos en los tiempos de oscuridad y en las
personas que vivían y se movían en ellos, tenemos que tener también en cuenta
este camuflaje que emana y es difundido por el círculo gobernante de una nación
(o “el sistema” como se lo denominaba entonces). Si la función del reino
público es echar luz sobre los sucesos del hombre al proporcionar un espacio de
apariencias donde puedan mostrar de palabra y obra, para bien o para mal,
quiénes son y qué pueden hacer, entonces la oscuridad ha llegado cuando esta
luz se ha extinguido por “lagunas de credibilidad” y un “gobierno invisible”,
por un discurso que no revela lo que es sino que lo esconde debajo de un
tapete, por medio de exhortaciones (morales y otras) que, bajo el pretexto de
sostener viejas verdades, degradan toda verdad a una trivialidad sin sentido.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad en el Prefacio
Reflexiones sobre
Lessing
… un honor nos da una poderosa lección de modestia, pues
implica que no nos corresponde a nosotros juzgar nuestros propios méritos como
juzgamos los méritos y logros de los demás.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Me parece que nada en nuestra época es más dudoso que
nuestra actitud hacia el mundo,
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Lessing nunca hizo las paces con el mundo donde vivía. Le
gustaba “desafiar prejuicios” y “decir la verdad a los subordinados a la
corte”. Por caro que haya pagado estos placeres, eran placeres literarios. Una
vez, cuando intentaba explicar el origen del “placer trágico”, dijo que “todas
las pasiones, aun las más desagradables, son agradables en tanto que pasiones”
porque “nos hacen… más conscientes de nuestra existencia, nos hacen sentir más
reales”. Es sorprendente cómo estas frases nos recuerdan la doctrina griega de
las pasiones, que consideraba, por ejemplo, la ira como una de las pasiones
agradables, pero incluía la esperanza y el temor entre las pasiones malas. Esta
evaluación se basa en diferencias en la realidad, igual que en Lessing; no, sin
embargo, en el sentido de que la realidad se mide por la fuerza con que la
pasión afecta al alma sino por la cantidad de realidad que la pasión le
transmite. En la esperanza, el alma ignora la realidad, como en el temor, la
rehuye. Pero la ira, y sobre todo la ira de Lessing, revela y expone al mundo
del mismo modo que el tipo de risa de Lessing en Minna von Barnhelm trata de
lograr la reconciliación con el mundo. Esa risa nos ayuda a encontrar un lugar
en el mundo, pero irónicamente, sin tener que vender el alma para ello. El
placer, que fundamentalmente es la conciencia intensificada de la realidad,
salta de una franqueza apasionada al mundo y al amor por él. Ni siquiera el
hecho de saber que el mundo puede destruir al hombre desmerece el “placer trágico”.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Los fermenta cognitionis que Lessing esparció por el mundo
no tenían por objeto comunicar conclusiones sino estimular a otros al
pensamiento independiente, y esto con el solo propósito de crear un discurso
entre pensadores. El pensamiento de Lessing no es el silencioso (platónico)
diálogo entre yo y mí mismo, sino un diálogo anticipado con otros, y esta es la
razón por la que es esencialmente polémico. Aunque hubiese logrado conseguir su
discurso con otros pensadores independientes y escapar así a una soledad que,
para él en particular, paralizaba todas las facultades, no habría sido fácil
convencerlo de que esto ponía todo en orden. Pues lo que estaba equivocado, y
lo que ningún diálogo ni pensamiento independiente podía arreglar, era el
mundo, es decir, la cosa que surge entre las personas y en la que todo aquello
que los individuos llevan con ellos de manera innata puede tornarse visible y
audible. En los doscientos años que nos separan de la época en que vivió
Lessing, muchas cosas han cambiado con referencia a esto, aunque pocas han
cambiado para mejor. Los “pilares de las verdades más conocidas” (para seguir
con su metáfora), que en esa época se tambaleaban, hoy yacen destruidos; ya no
necesitamos a la crítica ni a los hombres sabios para que los sigan sacudiendo.
Sólo necesitamos mirar a nuestro alrededor para ver que estamos de pie en medio
de una montaña de escombros de aquellos pilares.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
… ¿los seres humanos deben ser tan viles que son incapaces
de actuar humanamente a menos que sean acicateados y por lo tanto obligados por
su propio dolor cuando ven sufrir a los demás?
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
No podemos dominar el pasado más de lo que podemos
deshacerlo. Sin embargo, podemos reconciliarnos con él. Y la forma de hacerlo
es el lamento, que surge a partir de cualquier recuerdo.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Ninguna filosofía, análisis o aforismo, por profundo que
sea, puede compararse en intensidad y riqueza de significado con una historia
bien narrada.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
La pregunta es cuánta realidad debe retenerse incluso en un
mundo inhumano si no queremos reducir la humanidad a una frase vacía o un
fantasma. O para decirlo en otras palabras, ¿hasta qué punto seguimos obligados
con el mundo cuando nos han echado de él o nos hemos retirado de éste? No deseo
aseverar que la “emigración interior”, la huida del mundo hacia el escondite,
de la vida pública al anonimato (cuando eso es lo que en realidad fue y no sólo
un pretexto para hacer lo que todos hicieron con suficientes reservas
interiores para salvar la propia conciencia), no era una actitud justificada, y
en muchos casos, la única posible. Siempre y cuando no se ignore la realidad,
puede justificarse la huida del mundo en épocas oscuras de impotencia, aunque
se reconozca como algo que se debe evitar. Cuando una persona elige esta
alternativa, también la vida privada puede retener una realidad de ninguna
manera insignificante, aunque permanezca impotente. Sólo es importante que esa
persona se dé cuenta de que el carácter real de esta realidad no consiste en su
nota profundamente personal, más de lo que surge de la intimidad como tal, sino
que es inherente al mundo del cual ha escapado. Esta persona deberá recordar
que siempre está huyendo y que la realidad del mundo se expresa entonces a
través de ese escape. Por lo tanto, la verdadera fuerza del escapismo surge de
la persecución, y la fuerza personal del fugitivo aumenta a medida que aumentan
la persecución y el peligro.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Estamos acostumbrados a ver la amistad como un fenómeno de
intimidad, donde los amigos abren sus corazones sin tener en cuenta el mundo y
sus demandas. Rousseau y no Lessing es quien mejor defiende este punto de vista
que concuerda tan bien con la actitud básica del individuo moderno, que en su
alienación del mundo sólo puede revelarse verdaderamente en la intimidad y en
la intimidad de encuentros cara-a-cara. Por lo tanto, nos resulta difícil
comprender la importancia política de la amistad. Cuando leemos, por ejemplo,
en Aristóteles que philia, amistad entre ciudadanos, es uno de los requisitos
fundamentales del bienestar de la ciudad, tendemos a pensar que hacía
referencia a la mera ausencia de facciones y de guerra civil dentro de ella.
Pero para los griegos, la esencia de la amistad consistía en el discurso.
Sostenían que sólo el intercambio constante de ideas unía a los ciudadanos en
una polis. En el discurso, la importancia política de la amistad y su peculiar
humanidad quedaban de manifiesto. Esta plática (en contraste con la charla
ínfima donde los individuos hablan sobre sí mismos), por muy impregnada que
esté del placer en la presencia del amigo, se relaciona con el mundo común, que
permanece “inhumano” en un sentido muy literario a menos que los seres humanos
hablen constantemente de él. Pues el mundo no es humano sólo porque está hecho
por seres humanos, y no se vuelve humano sólo porque la voz humana resuene en
él sino sólo cuando se ha convertido en el objeto de discurso. Sin embargo, por
mucho que nos afecten las cosas del mundo, por profundo que nos estimulen, sólo
se tornan humanas para nosotros cuando podemos discutirlas con nuestros
semejantes. Aquello que no pueda convertirse en objeto de discurso (lo
verdaderamente sublime, lo verdaderamente horrible o lo sobrenatural) puede
hallar una voz humana a través de la cual sonar en el mundo, pero esto no es
con exactitud humano. Humanizamos aquello que está sucediendo en el mundo y en
nosotros mismos con el mero hecho de hablar sobre ello y mientras lo hacemos
aprendemos a ser humanos. Los griegos denominaban esta humanidad que se
adquiere en el discurso de amistad philanthropia, “amor por el hombre”, dado
que se manifiesta en una prontitud a compartir el mundo con otros hombres. Lo
opuesto, misantropía, significa simplemente que el misántropo no encuentra a
nadie con quien compartir el mundo, que a nadie considera apto para regocijarse
con él del mundo, la naturaleza y el cosmos. La filantropía griega sufrió
varios cambios antes de convertirse en la humanitas romana. El más importante
de estos cambios correspondió al hecho político de que en Roma las personas de
orígenes étnicos y descendencias muy diferentes podían adquirir la ciudadanía
romana y entrar así en el discurso entre los romanos cultivados y podían
entonces discutir el mundo y la vida con ellos. Y este medio ambiente político
es lo que distingue la humanitas romana de aquello que los modernos denominan
humanidad, con lo cual se refieren a un mero efecto de la educación.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
El tema de los “dioses limitados”, de las limitaciones del
entendimiento humano, limitaciones que la razón especulativa puede señalar y,
por lo tanto, trascender, se convirtieron en el gran objeto de las críticas de
Kant. Pero sea lo que fuere que las actitudes de Kant puedan tener en común con
las de Lessing (de hecho, tienen mucho en común), los dos pensadores diferían
en un punto decisivo. Kant se dio cuenta de que no puede haber una verdad
absoluta para el hombre, por lo menos no en un sentido teórico. Por cierto, que
habría estado preparado a sacrificar la verdad ante la posibilidad de la
libertad humana; pues si poseyéramos la verdad no podríamos ser libres. Pero no
habría estado de acuerdo con Lessing acerca de que la verdad, si realmente
existía, podía ser sacrificada sin duda alguna a la humanidad, a la posibilidad
de la amistad y del discurso entre los hombres. Kant sostenía que existe un
absoluto, el deber del imperativo categórico que está por encima de los hombres
es decisivo en todos los asuntos humanos y no puede infringirse ni siquiera por
el bien de la humanidad en cada uno de los sentidos de la palabra. Los críticos
de la ética kantiana han denunciado con frecuencia que esta tesis es inhumana y
despiadada. Sean cuales fueren los méritos de sus argumentos, es innegable la
inhumanidad de la filosofía moral de Kant. Y esto es así porque el imperativo
categórico está postulado como absoluto y su carácter de absoluto introduce al
mundo interhumano (que por su naturaleza consiste en relaciones) algo que está
en contra de su relatividad fundamental. La inhumanidad que está unida al
concepto de una sola verdad surge con una particular claridad en el trabajo de
Kant porque intentó basar la verdad en la razón práctica; es como si él, que
señaló de manera tan inexorable los límites cognoscitivos no soportara pensar
que tampoco en la acción el hombre puede comportarse como un dios. Lessing, sin
embargo, se alegraba de lo único que siempre molestó a los filósofos (al menos
desde Parménides y Platón): que la verdad, en cuanto se la dice, se transforma
de inmediato en una opinión entre muchos, se la discute, se la reformula y se
la reduce a un sujeto de discurso entre otros. La grandeza de Lessing no
consiste meramente en el discernimiento teórico de que no puede haber una sola
verdad dentro del mundo humano sino en su alegría de que no exista y que, por
lo tanto, el interminable discurso entre los hombres jamás cesará mientras el
hombre siga existiendo. Una sola verdad absoluta, de haber existido, habría
sido la muerte de todas esas disputas en las que este predecesor y maestro de
toda polémica en idioma alemán se sentía tan cómodo y siempre tomaba partido
con la mayor claridad y definición.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Hoy en día, es raro encontrar personas que se crean dueñas
de la verdad; sin embargo, nos enfrentamos constantemente a personas que están
seguras de tener razón.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Lessing también vivía en un “tiempo de oscuridad” y después
de su propia moda fue destruido por su oscuridad. Hemos visto la poderosa
necesidad que tienen los hombres en esas épocas de acercarse unos a otros para
buscar en la calidez de la intimidad el sustituto de esa luz y esa iluminación
que sólo puede brindar el reino público. Pero esto significa que evitan las
disputas y tratan de relacionarse sólo con personas con las que no pueden tener
conflicto. Para un hombre de la disposición de Lessing, no había demasiado
espacio en una época así y en un mundo tan confinado; allí donde la gente se
urna para brindarse calor unos a otros, se alejaban de él. Y sin embargo
Lessing, que era polémico al punto de la pugnacidad, no soportaba la soledad
más que la excesiva cercanía de una fraternidad que borraba toda distinción.
Nunca se sintió inclinado a pelearse con alguien con quien había entrado en
disputa; sólo le interesaba humanizar el mundo a través del discurso incesante
y continuo sobre sus asuntos y sus cosas. Quería ser amigo de muchos hombres,
pero no ser hermano de ninguno.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Esto es para admitir que no era una marxista ortodoxa, y de
hecho, tan poco ortodoxa que podría dudarse de si era marxista. Nettl declara
justamente que para ella, Marx no era otra cosa que “el mejor intérprete de la
realidad de todos ellos”, y el hecho de que escribiera “Ahora siento horror por
el tan alabado primer volumen de El Capital de Marx debido a sus ornamentos
rococó al estilo Hegel”. Revela su falta de compromiso personal. Lo que más
importaba desde su punto de vista era la realidad, en todos sus maravillosos y
horrorosos aspectos, aún más que la revolución en sí. Su heterodoxia era
inocente y nada polémica; “recomendaba a sus amigos que leyeran a Marx por ‘lo
atrevido de sus pensamientos y su rechazo a dar algo por sentado’, en lugar de
por el valor de sus conclusiones. Sus errores… eran evidentes en sí mismos…;
esa es la razón por la cual [ella] nunca se molestó en comprometerse en una
crítica prolongada”. Todo esto es bastante obvio en The Accumulation of
Capital, del cual sólo Franz Mehringfue lo suficientemente desprejuiciado como
para llamarlo “un logro fascinante y verdaderamente magnífico sin igual desde
la muerte de Marx”. La tesis central de esta “curiosa obra de carácter” es
bastante simple. Como el capitalismo no demostró ningún signo de colapso “bajo
el peso de sus contradicciones económicas”, comenzó a buscar una causa externa
que explicara su existencia y crecimiento continuos. Lo halló en la denominada
teoría del tercer hombre, es decir, en el hecho de que el proceso de
crecimiento no era meramente la consecuencia de leyes naturales que dirigían la
producción capitalista sino en la continua existencia de sectores precapitalistas
en el país que el “capitalismo” capturó y llevó a su esfera de influencia. Una
vez que este proceso se expandió a todo el territorio nacional, los
capitalistas se vieron obligados a buscar otras partes de la tierra, otras
tierras precapitalistas, para llevarlos al proceso de acumulación de capital
que se alimentaba de lo que estuviera fuera de sí mismo. En otras palabras, la
“original acumulación de capital” de Marx no era, como el pecado original, un
hecho único, una acción única de expropiación por la burguesía naciente,
estableciendo un proceso de acumulación que luego seguiría “con necesidad de
hierro” su propia ley inherente hasta el colapso final. Por el contrario, debía
repetirse la expropiación una y otra vez para mantener el sistema en movimiento.
Por lo tanto, el capitalismo no era un sistema cerrado que generaba sus propias
contradicciones y estaba “cargado de revolución”; se alimentaba de factores
externos y su colapso automático sólo podía ocurrir, si es que ocurría, cuando
se hubiese conquistado y devorado toda la superficie de la Tierra.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Nettl señala con corrección la excelente relación de Rosa
Luxemburgo con su familia, sus padres, sus hermanos, su hermana, su sobrina,
ninguno de los cuales jamás mostró la menor inclinación hacia las convicciones
socialistas o hacia las actividades revolucionarias y que, sin embargo,
hicieron todo lo que pudieron para ayudarla cuando tenía que esconderse de la
policía o estaba en prisión. Vale la pena mencionar esto pues nos da una visión
de este único medio familiar judío sin el cual la emergencia del código ético
del grupo de camaradas sería casi incomprensible. El secreto compensador de
aquellos que siempre trataron al prójimo como un semejante (y casi nadie más)
era la simple experiencia de un mundo infantil donde el respeto mutuo y la
confianza incondicional, una humanidad universal y un desprecio genuino, casi
ingenuo, por las distinciones sociales y étnicas, se daban por sentado. Aquello
que los miembros del grupo de camaradas tenían en común era lo que sólo puede
llamarse gusto moral, que es tan diferente de los “principios morales”; la
autenticidad de su moralidad la deben al hecho de haber crecido en un mundo que
no estaba en desorden. Esto les daba esa “rara confianza en sí mismos”, tan
inquietante para el mundo en el cual nacieron y amargamente resentida como
arrogancia y presunción. Este medio, y nunca el partido alemán, fue y siguió
siendo el hogar de Rosa Luxemburgo. El hogar era movible hasta cierto punto y
como era predominantemente judío no coincidió con ninguna “patria”.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Nettl llama la historia de Leo Jogiches y Rosa Luxemburgo
“una de las grandes y trágicas historias de amor del socialismo” y no hay
necesidad de discutir este veredicto si se entiende que no fueron los celos
“ciegos y suicidas” los que causaron la tragedia final de sus relaciones sino
la guerra y los años de prisión, la condenada revolución alemana y el
sangriento final.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Nunca sabremos cuántas de las ideas políticas de Rosa
derivaron de Jogiches; en el matrimonio, no siempre es fácil separar las ideas
de los cónyuges. Pero el hecho de haber fracasado allí donde Lenin triunfó fue
tanto una consecuencia de las circunstancias (era polaco y judío) como de una
menor importancia social. De cualquier manera, Rosa Luxemburgo habría sido la
última en acusarlo de esto. Los miembros del grupo de camaradas no se juzgaban
unos a otros en estas categorías. El mismo Jogiches pudo haber estado de
acuerdo con Eugene Leviné, también un ruso judío, aunque más joven, en: “Somos
hombres muertos con licencia”. Fue esta predisposición aquello que lo separó de
los demás; pues ni Lenin, ni Trotsky ni la misma Rosa Luxemburgo pudieron haber
estado de acuerdo con estas líneas. Después de la muerte de Rosa, Jogiches se
negó a abandonar Berlín por causas de seguridad: “Alguien tiene que quedarse a
escribir los epitafios”. Fue arrestado dos meses después de la muerte de
Liebknecht y Luxemburgo y lo mataron por la espalda en la parte trasera del
destacamento de policía. Se supo el nombre del asesino, pero “jamás se hizo
ningún intento por castigarlo”; mató a otro hombre del mismo modo y luego
continuó su “carrera en ascenso en la policía prusiana”. Estas eran las
“costumbres” de la República de Weimar.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Nadie puede ser tan ciudadano del mundo como es ciudadano de
su país.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Poco importa qué forma asuma un gobierno mundial con un
poder centralizado en todo el globo, la noción misma de una ley soberana que
gobierne toda la Tierra, y posea el monopolio de todos los medios de violencia,
sin ser verificada y controlada por otras potencias soberanas, no sólo es una
repugnante pesadilla de tiranía, sino que sería el fin de toda vida política,
tal como la conocemos.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Poco importa qué forma asuma un gobierno mundial con un
poder centralizado en todo el globo, la noción misma de una ley soberana que
gobierne toda la Tierra, y posea el monopolio de todos los medios de violencia,
sin ser verificada y controlada por otras potencias soberanas, no sólo es una
repugnante pesadilla de tiranía, sino que sería el fin de toda vida política,
tal como la conocemos. Un ciudadano es por definición un ciudadano entre
ciudadanos de un país entre países. Sus derechos y deberes deben estar
definidos y delimitados, no sólo por los de sus conciudadanos sino también por
los límites de un territorio. La filosofía puede concebir la tierra como el
suelo patrio de la humanidad y como una ley no-escrita, eterna y válida para
todos. La política trata sobre los hombres, nativos de muchos países y
herederos de muchos pasados; sus leyes son las cercas positivamente
establecidas que encierran, protegen y limitan el espacio donde la libertad no
es un concepto sino una realidad política y viviente. El establecimiento de un
estado mundial soberano, lejos de ser el requisito previo para la ciudadanía
mundial, sería el fin de la ciudadanía. No sería el punto culminante de la
política mundial, sino literalmente su fin.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Una filosofía que concibe la verdad y la comunicación como
una única cosa ha dejado de lado la proverbial torre de marfil de la mera
contemplación. El pensamiento se toma práctico, aunque no pragmático; es una
especie de práctica entre hombres, no el desenvolvimiento de un individuo en su
soledad auto-elegida. Por lo que sé, Jaspers es el primero y único filósofo en
haber protestado contra la soledad, a quien la soledad pareció “perniciosa” y
quien se ha atrevido a cuestionar “todo pensamiento, toda experiencia, todo
contenido” bajo este único aspecto: “¿Qué significan para la comunicación?
¿Estos ayudarán o impedirán la comunicación? ¿Seducen hacia la soledad u
originan la comunicación?”. Las Filosofía ha perdido tanto su humildad ante la
teología como su arrogancia con respecto a la vida común del hombre. Se ha
convertido en ancilla vitae
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Una filosofía de la humanidad se distingue de una filosofía
del hombre por su insistencia en el hecho de que no es un Hombre, hablándose a
sí mismo en el diálogo de la soledad, sino hombres hablando y comunicándose
entre sí, los que habitan la tierra.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Para poder comprender la importancia filosófica del concepto
de Jaspers sobre la humanidad y la ciudadanía mundial, sería acertado recordar el
concepto de humanidad de Kant y la noción de Hegel sobre la historia mundial,
dado que ellos dos constituyen su medio ambiente tradicional. Kant veía la
humanidad como un último resultado posible de la historia Afirma que la
historia no ofrecería otra cosa que la visión de “melancólica casualidad”
(trostloses ungefähr) si no existiera una esperanza justificada de que las
acciones desconectadas e impredecibles de los hombres podrían originar una
humanidad como una comunidad unida desde el punto de vista político junto con
la humanidad del hombre totalmente desarrollada. Lo que se ve “de las acciones
de los hombres en el gran escenario del mundo… parece estar entremezclado con
locura, vanidad infantil, malicia infantil y ansias de destrucción”, y sólo puede
adquirir significado si suponemos que existe una secreta “intención de la
naturaleza en este curso sin sentido de los asuntos humanos” que trabaja a
espaldas de los hombres. Es interesante notar, y característico de nuestra
tradición de pensamiento político, que fue Kant y no Hegel el primero en
concebir una sagaz fuerza secreta para hallar algún significado en la historia
política. La experiencia que yace detrás de esto es la de Hamlet: “Nuestros
pensamientos son nuestros, sus fines no nos pertenecen”, excepto que esta
experiencia fue en particular humillante para una filosofía cuyo centro era la
dignidad y la autonomía del hombre. Para Kant, la humanidad era el estado ideal
en el “futuro muy lejano” donde la dignidad del hombre coincidiría con la
condición humana de la tierra. Pero este estado ideal pondría necesariamente un
punto final a la política y a la acción política tal como la conocemos en la
actualidad y cuyas locuras y vanidades quedan registradas en la historia. Kant
prevé un futuro muy lejano cuando la historia del pasado de haya convertido en
“la educación de la humanidad, según palabras de Lessing. La historia de la
humanidad no tendría entonces “mayor interés que la historia natural, donde se
considera el estado actual de cada especie como el telos inherente a todo
desarrollo previo, su fin en el doble sentido de propósito y conclusión. Para
Hegel la humanidad se manifiesta a sí misma en el “espíritu del mundo”; en su
quintaesencia está siempre allí en una de sus etapas históricas de desarrollo,
pero nunca puede llegar a convertirse en una realidad política. También tiene
su origen en una sagaz fuerza secreta; pero “el artificio de la razón” es
distinto de “la astucia de la naturaleza”, en tanto que sólo puede ser
percibida por la mirada contemplativa del filósofo, para quien sólo tiene
sentido la cadena de sucesos sin sentido y aparentemente arbitrarios. El punto
culminante de la historia mundial no es el surgimiento real de la humanidad,
sino el momento en que el espíritu mundial adquiere timidez en una filosofía,
cuando lo Absoluto se revela por fin al pensamiento. La historia mundial, el
espíritu mundial y la humanidad casi no poseen connotaciones políticas en la
obra de Hegel, a pesar de los fuertes impulsos políticos del joven Hegel. Se convirtieron
de inmediato, y con bastante acierto, en las ideas principales de las ciencias
históricas, pero siguieron sin una influencia notable en la ciencia política.
Fue en Marx, quien decidió “volver a poner a Hegel sobre sus pies”, es decir,
cambiar la interpretación de la historia por el hecho de hacer historia, que
estos conceptos mostraron su importancia política. Y esta es una historia
totalmente diferente. Es obvio que no importa qué distante o cercana esté la
realización de la humanidad, sólo se puede ser ciudadano mundial dentro del
marco de las categorías de Kant. Lo mejor que puede sucederle a cualquier
individuo en el sistema hegeliano de revelación histórica del espíritu mundial
es tener la buena fortuna de nacer entre las personas correctas y en el momento
histórico correcto, de modo que el nacimiento de una persona coincida con la
revelación del espíritu mundial en este período en particular. Para Hegel, ser
miembro de la humanidad histórica significaba ser griego y no un bárbaro del
siglo V a. C., un ciudadano romano y no uno griego en los primeros siglos de
nuestra era, ser cristiano y no judío en la Edad Media, etcétera. Comparado con
Kant, el concepto de humanidad y de ciudadanía mundial de Jaspers es histórico;
comparado con Hegel, es político. De alguna manera combina la profundidad de la
experiencia histórica de Hegel con la gran sabiduría política de Kant. Sin
embargo, lo que distingue a Jaspers de ambos es decisivo. Jaspers no cree en la
“casualidad melancólica” de la acción política y las locuras de la historia
registrada ni tampoco en la existencia de una sagaz fuerza secreta que manipula
al hombre hacia la sabiduría. Ha abandonado el concepto de Kant de una “buena
voluntad que, al basarse en la razón, es incapaz de la acción. Ha roto tanto
con la desesperación como con la consolación del idealismo alemán en filosofía.
Si la filosofía debe convertirse en ancilla vitae, no hay duda de la función
que debe cumplir: según las palabras de Kant, tendrá que “llevar la antorcha
delante de su graciosa dama en lugar de la cola de su vestido, por detrás”. La
historia de la humanidad que prevé Jaspers no es la historia mundial de Hegel,
donde el espíritu mundial utiliza y consume país tras país, pueblo tras pueblo,
en las etapas de su realización gradual. Y la unidad de la humanidad en su
actual realidad está lejos de ser el consuelo o la recompensa de toda la
historia del pasado tal como deseaba que fuera Kant. Desde el punto de vista
político, la nueva y frágil unidad originada por el dominio técnico sobre la
tierra puede ser garantizada dentro de un marco de acuerdos mutuos universales,
que podrían conducir a una estructura federada mundialmente. Para esto, la
filosofía política no puede hacer más que describir y prescribir el nuevo
principio de acción política. Al igual que, según Kant, nada debería suceder
jamás en una guerra que imposibilitara una paz y reconciliación futuras, según
las implicaciones de la filosofía de Jaspers, nada debería suceder en la
actualidad que fuera contrario a la solidaridad existente de la humanidad.
Esto, a largo plazo, puede significar que debe descartarse la guerra del
arsenal de medios políticos, no sólo porque la posibilidad de una guerra
atómica pondría en peligro la existencia de toda la humanidad sino porque cada
guerra, sin importar lo limitada en el uso de medios y en territorio, afecta de
manera inmediata y directa a toda la humanidad. La abolición de la guerra, al
igual que la abolición de una pluralidad de estados soberanos también
albergarían sus propios peligros particulares; los distintos ejércitos con sus
viejas tradiciones y códigos de honor más o menos respetados serían
reemplazados por fuerzas policiales federadas, y nuestras experiencias con los
modernos estados policiales y gobiernos totalitarios, donde el viejo poder del
ejército es eclipsado por la creciente omnipotencia de la policía, no alcanzan
a convertirnos en superoptimistas sobre esta perspectiva. Sin embargo, todo
esto está en un futuro muy lejano.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
… la luz que ilumina el área pública es demasiado fuerte
como para ser halagadora.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Cuando ella (Isak Dinesen) se llamó a si misma Sherezada, se
refería a algo más que a los críticos literarios que luego siguieron su
ejemplo, más que sus relatos, el “Moi, je suis une conteuse et rien qu’une
conteuse”. Las Mil y Una Noches (para “ella estos cuentos estaban por encima de
todo”) no sólo eran entretenimientos; produjeron tres hijos varones. Y su
amante, que “cuando venía a la granja le preguntaba; ‘¿Tienes una historia?’ se
parecía al rey árabe quien “al ser inquieto le encantaba la idea de escuchar un
cuento”. Denys Finch-Hatton y su amigo, Berkeley Cole, pertenecían a la
generación de jóvenes que desde la Primera Guerra Mundial estuvieron en
desacuerdo con seguir las convenciones y cumplir con los deberes de la vida
cotidiana, con hacer carrera y desempeñar sus roles en una sociedad que los
aburría al máximo. Algunos se hicieron revolucionarios y vivían en la tierra de
ensueños del futuro; otros, por el contrario, elegían la tierra de ensueños del
pasado y vivían como “en un mundo que ya no existía”. Todos compartían la
fundamental convicción de que “no pertenecían a su siglo”. (En lenguaje
político, podría decirse que eran antiliberales siempre y cuando el liberalismo
significara aceptar el mundo tal como era junto con la esperanza de su
“progreso”; los historiadores saben hasta qué punto coinciden la crítica
conservativa y la crítica revolucionaria del mundo burgués). De todas formas,
deseaban ser “parias” y “desertores”, listos “a pagar por su obstinación” en
lugar de asentarse y fundar una familia. Denys Finch-Hatton iba y venía a su
antojo y nada estaba más lejos de su mente que el lazo del matrimonio. Nada
podía atarlo y hacerlo regresar excepto la llama de la pasión, y la mejor forma
de impedir que esa llama se extinguiera por el tiempo y la inevitable
repetición, por el hecho de conocerse demasiado bien y de haber oído todas las
historias, era crear nuevas incansablemente. Ella estaba tan ansiosa por
entretener como Sherezada y no menos consciente de que su fracaso significaría
su muerte.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
La historia revela el significado de aquello que de otra
manera seguiría siendo una secuencia insoportable de meros acontecimientos.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
¿Qué quiso significar Dios al crear el mundo, el mar y el
desierto, el caballo, los vientos, la mujer, el ámbar, los peces y el vino?”.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
La sabiduría es una virtud de la ancianidad y parece que
sólo le llega a aquellos que, durante la juventud, no fueron ni sabios ni
prudentes.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Hermann Broch fue poeta a pesar de sí mismo. El hecho de
haber nacido poeta y de no querer serlo fue un rasgo fundamental de su
naturaleza, inspiró la acción dramática del más importante de sus libros y se
convirtió en uno de los conflictos básicos de su vida. De su vida, no de su
psique; pues éste no era un conflicto psicológico que pudo haber sido expresado
en luchas psíquicas, sin otra consecuencia que aquello que el mismo Broch, con
un poco de ironía y otro de disgusto, denominó “clamor del alma”. Tampoco había
conflicto entre dones, como, por ejemplo, el don de la ciencia y la matemática
y el don imaginativo, poético. Dicho conflicto podía haber sido solucionado o,
de lo contrario podía haber producido belles-lettres pero nunca un verdadero
trabajo creativo. Además, un conflicto psicológico o una lucha entre varios
talentos nunca puede ser el rasgo fundamental de la naturaleza de un hombre,
dado que ésta siempre yace a un nivel más profundo que todos los dones y
talentos, que todas las peculiaridades y cualidades psicológicas descriptibles.
Estas últimas se originan en su naturaleza, se desarrollan según sus leyes o
son destruidas por la misma El circuito de la vida y la creatividad de Broch,
el horizonte en el que se movía su trabajo, en realidad no era un círculo; más
bien se parecía a un triángulo cuyos lados pueden ser etiquetados con total
precisión: Literatura-Conocimiento-Acción. Sólo el hombre en su carácter único
podía llenar la superficie del triángulo. Asignamos talentos totalmente
diferentes a estas tres actividades fundamentalmente distintas del hombre: la
obra artística, la científica y la política. Sin embargo, Broch se acercó al
mundo con el requerimiento, nunca expresado abiertamente, aunque siempre
latente e insistente, de que en su vida en la tierra el hombre debe hacer que
las tres coincidan y se vuelvan una. De la literatura exigía que tuviera la
misma validez que la ciencia, que la ciencia requiera ser “la totalidad del
mundo” como lo hace la obra de arte cuya “tarea es la constante recreación del
mundo”, y que ambas cosas juntas, el arte impregnado de conocimiento y el
conocimiento que ha adquirido visión, deberían comprender e incluir todas las
actividades prácticas y cotidianas del hombre.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Aquello que Broch entendía por literatura (¿Y quién otro se
había planteado antes la pregunta con la agudeza y profundidad que requiere?)
no era una simple cuestión de degeneración. Tampoco pensaba que la relación
entre literatura y verdadero arte fuese comparable con la de superstición y
religión en una época, religiosa o de seudociencia y ciencia en la moderna
época de las masas. Para Broch, la literatura es arte, o bien el arte se
convierte de inmediato en literatura en cuanto se aparta del sistema de valor
de control. L’art pour l’art en particular, que aparece bajo una apariencia
aristocrática y arrogante, proporcionándonos (como Broch bien sabía) obras
literarias tan convincentes, en realidad ya es literatura, como en el mundo de
lo comercial el lema “negocios son negocios” contiene dentro de sí la
deshonestidad del acaparador inescrupuloso, y como en la Primera Guerra Mundial
la atrevida máxima “La guerra es la guerra” ya había transformado la guerra en
un asesinato en masa. Existen muchos elementos característicos en esta
filosofía de valores de Broch. No sólo se trata de que definía la literatura
como “el mal en el sistema de valores del arte”. Se trata de que veía el
elemento criminal y el elemento del mal radical personificado en la figura del
hombre literario estético (en cuya categoría incluía por ejemplo a Nerón e
incluso a Hitler) y similar a la literatura Esto tampoco se debía al hecho de
que el mal se reveló ante el escritor en primer lugar en su propio “sistema de
valores”. Se debió más bien a su perspicacia sobre el carácter peculiar del
arte y de su enorme atracción para el hombre. Según Broch, la verdadera
seducción del mal, la cualidad de seducción en la figura del mal, es en primer
lugar un fenómeno estético. Estético en el más amplio sentido de la palabra;
los hombres de negocio cuyo credo es “Negocios son negocios” y los hombres de
estado que sostienen que “La guerra es la guerra” son literatos estéticos en el
“vado de valores”. Son estetas en cuanto se encantan con la consonancia de su propio
sistema y se convierten en asesinos porque están preparados a sacrificarlo todo
por esta consonancia, esta “hermosa” coherencia. De dichas cadenas de
pensamiento, que se hallan en distintas variaciones en sus primeros ensayos,
Broch desarrolló de manera bastante natural la posterior distinción entre
“sistemas abiertos y cerrados” y la identificación del dogmatismo con el mismo
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Sigamos con los ejemplos del propio Broch, Según él, el
“valor” inherente a la vocación del hombre de negocios, el valor por el que se
medirá todo y que debe ser también el único objetivo de la actividad comercial
es la honestidad. La riqueza que puede surgir a partir de una actividad
comercial debe ser un subproducto, un efecto nunca pensado como tal, así como
la belleza es un subproducto para el artista, el que sólo debe apuntar al
trabajo “bueno” y no al “hermoso”. Desear la riqueza, desear la belleza es,
desde el punto de vista moral, complacer al vulgo; desde el punto de vista
estético es literatura, y en el sentido de la teoría de valores es un absoluto
dogmático de un área especial. Si Platón hubiese elegido este ejemplo (lo que
no podría haber hecho dado que, de acuerdo con el punto de vista griego, sólo
veía el comercio en términos de codicia y por lo tanto lo consideraba una
ocupación carente de sentido), habría visto el objetivo inherente de la
vocación como un intercambio de bienes entre hombres y naciones. Tal vez,
dentro de este contexto, no se le habría ocurrido jamás la noción de
honestidad. Ahora bien, revirtamos el caso y elijamos un ejemplo platónico que
el trabajo de Broch sólo sugiere. Platón define el objetivo del arte de la
medicina como la preservación o el restablecimiento de la salud. En cambio,
Broch sustituiría salud por ayuda. El médico visto en relación con la salud y
el médico como ayudante son dos puntos de vista incompatibles. Platón no
permite ninguna duda sobre la cuestión y explica, como si fuera una verdad
aparente, que uno de los deberes del médico es permitir que mueran aquellos a
quienes no puede curar y no prolongar la vida de los enfermos con artes médicas
no garantizadas. Los asuntos del hombre están subordinados a una norma
extrahumana. El hombre “no es la medida de todo”; e incluso, la vida misma
puede no ser la medida de todos los asuntos humanos. Estos principios conforman
el núcleo de la filosofía política de Platón. Sin embargo, toda la filosofía
cristiana y post-cristiana supone, al principio en forma tácita y luego más
explícita a partir del siglo XVII, que la vida es el mayor de los bienes, o el
valor en sí mismo, y que la falta de valor absoluta es la muerte. Esto mismo
supone Broch. Esta valoración fundamental de la vida y la muerte es la
constante inalterable en la obra de Broch, desde el principio hasta el fin.
También forma el eje alrededor del cual gira toda su crítica social, su
filosofía del arte, su epistemología, su ética y su política.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Fama, esa diosa tan codiciada, posee varios rostros, y la
fama viene en muchas formas y tamaños: desde la notoriedad de una semana de la
historia principal de alguna revista hasta el esplendor de un nombre que
perdura para siempre. La fama póstuma es uno de los artículos más raros y menos
deseados de Fama, a pesar de que es menos arbitraria y a menudo más sólida que
los otros tipos, dado que sólo rara vez se concede sobre mera mercadería. El
que más pudo ganar está muerto y, por lo tanto, no a la venta. Esa fama
póstuma, que no es comercial ni rinde beneficios, ha caído hoy en Alemania
sobre el nombre y la obra de Walter Benjamin, un escritor judío-alemán que fue
conocido, aunque no famoso, como contribuyente de revistas y las secciones
literarias de los diarios durante menos de diez años anteriores a la subida de
Hitler al poder y a su propia emigración. Pocos eran los que aún recordaban su
nombre cuando eligió la muerte en aquellos primeros días de otoño de 1940, los
que para muchos de su origen y su generación marcaron el momento más oscuro de
la guerra: la caída de Francia, la amenaza de Inglaterra, el pacto todavía
intacto de Hitler y Stalin cuya consecuencia más temida en ese momento era la
estrecha cooperación de las dos fuerzas de policía secreta más poderosas de
Europa. Quince años después, fue publicada en Alemania una edición de dos
volúmenes de sus obras, hecho que le ganó un inmediato succès d’estime que fue
más allá del reconocimiento de aquellos pocos que conoció durante su vida. Y
como la mera reputación, por alta que sea, descansa en el juicio de los
mejores, nunca es suficiente para que escritores y artistas se ganen la vida
que sólo la fama, el testimonio de una multitud que no necesita tener un tamaño
astronómico, puede garantizar, me veo doblemente obligado a decir (con
Cicerón): Si vivi vicissent qui morte vicerunt (qué distinto habría sido todo
“si aquellos que ganaron la victoria en la muerte la hubiesen ganado en la
vida”). La fama póstuma es algo demasiado extraño como para culpar a la ceguera
del mundo o a la corrupción del medio literario. Tampoco puede decirse que es
la amarga recompensa de aquellos que se adelantaron a su tiempo, como si la
historia fuese una carrera donde algunos contendientes corren tan rápido que
simplemente desaparecen de la vista de los espectadores. Por el contrario, la
fama póstuma suele estar precedida por el reconocimiento más alto entre los
colegas. Cuando Kafka murió en 1924, de los pocos libros que había publicado
apenas se habían vendido unas doscientas copias, pero sus amigos literarios y
los pocos lectores que por accidente habían llegado a conocer esos breves
trozos de prosa (todavía no se había publicado ninguna de sus novelas) sabían
más allá de toda duda que era uno de los maestros de la prosa moderna. Walter
Benjamin había ganado ese reconocimiento temprano y no sólo entre aquellos
cuyos nombres eran desconocidos en esa época, tal como Gerhard Scholem, el
amigo de su juventud, y Theodor Wiesengrund Adorno, su primero y único
discípulo, ambos responsables de la edición póstuma de sus trabajos y sus cartas.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Ninguna sociedad puede funcionar correctamente sin una
clasificación, sin una disposición de las cosas y los hombres en clases y tipos
ordenados. Esta clasificación necesaria es la base para toda discriminación
social, y la discriminación, no obstante, la actual opinión sobre lo contrario,
es tanto un elemento constitutivo del reino social como la igualdad es un
elemento constitutivo de lo político. El punto es que, en la sociedad, todos
deben responder la pregunta: qué soy (diferente de quién soy) y la respuesta,
obviamente, nunca puede ser: Soy único, no por la arrogancia implícita sino
porque la respuesta carecería de sentido.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
El problema con todo lo que Benjamin escribió fue que
siempre resultó ser sui generis
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
La fama póstuma parece ser entonces la suerte de los
inclasificables, es decir, aquellos cuyos trabajos no encajan dentro del orden
existente ni introducen un nuevo género que lleve a una futura clasificación.
Los innumerables intentos de escribir “al estilo Kafka”, todos ellos rotundos
fracasos, sólo sirvieron para enfatizar el carácter único de Kafka, la absoluta
originalidad que no puede hallarse en ningún predecesor y no tiene seguidor.
Esto es lo que la sociedad no logra aceptar y a lo que siempre se verá
reticente de otorgar su sello de aprobación. Para decirlo de otro modo, en la
actualidad sería tan engañoso recomendar a Walter Benjamin como crítico
literario y ensayista como habría sido recomendar a Kafka en 1924 como
novelista y escritor de cuentos. Para describir su trabajo en forma adecuada y
a él como autor dentro de nuestro usual marco de referencia, tendría que hacer
varias declaraciones negativas, tales como: su erudición fue grande, pero no
era un erudito; sus temas comprendían textos y su interpretación, pero no era
un filólogo; no lo atraía mucho la religión pero sí la teología y el tipo de
interpretación teológica por la que el texto en sí es sagrado, pero no era
teólogo y no sentía un interés particular por la Biblia; era un escritor nato,
pero su mayor ambición fue producir una obra que consistiera sólo en citas; fue
el primer alemán que tradujo a Proust (junto con Franz Hessel) y St.-John
Perse., y antes de eso había traducido los Tableaux Parisiens de Baudelaire,
pero no era traductor; revisó varios libros y escribió un número de ensayos
sobre escritores vivos y muertos, pero no era crítico literario; escribió un
libro sobre el barroco alemán y dejó un estudio sin terminar sobre el siglo XIX
francés, pero no era historiador, literario ni otro: trataré de demostrar que
pensaba en forma poética, pero no era ni poeta ni filósofo.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
En otras palabras, aquello que fascinó profundamente a
Benjamin desde un principio nunca fue una idea, sino siempre un fenómeno. “Lo
que parece paradójico sobre todas las cosas que con justicia son llamadas
hermosas es el hecho de que lo parezcan” (Schriften, I, 349), y esta paradoja
o, más sencillamente, la maravilla de la apariencia, siempre estuvo en el
centro de sus preocupaciones.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
En esta forma de “fragmentos de pensamiento”, las citas
poseen la doble tarea de interrumpir el flujo de la presentación con la “fuerza
trascendente” (Schriften , I, 142-43) y al mismo tiempo, de concentrar dentro
de ellas aquello que se presenta.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Ya he mencionado que la mayor pasión de Benjamin era la de
coleccionar. Comenzó muy temprano con lo que él mismo denominó “bibliomanía”
pero luego se extendió a algo mucho más característico, no tanto de la persona
sino de su trabajo: la colección de citas.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Benjamin dijo que la verdad no es “una revelación que
destruye el secreto, sino la revelación que le hace justicia”
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Al igual que el revolucionario, el coleccionista “sueña no
sólo con un mundo lejano sino, al mismo tiempo, con un mundo mejor donde no se
le proporcione a la gente aquello que necesita más que en el mundo ordinario,
sino donde las cosas estén liberadas de la labor monótona de la utilidad”
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Coleccionar es la redención de las cosas, que es
complementar la redención del hombre. Incluso la lectura de sus libros es algo
cuestionable para un verdadero bibliófilo: “‘¿Y ha leído todo esto?’, le
preguntó un admirador de su biblioteca a Anatole France. ‘Ni la décima parte.
No creo que usted utilice su porcelana Sèvres todos los días’” (“Desembalando
mi biblioteca”). (En la biblioteca de Benjamin había colecciones de libros
infantiles extraños y de libros de autores mentalmente trastornados; como no le
interesaba ni la psicología ni la psiquiatría infantil, estos libros, al igual
que muchos otros, “no le servían para nada, ni como diversión ni como
instrucción”). Íntimamente relacionado con esto se halla el carácter de fetiche
que Benjamin reclamaba de manera explícita para los objetos coleccionados. El
valor de la autenticidad que es decisivo tanto para el coleccionista como para
el mercado determinado por éste ha reemplazado el “culto al valor” y es su
secularización.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
Hablar sobre poetas es una tarea incómoda; los poetas son
para ser citados y no para hablar sobre ellos. Aquellos cuya especialidad es la
literatura y entre los cuales encontramos a “los estudiosos de Brecht” han
aprendido a sobreponerse a esta incomodidad, pero no soy uno de ellos. Sin
embargo, la voz de los poetas nos concierne a todos, no sólo a los críticos y
eruditos; nos concierne en nuestras vidas privadas y también en tanto que somos
ciudadanos. No necesitamos tratar a los poetas engagé para sentimos
justificados al hablar de ellos desde un punto de vista político, como
ciudadanos; sin embargo, para una persona no-literaria parece más fácil
comprometerse a esta actividad si las actitudes y compromisos políticos han
jugado un rol importante en la vida y la obra de un autor, como sucedió con
Brecht. Lo primero que hay que señalar es que los poetas no siempre han sido
ciudadanos buenos y confiables; el mismo Platón, un gran poeta disfrazado de
filósofo, no fue el primero en sentirse preocupado y molesto por los poetas.
Siempre hubo problemas con ellos; siempre han mostrado una tendencia deplorable
al mal comportamiento, y en nuestro siglo, su mala conducta ha sido a veces de
mayor preocupación para los ciudadanos de lo que era anteriormente. Sólo
necesitamos recordar el caso de Ezra Pound. El gobierno de los Estados Unidos
decidió no llevarlo a juicio por traición durante la guerra porque podía apelar
insania, y un comité de poetas hizo, en cierta forma, lo que el gobierno
decidió no hacer (lo juzgó) y el resultado fue un premio por haber escrito la
mejor poesía de 1948. Los poetas lo honraron sin tener en cuenta su mala
conducta o insania. Ellos juzgaron al poeta; no les competía juzgar al
ciudadano. Y como ellos mismos eran poetas, pudieron haber pensado en los
términos de Goethe: “Dichter sündgen nicht schwer”; es decir, que los poetas no
cargan un peso tan pesado de culpa cuando se comportan mal, no deben tomarse
muy en serio sus pecados. Sin embargo, Goethe hada referencia a una clase
distinta de pecados, pecados ligeros, como Brecht cuando habla de cuando, en su
irresistible deseo de decir las verdades menos esperadas (lo que en realidad
era una de sus grandes virtudes) declara: “En mí tienen a un hombre en el que
no pueden confiar”, sabiendo muy bien que aquello que las mujeres más deseaban
en sus hombres era confiabilidad, aquello que los poetas menos pueden dar. No
pueden darlo porque aquellos cuya tarea es elevarse deben esquivar la
solemnidad. No pueden sentirse atados y, por lo tanto, no pueden tener tantas
responsabilidades como los otros.
Hannah Arendt
Hombres en tiempos de oscuridad
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