Extraterrestre



Cuando tengáis la oportunidad, salid y admirad el universo. El momento idóneo para hacerlo es por la noche, obviamente. Pero incluso si el único objeto celeste que podemos discernir es el sol de mediodía, el universo está allí, esperando a que le prestemos nuestra atención. Si hay algo que he aprendido es que el mero hecho de alzar la mirada nos ayuda a cambiar de perspectiva.
 
Avi Loeb
Extraterrestre
 
 
Este libro aborda una de estas cuestiones trascendentales, tal vez la que más: ¿estamos solos? A lo largo del tiempo, esta pregunta se ha formulado de distintas maneras. ¿La vida en la Tierra es la única del universo? ¿Los humanos son los únicos seres pensantes e inteligentes en la inmensidad del tiempo y el espacio? Una forma mejor y más precisa de formular la pregunta sería esta: a lo largo y ancho del universo, ¿existen o han existido jamás civilizaciones inteligentes que, como la nuestra, hayan explorado las estrellas y hayan dejado un rastro de sus empeños? Creo que, en 2017, cruzó por nuestro sistema solar un indicio que respalda la hipótesis de que la respuesta a la última pregunta es sí.
 
Avi Loeb
Extraterrestre (Introducción)
 
 
Con los años, he acabado albergando la certeza de que las leyes de la física dejan de aplicarse en solo dos sitios: en las singularidades y en Hollywood.
 
Avi Loeb
Extraterrestre
 
 
Aunque buscar las respuestas a las preguntas de la ciencia —tanto si conciernen al origen de la vida como al origen de todo— puede parecer uno de los actos humanos más arrogantes, la búsqueda en sí misma es humilde. Según todos los parámetros, una vida humana es ínfima; nuestros logros individuales solo son visibles cuando se suman a la montaña que se ha erigido durante generaciones enteras. Todos estamos subidos a hombros de nuestros predecesores; y nuestros hombros deben servir de base para el trabajo de aquellos que vendrán. Si olvidamos esto nos ponemos en peligro a nosotros mismos y a ellos.
 
Avi Loeb
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He descubierto que, cuando los abordamos con humildad, tanto la filosofía como el universo nos brindan esperanzas para hacerlo mejor.
 
Avi Loeb
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… tengo la impresión de que, a veces, la humanidad necesita un empujoncito.
 
Avi Loeb
Extraterrestre
 
 
Contemplar el cielo y el universo que hay más allá nos enseña a ser humildes. El espacio y el tiempo cósmicos tienen escalas gigantescas. Hay más de mil trillones de estrellas como el Sol en el volumen observable del universo, y los más afortunados entre nosotros vivimos apenas una cienmillonésima parte de la vida del Sol. Pero seguir siendo humildes no nos debería disuadir de intentar entender mejor nuestro universo. Más bien lo contrario, debería animarnos a ser más ambiciosos, a plantear preguntas difíciles que pongan en duda nuestras suposiciones y a buscar denodadamente pruebas, no «me gusta».
 
Avi Loeb
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Yo defiendo que la explicación más simple para estas peculiaridades es que el objeto fue creado por una civilización inteligente que no reside en la Tierra.
 
Avi Loeb
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Llegó a nuestro vecindario como un extraño, pero se fue siendo algo más. El objeto al que habíamos dado un nombre se había marchado y nos había dejado una ristra de preguntas sin respuesta que motivó un análisis meticuloso de los científicos y despertó la imaginación de todo el mundo. La palabra hawaiana oumuamua (que se pronuncia tal como se escribe) se podría traducir por «explorador». Cuando anunció la designación oficial del objeto, la Unión Astronómica Internacional definió oumuamua de forma un tanto diferente, como «primer mensajero lejano en llegar». Sea como fuere, el nombre implica claramente que el objeto fue el primero de otros que van a llegar.
 
Avi Loeb
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Los medios acabaron tildando a Oumuamua de «raro», «misterioso» y «extraño». Pero ¿en comparación con qué? En resumen, la respuesta es que este explorador era raro, misterioso y extraño si se lo comparaba con todos los demás cometas y asteroides descubiertos hasta entonces. En verdad, los científicos no podían ni siquiera afirmar con certeza que este explorador fuera un cometa o un asteroide. No es que no tuviéramos con qué compararlo. Cada año se descubren miles de asteroides, rocas áridas que surcan el espacio, y hay tantos cometas helados en nuestro sistema solar que nuestros instrumentos son incapaces de contarlos. Los visitantes interestelares son mucho más raros que los asteroides o los cometas. De hecho, cuando se descubrió a Oumuamua, nunca habíamos avistado un objeto que proviniese de fuera de nuestro sistema solar y que lo cruzara. Esta distinción se desvaneció enseguida, porque poco después de identificarse a Oumuamua se descubrió un segundo objeto interestelar. Y en el futuro es probable que encontremos muchos más, sobre todo gracias al próximo proyecto de sondeo LSST del Observatorio Vera C. Rubin. En cierta medida, ya estábamos esperando a estos visitantes incluso antes de que pudiéramos verlos. Las estadísticas sugieren que, aunque la cantidad de objetos interestelares que cruzan el plano orbital de la Tierra es minúscula con respecto a la cantidad de objetos que se originan dentro del sistema solar, tampoco es que sean poco corrientes. En resumen, la idea de que nuestro sistema solar sea anfitrión ocasional de objetos interestelares es asombrosa, pero no encierra ningún misterio. Y, al principio, los meros hechos de Oumuamua solo causaron estupor. Poco después de que el Instituto de Astronomía de la Universidad de Hawái anunciara el descubrimiento de Oumuamua, el 26 de octubre de 2017, científicos de todo el mundo analizaron los datos esenciales recopilados y convinieron en la mayor parte de los hechos básicos: la trayectoria, la velocidad y el tamaño aproximado de Oumuamua (tenía un diámetro de menos de cuatrocientos metros). Ninguno de estos detalles iniciales sugería que Oumuamua fuera extraño por ninguna razón más allá de su origen, fuera de nuestro sistema estelar. Pero al cabo de poco, los científicos que examinaban la plétora de datos empezaron a destacar las peculiaridades de Oumuamua, detalles que pronto nos hicieron poner en duda la suposición de que este objeto fuera un cometa o un asteroide normal y corriente, pese a ser interestelar. Apenas unas semanas después de su descubrimiento, a mediados de noviembre de 2017, la Unión Astronómica Internacional —la organización que bautiza los objetos recién identificados en el espacio— cambió la denominación de Oumuamua por tercera y última vez. Al principio, la UAI lo había llamado C/2017 U1, con ce de «cometa». Luego pasó a llamarlo A/2017 U1, con la a de «asteroide». Y al final, la UAI lo designó 1I/2017, con i de «interestelar». En ese momento, el hecho de que Oumuamua había venido del espacio interestelar era una de las pocas cosas en las que coincidía todo el mundo.
 
Avi Loeb
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Como físico, me fascina la omnipresencia de las leyes físicas que regulan nuestra existencia en este pequeño planeta que nos acoge. Cuando observo el cosmos, me asombra el orden, el hecho de que las leyes naturales que encontramos en la Tierra parezcan aplicarse hasta los mismos confines del universo. Y durante un largo periodo de tiempo, desde mucho antes de la llegada de Oumuamua, he albergado una idea fundamental: la omnipresencia de estas leyes naturales sugiere que, si hay vida inteligente en algún otro lugar, casi seguro que estará formada por seres que reconocen estas leyes omnipresentes y que están impacientes por ir adonde les lleven los indicios, encantados de teorizar, recopilar datos, probar teorías, pulirlas y volverlas a probar. Y en último término, igual que ha hecho la humanidad, de explorar.
 
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… los actos más triviales pueden tener extraordinarias consecuencias.
 
Avi Loeb
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Es habitual creer que la vida es una suma de los lugares que visitamos. Pero esto es una ilusión. La vida es una suma de sucesos, y estos sucesos son fruto de decisiones, pero solo algunas de ellas dependen de nosotros.
 
Avi Loeb
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… he aprendido que observar la inmensidad del espacio, contemplar el inicio y el fin de todo, allana el camino para responder a otra pregunta: «¿Qué es una vida digna de ser vivida?».
 
Avi Loeb
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Mucho antes de analizar los indicios sobre Oumuamua aprendí que, en todas las facetas de la vida, recabar las pruebas que se te presentan y analizarlas con fascinación, humildad y determinación lo puede cambiar todo; eso sí, siempre que nos abramos a las posibilidades que ofrecen los datos.
 
Avi Loeb
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Con el tiempo, he acabado apreciando la ciencia un poco más que la filosofía. Los filósofos invierten una cantidad ingente de tiempo a comerse la cabeza; los científicos se dedican a dialogar sin parar con el mundo. Plantean a la naturaleza una serie de preguntas y escuchan atentamente las respuestas de los experimentos.
 
Avi Loeb
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Para los científicos, lo que queda de una teoría después de su contacto con los datos es lo que se considera bonito.
 
Avi Loeb
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A veces, casi por accidente, algo excepcionalmente raro y especial se cruza en tu camino. La vida da un giro cuando ves claramente lo que tienes delante.
 
Avi Loeb
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Los beneficios de que los astrónomos hablen con sociólogos, antropólogos, politólogos y, por supuesto, filósofos pueden ser tremendos. Con todo, me he dado cuenta de que, en el mundo académico, las carreras interdisciplinares tienden a compartir el destino de esas raras caracolas que el mar arrastra hasta la orilla: si nadie las recoge y las guarda, se van erosionando poco a poco hasta que las incansables olas del océano las transforman en granos de arena indistinguibles.
 
Avi Loeb
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Sabedor de que he sido bendecido por personas que me han brindado estas oportunidades, estoy firmemente comprometido con ayudar a los jóvenes a alcanzar todo su potencial, incluso si eso significa no solo cuestionar ideas ortodoxas, sino también, en ocasiones, prácticas ortodoxas más perniciosas. Como parte de esta misión, tanto en mis clases como en mi investigación me he esforzado mucho por mostrar una actitud hacia el mundo que algunos tacharían de infantil. Si la gente lo cree, no me voy a ofender. En mi experiencia, los niños siguen su brújula interna con más honestidad y menos pretensiones que muchos adultos. Y cuanto más jóvenes son las personas, menos probable es que cercenen sus pensamientos para imitar los actos de quienes las rodean. Esta actitud con respecto a la ciencia me ha abierto la puerta a algunas de las posibilidades más ambiciosas —algunos dirían incluso que atrevidas— de los campos que estudio. Por ejemplo, la idea de que Oumuamua, el objeto interestelar avistado en octubre de 2017 dando tumbos por el espacio, no fue un fenómeno natural.
 
Avi Loeb
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La ciencia es como un cuento de detectives.
 
Avi Loeb
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La ciencia es como un cuento de detectives. Y para los astrofísicos, este tópico incorpora un giro. No hay ningún otro campo de indagación científica que lidie con nuestra diversidad de escalas y conceptos. Cronológicamente, nuestro ámbito de estudio empieza antes del big bang y se prolonga hasta el fin de los tiempos, aun reconociendo que las mismas nociones de tiempo y espacio son relativas. Nuestra investigación desciende hasta los cuarks y los electrones, las partículas más pequeñas que se conocen; se extiende hasta el confín del universo; y abarca —directa o indirectamente— todo lo que hay entremedias. Y una gran parte de nuestra labor detectivesca sigue incompleta. Aún no comprendemos la naturaleza de los principales componentes del universo, de forma que por ignorancia los llamamos materia oscura (que aporta cinco veces más a la masa cósmica que la materia ordinaria de la que estamos hechos nosotros) y energía oscura (que domina tanto la materia oscura como la ordinaria y que causa, al menos por ahora, la peculiar aceleración cósmica). Tampoco entendemos qué detonó la expansión del universo ni qué sucede dentro de los agujeros negros:
 
Avi Loeb
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Muchas veces, lo que pone en marcha el periplo detectivesco de un astrofísico es el descubrimiento de una anomalía en los datos de los experimentos u observaciones, un indicio que no concuerda con lo esperado y que no se puede explicar con lo que sabemos. En tales situaciones, el método habitual es proponer una serie de explicaciones alternativas e irlas descartando una por una en función de los nuevos indicios hasta que se halla la interpretación correcta.
 
Avi Loeb
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Al principio, el debate científico sobre Oumuamua fue relativamente sosegado. Yo lo atribuyo a que, en un primer momento, no éramos conscientes de las anomalías más curiosas del objeto. Esta historia de detectives parecía un caso claro: la explicación más probable para Oumuamua —que era un cometa o asteroide interestelar— también era la más simple y conocida. Pero a medida que fue avanzando el otoño de 2017, el análisis de los datos nos dejó pasmados tanto a mí como a una parte considerable de la comunidad científica internacional. Yo —y, repito, una parte considerable de la comunidad científica internacional— era incapaz de hacer encajar los resultados con la hipótesis de que Oumuamua fuera un cometa o un asteroide interestelar. A todos nos costaba ajustar las pruebas a esa hipótesis, así que empecé a formular hipótesis alternativas que explicaran las peculiaridades de Oumuamua que se iban acumulando.
 
Avi Loeb
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Sea lo que sea lo que acabemos concluyendo acerca de Oumuamua, la mayoría de los astrofísicos convendrían en que fue —y sigue siendo— una anomalía en sí misma.
 
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… antes del descubrimiento de Oumuamua, en nuestro sistema solar no se había observado ningún otro objeto interestelar confirmado. Este hecho por sí solo lo convirtió en algo histórico y atrajo la atención de muchos astrónomos, lo cual dio pie a que se recabaran más datos, que se interpretaron y revelaron más anomalías, lo cual atrajo la atención de todavía más astrónomos, etcétera.
 
Avi Loeb
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Una duda apremiante era saber qué aspecto tenía Oumuamua. No disponemos de ninguna fotografía nítida del objeto por la que guiarnos.
 
Avi Loeb
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Fuera como fuese, Oumuamua era una rareza. Si era alargado, nunca habíamos visto un objeto espacial de origen natural que tuviera ese tamaño y fuera tan largo; si era plano, tampoco habíamos visto jamás un objeto espacial de origen natural con ese tamaño y tal forma.
 
Avi Loeb
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Además de ser pequeño y tener una forma singular, Oumuamua despedía una luminosidad extraña. A pesar de su minúsculo tamaño, al pasar cerca del Sol y reflejar su luz, el objeto resultó ser relativamente brillante, como mínimo diez veces más que los asteroides o cometas típicos del sistema solar. En caso de que, como parece posible, Oumuamua midiera varias veces menos que los cientos de metros que los científicos le atribuyeron, su reflectancia se acercaría a valores sin precedentes; unos niveles de brillo similares a los de un metal reluciente.
 
Avi Loeb
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Cuando Oumuamua se aceleró en su camino alrededor del Sol, su trayectoria se desvió de la que cabría esperar por la mera gravedad de nuestra estrella. 1 No había ninguna explicación obvia del motivo. Este fue, para mí, el dato más desconcertante de los que se acumularon durante las cerca de dos semanas que pudimos observar a Oumuamua. Esta anomalía, sumada a las otras informaciones que los científicos habían amasado, me llevó a formar enseguida una hipótesis sobre el objeto que me enfrentó a la mayor parte del estamento científico.
 
Avi Loeb
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«Y, aun así, se desvió».
(…)
Las leyes universales de la física nos permiten predecir de forma infalible cuál debería ser la trayectoria de un objeto concreto a medida que viaja rápidamente alrededor del Sol. Pero Oumuamua no se comportó como se esperaba.
(…)
Oumuamua no mostró ninguna desgasificación y, aun así, se desvió.
(…)
Pasó inadvertido para el IRAC de Spitzer, para SOHO y para STEREO; y, aun así, Oumuamua se desvió.
 
Avi Loeb
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¿Qué probabilidades hay de que un cometa de origen natural compuesto íntegramente de hidrógeno congelado se desgasifique en un sitio y genere una aceleración uniforme? Más o menos las mismas que tienen los procesos geológicos naturales de producir una nave espacial.
 
Avi Loeb
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Cuando leí las informaciones que señalaban que la fuerza extra sobre Oumuamua disminuyó de forma inversamente proporcional al cuadrado de la distancia al Sol, me planteé qué podía estar propulsándolo, ya que no era la desgasificación ni la desintegración. La única explicación que se me ocurrió fue que la luz solar rebotara en su superficie como el viento sobre una vela delgada.
 
Avi Loeb
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La existencia de vida inteligente en la Tierra es una razón más que suficiente para abordar la búsqueda de vida en otros rincones del universo desde un prisma científico más que ficticio.
 
Avi Loeb
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Parte de la reticencia a buscar vida extraterrestre inteligente se remonta al mero conservadurismo, que muchos científicos adoptan para minimizar la cantidad de errores que cometen durante su carrera. Este es el camino más fácil y da sus frutos; los científicos que procuran dar esta imagen reciben más reconocimientos, más premios y más financiación. Por desgracia, esto también dispara su efecto eco, dado que la financiación desemboca en grupos de investigación cada vez mayores que repiten como un mantra las mismas ideas. Y puede acabar generándose un efecto dominó; las cámaras de eco amplifican la mentalidad conservadora y succionan toda la curiosidad de los jóvenes investigadores, muchos de los cuales tienen la sensación de tener que pasar por el aro para conseguir un trabajo. Si no se tira de las riendas, esta tendencia podría convertir el consenso científico en una especie de profecía autocumplida.
 
Avi Loeb
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Si ponemos bridas a las interpretaciones o vendamos a nuestros telescopios, corremos el riesgo de perdernos descubrimientos. Acordaos de los eclesiásticos que se negaron a mirar por el telescopio de Galileo. Los prejuicios o la estrechez de miras de la comunidad científica —como queráis describirlo— son especialmente omnipresentes y poderosos cuando se trata de buscar vida alienígena, en especial, vida inteligente. Muchos investigadores se niegan incluso a considerar la posibilidad de que un objeto o un fenómeno extraño puedan probar la existencia de una civilización avanzada.
 
Avi Loeb
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Detengámonos un momento para resumir los indicios sobre Oumuamua que florecieron durante las semanas inmediatamente posteriores a su descubrimiento. Era un objeto pequeño, brillante y de forma extraña que se desvió de la órbita marcada por la gravedad del Sol sin que pudiéramos ver ninguna cabellera cometaria (debida a la desgasificación del hielo del cometa, que se convierte en vapor a partir de la fricción y el calor del Sol), y eso que se realizó una búsqueda minuciosa con el Telescopio Espacial Spitzer y otros detectores. Estos son hechos corroborados y nos permiten afirmar sin ambages que las tres primeras anomalías identificadas de Oumuamua —su peculiar órbita sin coma, su forma alargada y su luminosidad— lo diferencian estadísticamente de todos los demás objetos catalogados por la humanidad por un amplio margen. Para ilustrar esta singularidad en términos estadísticos, siendo conservadores podemos sostener que, basándonos en su aceleración extra y la ausencia de cabellera cometaria, Oumuamua es un objeto que solo aparece una de cada pocos cientos de veces. Por su forma, también es un objeto que, siendo modestos, aparece una de cada pocos cientos de veces. Y a juzgar por su reflectancia, podemos decir (también siendo conservadores) que es un objeto que solo aparece una de cada diez veces. Cuando multiplicamos esas tres cualidades anómalas, podemos apreciar lo atípico que es Oumuamua. Es un objeto entre un millón. Esos tres rasgos —órbita, forma y reflectancia— no son los únicos que hacen de Oumuamua un objeto raro, como ya sabemos. Sin embargo, juntas, estas tres características ponen claramente en duda la expectativa comprensible, si bien ingenua, de que nuestro primer visitante interestelar se pareciera a los asteroides rocosos y a los cometas congelados que, como sabemos, han pasado por nuestro sistema solar. Y pese a la acumulación de estas anomalías, la mayoría de los científicos se aferraron a la explicación más cómoda: Oumuamua tenía que ser un objeto de origen natural, un asteroide o un cometa. La mayoría, sí, pero no todos. Incluso nuestra comunidad, como veis, tiene sus anomalías.
 
Avi Loeb
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… «¿podría Oumuamua haber sido un motor artificial?».
 
Avi Loeb
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Oumuamua tuvo que haber sido diseñado, construido y lanzado por un ser extraterrestre inteligente.
 
Avi Loeb
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«Si la presión de la radiación es la fuerza aceleradora», decíamos, «Oumuamua constituye una nueva clase de material delgado interestelar, generado naturalmente, [...] o bien de origen artificial». «Respecto al origen artificial», añadíamos, «una posibilidad es que Oumuamua sea una vela solar que flote en el espacio interestelar como residuo de equipamiento tecnológico avanzado».
 
Avi Loeb
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—¿Cree que hay civilizaciones alienígenas? —Una de cada cuatro estrellas tiene un planeta con el mismo tamaño y temperatura de superficie que la Tierra —dije a la cámara—. Sería arrogante pensar que estamos solos.
 
Avi Loeb
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… ¿qué pasa cuando entramos en el laberinto por el extremo del misterio, en lugar de elegir el extremo de los análogos conocidos? ¿Qué dudas se plantean y qué nuevas puertas se abren para buscar respuestas cuando barajamos posibilidades que contradicen nuestras suposiciones esenciales, pero concuerdan con los datos que tenemos?
 
Avi Loeb
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Además, las dudas que suscita la hipótesis de la vela solar son fascinantes. Si suponemos que Oumuamua es un cometa excepcionalmente raro compuesto de hidrógeno puro congelado, la mayoría de nuestras dudas llegan a un callejón sin salida. Lo mismo puede decirse si lo concebimos como una nube esponjosa de polvo con suficiente integridad interna para mantenerse cohesionada, pero lo bastante ligera como para salir propulsada por la luz solar. En ambos casos, nos podemos maravillar, pero eso es todo. Las rarezas estadísticas tienen que estar en los estantes de una vitrina de curiosidades; no deben dar pie a nuevas ramas de investigación científica. Pero si reconocemos que Oumuamua puede ser tecnología extraterrestre y afrontamos esta hipótesis con curiosidad científica, se abre ante nosotros un abanico de nuevas áreas de exploración para hallar indicios y descubrimientos.
 
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la idea de que Oumuamua fuera una roca de origen natural implicaría que el número de objetos interestelares desperdigados fuera mucho mayor del que creemos y del que nuestro sistema solar predice. Por tanto, o bien muchísimas de las demás estrellas son muy diferentes de la que nos da la vida, o bien hay gato encerrado.
 
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Quizás hace mucho, mucho tiempo, Oumuamua no fue chatarra, sino equipamiento tecnológico extraterrestre fabricado para cumplir un fin concreto. Tal vez pretendía ser una especie de boya.
 
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Normalmente nos imaginamos a Oumuamua aproximándose a toda velocidad hacia nosotros, pero sería más ilustrativo ver las cosas desde su punto de vista. Desde su propia perspectiva, el objeto estaba en reposo y nuestro sistema solar chocó contra él. O, dicho de una forma que funciona tanto metafórica como (quizás) literalmente, tal vez Oumuamua era como una boya estática en el firmamento y nuestro sistema solar fue el barco que la arrolló a gran velocidad.
 
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La ciencia humana todavía tiene que madurar, tanto en lo tocante a la búsqueda de inteligencia extraterrestre como a otros horizontes de nuestra limitada imaginación.
 
Avi Loeb
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Todos mis estudios reflejan un principio básico innegociable: el contacto con los datos.
 
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Lo que nos impide considerar justamente si Oumuamua fue fabricado por extraterrestres no son las pruebas, el método en que se recabaron o el razonamiento que sustenta la hipótesis. Lo que nos bloquea el camino casi inmediatamente es una reticencia a ver más allá de las pruebas y del razonamiento, a analizar cuáles serían las consecuencias. A veces, el problema estriba en el mensaje, a veces en el mensajero, pero cuando ambos se topan con un oyente que no quiere escuchar, surge un problema más grave que las pruebas y el razonamiento.
 
Avi Loeb
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Pese a carecer de pruebas experimentales, la corriente dominante de la física teórica considera irrefutables y evidentes las nociones matemáticas de la supersimetría, las dimensiones espaciales extra, la teoría de cuerdas, la radiación de Hawking y el multiverso. Citando textualmente a un prominente físico en una conferencia a la que asistí: «Estas nociones deben ser ciertas aunque no haya test experimentales para respaldarlas, puesto que miles de físicos creen en ellas y es difícil imaginar que una comunidad tan grande de científicos con aptitudes matemáticas se pueda equivocar». Pero dejad atrás el pensamiento de grupo y analizad con más detalle estas ideas. Por ejemplo, la supersimetría. Esta teoría, que propugna que todas las partículas tienen su pareja, no es tan natural como teóricos de alto coturno predijeron que sería. Los últimos datos del Gran Colisionador de Hadrones del CERN no hallaron ninguno de los indicios esperados en las escalas energéticas sondeadas para respaldar la supersimetría. Otras especulaciones sobre la naturaleza de la materia oscura, la energía oscura, las dimensiones extra y la teoría de cuerdas aún se tienen que probar. Imaginad que los datos que sugieren que Oumuamua es tecnología extraterrestre sean más sólidos que los datos que validan la teoría de la supersimetría. ¿Qué se inferiría de ello? Para construir el Gran Colisionador de Hadrones, un acelerador de partículas creado con vistas a obtener pruebas que confirmaran la supersimetría, se gastaron algo menos de cinco mil millones de dólares; y su funcionamiento cuesta otros mil millones al año. Si el consenso científico acaba desechando la teoría, lo hará después de un gasto descomunal y de generaciones de trabajo. Hasta que hayamos invertido recursos similares en la búsqueda de vida extraterrestre inteligente, las declaraciones rotundas sobre lo que es o deja de ser Oumuamua se deberían juzgar de forma acorde. Hay una retahíla de teorías más allá de la supersimetría —es inevitable pensar en el multiverso— a las que se presta una exhaustiva y deferente atención tanto dentro como fuera del mundo académico, pese a carecer de pruebas sólidas. Es algo que debería hacernos reflexionar, y no por la falta de pruebas. Nos debería preocupar por lo que revela de la cultura científica en sí misma. Lo que nos impide considerar justamente si Oumuamua fue fabricado por extraterrestres no son las pruebas, el método en que se recabaron o el razonamiento que sustenta la hipótesis. Lo que nos bloquea el camino casi inmediatamente es una reticencia a ver más allá de las pruebas y del razonamiento, a analizar cuáles serían las consecuencias. A veces, el problema estriba en el mensaje, a veces en el mensajero, pero cuando ambos se topan con un oyente que no quiere escuchar, surge un problema más grave que las pruebas y el razonamiento.
 
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En la actualidad, un joven astrofísico teórico tiene más posibilidades de acabar consiguiendo un puesto fijo si estudia la existencia de multiversos que si busca pruebas de vida extraterrestre inteligente. Es una lástima, sobre todo porque los futuros científicos suelen tener más imaginación durante las fases iniciales de su carrera. Durante este periodo fértil, encuentran una profesión que refrena implícita y explícitamente sus intereses, alimentando su miedo a salirse del cauce que marca el credo científico. La generación anterior de físicos teóricos tenía la humildad suficiente para reconocer un error cuando los datos experimentales refutaban sus teorías. Pero la nueva cultura, que se regodea en su propia salsa teórica e influye en comités de premios y agencias de financiación, está formada por predicadores de paradigmas populares, pero no corroborados. Cuando los científicos redoblan su apuesta por la supersimetría, aunque el Gran Colisionador de Hadrones no ha encontrado indicios que la respalden, o cuando insisten en que el multiverso tiene que existir a pesar de que no hay datos que apuntalen la teoría, están malgastando una cantidad preciosa de tiempo, dinero y talento. Y no solo tenemos fondos limitados que invertir, sino tiempo limitado. La ironía es que, en su día, muchos científicos adultos ya aprendieron esto intuitivamente. Cuando los niños abren su primera cuenta de ahorros, suelen caer en la trampa de imaginar las posibles fortunas que podrían acumular. Fantasean con comprar esto y aquello y piensan en todo lo que ansiarían poseer; se les hace la boca agua. Pero después de ir al cajero y ver el dinero que realmente tienen en la cuenta, sus castillos en el aire se desmoronan. No solo carecen de fondos suficientes para hacer todo lo que soñaban con hacer, sino que acaban percatándose de la lentitud con que se acumulan esos fondos. Normalmente, tras esta decepción los niños habrán aprendido a mirar sus cuentas con cierta frecuencia y a equilibrar lo que anhelan adquirir con la cruda realidad de los datos confirmables. Una cultura científica que no ha aprendido esta lección —que no necesita verificación externa en los datos observables y confirmables y que propugna ideas consideradas naturalmente correctas debido a su belleza matemática— se me antoja una cultura que se arriesga a perder pie. Recabando datos y comparándolos con nuestras tesis teóricas, podemos saber cuál es la realidad y saber que no estamos alucinando. Es más, vuelve a confirmar algo fundamental para la disciplina. La física no es una actividad recreativa dedicada a hacernos sentir bien con nosotros mismos. La física es un diálogo con la naturaleza, no un monólogo. En teoría, los científicos tenemos que dar el todo por el todo y hacer predicciones que se puedan testar, y eso significa arriesgarse a cometer errores. En la edad de las redes sociales, las ciencias en general —y la astrofísica en particular— necesitan recuperar su humildad tradicional. No debería ser difícil. Recopilar datos experimentales y descartar ideas teóricas se tendrían que convertir en prioridades básicas. Guiarse por los datos reconforta y ofrece recompensas más tangibles y aplicables. Antes que echar por la borda una carrera entera siguiendo callejones matemáticos que las futuras generaciones de físicos tildarán de irrelevantes, los jóvenes científicos deberían poner los ojos en áreas de investigación en las que el valor de las ideas pueda ponerse a prueba y dar frutos en vida. No hay ningún ámbito de investigación con mejor ratio de riesgo-beneficio que la búsqueda de vida extraterrestre. Es más, con solo once días de datos acumulados tras el paso de Oumuamua, ya disponemos de más indicios sugerentes y observables que para todas las burbujas mentales que actualmente están de moda y monopolizan con mano de hierro el campo de la astrofísica.
 
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Los experimentos mentales coherentes con las leyes de la física son la esencia misma de los descubrimientos, la vía para resolver las muchas anomalías que hallamos en la Tierra y fuera de ella. En la mentalidad menos rígida de los niños podemos encontrar perfectamente las ideas que impelen la ciencia y la humanidad. Y uno de los peores errores que podemos cometer es imponer suposiciones conservadoras a las ideas y los instintos de los demás, o alabar la cautela intelectual por los motivos equivocados.
 
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La ciencia es ante todo una experiencia de aprendizaje, una vivencia que funciona mejor si somos humildes ante nuestros errores. Así como los niños descifran el mundo a medida que chocan con él, dándose contra los bordes puntiagudos de los muebles, la primera vez que nos encontramos con una anomalía no suele ser una experiencia feliz. Las anomalías ponen patas arriba lo que creemos saber, contradicen las teorías y creencias que damos por sentadas y se resisten a nuestros intentos por encajarlas con nuestras suposiciones. Aquí es precisamente donde la ciencia debe anteponer la evidencia a la imaginación y seguir la primera hasta las últimas consecuencias.
 
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La ciencia exige en sí misma humildad, exige entender que la imaginación humana es incapaz de abarcar toda la riqueza y la diversidad de la naturaleza. Pero la respuesta adecuada a la humildad es la fascinación y, con ella, un deseo de abrirnos a un abanico más amplio de posibilidades.
 
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Los galardones deberían ser la guinda del mundillo académico, pero muchas veces se convierten en una obsesión. Los concursos de popularidad no se entroncan en la labor de la investigación científica honesta; la verdad científica no se mide por el número de «me gusta» en Twitter, sino por la evidencia.
 
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Una de las lecciones más difíciles de impartir a los jóvenes científicos es que la búsqueda de la verdad puede desafiar la búsqueda del consenso. Lo cierto es que nunca hay que confundir verdad con consenso. Por desgracia, es una lección que el alumno aprende más fácilmente trabajando sobre el terreno. A partir de ese momento, año tras año, las presiones combinadas de los compañeros de profesión y las perspectivas laborales favorecen la tendencia a no jugársela.
 
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La astrofísica no es para nada el único ámbito académico propenso a estas presiones, pero el hecho de que se fomente explícita e implícitamente el conservadurismo científico es algo que deprime y preocupa, considerando la cantidad de anomalías que aún esconde el universo. Yo no veo tan claro por qué las hipótesis extraordinarias exigen pruebas extraordinarias (las pruebas son pruebas, ¿no?); ahora bien, sí creo que el conservadurismo extraordinario nos mantiene en una ignorancia extraordinaria. Dicho de otra manera, el campo no necesita más detectives calculadores.
 
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Los científicos en potencia son como las cerillas, y el contexto en el que trabajan es la caja: si, en el momento en que las necesitas para prender un fuego, se rascan contra un lado desgastado de la caja, todos salimos perdiendo. He aquí algo que aprendimos hace tiempo: si queremos que haya nuevos descubrimientos, hay que fabricar cajas nuevas.
 
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Nuestra civilización no solo es el producto de nuestros avances científicos, sino también de esos momentos en que los avances se demoraron o se detuvieron por diversas razones. Hoy estamos donde estamos debido a los hombres y las mujeres que miraron por el telescopio, pero también debido a los hombres y las mujeres que se negaron a hacerlo.
 
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Pickering erró por su arrogancia; no por la arrogancia personal, sino profesional. Pensó que lo que su generación de científicos observaba, entendía y juzgaba de interés era el cénit del descubrimiento; no vio que el ascenso de la ciencia consiste en llegar a una falsa cúspide detrás de otra.
 
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En ocasiones, he descrito la búsqueda de vida extraterrestre como la inversión capitalista definitiva en la investigación científica (¡mando un saludo desde aquí a Yuri Milner!). Cualquier método de búsqueda entraña sus riesgos, como las inversiones. En la búsqueda de inteligencia extraterrestre, tenemos pocas claves respecto a las propiedades de la aguja que buscamos en el pajar del universo, pero si encontramos una sola aguja, la recompensa será tremenda. El rédito de una inversión como esta dejaría en nada otros intereses científicos más cerrados de miras. El simple hecho de saber que no estamos solos transformaría a la propia humanidad, por no hablar del conocimiento que extraeríamos de ese descubrimiento.
 
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El universo se asemeja a una excavación arqueológica centrada en nosotros. Cuanto más profundo miramos, más antiguas son las capas que desvelamos.
 
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Hoy, los humanos viven de media casi setenta y tres años. Para haber visto encenderse las primeras luces del universo hace 13.000 millones de años, tendríamos que haber vivido casi ciento ochenta millones de vidas; una idea de lo más absurda, si pensamos que la Tierra solo tiene unos 4.500 millones de años y únicamente ha albergado vida durante 3.800 de ellos.
 
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Sería muy atrevido por nuestra parte asumir que somos la única inteligencia en este inmenso cosmos. Aunque en muchos otros planetas pueda existir vida tal como conocemos —así como vida diferente de la que conocemos—, lo más probable es que encontremos restos de tecnologías extraterrestres antes de establecer contacto con ninguna civilización viva. Hay que tener esto en cuenta cuando sopesemos hipótesis para las misteriosas propiedades de objetos interestelares como Oumuamua.
 
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Mi investigación sobre el amanecer cósmico contribuyó a crear un nuevo campo de estudio, lo que ha acabado denominándose «cosmología de los veintiún centímetros». Se trata de una rama de la radioastronomía que cartografía el universo en tres dimensiones usando la radiación de los átomos de hidrógeno que aparecieron con una longitud de onda de veintiún centímetros, una longitud posteriormente dilatada por la expansión cósmica. Tal vez recordéis que este es el mismo espectro radioeléctrico de ondas con el que los humanos llenan de sonido sus televisores, radios, móviles y ordenadores. Esta idea nos inspiró a Matías Zaldarriaga y a mí a plantearnos si otras civilizaciones avanzadas también emitirían ese ruido. Pero mi interés inicial en las emisiones de veintiún centímetros se debió a que permite observar un tiempo muy anterior a cualquier posible civilización. En esa fase de mi carrera no iba a la caza de alienígenas; iba detrás del hidrógeno.
 
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Si Oumuamua es tecnología alienígena, es casi una certeza que sus diseñadores también echaron un vistazo al tenue pasado de nuestro universo común y, como nosotros, extrajeron un significado del hidrógeno ionizado y neutro. Mostrarse lo bastante curioso para explorar el espacio alrededor de nuestro sistema solar o entre las lejanas estrellas es, por definición, mostrarse curioso sobre el universo: sobre cuáles son sus propiedades, qué explica su pasado y qué predice su futuro. Nuestra propia curiosidad y conducta no es solo la mejor guía para comprender la curiosidad y la conducta de la vida extraterrestre. También es cierto que los conocimientos científicos nos aportarán el idioma común que necesitaremos para entender a cualquier especie extraterrestre inteligente, tal vez incluso para comunicarnos con ella. La ciencia también nos facilita un medio para interpretar lo que descubrimos, por muy fugaz y parcial que sea. Porque, si podemos fabricarlo, es muy probable que otros seres inteligentes, si los hay, hayan hecho lo mismo.
 
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Lo que hacen los humanos nos ayuda a predecir lo que seguramente hagan otras civilizaciones. Seguimos siendo nuestra mejor fuente de datos para imaginar el comportamiento de otras civilizaciones y las consecuencias del mismo.
 
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Es bastante probable que, si no nos andamos con ojo, los próximos siglos de nuestra civilización sean los últimos. Si este fuera el caso, las emisiones que hemos estado enviando al universo desde nuestras radios y televisiones —esa pompa de sonido que se expande hacia el exterior y que la humanidad no empezó a generar hasta hace apenas un siglo— y las cinco naves interestelares que ya hemos lanzado serían el equivalente a los huesos de dinosaurio aquí en la Tierra: vestigios de algo formidable y extraordinario en su día, pero que ahora solo sirve como material para los arqueólogos de otras civilizaciones.
 
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En astronomía, vemos a la materia adoptar formas nuevas a lo largo del tiempo. La materia que nos compone se generó en el núcleo de una estrella masiva cercana que estalló. Se aglutinó para formar la Tierra y esta nutre las plantas que alimentan nuestros cuerpos. ¿Qué somos, pues, sino formas efímeras que adoptan pequeñas motas de material durante un breve instante de la historia cósmica en la superficie de un planeta de los muchos que existen? Somos insignificantes no solo porque el cosmos es inmenso, sino porque nosotros mismos somos muy pequeños. Cada uno de nosotros no es más que una estructura pasajera que viene y va, y que se queda grabada en la mente de otras estructuras pasajeras. Y ya está.
 
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Con negligencia, diligencia y gran inteligencia, los humanos han demostrado estar muy cómodos acabando con la vida de otros humanos.
 
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De todas las lecciones que podemos extraer de Oumuamua, la más crucial podría ser esta: no podemos permitir que los filtros minúsculos de la guerra y la degradación ambiental se agranden hasta convertirse en un filtro mayor. Tenemos que ejercer más cuidado, diligencia e inteligencia para preservar nuestra civilización. Solo así podemos salvarnos.
 
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De esto sí estoy convencido: la civilización humana en la Tierra tal como existe hoy y la promesa de la posible civilización humana interestelar del mañana están conectadas por unos finos hilos que no aguantarán si somos cautelosos y conservadores. Recuperando las palabras de Rebbe Nachman de Breslov, «el mundo entero no es más que un puente muy estrecho; la clave está en no tener ningún miedo».
 
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Si concluimos que las civilizaciones nacen y desaparecen en un abrir y cerrar de ojos, tal vez por turnos, a lo largo de la extensísima historia del universo, sería un aviso sombrío para nuestra propia civilización. Pero también sería una oportunidad. Como científicos y como especie, podríamos adaptar nuestra labor detectivesca y buscar los vestigios de civilizaciones extintas. Un mero descubrimiento indirecto de esos indicios nos podría enseñar una importante lección: a saber, que tenemos que empezar a organizarnos para evitar un destino similar. Como he mencionado, este podría ser el profundo mensaje de Oumuamua en una botella, un mensaje que nos empeñamos en no leer. Para interpretarlo totalmente, pienso que tendremos que dejar de ver la astronomía solo como el estudio de las cosas del espacio y empezar a tratarla como una disciplina investigadora e interdisciplinar. Necesitamos urgentemente una nueva rama de la astronomía, que yo he llamado «arqueología espacial». Igual que los arqueólogos que cavan para averiguar cosas sobre la sociedad maya, por ejemplo, los astrónomos tienen que empezar a buscar civilizaciones tecnológicas excavando en el espacio. Es fascinante elucubrar lo que podrían encontrar estos astroarqueólogos, pero esa no es ni siquiera la razón de mayor peso para tomarse en serio esta investigación. Lo cierto es que nos podría dar perfectamente ideas que nos induzcan a seguir nuevas sendas científicas y culturales, y que quizás conviertan a nuestra civilización en una de esas pocas que consiguen traspasar el gran filtro.
 
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… hay que admitir que descubrir vida primitiva o microbiana no sería lo mismo que descubrir vida extraterrestre inteligente. Ambos descubrimientos alterarían intrínsecamente la imagen que la humanidad tiene de sí misma, pero los indicios de la civilización tecnológica inteligente harían más mella. Saber que existen o nos han precedido otras civilizaciones inteligentes, tal vez más avanzadas, nos obligaría a adoptar una actitud más humilde con el universo y nuestros logros. Al final, concluimos que la probabilidad de detectar vida inteligente era aproximadamente cien veces menor que la probabilidad de detectar vida primitiva. Con todo, concluimos que teníamos que llevar a término ambas búsquedas al mismo tiempo, aunque dedicáramos bastantes más recursos a buscar vida primitiva porque esperábamos que fuera más común. Además, la existencia de vida inteligente también dispararía por las nubes las perspectivas de encontrar vida microbiana. Así pues, ¿qué deberíamos buscar? En una palabra: vida. Simplemente tendríamos que esperar encontrar antes de un tipo que del otro. Entonces, ¿dónde deberíamos buscar? Responder a esta pregunta es más delicado y complicado, pero, al final, tal vez sea más familiar y cómodo. El motivo es que nos obliga a empezar por la abiogénesis terrestre: el origen de la vida en nuestro planeta.
 
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Al buscar vida extraterrestre, no hay pregunta más crucial que esta: ¿la vida es ampliamente determinista y bastante probable, o es fruto de sucesos aleatorios e improbables? En otras palabras, ¿las mismas condiciones básicas desembocan siempre en la aparición de vida, o el surgimiento de vida en la Tierra fue una anomalía que es muy improbable que vuelva a darse?
 
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Venimos literalmente de las estrellas; la materia de la que estamos hechos se generó en el corazón de una estrella que estalló, que formó planetas como la Tierra y que luego se convirtió en el material de toda la vida terrestre, incluyéndonos a ti y a mí. Y sin la calidez y la luz del Sol, no habría plantas, no habría oxígeno en abundancia ni la vida tal como la conocemos.
 
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Identificar planetas a la distancia «Ricitos de Oro» de una estrella, esa zona en la que el agua no se congela ni se evapora, es el punto de partida del astroarqueólogo para buscar civilizaciones alienígenas.
 
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Llevada a su máximo potencial, la astroarqueología nos daría inevitablemente una lección de humildad, pero este sería su aspecto más valioso. Si somos capaces de aceptar que muy probablemente seamos menos avanzados que las civilizaciones que nos han precedido, es plausible que encontremos formas de acelerar nuestra agónica evolución; una transformación psicológica que podría permitir a la humanidad dar un salto de miles, millones o incluso miles de millones de años. Hay pruebas aplastantes de que probablemente la humanidad no haya puesto el listón de la inteligencia especialmente alto, y que seguramente otras civilizaciones lo hayan superado. Tenéis ejemplos en el periódico, en la pantalla y en vuestra inagotable fuente de noticias. El verdadero indicador de la inteligencia es la promoción del propio bienestar, pero muchas veces actuamos en detrimento propio. Según he aprendido, considerando las noticias más apremiantes del mundo, salta a la vista que no podemos ser la especie más inteligente que existe. La humanidad ha pensado muy pocas veces en el bienestar colectivo, tanto durante los últimos siglos como en la actualidad. Entre los malos hábitos en que incurrimos, optamos repetidamente por los beneficios a corto plazo antes que por los beneficios a largo plazo. Lo hacemos en asuntos tan complejos como la energía con huella de carbono cero, en asuntos tan difíciles como las vacunas, y en otros tan obvios como el uso de bolsas reutilizables para la compra. Y durante más de un siglo hemos estado pregonando nuestra existencia por toda la Vía Láctea mediante ondas de radio, sin pararnos a reflexionar sobre si puede haber civilizaciones por ahí que sean más inteligentes y violentas que nosotros. Obviamente, para coordinar los esfuerzos para enviar al universo un mensaje más sutil y uniforme de la civilización humana, tenemos que ser capaces de unirnos. La historia humana ofrece pocos motivos para abrigar esperanzas de ello en un futuro, al menos a corto plazo.
 
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Un hecho sí está claro. Si atribuimos cero probabilidades a encontrar pruebas de objetos artificiales, como hicieron algunos científicos en el caso de Oumuamua, si la civilización humana organiza sus proyectos e inversiones instruyendo a sus expertos con la idea de que «No son nunca los alienígenas», podemos tener por seguro que nunca encontraremos indicios de civilizaciones extraterrestres. Para seguir adelante, debemos pensar con creatividad y evitar los prejuicios sobre lo que esperamos encontrar basándonos en la experiencia pasada.
 
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A menudo, mis alumnos se sorprenden con esta observación trivial pero sugerente: «Solo la mitad de vosotros es mejor que la media de esta clase». Para las civilizaciones igual. Que hayamos descubierto muchos planetas similares a la Tierra y que hasta hoy no hayamos encontrado pruebas concluyentes de la existencia de otras civilizaciones no debería hacernos presuponer que nuestra civilización y la vida terrestre son las únicas con un futuro brillante asegurado. Los historiadores pueden polemizar sobre si nuestro pasado sugiere un rumbo teleológico hacia el progreso, pero el universo ofrece una respuesta clara: la historia del universo indica una tendencia hacia la extinción... de estrellas, de planetas, de sistemas solares y, tal vez, del universo como lo conocemos. La búsqueda —por no hablar del descubrimiento— de tecnología extraterrestre nos podría sacar de nuestro limitado marco, de nuestra costumbre de pensar en el futuro de la siguiente o de las siguientes dos generaciones, en vez de tener presente principalmente el futuro de nuestra civilización.
 
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Dada la omnipresencia de planetas habitables, es el colmo de la arrogancia concluir que estamos solos. En mi opinión, es la hibris de la juventud.
 
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El mayor beneficio de un encuentro con seres superiores sería la oportunidad de hacerles esa pregunta clave que nos ha preocupado durante siglos: ¿cuál es el sentido de la vida?
 
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Si nos tomamos en serio la hipótesis de que Oumuamua es de origen extraterrestre, también debemos tomarnos en serio los desafíos que probablemente suscitará nuestro siguiente encuentro con tecnología o vida extraterrestre. En cuanto encontremos pruebas concluyentes de que hay vida extraterrestre en el universo, es previsible que surja un debate internacional sobre la conveniencia y la mejor forma de reaccionar. ¿Cómo nos preparamos para este debate? ¿Cómo anticipamos y planificamos la comunicación que los buscadores de vida extraterrestre inteligente llevan décadas esperando, o, ya puestos, cualquier otro indicio de vida inteligente extraterrestre?
 
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¿Cuál sería la apuesta más ambiciosa que podría plantearse la humanidad en lo tocante a Oumuamua? Hacer lo suficiente para garantizar la supervivencia de la vida terrestre.
 
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Recordad que Oumuamua se desvió ligeramente del rumbo que cabría esperar si solo lo hubiese afectado la gravedad del Sol. Hubo algo más que lo empujó y, según mi hipótesis, ese algo fue la fuerza de la luz del Sol sobre una vela solar extraterrestre. Pero incluso asumiendo que el objeto fuera diseñado precisamente con este fin, solo se desvió un poco. El motivo es que la fuerza del Sol apenas es capaz de acelerar una vela solar hasta una milésima parte de la velocidad de la luz, por más que empiece su viaje muy cerca del astro: a diez veces el radio solar. De hecho, esa es la distancia más cercana a la que hemos conseguido mandar una nave, la Sonda Solar Parker, la nave robótica lanzada en 2018 para estudiar la corona del Sol.
 
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De niño, solía buscar la esfera de semillas de los dientes de león, me la acercaba a la cara y soplaba con todas mis fuerzas. Cumpliendo los designios de la naturaleza, las semillas se esparcían por todas partes y, dos semanas más tarde, se veían nuevas plántulas brotando del suelo. ¿Las civilizaciones podrían hacer algo parecido para protegerse de la extinción? ¿Es posible que las civilizaciones extraterrestres ya lo hayan intentado? ¿Esta podría ser también una manera de preservar la vida en el universo? Recordad que Oumuamua se desvió ligeramente del rumbo que cabría esperar si solo lo hubiese afectado la gravedad del Sol. Hubo algo más que lo empujó y, según mi hipótesis, ese algo fue la fuerza de la luz del Sol sobre una vela solar extraterrestre. Pero incluso asumiendo que el objeto fuera diseñado precisamente con este fin, solo se desvió un poco. El motivo es que la fuerza del Sol apenas es capaz de acelerar una vela solar hasta una milésima parte de la velocidad de la luz, por más que empiece su viaje muy cerca del astro: a diez veces el radio solar. De hecho, esa es la distancia más cercana a la que hemos conseguido mandar una nave, la Sonda Solar Parker, la nave robótica lanzada en 2018 para estudiar la corona del Sol. Necesitaríamos una fuerza mucho mayor para propulsar un número suficiente de nuestras semillas de vida terrestre por el universo. Más que la radiación de nuestro Sol, sería algo como una supernova. La explosión de una estrella despediría una luminosidad equivalente a mil millones de soles que brillaran durante un mes. Propulsada por una explosión así, una vela solar que pesara menos de medio gramo por metro cuadrado podría alcanzar casi la velocidad de la luz, aunque estuviera a una distancia cien veces superior a la que separa la Tierra del Sol. Nuestra nave-semilla podría llegar a parajes del universo con los que ahora solo podemos soñar, de modo que se ensancharía enormemente el número de planetas en los que las semillas de la vida podrían encontrar un hogar. Para haceros una idea de cómo podría funcionar esto en la práctica, imaginaos una civilización que habitara cerca de Eta Carinae, una estrella masiva con una luminosidad cinco millones de veces superior a la del Sol. Para asegurar la continuidad de la vida, podría estacionar muchas velas solares alrededor de la estrella y esperar pacientemente la explosión que las lanzara casi a la velocidad de la luz a un coste mínimo. Una civilización como la que postulamos habría llegado a un nivel de paciencia, o de derroche, que la humanidad no ha logrado... todavía. Las estrellas masivas viven millones de años y el momento exacto en que explotan es difícil de predecir. Eta Carinae, por ejemplo, tiene unos pocos millones de años de vida. Predecir su muerte con milenios de precisión equivale a pronosticar la muerte de una persona con un año de diferencia tras aproximarse a la esperanza de vida media. La nebulosa del Cangrejo es el resto de una supernova que se observó desde la Tierra en el año 1054. Se encuentra a una distancia de unos 6.000 años luz y cerca del centro contiene una estrella de neutrones, el púlsar del Cangrejo, que rota treinta veces por segundo y centellea como un faro. Se podrían aprovechar explosiones como esta para propulsar velas solares hasta los confines más alejados del universo. ESO Esta civilización también tendría que haber planificado de antemano con una destreza que la humanidad nunca ha demostrado poseer. Es cierto que, utilizando baratos cohetes químicos, las velas solares se podrían transportar hasta su destino alrededor de la vieja estrella mucho antes de la explosión, aunque el viaje podría tardar millones de años con ese primitivo medio de propulsión. Pero son la previsión y la paciencia las que se erigen como mayores obstáculos. La tecnología, por más formidable que sea, es viable. Basándonos en nuestros modelos para la Iniciativa Starshot, sabemos que las velas tienen que ser altamente reflectantes para no absorber demasiado calor y quemarse. También podemos prever cómo habría que fabricar esas naves para evitar el peligro de que la brillante luz estelar las impulsara antes de la explosión. Y, dado que podrían seguir caminos repletos de restos estelares, habría que diseñarlas de forma que se plegaran en forma de aguja, a fin de minimizar los daños y la fricción, y aumentar muchísimo el número de naves. Sería la mayor de las apuestas seguras que podría hacer una civilización. Contándose quizás por billones, estas pequeñas velas solares, fabricadas para preservar los componentes básicos de la vida, podrían reposar como semillas durmientes a una distancia enorme de una estrella masiva vieja, esperando lo inevitable. Aunque la civilización que las colocara allí no lograra superar su gran filtro, con la supernova, la estrella dispersaría por el universo la posibilidad de continuar la vida, tal como hacen las semillas de un diente de león. Por supuesto, no hace falta tener tanta paciencia. Para la humanidad, ya es tecnológicamente factible usar potentes láseres que serían mucho más efectivos que el Sol a la hora de propulsar las velas solares hacia el espacio interestelar. Huelga decir que esta es la propuesta básica de la Iniciativa Breakthrough Starshot: un rayo láser que generara diez gigavatios de potencia por metro cuadrado sería diez millones de veces más brillante que la luz del Sol que llega a la Tierra. Además, podría impulsar la vela solar a varias décimas de la velocidad de la luz. Sin duda, haría falta una inversión enorme. Pero en cuanto sepamos que no estamos solos, que casi seguro que no somos la civilización más avanzada que ha existido jamás en el cosmos, caeremos en la cuenta de que hemos gastado más en desarrollar medios para destruir toda la vida del planeta que el coste que habría tenido el intentar preservarla. Ante la apuesta de Oumuamua, podríamos llegar a la conclusión de que la pervivencia de la humanidad compensa el gasto.
 
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Si apostamos a que ya hemos detectado indicios de una inteligencia extraterrestre, las preguntas que nos formularemos y los proyectos que iniciaremos cambiarán. Tened en cuenta que cada malabarismo científico que hemos hecho para llegar a la alta probabilidad de una panspermia natural se simplifica si valoramos la panspermia dirigida. ¿Cómo procuramos que la vida salga eyectada de un planeta? Eyectándola nosotros mismos. ¿Cómo procuramos que la vida esté lo bastante protegida de las inclemencias del espacio mientras viaja entre planetas o galaxias? Fabricando un cohete con ese fin. ¿Cómo nos aseguramos de nutrir y preservar la vida para que sobreviva a los larguísimos viajes intergalácticos? Fabricando el cohete para que también cumpla ese fin.
 
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Si nuestra civilización es lo bastante valiente y duradera, seguro que acabaremos migrando al espacio y a nuevas regiones del universo que, en aspectos esenciales, se parezcan a la nuestra. Al hacerlo, seguiremos indudablemente los pasos de quienes nos precedieron; igual que las civilizaciones antiguas de la Tierra migraban a las orillas de los ríos, es probable que las civilizaciones tecnológicas avanzadas migren por el universo hacia entornos ricos en recursos, desde planetas habitables a cúmulos de galaxias. Pero ninguna civilización, y mucho menos la nuestra, dará el salto de migrar a las estrellas si no es lo bastante inteligente para preservar su planeta de origen mientras urde planes y se prepara. Y esta es una gesta que la humanidad tendrá más difícil mientras muchos de nosotros nos sigamos aferrando al carácter singular de la vida terrestre, como esa hormiga que se aferra al grano de arena.
 
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Oumuamua es equipamiento tecnológico extraterrestre. Esa es una hipótesis, no una afirmación contrastada. Igual que todas las hipótesis científicas, hay que refutarla con datos. Como sucede a menudo en la ciencia, los datos de los que disponemos no son concluyentes, pero son considerables. ¿Habría alguna posibilidad de obtener datos adicionales a los que ya hemos recabado sobre Oumuamua o sobre objetos similares? La última vez que vimos a Oumuamua, se alejaba de nosotros a una velocidad increíble; muchísimo más rápido que nuestro cohete más veloz. Sin embargo, sí podríamos desarrollar tecnologías para viajar por el espacio más rápidas que los cohetes, como las velas solares. O podríamos acercarnos al siguiente objeto que se parezca a Oumuamua con cohetes convencionales a medida que se aproxime a nosotros.
 
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A menos —o hasta— que obtengamos pruebas adicionales sobre objetos parecidos a Oumuamua, hemos de trabajar con lo que tenemos. Y lo que poseemos se puede resumir en un tema recurrente: Y, aun así, se desvió. Oumuamua, un diminuto objeto interestelar descubierto por los humanos el 19 de octubre de 2017 —altamente luminoso, con una extraña rotación y con forma muy probablemente de disco—, se desvió sin desgasificación visible del rumbo que debería haber seguido si solo lo hubiera impulsado la gravedad solar. Todas sus propiedades, entre las que destaca su ubicación inicial en el sistema de reposo local, lo convertían en una anomalía estadística en grado significativo. Si se trata de un grupo de objetos en órbitas aleatorias, se tendría que haber expelido mucho más material sólido del que hay disponible en los sistemas planetarios alrededor de otras estrellas. Pero si Oumuamua fuera extremadamente delgado o su órbita no fuera aleatoria, el problema sería menos complicado. La comunidad científica ha llegado en masa a la misma conclusión: Oumuamua era un objeto natural, un cometa peculiar (o incluso exótico) ..., pero, a pesar de todas sus peculiaridades, no era más que una roca interestelar. Y, aun así, se desvió. Es cierto que podríamos postular fenómenos naturales que explicaran todos los atributos exóticos de Oumuamua. Hay una posibilidad estadística, más o menos de una entre un billón, de que Oumuamua fuera una roca única. Pero, entonces, el hecho de que los sistemas planetarios en torno a estrellas cercanas expulsaran material suficiente para producir una cantidad considerable de objetos como Oumuamua se vuelve una posibilidad aún más remota, porque se necesita mucho más material con la forma de objetos interestelares normales, como 2I/Borisov. Por el contrario, los datos avalan otra hipótesis: que Oumuamua era tecnología extraterrestre, tal vez extinta o desechada. En este sentido, hay algo que ha sido subestimado por casi todos los que han escrito sobre el tema. Es el hecho de que, en unos algunos años, la humanidad podría construir una nave espacial que reuniera todos y cada uno de los atributos de Oumuamua. En otras palabras, la forma más simple y directa de explicar un objeto con todas las cualidades observadas de Oumuamua es decir que fue fabricado expresamente. La razón por la que la mayor parte de la comunidad científica se revuelve incómoda ante esta tesis es que no lo fabricamos nosotros mismos. Sopesar la posibilidad de que lo hizo otra civilización significa barajar la idea de que uno de los descubrimientos más trascendentales —que no somos la única especie inteligente del universo— acaba de cruzar por nuestro sistema solar. Nos obliga a pensar de otra manera.
 
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Para aceptar mi hipótesis sobre Oumuamua hace falta, ante todo, humildad, porque nos fuerza a aceptar que, aunque podamos ser extraordinarios, con casi toda probabilidad no seamos únicos.
 
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Antes he mencionado a Guillermo de Ockham y su famosa navaja, es decir, la regla de que la solución más simple es probablemente la correcta. Tanto si nos enfrentamos a Oumuamua como a cualquier otro fenómeno, más nos valdría adoptarla. Según mi experiencia, se trata de una navaja con la que es difícil afeitar una barbilla arrogante.
 
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La virtud de la simplicidad debería ser obvia, sobre todo para los astrónomos.
 
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Se cree que Galileo dijo esto después de observar por su telescopio: «En asuntos de ciencia, la autoridad de mil opiniones no vale tanto como el razonamiento humilde de un solo individuo».
 
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Un objetivo explícito de la Iniciativa Agujero Negro es despertar el interés no solo en todas las disciplinas académicas, sino también entre el público en general. Queremos —y en verdad necesitamos— captar la imaginación del público. Necesitamos que se lean nuestras historias de detectives, que nuestros proyectos combinen la teoría con un cotejo riguroso con datos suficientemente entendidos. De esta forma, toda la humanidad podrá celebrar los éxitos científicos. Solo así podremos cultivar todas las mentes brillantes y ambiciosas que necesitamos para abordar los desafíos actuales y futuros.
 
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La ciencia no es una labor que las élites acometen en aisladas torres de marfil, sino un quehacer que beneficia y apasiona a todos los humanos, independientemente de su origen académico. Para mí, esto es especialmente cierto cuando se observa desde el punto de vista de los astrofísicos. Las dudas que nos plantea el universo son asombrosas y estimulantes. También nos hacen poner los pies en el suelo. Nuestra labor consiste en observar hechos que sucedieron mucho antes de nuestra llegada, así como elementos que existirán mucho después de que hayamos desaparecido. Al lado de nuestros objetos de estudio, tenemos muy poco tiempo para observar, un intervalo efímero y precioso para estudiar el universo e intentar sonsacar las respuestas a sus misterios y paradojas.
 
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Descubrimos que las mismas ecuaciones que describían la singularidad de un agujero negro se podían emplear para averiguar cómo había empezado el universo su expansión acelerada.
 
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En muchas ocasiones, la actitud de mis colegas contribuye a afianzar la premisa populista que ve la ciencia como una ocupación de las élites y alimenta una sensación de enajenación entre científicos y gente de a pie. Pero la ciencia no es una labor que se lleva a cabo en torres de marfil y que, a través de medios inaccesibles, dispensa verdades irrefutables por boca exclusivamente de los sabios. En verdad, el método científico se acerca más a la estrategia lógica de la resolución de problemas que adopta un fontanero para arreglar la pérdida de una cañería.
 
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La experiencia de tener que renunciar a algunas de nuestras falsas creencias nos hace ser humildes. No deberíamos tomarnos nuestros errores como insultos, sino como oportunidades para aprender algo nuevo. A fin de cuentas, nuestro modesto islote de conocimiento está rodeado por un inmenso océano de ignorancia y solo las pruebas —no las convicciones infundadas— pueden incrementar la masa de tierra de esta isla. Los astrónomos son los primeros a los que habría que inculcar la modestia. Nos vemos obligados a afrontar nuestra insignificancia en el plan cósmico del universo y a ver cómo de limitado es nuestro entendimiento ante la gran extensión de los fenómenos físicos. Deberíamos adoptar una actitud humilde, permitirnos cometer errores en público y asumir riesgos transparentes mientras tratamos de aprender cosas sobre el universo. Como si fuéramos niños.
 
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El resultado del proceso científico no depende de sus profesionales; es la naturaleza la que determina la realidad. Los científicos solo intentan averiguar cuál es la realidad recabando todas las pruebas posibles y discutiendo sobre varias interpretaciones cuando las pruebas son limitadas. Esto me recuerda a lo que dijo Miguel Ángel cuando le preguntaron cómo se las ingeniaba para hacer esculturas tan bonitas con un bloque de mármol: «La escultura ya está completa dentro del bloque de mármol antes de que empiece a trabajar. Ya está ahí; yo solo tengo que tallar el material que sobra». De igual forma, el progreso científico consiste en recabar pruebas con las que podemos labrar las incontables hipótesis posibles que sobran.
 
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