Si el capitalismo no existiera, habría que inventarlo, y no es de extrañar que su descubrimiento se viera como uno de los mayores logros de la mente humana. Este es el tema de El tiempo volverá atrás. Sin embargo, debido a que el «capitalismo» es simplemente un nombre para la libertad dentro de la esfera económica, el tema de mi novela podría describirse de una manera más amplia: «el deseo de libertad nunca puede eliminarse de forma permanente».
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás, Prefacio
 
 
Si un hombre demuestra que tiene talento en lo trivial, a menudo lo demuestra en los asuntos importantes.
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás
 
 
La purga fue totalmente necesaria para la seguridad de Mundotriunfal, pero dijo que me odiaba a mí y a todo lo que defendía.
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás
 
 
¿Qué sabes del uniforme gris que llevas puesto?
—Me dijeron que me lo pusiera esta mañana antes de salir del hotel.
—Es el uniforme de los Proletarios —dijo Stalenin con gravedad—. Una clase muy honorable. Los Proletarios conforman las tres cuartas partes de la población; son ellos realmente los que gobiernan. Mundotriunfal es una dictadura del proletariado. Yo solo soy su instrumento, su portavoz —dijo con una sonrisa forzada—.
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás
 
 
Nadie, ni siquiera alguien procedente de una granja colectiva, podía ser tan ignorante. ¿Estaría tratando con un miembro de la policía secreta? —Sería horrible —dijo de forma mecánica— si a todo el mundo le estuviera permitido leer los libros de la envenenada civilización capitalista. ¡Pondrían ideas subversivas en la mente de la población! Solo una pequeña clase entrenada puede leerlos; solo aquellos cuyas mentes están tan disciplinadas que no se verían influenciados por cualquier atisbo de la antigua ideología burguesa con el que se topasen. Incluso esta pequeña clase solo puede leer tales libros para estar preparados a replicar las mentiras que puedan crear mezquinos saboteadores.
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás
 
 
—¡Trabajad! ¡Trabajad! ¡Trabajad! —gritó—. Y ¡Mundotriunfal por siempre jamás!
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás
 
 
Peter miró a su alrededor. —¿Tiene que compartir la habitación con otras familias? —Solo con los O’Grady —señaló Edith—. Una familia amable y tranquila. Tienen un niño de tres años y una niña de nueve meses. —¿Y qué hay de la privacidad? Formuló la pregunta antes de haber estimado si era o no prudente. Padre e hija intercambiaron miradas de angustia. —Me sorprende que menciones un concepto tan burgués —dijo Edith—. Tenemos toda la privacidad que una sociedad socialista necesita. ¡Mira! Apuntó a unos alambres situados cerca del techo que atravesaban la habitación. Había unas cortinas, o más bien unas sábanas mugrientas, que colgaban de ellos. Alguien las había descorrido en dirección a la pared y Edith las corrió en línea recta. Separaban la cama del padre de la de la hija y ambas de las del resto de la habitación. —Acogedor, ¿verdad? —preguntó. Peter estaba indignado. —¿No os podrían dar algo mejor que esto? Padre e hija volvieron a mirarse angustiados. Edith atrajo a Peter con la mirada, se puso el dedo en los labios y agitó la cabeza, como si un ser ausente los estuviera escuchando. —¿Cómo podría alguien conseguir algo mejor que esto? —dijo alto y claro, como si estuviera hablando para un gran público—. Todos nosotros tendremos casas aún mejores si trabajamos más horas y nos apretamos el cinturón. Y ahora, ¡vayamos a dar un paseo!
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás
 
 
Todos en Mundotriunfal vivían con miedo. Peter se acababa de dar cuenta de que el mismo dictador vivía con el mismo terror descomunal que el resto de la población. Tenía que gobernar a partir del miedo porque él mismo era gobernado por el miedo.
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás
 
 
Solo tienes una opción: la de sucederme como dictador o la de morir asesinado.
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás
 
 
—¡Parece que no lo entiendes! Lo que te he contado es la actual Historia Oficial de ese mundo muerto. Es la historia que los Protectores de Mundotriunfal han votado que se enseñe. Cuando se deshicieron de todos los libros antiguos, tuvieron que decidir qué historia ponían en su lugar. La que te he contado es la historia que se acordó.
 
—¿Pero los hechos sucedieron realmente de esa forma?
 
¿Fue realmente así?
 
—Te explicaré todo eso cuando lleguemos a la lógica neomarxiana. La única pregunta que se debe plantear sobre un hecho no es: ¿es así?, sino: ¿qué bien hará?
 
—¿Quiere usted decir que no sabe realmente si la historia que me ha contado es verdad o no?
 
—¿A qué te refieres con «verdad»? El término verdad, tal y como verás en el diccionario de marxanto, es solo un instrumento; es simplemente cualquier creencia que funcione de forma satisfactoria. La verdad es todo aquello que sea bueno para el comunismo, pero eso inaugura todo el tema de la lógica neomarxiana y no podemos entrar en eso hoy. Estate aquí mañana a las diez.
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás
 
 
Las personas, si se las deja a su libre albedrío, son capaces de concebir cualquier idea perversa.
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás
 
 
—Todo en esta vida, salvo el comunismo, es temporal
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás
 
 
—En Mundotriunfal no nos preguntamos si una afirmación es «verdadera» o no; únicamente nos preguntamos: «¿Qué bien hará?»; y el bien o el daño que haga una declaración depende de la persona con la que estemos hablando. Obviamente, es importante, por ejemplo, que los Proletarios crean que Mundotriunfal ha progresado tremendamente, pero es también importante que el Comité Central tenga la obligación de saber exactamente cuánto progreso se ha llevado a cabo.
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás
 
 
—¿Pero no ha habido ningún progreso en Mundotriunfal en más de un siglo? —Entre nosotros, prácticamente ninguno.
—¿Por qué no?
—Esa, camarada Uldanov, es una pregunta que nunca he sido capaz de responder.
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás
 
 
—El camarada Uldanov —explicó— todavía no ha aprendido a hacer que la lógica neomarxista sea una parte integral de sus pensamientos. Como ya le he dicho —se giró hacia Peter—, la verdad es cualquier creencia que funcione de manera satisfactoria; es la declaración que dé los mejores resultados. La verdad es lo que sea bueno para el comunismo.
 
Henry Hazlitt
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—Muy sencillo, N.º 13 —lo interrumpió Bolchekov, incidiendo sarcásticamente en el «N.º 13»—. Decidimos todo de acuerdo con los principios comunistas; estos fueron establecidos por Karl Marx. El más importante dice así: «De cada cual, según su capacidad, a cada cual según sus necesidades». —¿Tiene cada persona en Mundotriunfal lo que necesita?
 
Henry Hazlitt
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Peter pensó que lo más conveniente era volver a cambiar de tema. —Hay algo que me desconcierta acerca de la descripción que ha hecho de nuestro sistema de distribución —continuó—. Usted habla de distribución equitativa; sin embargo, no he percibido dicha equidad. El Protectorado, por ejemplo, al que tengo el honor de pertenecer, obtiene más… —Es cierto que hablé de distribución equitativa —dijo Bolchekov—, ¡pero también hablé de «a cada cual según sus necesidades»! Ahora, cuando no hay una cantidad suficiente de algo para todo el mundo, el que impera es el segundo principio. Por ejemplo, solo pueden fabricarse unos pocos automóviles, y quienes más los necesitan son los comisarios políticos y otros miembros del Protectorado; los necesitan para trasladarse de un sitio a otro, para hacer su trabajo adecuadamente, para cumplir con sus funciones. Puede que los consideremos más como bienes de capital que como bienes de consumo. Son herramientas que nosotros, los miembros del Protectorado, necesitamos para llevar a cabo nuestras tareas adecuadamente. —Pero desde que he entrado a formar parte del Protectorado —dijo Peter—, por no hablar de las nuevas condiciones desde que he pasado a ser miembro del Politburó, no he estado recibiendo solo la comida sellada en las cartillas de racionamiento, sino que también he estado recibiendo pan y alubias de una calidad superior, café de una calidad incomparable y… —Salvo que exista una escasez severa —declaró Bolchekov—, podemos tratar de distribuir cantidad de forma equitativa, pero es imposible repartir la calidad también de forma equitativa. Algunos alimentos como judías, pollos y demás tendrán, inevitablemente, mejor sabor que otros y, puestos a repartir, nos los quedamos los Protectores. —Pero a los Protectores se les da brócoli, carne de res y caviar —afirmó Peter—, y las masas, es decir, los Proletarios, nunca reciben este tipo de alimentos. —Simplemente no podemos producir suficiente brócoli, carne de res y caviar para todos, sino solo una cantidad limitada, y esa cantidad, necesariamente tiene que destinarse a un grupo pequeño. No podemos distribuir un miligramo de carne de res o una pizca de caviar a toda la población por el simple hecho de hacer de la distribución equitativa un fetiche, así que, ¿por qué no reservarlo a los Protectores, los cuales necesitan gozar de una vitalidad y una salud de hierro y cuyas necesidades morales, en especial, deben mantenerse despiertas para que puedan desempeñar sus arduas funciones directivas? Por la misma razón, los Protectores reciben un mayor número de trajes de un color distintivo y de mejor calidad, aparte de las mejores viviendas. Debemos alentar a la población a querer formar parte del Protectorado; debemos ofrecer… —¿Incentivos? —preguntó Peter, sagazmente—. Pero eso es precisamente lo que estoy tratando de decir. ¿Por qué no podemos incentivarlos a todos? ¿Por qué no podemos ofrecer incentivos graduales para que cada hombre, dentro de sus propias capacidades (ya sean grandes o pequeñas) se vea motivado directamente a esforzarse al máximo? Imagine que sus capacidades fuesen tales que nunca pudiera aspirar a ser un Protector, pero que si se esforzara en la medida de lo posible pudiera aspirar a ser algo mejor… —Creo, N.º 13 —interrumpió Bolchekov con sarcasmo—, que antes de sugerir todas estas reformas para nuestro sistema, deberías esperar, al menos, a haber aprendido cómo funciona. Al fin y al cabo, es el producto de nuestras mentes más brillantes. Todo lo que acordamos pasa por la Junta Central de Planificación y por el Consejo Económico Supremo, los cuales dirijo, y por el Congreso de los Coordinadores, el cual también presido. Y, sin embargo, tú, que ni siquiera sabías cómo era el sistema hace unos pocos meses… Las palabras de Bolchekov eran mucho menos duras que la amenaza proyectada en su voz. —Lo siento —dijo Peter, humildemente—. Me esforzaré por aprender.
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás
 
 
—Tus argumentos subversivos demuestran lo que siempre he sostenido —dijo Bolchekov—; que, a menos que toda la población esté supeditada al comunismo desde la infancia, es de esperar que surja esta clase de escepticismo hereje. ¡Lo que hizo el N.º 1 al permitir que te proporcionaran esa nefasta educación fue peligroso!
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás
 
 
—Por supuesto que sabe de lo que se le acusa, ¿no es cierto? —preguntó el comisario. —No tengo la menor idea —dijo Maxwell—. No he hecho nada en contra de las leyes. En cuanto pronunció estas palabras, se dio cuenta de que no eran del todo ciertas; las leyes estaban tan elaboradas, eran tan numerosas y abarcaban tantos ámbitos que era prácticamente imposible que cualquier habitante de Mundotriunfal no cometiera a diario alguna infracción técnica de las mismas.
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás
 
 
 
 
 
La sensación de una inmensa responsabilidad le cayó encima como si pesara diez toneladas. Qué afortunados son aquellos que no tienen responsabilidades, qué afortunados son los que no tienen que tomar decisiones, los que las delegan en otros. No era de extrañar que hubiera tanta gente satisfecha por no tener libertades. La libertad significaba responsabilidad, obligaba a tomar decisiones. La libertad era compulsión. Ser libre para decidir significaba que te veías obligado a decidir y que no tenías a nadie a quien culpar salvo a ti mismo por el resultado de las malas decisiones.
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás
 
 
—¡El ser humano, Adams, tiene que ser capaz de diseñar un sistema mejor que este!
 
Henry Hazlitt
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… la gente debe considerar un privilegio trabajar para el Estado, porque cuando trabajan para él, están trabajando para ellos mismos, trabajando los unos para los otros…
 
Henry Hazlitt
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Peter suspiró. —Todo esto es bastante desalentador. Parece que nuestra conclusión se reduce a que bajo un sistema socialista no podemos tener libertad a la hora de elegir la tarea u ocupación y no podemos permitir que los consumidores tengan libertad de elección. ¿No es cierto? —La gente es libre de hacer o no uso de sus cartillas de racionamiento —alegó Adams. —En otras palabras —dijo Peter—, son libres de consumir lo que les decimos que pueden consumir; son libres de consumir lo que nosotros, los gobernantes, hemos decidido producir.
 
Henry Hazlitt
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Si vamos a hacer reformas, descubramos por nosotros mismos lo que no funciona. Hagamos las reformas tranquilamente, sin ningún tipo de presión…
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás
 
 
—¿Cuál es tu conclusión acerca de todo esto? —preguntó Peter. —Mi conclusión, jefe, es que tener control sobre el sustento de un hombre, sobre sus medios de subsistencia y sobre su trayectoria económica significa tener prácticamente control sobre lo que hace y lo que dice. Si lo privas de libertad económica, lo privas de toda libertad. Cuando el Estado es el único empleador, cada hombre no solo tiene que abstenerse de hacer o decir algo que ofenda a sus superiores, quienes constituyen el Estado, sino que tiene que ir todavía más allá y esforzarse por hacer o decir todo aquello que complazca a sus superiores, quienes constituyen el Estado. Y esa es la razón por la que ha existido toda esta servil y abyecta adulación hacia Stalenin, si me puedes perdonar por tomarme la libertad de decir eso. Peter se levantó y caminó de un lado al otro de la habitación. —Muy bien, tú ganas. Así que, en resumen, bajo nuestro sistema socialista no podemos tener libertad de iniciativa, no podemos tener libertad para elegir el trabajo o profesión, no podemos permitir que los consumidores tengan libertad de elección, no puede haber ningún tipo de libertad para criticar al gobierno… —De pronto, se detuvo y examinó a Adams—. ¡Pero esto es lo contrario a todo lo que se dice en los libros de texto socialistas! Estoy francamente desconcertado. De todas formas, ¿qué quiso decir Friedrich Engels cuando afirmó que «el socialismo significa un salto desde el reino de la necesidad al reino de la libertad»? —Solo estaba hablando de cómo serían las condiciones cuando el paraíso socialista al fin se hubiera alcanzado —respondió Adams—. Obviamente, no hablaba del periodo de transición desde el capitalismo al socialismo. Ese periodo, tal y como señaló Marx perfectamente, se vio marcado por la «dictadura» del proletariado; y cuando Marx decía «dictadura», quería decir dictadura. —¿Cuánto tiempo se suponía que duraba el periodo de transición? —Según Lenin, hasta que se hubiera acabado con la resistencia de los capitalistas. Hasta que los capitalistas hubieran desaparecido, hasta que no hubiera clases. —¿Cuánto tiempo se suponía que iba a llevar eso? —Unos años, quizás unas décadas… no lo sé. —¡Pero derrotamos por completo a los capitalistas y a la burguesía hace más de un siglo! —Supongo, jefe, que Marx y Engels argumentarían, si estuvieran vivos, que el periodo de transición se prolongaría hasta que se hubiera acabado con los últimos vestigios de la mentalidad capitalista o se hubieran eliminado de la mente de la población. Hasta que cada uno quisiera trabajar para todos y no para sí mismo. —¡Pero llevamos más de un siglo con fantasías, arengas, exhortaciones, denuncias, trabajos forzosos, fusilamientos y tortura y parece que todavía no se ha producido esa transformación en los objetivos de las personas! —La naturaleza humana, jefe, parece ser algo más pertinaz de lo que Marx y Engels supusieron. Sostuvieron, por supuesto, que no era la naturaleza humana la que había creado los preceptos humanos, sino que más bien eran los preceptos humanos los que habían creado la naturaleza humana. —¿Eso no suena, Adams, a poner el carro delante de los bueyes? Y aún bajo el sistema capitalista, si un hombre en realidad quería trabajar fundamentalmente para la humanidad en lugar de para sí mismo o para su familia, ¿no era libre de hacerlo? —Pero en el sistema capitalista, jefe, si trabajaba para sí mismo obtenía las mayores recompensas; por ese motivo, su mayor incentivo era trabajar para él mismo y no para los demás. —Eso es hacer una petición de principio. Si un hombre no es egoísta, si no se ve estimulado por incentivos egoístas, si para él su mayor recompensa es promover el bienestar y la felicidad de los demás, eso es lo que hará y los incentivos egoístas no lo distraerán porque no reparará en ellos. —Entonces, jefe, supongo que la solución es crear instituciones sociales con el fin de aprovechar incluso los propósitos egoístas de tal forma que cuando un hombre persiga su propio bienestar haga todo lo posible por promover el de la sociedad. —¡Pero el socialismo se fundamenta precisamente en todo lo contrario, Adams! Declara que un hombre solo puede promover su bienestar si persigue el de la sociedad. Este llamamiento sigue siendo principalmente egoísta, pero el argumento, a juzgar por los resultados, parece ser poco convincente. Deja que te lo muestre del siguiente modo: «Quiero hacerme rico», dijo un individuo en la Edad Oscura. «Adelante, hazte rico y, para tu sorpresa, descubrirás que casualmente también has enriquecido a la sociedad», contestó el capitalismo. «Quiero hacerme rico», sigue diciendo el individuo de hoy en día. «Dedícate a enriquecer a la sociedad y, para tu sorpresa, descubrirás que también esta es la manera más segura de hacerte rico», declara el socialismo. —¿No es ese el llamamiento más noble, jefe? —No lo sé, pero lo que creo que verdaderamente habría que preguntarse es: ¿qué sistema funciona mejor en realidad?
 
Henry Hazlitt
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—Ya ves, Adams —dijo—, lo que generaciones de opresión y terror han hecho con las personas. Ni siquiera puedo obligarlos a tomar sus propias decisiones. ¡Ni siquiera puedo imponerles democracia!
 
Henry Hazlitt
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Tengo entendido que en el antiguo régimen capitalista había una democracia ficticia, una democracia fingida; sin embargo, todo el mundo tenía que votar de la manera en la que su patrón capitalista quería que votase, o de lo contrario perdía el trabajo. Solían contar con una oposición simulada como la que has intentado establecer en Francia, pero como los capitalistas eran los dueños de los dos partidos principales supuestamente rivales, daba igual qué partido subiera al poder.
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás
 
 
Cuando Peter no sabía qué contestarle a Adams, miraba por la ventana o encendía un cigarrillo. Esta vez hizo ambas cosas. —Te enfrentas a mí con una perspectiva desalentadora —dijo al fin—. El otro día me convenciste de que el socialismo era incompatible con la democracia, incompatible con la expresión de deseo libre y sin coaccionar de la mayoría. ¡Me estás obligando a admitir que el reino de esclavitud y terror impuesto por mi padre y por Bolchekov no es un accidente, no una monstruosa perversión del ideal socialista, sino simplemente el resultado lógico e inevitable del ideal socialista! Me estás obligando a admitir que el socialismo absoluto significa una privación total de la libertad individual y una completa dictadura del gobierno.
 
Henry Hazlitt
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—Nunca podremos alcanzar fines buenos si no es a través de medios buenos
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás
 
 
—No trates de corregir o de revisar las teorías de Marx —dijo Peter en un tono burlón—. El revisionismo es un delito grave en Mundotriunfal.
 
Henry Hazlitt
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El objetivo principal de un sistema económico debe ser satisfacer tantos deseos y necesidades como sea posible.
 
Henry Hazlitt
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—Es bueno saber —dijo— hasta qué punto el pueblo desconfía del gobierno. De esta forma podemos saber qué medidas acaban con la confianza y qué medidas la recuperan.
 
Henry Hazlitt
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El mercado libre seguía fascinándolo; cada día aprendía algo nuevo de él. Ahora ya no se cotizaba nada en cupones de cigarrillos, sino en cigarrillos reales. El «precio» de algo ahora significaba su precio en paquetes de cigarrillos. Estos, a su vez, se empezaron a conocer simplemente como «paquetes». Así, cuando alguien pedía «40 paquetes» por un cupón de silla, nadie tenía que preguntar: «¿paquetes de qué?». En la Gran Pizarra la cotización aparecería simplemente como «40». Como había veinte cigarrillos en cada paquete, cuando la gente quería fijar un precio más exacto especificaba, por ejemplo, 40 paquetes y 8 cigarrillos o «40 y 8». En la Gran Pizarra se registraba como 40/8. Peter estudió la relación entre mercado de Moscú y el de otras ciudades y lugares. Estos mercados eran locales porque los cupones de racionamiento únicamente eran válidos si se presentaban en un barrio determinado y porque la gente aún tenía prohibido cruzar las líneas fronterizas de estos barrios sin pasaporte o sin razones especificadas. Descubrió que, a pesar de que los precios coincidían prácticamente con exactitud en los diferentes mercados dentro de Moscú, este fenómeno no ocurría en los mercados de otros distritos. En los mercados de fuera del distrito de Moscú parecían existir diferencias permanentes entre un precio y otro si se comparaba con las relaciones de precios en los mercados de Moscú. Adams, a regañadientes, también aprendió lecciones del mercado libre. —Tomemos este ejemplo —le dijo a Peter—. Pensarías que una vez que la gente hubiera decidido lo que era un precio justo, permanecería leal a él. Ayer en el mercado, las camisas se vendían a 9 y 5, esta mañana a 9 y 7 y esta tarde justo a 10 paquetes. ¿Por qué ocurren estas continuas subidas y bajadas? ¿Por qué la gente no se decide? Si 10 paquetes es un precio justo por una camisa, siempre tendría que serlo. —Bueno, Adams, supongo que la gente cambia de opinión con respecto a lo que quiere o tal vez hay gente nueva y diferente que se introduce en el mercado. Un hombre que ha estado reservando un cupón de camisa con la intención de cambiarlo por una camisa, de repente decide que, en lugar de una camisa, le gustaría tener más cigarrillos, ya sea para él mismo o para comprar alguna otra cosa. Así que, cuando llega al mercado la oferta de camisas es mucho mayor. Esto quiere decir que las camisas son menos escasas y, por lo tanto, menos valiosas. Al mismo tiempo, existe una demanda aún mayor de cigarrillos, lo que significa que aquellos que tienen cigarrillos pueden obtener más por ellos. —No tengo muy claro a lo que te refieres con todas esas frases, jefe. He notado que últimamente has estado empleando los términos «oferta» y «demanda» en un sentido que no creo haber oído antes. El término «oferta», por ejemplo, se refiere simplemente a las existencias que hay de algo, ¿no es cierto? —Bueno, no… no exactamente. Tal y como lo veo, simplemente se refiere a la parte del suministro existente que la gente tiene ganas o está dispuesta a vender a un precio determinado. —¿Y la «demanda»? —De la misma forma, Adams, la «demanda» de algo no es simplemente la cantidad de ese algo que la gente desea, que podría ser prácticamente ilimitada, sino la cantidad que están dispuestos a llevarse a un precio determinado. —Entonces me parece, jefe, que tanto la «oferta» como la «demanda» son conceptos bastante complicados. ¿Cada uno de ellos se refiere a los bienes que la gente está dispuesta a intercambiar en ciertas proporciones determinadas por otros bienes? —Exactamente —dijo Peter—. No sirve de nada hablar de lo que «demando» por una camisa a menos que tú averigües cuántos paquetes de cigarrillos estoy dispuesto a renunciar a cambio de ella. Y si tratas de obtener cigarrillos míos, es inútil hablar de mi «oferta» disponible de cigarrillos si no es para saber por qué productos estoy dispuesto a entregarlos y en qué proporción. —¡Uf! —exclamó Adams—. ¿Entonces la «oferta» de un hombre es la «demanda» de otro hombre y viceversa? Mi «oferta» representa lo que tengo que ofrecer y mi «demanda» lo que quiero a cambio por ello, mientras que tu «oferta» representa lo que tienes, que puede ser lo que pido, y tu «demanda» puede ser… —Exacto. —Bueno, entonces ¿el término «oferta» se refiere, tal y como lo empleas, jefe, a una cantidad física de algo o se refiere solo a algo que está determinado por las distintas escalas de valoración de diferentes personas? —Bueno, no tenemos que entrar en tanto detalle justo ahora —dijo Peter, que no estaba muy seguro de cuál debía ser su respuesta—. Lo que estoy tratando de decir, respondiendo a tu pregunta inicial, es muy simple. Has preguntado por qué los precios cambian continuamente. Mi respuesta es que estos precios dependen de las relaciones entre la oferta y la demanda, y tanto la oferta como la demanda son volátiles y cambian constantemente.
 
Henry Hazlitt
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—¿Pero, por qué no, jefe? ¿Por qué no puede una industria vender a otra o comprar a una tercera, aunque todas ellas pertenezcan al Estado? —Porque la fijación de precios sería arbitraria, ficticia y no tendría sentido alguno. La Junta Central de Planificación, Adams, simplemente no puede jugar al «mercado»; no puede jugar al «sistema de precios», como si fueran niños jugando a las casitas. Los mercados y los precios tienen que ser reales para poder cumplir con su función: la de mostrarnos los valores relativos que los usuarios y los consumidores asignan a las cosas. Nuestro sistema actual de asignaciones arbitrarias de materias primas y trabajadores, de decisiones arbitrarias acerca de lo grande que debe ser cada industria y de la cantidad exacta que debe producir es, al menos, un plan controlable. Puede que no proporcione a la población lo que desea, pero al menos es mucho mejor que fijar los precios de forma aleatoria y después observar los sucesos extraños e impredecibles que ocurrirían.
 
Henry Hazlitt
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Desmanteló el nuevo sistema por completo y ordenó la restauración del antiguo socialismo a cargo de la Junta Central de Planificación en Moscú.
 
Henry Hazlitt
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Entonces, de repente, una de sus noches de piano, cuando interpretaba una fuga de Bach, se le ocurrió una idea. Se detuvo en mitad de un pasaje complejo. Sus pensamientos habían estado volviendo a la pregunta que Adams le había formulado: «¿Por qué no se puede tener un sistema de precios para las herramientas de producción?». Y pensó acerca de su respuesta: «Por la sencilla razón, Adams, de que los bienes de consumo pertenecen a los individuos… mientras que todas las herramientas de producción pertenecen al Estado». No cabía duda de que esa era la respuesta correcta… pero ¿no había una respuesta a la respuesta?… ¡Sí, la había! ¿Por qué Adams no la había planteado entonces? ¿Por qué entonces no se le había ocurrido a él mismo? ¡Sabía la respuesta! ¡Las herramientas de producción no tenían que pertenecer al Estado!
 
Henry Hazlitt
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—¡He encontrado la respuesta, Adams! —gritó—. ¡He encontrado la respuesta a todos nuestros problemas! He encontrado la llave que abre todas las puertas: ¡la propiedad privada de los medios de producción!
(…)
—Voy a implementarla inmediatamente —dijo Peter. —No, jefe, es demasiado revolucionaria. Debes consultarlo antes con los miembros del Politburó. —¡Pero seguro que Bolchekov se opone a ella, Adams! Y probablemente ponga a todos los miembros, salvo a nosotros, de su parte. Tiene todas las de ganar. Con toda probabilidad argumentaría que mi plan es nuevo, sin probar, sin experimentar, revolucionario… ¡Incluso podría hasta decir que es antimarxista! —¿No crees que es un pelín antimarxista, jefe? —Eso no me preocupa, Adams. Lo único que me preocupa es si funcionaría o no. Si se lo presentara a los miembros del Politburó no me permitirían llevarlo a cabo y nunca podría descubrirlo. Cuando sugerí un sistema de libre intercambio de bienes de consumo no lo consulté con el Politburó, sin embargo, cuando lo pusimos en práctica fue un gran éxito.
 
Henry Hazlitt
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—Todo esto es un milagro —admitió Adams—. Si quisiera acuñar un aforismo sería: La magia de la propiedad privada convierte la arena en oro.
 
Henry Hazlitt
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—Entonces, ¿no crees, jefe, que la aparición del oro como medio de cambio fuera una mera casualidad? —Para mí es mucho más que eso, Adams, es como la supervivencia del más fuerte.
 
Henry Hazlitt
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—¿Quieres decir, jefe, que la producción para obtener beneficios es incluso mejor que la producción para ser utilizada? —Exacto, Adams, porque el hombre que está meramente fabricando una silla para su uso no está compitiendo con la producción de otra persona. No obstante, si fabrica una silla con la esperanza de venderla, tiene que competir con las sillas que otros están ofreciendo a los consumidores. La producción para obtener beneficios es la producción para el uso, pues si los consumidores no piensan que un producto es bueno para ser utilizado, pronto dejarán de comprarlo y el empresario pronto se declarará en quiebra. —Entonces «la mano invisible» de la que hablas —dijo Adams— ¿se trata realmente de competencia? —La competencia es, sin lugar a duda, la palma de esa mano. —Pero esto significa que nosotros en el gobierno, jefe, debemos asegurarnos de que la competencia domine nuestra vida económica. —Exactamente, Adams. Debemos prohibir el monopolio coercitivo por completo. Tal vez eso fuera el mal central del socialismo de Estado: el monopolio de poder y de producción que posee. No obstante, tenemos que hacer algo más que luchar en contra del monopolio y fomentar la competencia; debemos redactar nuestras leyes de tal manera que el nivel de competencia aumente. Así que debemos redactarlas de forma que un hombre que busque su beneficio personal no pueda lograr este objetivo egoísta de ninguna manera que no sea promoviendo el bienestar público.
 
Henry Hazlitt
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—¿Estás seguro de que las leyes serán suficientes, jefe, por muy buenas que puedan ser? Caía una fuerte lluvia. Peter se acercó a la ventana y miró fijamente hacia el exterior. —No —dijo al fin—, las leyes no serán suficientes por muy buenas que sean. Si la gente fuera tan corrupta que las evadiera constantemente y si la policía, los jueces y el gobierno fueran tan corruptos que no hicieran un esfuerzo ecuánime por hacer que las leyes se cumplieran, entonces incluso un conjunto de leyes ideales sería inútil… No, la mayoría de los individuos deben tener valores morales; la sociedad debe regirse por un código moral. El empresario individual, el comerciante o el trabajador no solo deben temer a la policía o a las represalias privadas, sino que también debe creer en el comercio honesto, en la ecuanimidad, en la justicia, en la honradez, en el honor… Tal vez, el mayor defecto del sistema comunista, peor aún que su fracaso fabricando bienes, fuera que acabó con todo el sentido de la justicia y de la verdad e hizo que su único «precepto moral» se basara en la absoluta obediencia a las órdenes del dictador… No obstante, la libertad individual es imposible sin la responsabilidad individual. —En otras palabras —dijo Adams—, el despotismo puede gobernar sin la fe, pero la libertad no puede. Peter lo miró con admiración. —Acabas de acuñar un aforismo maravilloso con el que deberías ganarte la gratitud de la humanidad.
 
Henry Hazlitt
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No estoy seguro de que los hombres vayan a aceptar y a cumplir con un código moral, por muy racional que sea, basado en fundamentos puramente utilitarios. Tal vez las masas nunca se rijan por un código moral a menos que sientan una profunda veneración hacia algo… —¿Hacia el universo? —Al menos un profundo sentido de humildad, un reconocimiento de su pequeñez en el universo, un sentido profundo de su propia ignorancia inescrutable ante el misterio y el milagro de la existencia. Quizás necesitemos al menos una convicción, tener fe en que pueda haber o que haya un Gran Propósito, siempre indescifrable para nuestras pequeñas mentes, que vaya más allá de las fuerzas ciegas de la naturaleza. —¿No es ese un ejemplo de una falacia patética?, ¿el utilizar una palabra como es el término «propósito» en relación con la naturaleza o el universo como un todo, jefe, no es un antropomorfismo y un antropocentrismo que van muy en contra de la filosofía? ¿No es atrevido y no te parece que no tiene sentido afirmar que el universo tiene un Propósito o que no lo tiene? El término «Propósito» describe una actitud puramente humana: el uso de los medios limitados presentes para lograr fines futuros.
 
Henry Hazlitt
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El dictador en Mundotriunfal, era, en efecto, el único que podía crear o iniciar algo, el resto simplemente acataba sus órdenes. No obstante, en Mundolibre cualquiera puede crear o iniciar algo y, como puede hacerlo, lo hace.
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás
 
 
—¿Y lo segundo que ha provocado esta transformación, jefe? —Lo segundo, Adams, es que en nuestro nuevo sistema de empresa libre privada (de la cual una parte fundamental es el derecho a la propiedad privada y la protección de la misma) cada hombre se queda con lo que produce. Y debido a que su recompensa es proporcional a su producto (como su recompensa, de hecho, es solo otro nombre que se le da al valor de cambio de su producto) sabe que depende de él, del valor de aquello que crea. Cada hombre se esfuerza constantemente por aumentar la cantidad de lo que produce, pues incrementa su propia recompensa. —No lo comparto, jefe. Puedo citarte el caso de un hombre, por ejemplo… —He exagerado a propósito —confesó Peter—, por el simple hecho de aclarar la situación. Esto es lo que ocurriría si hubiera una competencia perfecta y una previsión perfecta por parte de los productores y de los consumidores (si es que es posible imaginar algo así). No obstante, incluso bajo nuestro sistema actual, sigue siendo cierto que, a pesar de que puede que nunca haya una equivalencia «perfecta», todos los individuos y todos los grupos tienden a obtener la riqueza que crean de manera específica. Todos tienden a verse recompensados por parte de los consumidores en la medida en que han contribuido con las necesidades de los mismos. En otras palabras, la libre competencia tiende a conceder a los trabajadores lo que ellos crean, a los propietarios del dinero y de los bienes de capital lo que su capital crea y a los empresarios lo que su función coordinadora crea. —Si pudieras logarlo, jefe, no habría un grupo que tuviera el derecho a quejarse; habrías conseguido un paraíso económico. —Lo denomines paraíso económico o no, Adams, es, de hecho, lo que hemos logrado. Hemos cambiado todo el principio en el que la vida económica se apoya. Hemos sustituido el aforismo irrealizable de Marx: «De cada cual según su capacidad; a cada cual según sus necesidades» por un nuevo principio factible que dice así: «A cada cual lo que cree». —Pero incluso dando por hecho que tu nuevo sistema funcione en base a este nuevo principio, jefe, ¿estás seguro de que es superior en todos los sentidos al principio socialista de Marx? —Funciona —dijo Peter—; y el supuesto principio marxista no funcionaba. Cuando tratamos de imponer el principio de «a cada cual según sus necesidades» nos dimos cuenta de que frustraba el objeto de conseguir «de cada cual según su capacidad». Sin embargo, cuando lo sustituimos por «a cada cual lo que cree» resolvemos automáticamente el problema de conseguir «de cada cual según su capacidad».
 
Henry Hazlitt
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—El horrible sistema comunista de Mundotriunfal corrompe y envenena la existencia de todos, Adams. Bajo ese sistema es imposible que alguien crea en la dignidad humana, en la decencia…
 
Henry Hazlitt
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—De lo que estamos seguros, Adams, es de esto: relativamente poca gente se molestaría en ahorrar dinero si no obtuviera un interés por él y aún menos gente daría su consentimiento para que alguien se quedara con su capital ahorrado sin ningún tipo de compensación o interés. Sabemos que los prestatarios pagan intereses voluntariamente e incluso compiten entre ellos para aumentar los tipos de interés porque si son, en realidad, más bajos de lo que los prestatarios están dispuestos a pagar, se produce lo que se denomina escasez de fondos. Esto únicamente puede corregirse por medio de un aumento de los tipos de interés, lo que provocará que algunas personas estén dispuestas a prestar más y otras a querer tomar prestado menos. En resumen: no tenemos necesariamente que saber por qué la gente está dispuesta a pagar intereses más de lo que tenemos que saber por qué está dispuesta a pagar altos precios por el whisky, por el oro o por los diamantes… —O por las malas pinturas. —O por las malas pinturas. Los deseos, los gustos y las valoraciones de las personas son lo que son y buscan satisfacerlas y nosotros, los burócratas, no somos nadie para afirmar que sus gustos están mal encaminados, pues la posteridad puede concluir que éramos nosotros los que nos decantamos por las malas pinturas en vez de por las buenas. —Dicho de otro modo —manifestó Adams—, y tratando de resumir: los valores de mercado son el resultado compuesto de las valoraciones de los individuos. De la misma manera que el mercado fija los precios, también lo hace con los salarios y de la misma manera que fija los salarios, también lo hace con los tipos de interés. Del mismo modo que los consumidores están dispuestos a pagar cualquier precio por los bienes de consumo hasta la cantidad que la suma de estos bienes añade a sus satisfacciones, los productores están dispuestos a pagar por la mano de obra y el capital cualquier precio hasta la cantidad que un mayor incremento de la mano de obra y del capital prometa sumar a sus beneficios.
 
Henry Hazlitt
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Bertravitch Russelevsky quien una vez definió las matemáticas puras como «la materia sobre la que nunca sabemos de lo que estamos hablando o si de aquello de lo que hablamos es cierto».
 
Henry Hazlitt
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Los empresarios son las personas que deciden qué es lo que se va a producir, en qué proporción y mediante qué método. No podría existir una función más decisiva en una economía.
 
Henry Hazlitt
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—Sigo estando en contra, jefe —comenzó diciendo Adams al día siguiente—, de los beneficios injustos y excesivos que estos empresarios obtienen. Esto provoca un gran descontento… —¿Entre aquellos que no han obtenido beneficios? —Sí. Y no creo que esos beneficios excesivos sean necesarios para hacer que sistema de libre mercado funcione. Los empresarios deberían conformarse con un beneficio razonable y estimo necesario establecer una ley que fije un beneficio razonable; un beneficio justo. —¿Qué es una pérdida razonable, Adams?, ¿una pérdida justa? —¿Una pérdida «justa»? Eso no tiene ningún sentido, jefe. —No más que una «beneficio razonable», que un «beneficio justo». —Pero ciertamente… —Veamos lo que es un empresario, Adams, y las funciones que desempeña. El empresario es el hombre que decide si un nuevo negocio se pondrá en marcha o si uno antiguo se reducirá o ampliará o si se pasará de fabricar un producto a fabricar otro. Los empresarios son las personas que deciden qué es lo que se va a producir, en qué proporción y mediante qué método. No podría existir una función más decisiva en una economía. —¿No es peligroso que un solo grupo de individuos privados tenga tanto poder? —En primer lugar, no tienen el poder. Permíteme que corrija mi declaración previa. Los empresarios son aquellas personas que parecen decidir lo que se va a producir, la cantidad y los métodos. En nuestro nuevo sistema, las verdaderas decisiones las toman todos los consumidores. Los empresarios simplemente tratan de adivinar cuáles van a ser los deseos y las preferencias de estos consumidores. Los consumidores son los verdaderos jefes. El empresario obtiene beneficios si predice correctamente cuáles van a ser los deseos y preferencias de estos, si prevé adecuadamente que se está fabricando o que se va a fabricar una cantidad demasiado abundante de un bien o una demasiado escasa de otro (en relación con estos deseos y preferencias) o si sabe cómo fabricar el objeto deseado más barato o de mejor calidad que sus competidores. Si por el contrario sus predicciones no son las adecuadas o si es menos eficiente o eficaz que sus competidores, sufre pérdidas. En pocas palabras: el empresario es la persona que asume el riesgo. —¿Quieres decir que es algo así como un apostante? —Si quieres llamarlo así, Adams… Yo prefiero dirigirme a él como tomador de riesgos. —Pero el promotor es un tomador de riesgos y el especulador también lo es. —Eso es cierto. El especulador, el promotor y el empresario son distintos tipos de tomadores de riesgos, pero tal y como yo lo veo existe una diferencia esencial entre estos tres y el apostante. El apostante crea sus propios riesgos de forma deliberada; no está obligado a perder dinero por el simple hecho de que un caballo sea capaz de correr más rápido que otro. Sus riesgos son artificiales. Sin embargo, en la vida económica, los riesgos ya existen; existen necesariamente. Alguien tiene que asumirlos. El especulador, el promotor y el empresario ejercen esa función.
 
Henry Hazlitt
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Adams volvió a permanecer en silencio, pensativo. —Has respondido a todas las objeciones que se me ocurren por hoy —dijo al fin—. Tienes razón, has ideado un sistema económico maravilloso… —Lo único que hicimos fue hacerlo posible. —Has creado, jefe, o hecho posible, un sistema económico maravilloso y uno de sus méritos principales, ahora estoy de acuerdo, es que recompensa a las personas de acuerdo con su previsión y su producción. Premia su habilidad para proporcionar a los demás lo que quieren y también coincido en que esto incentiva a todos al máximo para mejorar su previsión e incrementar su producción. Sin embargo, ¿no puede que sean las propias virtudes del sistema las que al final contribuyan a su ruina? ¿Cómo vamos a ser capaces de proteger este sistema, por ejemplo, de las críticas incesantes de los improductivos y de los fracasados? Porque nunca nadie estará dispuesto a atribuirse el fallo a sí mismo, sino que lo atribuirá al «sistema». Nunca verá sus defectos, pero encontrará mil en el sistema. Y si respondes a una de sus críticas (sin importar la forma tan aplastante en la que lo hagas) suscitará otra y otra hasta la saciedad. Siempre soñará con un sistema en el que, en su imaginación, se encuentre en la cúspide y el actual triunfador en la base. —Pero, Adams, ¿no estará el triunfador o, como espero, el desinteresado, siempre ahí para responder a las críticas de los fracasados? —Dudo, jefe, que hubiera un buen equilibrio. Prácticamente todo el mundo quiere ser escritor y, por ese motivo, los escritores raramente obtendrán las recompensas económicas de los especuladores y empresarios y, por ello, los escritores tendrán envidia de estas recompensas y serán siempre más elocuentes y convincentes que los hombres de negocios de éxito… Y después existe otra cuestión: el éxito es relativo. Desde el punto de vista de la riqueza y los ingresos, todo el mundo tendrá menos éxito que otra persona, salvo el hombre más rico del planeta. Por lo tanto, incluso aquellos que poseen una riqueza y unos ingresos más altos que la media serán incapaces de entender por qué otros, desde luego no más inteligentes, trabajadores o previsores que ellos mismos, tienen aún más riquezas e ingresos. Todos estarán dispuestos a dar por sentado que aquellos que tienen menos que ellos lo tienen porque han aportado menos valor al mundo. Sin embargo, prácticamente nadie será capaz de admitir que aquellos que tienen más riquezas e ingresos que ellos las tienen porque han aportado más valor al mundo. Como consecuencia de ello, tu nuevo sistema estará expuesto a diario al peligro de… —Venga, hombre —dijo Peter, riendo—. ¡Deja de imaginarte cosas!
 
Henry Hazlitt
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Los medios determinan los fines. Si nos limitásemos a emular los métodos de Mundotriunfal, acabaríamos con una sociedad tan mala como esa.
 
Henry Hazlitt
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A diferencia de la invariabilidad, de la monotonía y el aburrimiento de Mundotriunfal, la vida cultural y espiritual de Mundolibre estaba repleta de un sin fin de variedad, sabor y aventura.
 
Henry Hazlitt
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Una sociedad en la que vale la pena vivir tiene que ser moral. Esto significa que los individuos que la conforman deben ceñirse a un código moral. Sin embargo, esta moral no puede ser impuesta por los oficiales, por la policía, por los aparatos estatales de coacción. Tiene que surgir de forma espontánea de los propios individuos, de las familias, de los preceptos inculcados por los padres. Debe ser creada, enriquecida y purificada por grandes pensadores y profesores religiosos y morales y, sobre todo, por grandes ejemplos morales y religiosos.
 
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—¿Pero tus razones no se aplicarían también al comunismo, jefe? ¿No son sus defectos principalmente también los defectos de las personas que lo adoptaron y que lo dirigen? —La gente primero adoptó el comunismo, Adams, sumidos en un engaño, pero después se mantuvieron firmes a él bajo amenaza de muerte. Estoy hablando de sistemas que la gente es libre de cambiar de forma pacífica. El comunismo es infinitamente peor que la naturaleza humana en potencia de la mayoría de los hombres que viven en él, pues bajo dicho sistema nadie es libre de dar a conocer sus deseos, de actuar sin correr el riesgo de ser torturado o asesinado. Deja que lo exprese del siguiente modo: un sistema económico o político es siempre igual de bueno que las personas que viven en él, siempre y cuando sean libres para cambiarlo.
 
Henry Hazlitt
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El comunismo es infinitamente peor que la naturaleza humana en potencia de la mayoría de los hombres que viven en él, pues bajo dicho sistema nadie es libre de dar a conocer sus deseos, de actuar sin correr el riesgo de ser torturado o asesinado. Deja que lo exprese del siguiente modo: un sistema económico o político es siempre igual de bueno que las personas que viven en él, siempre y cuando sean libres para cambiarlo.
 
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—Pero el socialismo sostiene, jefe, que tiene que amar a todo el mundo y que debe trabajar para todo el mundo. —Pero, Adams, la realidad es que no ama a todo el mundo y tú no puedes obligarle a hacerlo. Y si tratas de forzarle a que ame y mantenga a todo el mundo, simplemente acabas con sus incentivos y empobreces a todas las personas. Por supuesto que en un régimen basado en la libertad puedes convencer o exhortar a un hombre a que amplíe voluntariamente el círculo de su amor o al menos su buena voluntad. Y si existen hombres en nuestro sistema de libre mercado que aman a todo el mundo y que sí quieren producir para todo el mundo y proveer a todo el mundo, no hay nada que les impida hacerlo en la medida de lo posible. —¿Entonces tu conclusión —dijo Adams— es que aunque podamos lamentarnos de que hay más personas que no son más caritativas de lo que son, la culpa no es del mercado libre o del sistema de empresa privada, sino de la naturaleza humana? —Exacto —dijo Peter—. A lo que quiero llegar es que la naturaleza de los seres humanos determina principalmente la naturaleza y el funcionamiento del sistema económico y social en el que viven y no al revés como supuso Karl Marx. —¿Pero tus razones no se aplicarían también al comunismo, jefe? ¿No son sus defectos principalmente también los defectos de las personas que lo adoptaron y que lo dirigen? —La gente primero adoptó el comunismo, Adams, sumidos en un engaño, pero después se mantuvieron firmes a él bajo amenaza de muerte. Estoy hablando de sistemas que la gente es libre de cambiar de forma pacífica. El comunismo es infinitamente peor que la naturaleza humana en potencia de la mayoría de los hombres que viven en él, pues bajo dicho sistema nadie es libre de dar a conocer sus deseos, de actuar sin correr el riesgo de ser torturado o asesinado. Deja que lo exprese del siguiente modo: un sistema económico o político es siempre igual de bueno que las personas que viven en él, siempre y cuando sean libres para cambiarlo.
 
Henry Hazlitt
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—No dejo de admirar, jefe —dijo Adams—, la increíble productividad de tu nuevo sistema y los maravillosos resultados de la libertad que proporciona. No obstante, tampoco dejo de dudar acerca del mismo. —Ya me he dado cuenta de ello —dijo Peter, secamente—. ¿Cuáles son tus dudas esta vez? —Son muy profundas. ¿No es este sistema, aun reconociendo que es mucho más productivo que cualquier otro sistema colectivista, egoísta y codicioso? —¿De qué forma? —Bueno, sin lugar a duda premia el egoísmo y la codicia. —Por supuesto que sí, como cualquier otro sistema. —Pero el socialismo… —Sobre todo el socialismo, Adams, y lo sabes tanto como yo. Bajo cualquier sistema económico o político concebible, la gente egoísta e inescrupulosa hará todo aquello que crea que le ayudará a tener éxito dentro del mismo. Mentirá, adulará, defraudará, engañará, traicionará, seducirá e incluso robará y asesinará si cree que le favorecerá. Si la piedad es lo que se lleva, fingirá ser más piadosa que el resto. Si lo que está de moda es tener una «conciencia social» manifestará que tiene una mayor conciencia social que el resto… —Sí, pero… —La cuestión es —continuó Peter— que en cualquier sistema, la gente egocéntrica hará aquello por lo que ese sistema le premie más. La verdadera pregunta es: ¿cuáles son las acciones que más se premian en un determinado sistema? —De acuerdo, enfócalo de esa manera, jefe, pero mi argumento sigue siendo el mismo. ¿No es precisamente tu sistema de libre mercado el que premia las acciones más egoístas y codiciosas? —No. Por ese procedimiento podría también verse como que recompensa las acciones más altruistas. Para empezar, en este sistema, nuestro gobierno ha procurado ilegalizar todas las acciones perjudiciales para los demás que se esperase que se pudieran definir y detectar de forma razonable. No solo hemos ilegalizado el robo, las agresiones y el asesinato, sino también todo tipo de difamación, de intimidación y de coacción. Hemos ilegalizado y penalizado el fraude, la presentación engañosa de bienes y el incumplimiento de promesas y contratos. Y de esta forma, hemos hecho imposible, hasta donde hemos podido ejercer nuestras facultades de forma razonable, que los empresarios tuvieran éxito excepto cuando servían a los consumidores igual o mejor que sus competidores. Admito que hemos hecho posible que tenga éxito proporcionando a la población lo que realmente quiere y no lo que tal vez pueda querer. —¿Pero no debería un verdadero sistema ético abastecer a los consumidores, jefe, solo con lo que es bueno para ellos y no con lo que parece que quieran (algo que puede a menudo perjudicarles)? —Una y mil veces, no. Lo que el sistema ético que has sugerido supone, Adams, es que alguien que se encuentra en la cúspide (o lo que es lo mismo: un burócrata subordinado) sabe mejor que tú mismo lo que es bueno para ti. Es una suposición arrogante de superioridad por parte de un grupo que gobierna; es la esencia de una actitud autoritaria. Trata a las personas como pupilos irresponsables del gobierno. Trata a los ciudadanos con desdén. —Pero para dar a los consumidores solo lo que deberían querer, jefe, para darles solo lo que es bueno para ellos… —Esos son meros eufemismos, Adams, para forzarles a aceptar lo que los burócratas les permiten tener. —Sigo sin estar totalmente convencido —insistió Adams—. Estoy de acuerdo en que tus leyes prohíben al individuo hacer lo que es perjudicial para los demás, pero no le prohíben hacer lo que es malo para él mismo, como por ejemplo, fumar demasiados cigarrillos. —Lanzó una mirada acusadora a Peter—. O beber demasiado o quedarse despierto hasta muy tarde; y no le obligan a ser sumamente servicial y benevolente para con los demás. —Claro que no, Adams. Nuestras leyes deben procurar proporcionar a las personas la mayor libertad posible. Y la mejor manera de hacerlo es impedir que la libertad de cada persona atente contra la propia libertad de los demás. Nuestras restricciones específicas de tráfico no están diseñadas para limitarlo, sino para promover y para hacer que la circulación sea lo más segura posible. Y las restricciones específicas que ponemos a las libertades de todo tipo solo pueden justificarse como una tendencia para promover que todo el mundo disfrute de la libertad en la mayor medida posible y de una forma segura. —Pero sigue siendo cierto, jefe, que tus leyes son esencialmente negativas: prohíben esto o aquello, pero no imponen generosidad y amabilidad. —El simple hecho de prohibir lo que es dañino para otros, Adams, ya es una labor lo suficientemente grande para que cualquier gobierno se ocupe de ella. Además, existen determinados límites lógicos en esa labor. No obstante, si empiezas a exigir altruismo de forma legal, no hay límites lógicos hasta que no se le haya forzado a todo el mundo a donar todo lo que ha ganado o todo lo que ha obtenido que esté por encima de aquellos que han ganado menos y entonces vuelves al punto en el que nadie se ve incentivado a ganar o a producir nada. —¿Pero cómo vas a conseguir alguna vez generosidad o benevolencia, jefe, si no adoptas medidas legales para que se consiga? —Cualquier sociedad en la que merece la pena vivir —replicó Peter en un tono de deliberada paciencia— debe estar repleta de un espíritu de generosidad y benevolencia. No puede depender únicamente de las virtudes negativas, de que una persona respete la libertad de otra o de que se abstenga a mentir o a practicar la violencia. Reconozco que todo eso es cierto, pero el gobierno no tiene la función de obligar a las personas a actuar de acuerdo con estas virtudes positivas. No podría hacerlo aunque lo intentara y esta tentativa solo conduciría a la práctica de abusos horribles. Estas virtudes positivas deben proceder de dentro de la propia sociedad y esa es otra manera de decir que deben surgir de dentro del individuo. Una sociedad en la que vale la pena vivir tiene que ser moral. Esto significa que los individuos que la conforman deben ceñirse a un código moral. Sin embargo, esta moral no puede ser impuesta por los oficiales, por la policía, por los aparatos estatales de coacción. Tiene que surgir de forma espontánea de los propios individuos, de las familias, de los preceptos inculcados por los padres. Debe ser creada, enriquecida y purificada por grandes pensadores y profesores religiosos y morales y, sobre todo, por grandes ejemplos morales y religiosos. Pero ya habíamos hablado de este tema… —¿Entonces, admites —lo interrumpió Adams— que tu nuevo sistema de libre mercado no fomenta en sí una moral positiva? —Comparado con el socialismo desde luego que la fomenta —replicó Peter—. Si haces posible que los hombres tengan éxito solamente compitiendo para servir a los consumidores… —Siempre estás hablando de las ventajas de la competencia —volvió a interrumpir Adams—, pero ¿no es precisamente la competencia el mal mayor? ¿Tu sistema de «libre mercado» no promueve una competencia despiadada y carente de toda ética?, ¿no fomenta la ley de la jungla…? —No estás hablando de competencia —replicó Peter—, sino simplemente de mala competencia. Estás hablando de un bajo nivel de competencia. Desde luego que deberíamos esforzarnos continuamente por aumentar el nivel de competencia y, para hacerlo, debemos contar, en primer lugar, con un alto nivel general de moralidad y, en segundo lugar, con perfeccionar nuestro sistema de restricciones legales. No queremos que la gente tenga éxito recurriendo a mayores artimañas, a engaños más astutos, a una mayor falta de escrúpulos y a una crueldad superior. Por ese motivo, nuestras leyes deben hacer todo lo posible por cerrar estas vías hacia el éxito y por crear condiciones mediante las cuales las personas puedan triunfar con un entusiasmo y una habilidad superiores a la hora de servir a sus compañeros. Y esto es precisamente lo que hemos procurado hacer en nuestro nuevo sistema. Este les proporciona un sistema de recompensas de acuerdo con su producción, es decir, en proporción al éxito que tengan agradando al consumidor. Bajo este sistema, deben competir por ganarse el favor de los clientes. —Pero la competencia siempre me ha parecido una forma de conflicto, jefe. Una economía sólida debería apoyarse en el principio contrario a la cooperación. —En un sentido metafórico, uno se puede referir a la competencia a la hora de servir a los consumidores, Adams, como una forma de «conflicto», pero esta es una metáfora falsa y engañosa. En cuanto a que la competencia empresarial sea lo contrario a la cooperación, esta es, a decir verdad, un método de cooperación social y uno de los más importantes. De hecho, la competencia personal es uno de los mayores impulsos para conseguir el máximo progreso. El sentido de competencia personal es lo que le lleva a un hombre a exprimir cada ápice de habilidad o perfección de sí mismo, ya sea queriendo ser el hombre más rico de la sociedad, el cirujano más hábil, el nadador más rápido, el mejor pianista o el mejor novelista, filósofo o santo. —¿Entonces, jefe, en tu opinión todo depende del tipo de acciones u objetivos en los que la gente quiera competir? —Exacto —convino Peter—. Para mí, la competencia puede llevarse a cabo para cumplir con dos funciones principales. Una, tal y como acabo de señalar, es para incitar a todos a sacar el máximo provecho a sus habilidades innatas. La otra es asignar a cada individuo al lugar en el sistema social donde pueda prestar el mejor servicio para sus compañeros. En una sociedad basada en la posición social o en la herencia es probable que a todo el mundo se le ubique en el lugar equivocado si tenemos en cuenta el lugar en el que podría hacer el mayor bien. Debemos tratar de situar al mejor líder industrial al mando de la empresa más importante y al mejor director de orquesta al frente de la mejor orquesta, en lugar de poner al mejor líder industrial en potencia al mando de una orquesta y al potencialmente mejor director de orquesta al frente de una empresa manufacturera. Y el sistema que da rienda suelta a la competencia personal, con las opiniones de los compañeros y colegas más cercanos, es más probable que sitúe a los hombres en los lugares que pueden ocupar de la manera más eficiente posible. —Empecé por otro camino bastante distinto cuando me desvié del tema —continuó Adams—. Comencé preguntando si tu sistema no premia el egoísmo y la codicia. Ahora me parece que un sistema perfecto debería premiar el «egoísmo». —¿Por qué? —¿Por qué? —repitió Adams, sorprendido—. Pues para incentivar el desinterés. —Estos son elementos contradictorios —replicó Peter—. Si haces un acto «desinteresado» con la esperanza de recibir una recompensa, entonces estás haciendo algo egoísta. Si haces algo «desinteresado» y «altruista» estimulado por un incentivo material o incluso con la esperanza de ser elogiado por tu acción, entonces lo que haces es realmente egoísta y codicioso. No es lógico pedir una recompensa por haber actuado con desinterés. El desinterés consiste precisamente en hacer aquello por lo que no te ves premiado. —Pero en tu sistema libre, jefe, todo el mundo persigue sus propios objetivos. —Eso es en esencia cierto, Adams, pero eso no quiere decir que los fines de los individuos sean necesariamente interesados o exclusivamente egoístas… Deja que lo plantee del siguiente modo. En lo que se denomina «relación mercantil», descubro que, cumpliendo con tus objetivos, puedo cumplir de la mejor manera con los míos. Encuentro que prestándote un servicio puedo obtener los medios para llevar a cabo mi propio proyecto. Es cierto que te presto este servicio no por tu bien, sino por el mío; o dicho con más exactitud: para mis propios fines, cualesquiera que puedan ser. Y tú me das algo a cambio, no por mi bien, sino para obtener mi servicio. Así que cada uno coopera con el otro. Cada uno promueve el objetivo inmediato del otro con el fin de cumplir con sus objetivos lejanos. —Puedo ver, jefe, cómo eso promueve la riqueza, la producción, la cooperación social y la reciprocidad de servicios. Todo eso está muy bien, pero aun así el objetivo último de cada uno de nosotros en una relación mercantil es egoísta. Cada uno de nosotros, por decirlo claramente, trata de ganar dinero. —Tu argumento sigue sin reparar en el problema importante, Adams. El dinero es simplemente un medio. Si estamos hablando de los objetivos personales, tenemos que ir más lejos y preguntarnos para qué tratamos de conseguir el dinero. El dinero se persigue como un medio de cambio para obtener otra cosa. Es un medio (aunque uno de gran importancia) para lograr nuestros propósitos finales. ¿Qué pretendemos hacer con el dinero cuando lo conseguimos? Es aquí donde la cuestión del objetivo entra en juego. Puede que un hombre gane dinero para mantener a su familia, para enviar a su hijo a la universidad, para continuar con sus estudios científicos abstractos, para contribuir con una causa pública en la que crea fervientemente, para fundar una nueva organización benéfica. En este sentido, la mayoría de la gente trabajadora es altruista. La mayoría de ellos no solo se mantienen con sus ganancias, sino que mantienen a otras personas: a su mujer, a sus hijos, a sus padres ya ancianos, a su hermano o hermana, etcétera. Un hombre trabaja para su familia no para que él tenga más, sino para que ellos tengan más. En resumen, no solo trabaja para sí mismo, sino para aquellos a los que quiere. —Pero el socialismo sostiene, jefe, que tiene que amar a todo el mundo y que debe trabajar para todo el mundo. —Pero, Adams, la realidad es que no ama a todo el mundo y tú no puedes obligarle a hacerlo. Y si tratas de forzarle a que ame y mantenga a todo el mundo, simplemente acabas con sus incentivos y empobreces a todas las personas. Por supuesto que en un régimen basado en la libertad puedes convencer o exhortar a un hombre a que amplíe voluntariamente el círculo de su amor o al menos su buena voluntad. Y si existen hombres en nuestro sistema de libre mercado que aman a todo el mundo y que sí quieren producir para todo el mundo y proveer a todo el mundo, no hay nada que les impida hacerlo en la medida de lo posible. —¿Entonces tu conclusión —dijo Adams— es que aunque podamos lamentarnos de que hay más personas que no son más caritativas de lo que son, la culpa no es del mercado libre o del sistema de empresa privada, sino de la naturaleza humana? —Exacto —dijo Peter—. A lo que quiero llegar es que la naturaleza de los seres humanos determina principalmente la naturaleza y el funcionamiento del sistema económico y social en el que viven y no al revés como supuso Karl Marx. —¿Pero tus razones no se aplicarían también al comunismo, jefe? ¿No son sus defectos principalmente también los defectos de las personas que lo adoptaron y que lo dirigen? —La gente primero adoptó el comunismo, Adams, sumidos en un engaño, pero después se mantuvieron firmes a él bajo amenaza de muerte. Estoy hablando de sistemas que la gente es libre de cambiar de forma pacífica. El comunismo es infinitamente peor que la naturaleza humana en potencia de la mayoría de los hombres que viven en él, pues bajo dicho sistema nadie es libre de dar a conocer sus deseos, de actuar sin correr el riesgo de ser torturado o asesinado. Deja que lo exprese del siguiente modo: un sistema económico o político es siempre igual de bueno que las personas que viven en él, siempre y cuando sean libres para cambiarlo.
 
Henry Hazlitt
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Siguió caminando de un lado a otro. No estaba del todo satisfecho con su respuesta. «¿El secreto? ¿El secreto? ¡Claro que sí!». —El secreto de nuestro nuevo sistema —dijo de repente—, si es que lo tiene, es ¡la libertad! ¡Simple libertad! Liberas a los hombres y cada uno empieza a hacer lo que más desea, lo que cree que puede hacer mejor o lo que piensa que le va a conducir a los mejores medios para alcanzar la felicidad. El secreto es la libertad que tiene cada hombre de ganarse la vida a su manera, la libertad de producir lo que desea, la libertad de quedarse con lo que crea, de compartirlo o de disponer de ello de acuerdo con sus órdenes y no con las de un burócrata; la libertad para asociarse con quien desee, la libertad para consumir lo que quiera, la libertad para cometer y corregir sus propios errores… —Pero si tu gran idea, jefe, al final es simplemente libertad… —¡Nuestra gran idea, Adams! ¡La gran idea de Mundolibre! —¿Pero no te acuerdas, jefe, de la noche en que corriste por las desiertas calles del Kremlin hasta mis habitaciones? ¡Creíste entonces que tu gran descubrimiento había sido la propiedad privada de los medios de producción! —Bueno, sí. La propiedad privada de los medios de producción, Adams, es sin duda una gran idea, pero lo es porque es una consecuencia inexorable, una parte integral, de la gran idea: la libertad individual. Únicamente cuando los medios de producción son propiedad privada, el individuo puede quedarse con los frutos de su producción. Solamente el individuo se ve incentivado a producir cuando está protegido por su derecho de quedarse con los frutos de su producción. El individuo solo es libre de ganarse la vida a su manera cuando cuenta con el derecho a ser el dueño de los medios de producción. Y hasta que no posea esta libertad (esta independencia económica, esta libertad para ganarse su propio sustento sin el favor del estado y sin darle coba a la jerarquía burocrática) no puede tener ningún tipo de libertad, pues dicha libertad es indivisible. ¡La libertad es como un ser animado!, ¡es un ser animado! Es posible que digas, si así lo deseas, que la libertad económica es solo el abdomen de todo el cuerpo de la libertad, pero recuerda que el abdomen soporta las piernas, recuerda que alimenta al corazón, que si el abdomen no estuviera ahí, si no estuviera vivo, sano e íntegro, la mente no podría pensar y el espíritu no sería capaz de soñar. —Pero si la libertad es la virtud principal del nuevo sistema, ¿no es también su principal peligro? —preguntó Adams—. ¿No has concedido demasiada libertad? —¿Demasiada? —Sí, jefe. Has permitido a las personas decir en los discursos lo que les ha venido en gana, a publicar en libros y periódicos lo que han querido y, ¿cuál es el resultado? Están utilizando continuamente su libertad de expresión para criticar a tu gobierno, para criticar incluso al nuevo y maravilloso sistema que has creado, al sistema que ha hecho posible que tengan libertad de expresión. Critican porque permites que lo hagan sin miedo a ser castigadas, sin miedo a perder sus empleos, fortunas, medios de vida o la oportunidad de ser ascendidas. —Resulta paradójico —dijo Peter— que Mundotriunfal sea un infierno pero que nadie dentro de él se atreva a criticarlo, lo cual es precisamente una de las características que le hace ser un infierno. Y lo que es peor, todo el mundo dentro de él se ve obligado a elogiarlo continuamente. Y el resultado es que esa gente estúpida, que no oye nada que no sean elogios hacia el sistema, piensa que debe vivir en el paraíso a pesar de estar harta, aterrorizada y ser una desgraciada. En Mundolibre hemos creado lo que, al menos en comparación, es un paraíso y precisamente una de las cosas que lo hace ser un paraíso es la libertad para criticarlo. Sin embargo, la gente estúpida cuando oye demasiadas críticas empieza a pensar que debe vivir en un infierno a pesar de que nadie en nuestra historia registrada había sido tan rico en lo que a recursos materiales y culturales se refiere como lo son ellos… Confieso que no tengo ninguna respuesta a esta paradoja salvo quizás aún más libertad… —¿Aún más? —Sí, Adams, aún más. Y sabes lo fútiles que fueron todos mis esfuerzos por introducir libertad y democracia política cuando todavía nos encontrábamos bajo el antiguo sistema socialista-comunista. Creo que ahora las condiciones son al fin adecuadas para la introducción de un gobierno representativo libre y sincero en el que los líderes sean libremente elegidos por la población y…
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás
 
 
«¡No es la diferencia entre dos mujeres lo que estoy viendo, sino la diferencia entre dos mundos!».
 
Henry Hazlitt
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«Si hacer fuese tan fácil como saber lo que es preferible, las capillas serían iglesias y las cabañas de los pobres, palacios de príncipes». ¿Dónde había oído aquello? Ah, sí, Edith Robinson le había leído a aquel escritor burgués redescubierto, Shakespeare.
 
Henry Hazlitt
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—Siempre tan negativo —dijo Peter—. No obstante, yo no lo creo así. A la gente se le convencerá con razones.
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás
 
 
—Dime —dijo Adams—. Ahora que hemos logrado un sistema libre, ¿crees que la humanidad será feliz al fin? ¿Crees que la gente no solo será emprendedora, sino también justa, generosa y amable? Peter miró pensativamente al fuego. —No podemos saber si el hombre, ahora que es libre, acabará siendo completamente admirable. Supongo que un sistema no puede ser mejor que los hombres y mujeres que lo dirigen. Si son egoístas, estúpidos, injustos, hambrientos de poder a costa de sus semejantes, no creo que nuestro nuevo sistema o ningún sistema concebible pueda eliminar esos vicios o salvar a las personas de ellas mismas. No obstante, en un sistema libre, cada hombre tiene al menos la oportunidad de dar lo mejor de sí y de mostrar la estatura moral e intelectual a la que es capaz de llegar… —Adams puso otro leño en el fuego—. No —continuó diciendo Peter—, no podemos estar seguros de que el hombre, ahora que es libre, vaya a hacer uso de su libertad solo para actos loables. Puede que incluso empiece a desarrollar teorías sociales que presenten sus defectos individuales como los defectos del sistema en el que vive. Puede que a sus faltas las llame las faltas del sistema. Puede que el hombre libre llegue incluso a culpar a su propia libertad, al propio sistema que hace que sea libre, puede que imagine que existe otro sistema posible, otro acuerdo y distribución de los derechos humanos y de los poderes bajo los cuales puede que sea totalmente perfecto y eternamente feliz. —Esa no es la conclusión más optimista a la que llegar sobre tu propio logro, Peter. —Pero, aunque no sepamos, Adams, si un hombre libre será necesariamente noble y magnánimo, lo que sí sabemos es que el hombre que no es libre ha sido y siempre será despreciable y miserable.
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás
 
 
Después de todo, mi nueva definición de buena sociedad es simple: es aquella en la que es posible que un hombre que ama a Mozart se consagre a Mozart. Dicho de otro modo: es aquella en la que un artista se sienta libre de entregarse en cuerpo y alma a su arte.
 
Henry Hazlitt
El tiempo volverá atrás
 
 
 
 
 
 
 
 

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