"Desde luego, quería ser ‘marxista’ una vez que fui profesor conferenciante en Amsterdam. Antes había leído más a Habermas y otros similares en la tradición de la Escuela de Frankfurt. El marxismo estaba muy de moda cuando fui contratado. También fue (sin duda en combinación con mi afiliación al partido comunista) la expresión más inequívoca de mi oposición a las bárbaras guerras de EE UU en Indochina, los golpes de estado sangrientos en Indonesia y Chile, y todo aquello. El gobierno holandés lo apoyo todo, tal vez con algunas reservas intrascendentes en el caso de Chile.

Hoy lo veo de esta manera. Hegel y Marx son el momento en la historia de la filosofía occidental (me refiero al formato general de la comprensión humana, empezando por la propia sociedad) cuando sale del marco ‘europeo’ y llega a ser verdaderamente universal, patrimonio de toda la humanidad. Por supuesto, en Hegel esto todavía no se ha logrado, porque más bien describe la trayectoria del pensamiento dialéctico, universalizado, desde sus comienzos hasta su dominación, pero todavía en forma europea (la suya); el último paso en la universalización lo da Marx. Es por ello, por ejemplo, por lo qué puede haber un marxismo chino, no un hegelianismo chino.

Sin embargo, la filosofía social no es la astronomía o la geología, o la música, por lo que su desarrollo no sólo se lleva a cabo en un determinado orden social, sino que también se posiciona como una crítica del mismo. La filosofía en el sentido hegeliano-marxista también debe trascender el orden social para realizarse. Es decir, antes de que pueda convertirse en el núcleo de, digamos, un currículo académico estándar imaginario, deben ser superados los límites mentales y morales que le impone el régimen de propiedad del capitalismo. Que, obviamente, no puede ser obra de la teoría por sí sola, por lo que el marxismo solo podrá dar cuenta de su universalidad cuando el propio orden social capitalista sea trascendido. Mi experiencia en el ámbito académico y político de la década de 1970 fue que en la universidad, en el movimiento comunista, se podía sentir de nuevo la agitación de esa trascendencia. Yo, por ejemplo, la sentí entonces, aunque sólo ahora entiendo lo que creo que estaba ocurriendo. Es decir, la búsqueda a trompicones, incompleta y provisional de un nivel cualitativamente más alto de comprensión que se desarrollaba a nuestro alrededor, en medio de tonterías sin fin, de la incomprensión, y  la incongruencia, pero que, sin embargo, avanzaba a pesar de todo.

Si esa transición, teórica y socio-política, se hubiese alcanzado, el marxismo, en un sentido estricto, hubiera sido trascendido, y se mantendrían sólo algunos principios básicos como el historicismo -en el sentido de Gramsci- y el “humanismo absoluto” (sin que fuerzas cuasi-mágicas adicionales, como dios o «el mercado», nos rijan). Entonces todos los esbozos incompletos e inacabados de Marx y sus colegas y sucesores serían desarrollados hasta el final, como se imaginaron, como un método filosófico.

En aquella época, en la década de 1970, la contraofensiva de las teorías formuladas a partir de un marco burgués, desde el marginalismo en economía, al positivismo en sociología, la misma división académica del trabajo a partir de estas mutaciones retrógradas en campos de conocimiento separados, tenía ya un siglo de antigüedad y actualmente se ha reafirmado con fuerza. He defendido este punto en The Discipline of Western Supremacy (2014) y en mi libro de texto electrónico de 2009, A Survey of Global Political Economy.

Ahora estoy trabajando en el tema de que la coyuntura regresiva de las ciencias sociales y de la filosofía moderna tiene de hecho un efecto casi suicida en la civilización occidental, al negar su capacidad para llegar a ser verdaderamente universal. Esa incapacidad enfrenta el liberalismo occidental, que ha absorbido efectivamente a la socialdemocracia, con el Islam, China, en un marco huntingtoniano. Por tanto, Occidente está afianzando un imperialismo cada vez más belicoso. En medio de un giro retrógrado general hacia los imaginarios religiosos, provocados en parte por la combinación de una cultura liberal que proscribe sus propios puntos de vista más avanzados (que defienden hoy una sociedad socialista, ecosocialista), en parte por la crisis del orden capitalista . Ahora estamos en lo que Rosa Luxemburgo profetizó, la edad de la barbarie. Provocada porque las circunstancias (o deberíamos decir, la correlación de fuerzas) no permiten que el socialismo  sea realizado y desarrollado más allá de un cierto umbral. El fracaso y el colapso del socialismo de Estado desde este punto de vista puede haber sido un umbral, pero no desde el cual se abrieran nuevas posibilidades de futuro para el desarrollo progresivo, sino aquel por el que caímos en la barbarie."

Kees van der Pijl


"La población todavía tiene un alto nivel de educación, por lo que una gran parte de la gente puede comprender argumentos inteligentes. Lo que falta es un mensaje coherente para transmitirlos. Para desafiar el autoritarismo hoy hay que comenzar por comprender cómo conceptualizar una transición a partir de un orden capitalista que ha destruido sus bases sociales y naturales subyacentes. Por supuesto, no podemos permitirnos el lujo de retirarnos a un monasterio para encontrar la verdad en primer lugar, por lo que también hay que hablar en contra del intento de disciplinar a la población mediante el miedo a los demás, las bombas y las mentiras. Tengo el dudoso privilegio de presidir un Comité de Vigilancia contra el fascismo resurgente aquí en los Países Bajos; dudoso, ya que es muy duro tratar de contener la marea sin una visión real disponible."

Kees van der Pijl



"Más que constituir una entidad Atlántica omnipotente y secreta, Bilderberg sirve como un marco de desarrollo de ideas encaminadas hacia una dirección concreta. El secreto es necesario para permitir la articulación de diferencias más que para mantener los proyectos ocultos del conocimiento público. En este sentido Bilderberg ha funcionado como germen de las nuevas iniciativas de la unidad Atlántica."

Kees van der Pijl
Tomada del libro Los amos del mundo están al acecho de Cristina Martín Jiménez


"Mi generación fue afortunada, los baby-boomers cuya sociedad competía con el socialismo de estado, con nuestro propio orden social desacreditado por la Gran Depresión y dos guerras mundiales. Así que el capitalismo se vio obligado a mostrar su cara humana (en casa, no en el sureste de Asia, África o América Latina, por supuesto). A pesar de venir de un medio muy modesto, pude estudiar prácticamente gratis, disfrutar de una enseñanza de calidad en comparación con la que se ofrece hoy en día, y beneficiarme de la protección y la seguridad social. En general era un ambiente espartano, pero optimista para crecer. De mi experiencia en la pequeña burguesía en declive de unos pequeños comerciantes también heredé una mentalidad de trabajo duro, sin contar con los demás, y una tendencia a no confiar en los grandes y los poderosos ( que resultó muy útil, también).

Así que cuando mi generación experimentó de primera mano lo que ahora se reconoce como el momento en que la clase capitalista puso en tela de juicio el pacto social de postguerra que había tenido que aceptar a regañadientes por la Depresión y la guerra, y nosotros mismos irrumpimos en escena con una cultura permisiva que rompía con la rigidez de la reconstrucción de la Europa de la Guerra Fría, estábamos relativamente bien entrenados, con hambre de un mundo diferente (socialismo en cualquier forma), y optimista.

Sin embargo, en aquel momento no logré personalmente entender por completo lo qué Wolfgang Streeck ha llamado los tres intentos sucesivos de los gobiernos occidentales (la inflación, la deuda del Estado, la deuda privada) de encubrir la ruptura del pacto social de post-guerra repartiendo dinero para tapar las brechas. Interpretamos la crisis de 1970 como una crisis del capital, cuando de hecho fue una crisis del pacto social de post-guerra, como consecuencia de la reestructuración del capital sobre la  relaciones de explotación y dominación fuera de ese pacto social -tanto en casa como en el extranjero.

Fui contratado por la Universidad de Amsterdam en 1973, que entonces se enfrentaba a una expansión masiva del alumnado, en un clima de revuelta estudiantil, «marxismo», y la mofa de las teorías convencionales como el positivismo. Se dedicó mucho tiempo a reuniones que, en retrospectiva, no tenían ninguna función, pero que fueron la forma en que el gobierno y la administración de la universidad pensaban o adivinaron que domesticarían poco a poco al movimiento estudiantil al incorporar a aquellos estudiantes y profesores con una tendencia hacia la reforma administrativa en las estructuras de gobierno de la universidad y preparar estas para una transición hacia un régimen subordinado al mercado.

También fui miembro, desde mediados de los años 70 hasta su derrumbe, del Partido Comunista Holandés. El partido tampoco tenía ni idea de lo que estaba pasando, pero desconfiaba de los intelectuales básicamente. Aun así, mi militancia satisfizo mi búsqueda de una oposición real, y tengo que decir que en el partido finalmente encontré a la clase obrera, su cultura, su profunda humanidad, y la tradición desde la que el partido había sido capaz de construir la resistencia más potente en nuestro país contra la ocupación nazi en la Segunda Guerra Mundial. Todo esto, la fuerza de carácter, el humor, y la organización de hierro, hizo que el partido fuese una experiencia inolvidable en mi vida, pero intelectualmente no me influenció de verdad. Los que me influyó fueron los comunistas franceses, algunos autores de Alemania del Este y la Unión Soviética, cuyos libros encontré en la librería comunista: Paul Boccara, Christian Palloix, y de ahí a Poulantzas, Suzanne de Brunhoff…

Mi maestro más influyente en Leiden, donde estudié, fue el indólogo, Jan Heesterman, que apreciaba mi creatividad y mi curiosidad intelectual más que los profesores de ciencias políticas como Hans Daalder y Arend Lijphart, que querían enseñar una disciplina de estilo americano. Ben Sijes, un veterano comunista consejista (anti-partido) fue profesor invitado e intelectualmente fue muy importante para mí, porque él nos introdujo a Pannekoek, que (siendo un marxista de renombre internacional en su época) criticó la difusión estalinista del erróneo materialismo original de Lenin.

Una vez en Ámsterdam, mi difunto amigo Gabriel Kolko, el historiador estadounidense, quien junto con su esposa y (co) autora Joyce se habían instalado allí, fue una gran fuente de inspiración y también Robert Cox, a quien llegué a conocer a través de Stephen Branquia. André Gunder Frank fue contratado por nuestra universidad un año, más o menos, y durante ese tiempo tuvimos algunos encuentros muy memorables. Por supuesto, mis cómplices en Ámsterdam, Meindert Fennema, Henk Overbeek y más tarde Otto Holman, y otros, y varias cohortes de estudiantes inolvidables, fueron interlocutores preparados y profundos que influyeron en mi desarrollo intelectual."

K. van der Pijl











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