"Isabeau estaba sentada, ausente, junto al fuego, acurrucada en la capa de Navarre. Detrás del cerco de luz de las llamas, la raja medio helada de la luna menguante bañaba el río helado y la nevada orilla con su pálida luz azul. Había un montón de leña bien dispuesto junto al fuego, pero al llegar al campamento había encontrado la espada de Navarre tirada en la nieve. No se veía a Phillipe por ningún lado ni unas segundas huellas de su caballo. No podía creer que los hubiera abandonado, sobre todo después de lo sucedido la noche anterior. Apretó con fuerza los puños bajo la negra capa de lana.
Sabía que Navarre los llevaba a Aquila, pero ¿por qué? ¿Habría perdido la esperanza? Phillipe había eludido sus preguntas cuando intentó saber algo más y a ella le había faltado valor para insistir, al comprender por qué callaba. Era fácil imaginar por qué no quería contestar. Durante dos años Navarre había estado rondando aquellas montañas en espera de una oportunidad para acercarse al obispo y conjurar el maleficio que pesaba sobre ellos, pero era imposible romper aquel maleficio; por lo tanto, restaba una alternativa. Después de todo... tal vez fuera lo mejor.
Su odio nunca había sido igual que el de Navarre. Ella había visto adonde había conducido a su padre la impulsividad: a perder su propia vida sin aniquilar a los enemigos de Dios. Al principio ella no quería vengarse, sólo escapar, pero había llegado a entender la obsesión de Navarre por no marchar, porque ¿adonde podrían ir, vivir, que no fuera un infierno?
Por ello, en su fuero interno, ella había vuelto su indignación contra sí misma, atribuyéndose la culpa del comportamiento del obispo y de todas las desgracias causadas. En un momento de desesperación había tomado la daga, cortándose el dorado cabello que le caía hasta más abajo de la cintura —aquel pelo que tanto gustaba a Navarre— y lo había dejado en el suelo para que él lo encontrara.
Pero, con el tiempo, se había dado cuenta de que ella no tenía la culpa de la lascivia del obispo... que el único culpable era él. Después, había continuado cortándose el pelo como un varón porque era más cómodo y un ardid útil para una mujer sola; había aprendido a vivir en soledad, superando la desesperación, y comprendía aquel acuciante deseo de venganza de Navarre.
Los recuerdos de la noche anterior centellearon de nuevo en su cerebro: el lobo muerto, el cazador destrozado por su propio cepo, Phillipe. ¿Dónde estaría? ¿Dónde? ¿Y dónde estaría el lobo?
Como contestación oyó un aullido lejano y se sintió abatida. Miró más allá del río helado, en dirección al reclamo, y se volvió asustada al oír crujir la nieve a sus espaldas. Vio llegar a Phillipe entre los árboles y sonrió tranquilizada.
—¡Ya estás aquí! —exclamó, tratando inútilmente de hacerle creer que lo esperaba, y bajó los ojos avergonzada.
—Se me hacía tan... raro, pasar una noche sin ti...
Phillipe se quedó mirándola durante un largo instante como si sus ojos no se cansaran de contemplarla, para a continuación bajar la mirada y decir como si detestara sus propias palabras:
—Puede ser... nuestra última noche juntos, Isabeau.
—No... —susurró ella remisa y acongojada, levantándose del tronco—. ¿Por qué?
—Hay un modo de romper el maleficio —dijo Phillipe, mirándola de nuevo con decisión.
Isabeau le miraba pasmada.
—No quería infundiros falsas esperanzas —añadió Phillipe, presto, como si supiera lo que ella estaba pensando—. No quería decíroslo hasta creerlo yo mismo, creer de verdad que es posible. Tenemos un plan...
—¿Tenéis un plan... —preguntó ella anhelante— tú y Navarre?
—No, yo... —contestó Phillipe, sintiéndose súbitamente culpable y mirando hacia el bosque— y él.
Fray Imperius se dejó ver a la luz. Isabeau sintió una cruel decepción; no era más que aquel viejo borracho cuya flaqueza los había perdido... el que le había salvado la vida, cuando podía haber sido el fin más tolerable."

Joan D. Vinge
Lady Halcón



"Jerusha estaba tendida en el bajo diván del refugio de su casa de la ciudad, un pie colgando, reteniéndola contra el suelo, aunque podría flotar tranquilamente hasta el techo. Sonrió, viendo los acontecimientos de los últimos días desarrollarse de nuevo en la parte interior de sus párpados; escuchando a medias la ruidosa celebración allá fuera en el callejón, y permitiéndose creer que todo era por ella. Bien, infiernos, al menos la mitad sí tendría que serlo. Aflojó un poco más el cierre de su uniforme. Por una vez no se lo había quitado inmediatamente al llegar a casa..., por una vez se sentía muy bien siendo una Azul, y la comandante de policía.
Oyó a Luna Caminante en el Alba gemir y suspirar en su sueño en una de las oscuras habitaciones sobrantes. Pese a lo cansada que debía estar la muchacha, ella tampoco descansaba bien en aquel lugar. Jerusha no había dormido nada, y otro día había empezado ya, en algún lugar más allá de los muros que detenían el tiempo de la ciudad. Pero no importaba; unos pocos días más y se habría marchado de aquel lugar para siempre. Y por una vez no le importó revivir una y otra vez el día recién transcurrido, o anticipar el que iba a venir: había un mensaje en su grabadora solicitándole—no ordenándole, solicitándole—una reunión con el Presidente del Tribunal y los miembros de la Asamblea. Tras abortar el complot de Arienrhod y capturar a C'sunh, tras convertir a la Fuente en una patata demasiado caliente para cualquier mundo..., después de todo aquello, su carrera de negro y azul estaba viva y bien de nuevo, y ella también.
Entonces, ¿qué estaba haciendo con una criminal durmiendo en su habitación de los huéspedes? Suspiró. Por el Botero Bastardo, la muchacha no era una criminal mayor que ella. ¿Qué importaba si Luna tenía pensamientos sediciosos hacia la Hegemonía? Gundhalinu tenía razón..., ¿qué podría hacer con ellos, una vez se hubieran marchado los espacianos? Y aunque deseara negárselo incluso a ella misma, el recuerdo de los mers, y lo que la muchacha le había dicho acerca de castigo y culpa, seguía remordiendo su alma como una úlcera. Porque era cierto..., lo era, y ella nunca sería capaz de volver a negarlo, o negar la hipocresía del gobierno al que servía. Bien, maldita sea, ¿qué gobierno ha sido alguna vez perfecto? Había detenido a Arienrhod, y podía decirse a sí misma que mirar de otro modo a Luna era el pago de su conciencia al futuro de Tiamat. Incluso podía soltar a Destellos, dejar que se convirtiera en el pesar de Luna, si presentaba el testimonio que deseaba. Y si le dejaba libre, su maldita conciencia quedaría limpia para siempre... Aunque sabía que no iba a ser así. Había visto demasiadas cosas que nunca hubiera debido ver allí, y había habido demasiada gente a la que había intentado categorizar y que se había deslizado fuera de sus grilletes psicológicos y había vencido su resistencia. Algunos de mis mejores amigos son felones.
Sonrió dolorosamente, sintiendo la punzada de un repentino pesar. Miroe..., adiós, Miroe. No había sabido nada de él desde aquel último día maldito que habían permanecido juntos en la sangrienta playa... Pero eso no fue un adiós. No el recordar aquella escena.. Se sentó en el diván, sacudiendo las telarañas. No..., puedo decirle que he encontrado a Luna, que está bien, y que Arienrhod va a pagar. Sí, debía llamarle ahora, mientras aún tenía tiempo, antes de que cortaran las comunicaciones, antes de que fuera demasiado tarde. Llámale, Jerusha, y dile... adiós.
Se levantó, cruzó rígidamente la habitación hasta el teléfono, sintiendo una inesperada agitación en la boca del estómago, como si hubiera tragado polillas. Tecleó el código, maldiciendo para sí misma el adolescente ataque de nervios mientras aguardaba a que la llamada alcanzara su destino."

Joan D. Vinge
La reina de la nieve




"No te preocupes. Ya estás a salvo. No te queda nada más por robar."

Joan D. Vinge es el nombre literario usado por Joan Carol Denison











No hay comentarios: